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Verónica Forqué tiraba a la basura todo lo que estaba medio roto. Cualquier cosa a la que le viera un rasguño, un desgaste, el mínimo deterioro: fuera. Derramaba toneladas de energía positiva, la Forqué. Talento, dulzura, ingenio, la sonrisa más bonita del cine español y dos cucharadas de spartanismo, la antítesis del síndrome de Diógenes.
"Todo es simbólico en la vida. Si tenía un teléfono de última generación, pues no te lo iba a regalar. Pero sí se podría decir que tenía desapego a lo material. Tenía más apego a lo espiritual y por eso se deshizo de muchas cosas", declara a EL ESPAÑOL | Porfolio Antonio Panizza (Güéjar Sierra, Granada, 1953), muy conocido en la profesión como peluquero y estilista de cine, pero no tanto en la faceta que más le importa: la de íntimo amigo de Verónica Forqué.
Panizza es otro vasto vergel de arte e ingenio, su savoir faire manipulando las melenas de estrellas como Geraldine Chaplin (77), Jessica Lange (72) o Penélope Cruz (47) le valió un premio Goya en 1999. Fue por La niña de tus ojos (Fernando Trueba, 1998). Pero no es el único cabezón que brilla en su vitrina: tiene dos. El otro fue un regalo de su mejor amiga, su alma gemela, Verónica Forqué. La misma que el pasado 13 de diciembre lo dejó huérfano, viudo y más solo de lo que nunca se hubiera podido imaginar. A él y a toda España, que se vio conmocionada con la muerte de la queridísima actriz, que sólo tenía 66 años.
Forqué fue una de las modelos más destacadas para Antonio Panizza, quien lleva más de tres décadas trabajando con actores y directores de rango internacional. Pero poco se ha escrito sobre lo que iba más allá de lo meramente profesional: su inquebrantable hermandad. Porque además de haber creado algunos de los peinados más icónicos de la historia del cine español, a este peluquero de Granada siempre le ha precedido su discreción.
"Me cuesta mucho hablar de Verónica. Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, dice la canción, ¿no? Pero quiero decir que siempre sentiré su ausencia, que la tengo en mi recuerdo, que la tengo en mi mente sonriendo. Hablábamos muchas veces al día y ahora no puede ser, pero vamos, que cuando estaba en la cinta de correr esta tarde me ha dicho: 'Atiende al periodista y que no te dé más la lata'", cuenta Panizza con ternura y cierto dolor.
Y prosigue: "Pero bueno, ya está descansando... Cuidándonos, porque ella era cuidadora nata. Es un gozo y un privilegio recordarla en sus tiempos de alegría, entusiasmo y pureza. No recuerdo la voz de mi madre, pero escucho la de Verónica constantemente".
El estilista rememora cuándo la conoció y cómo surgió la amistad con su incansable compañera, que duró hasta el último de sus días: "La conocí haciendo teatro, Descalzos por el parque, en Granada. Y la primera vez que trabajamos juntos fue en ¿De qué se ríen las mujeres? (Joaquín Oristrell, 1997). Luego tuvimos más intimidad, según iba pasando el tiempo, hasta que nos hicimos amigos. La última película que hicimos juntos fue Salir del ropero, que estaban las dos, Rosa María Sardá y ella...", evoca bajando el tono, como cayendo en la cuenta de que también le falta otra amiga.
Sus palabras hacia Verónica no pueden ser sino de admiración, de cariño, de amor. "Mi testimonio sólo puede ser el de la admiración que siempre sentiré por ella. La quiero, la recuerdo con alegría, con su sentido del humor, siempre era positiva. Y no es que desvele nada especial, es que todos la habéis conocido. Ella lo ha dado todo: en las distancias cortas y en las largas", expresa Panizza.
Y tal era su generosidad y su afán irrefrenable por darlo todo, que incluso le regaló uno de sus premios Goya. Porque sí. Porque así era Vero. "El mío lo tengo en una estantería y el suyo está en otra. Los dos Goya están aguantando libros de cine: Un perro andaluz 80 años después, Todo sobre mi madre, Historia del cine, Los olvidados, Cine español, Hollywood... Todo cine. ¿No ves que llevamos más de 30 años haciendo cine? ¡Mira, se me acaban de caer todos los libros por coger su Goya!", exclama.
"¿Que cómo fue el momento en el que me lo regaló? Pues seguramente se lo pediría yo (risas)", recuerda con alegría y emoción. "Le diría: 'Oye, que lo quiero para el negocio y para que haga publicidad o cualquier cosa de esas'... O sería al revés: '¿Tú lo quieres? ¡Te lo regalo!' Me lo dio, pero no sé en qué fecha, quizá en un cumpleaños. Lo que sé es que fue después de que yo ganase el mío. Yo gané el mío en 1999, por La niña de tus ojos, que es del 98... pues sería un poco después. Por ahí".
Panizza calla, reflexiona, guarda unos segundos de silencio y manifiesta con un punto de honestidad gamberra: "Fue horroroso para llevármelo... No te puedes hacer una idea de lo que pesaba. El Goya de Verónica puede pesar ocho o nueve kilos. El mío pesará como dos kilos, pero es que el suyo pesaba una barbaridad". No eran ocho, nueve ni diez kilos. El galardón que Forqué ganó a Mejor Actriz de Reparto por El año de las luces (Fernando Trueba, 1986) superaba los 15.
El primer cabezón, el de la ceremonia inaugural de entrega de los Premios Anuales de la Academia de Cine, conocida por todos como los Goya, en 1987, fue un diseño del escultor malagueño Miguel Ortiz Berrocal. Se trataba de una escultura en bronce, desmontable, con una cámara cinematográfica dentro y acompañada de una insignia propia de los premios. Mejor Interpretación Femenina de Reparto 1987, reza en mayúsculas en el de Forqué. Escultores como Jorge de Oteiza y Eduardo Chillida, entre otros, influyeron en la obra de Berrocal, que recurría a temas clásicos como torsos, cabezas o figuras reclinadas. Quizá por eso la Academia de Cine pensó en él para diseñar los emblemáticos galardones.
La primera gran gala de los Goya tuvo lugar el 17 de marzo de 1987 en el Teatro Lope de Vega de Madrid. La presentación corrió a cargo del recordado actor Fernando Rey y contó con la ilustre presencia de los entonces reyes de España, Juan Carlos I (84) y Sofía (83). Nadie quiso faltar a la ceremonia de entrega de la máxima condecoración del cine español, ayer y todavía hoy, 35 años después. Nadie, excepto una persona, una actriz galardonada: Verónica Forqué.
José Luis Gómez y Ana Mariscal fueron los encargados de anunciar el Goya a Mejor Actriz de Reparto, que recayó en Forqué por su interpretación de Irene en el citado filme de Trueba. La intérprete no pudo acudir a la gala. "La Academia felicita a Verónica Forqué y recibe el premio en su nombre porque está ausente por razones de trabajo", dijo Gómez. Y así hasta cuatro veces.
En 1988, sólo un año después, los sobres dorados que contenían los nombres de los ganadores llevaban hasta dos veces el de Verónica en una misma ceremonia. Era su gran momento. Su trabajo en La vida alegre (Fernando Colomo, 1987) le otorgó uno de los máximos reconocimientos de la noche, Mejor Actriz Protagonista y también se hizo con el Goya a Mejor Actriz Secundaria por su papel de Monique en Moros y cristianos (Luis García Berlanga, 1987). No los recogió.
Tres premios Goya parecían no ser suficientes. En 1994, a las órdenes de Pedro Almodóvar (72), Forqué se metía en la piel de la inolvidable y pizpireta Kika. Goya a Mejor Actriz Protagonista y tampoco pudo recogerlo. Lo hizo su padre, el gran productor y director cinematográfico José María Forqué. Su trabajo en el cine estaba hecho y no le interesaba recoger aquellos dulces frutos. Los motivos de su ausencia en las cuatro ocasiones fueron los mismos: tenía que responder ante su público ahora en el teatro. Su dedicación, esfuerzo, entrega y profesionalidad estaban por encima de los reconocimientos, a los que en el momento les daba su importancia, pero no mucha...
Cuando Verónica Forqué falleció, la actriz sólo conservaba una de las cuatro estatuillas que ganó. Esta revista ha podido conocer el paradero de los otros tres Goya. El primero lo atesora Antonio Panizza, el segundo lo tiene Nancy, una mujer natural de Palma de Mallorca que crio a María Iborra (31), la hija que Verónica Forqué tuvo con director de cine Manuel Iborra. Y el tercero, entre mudanzas, se perdió. Y como ella misma dijo en una entrevista en televisión: "Y quien se lo encuentre, que se lo quede". Palabra de Verónica Forqué.
Desgraciadamente, en la mañana del 13 de diciembre, no pudo más. Esta figura sempiterna del séptimo arte patrio decidió quitarse la vida en el baño de su casa, ubicada en el madrileño barrio de Chamartín. Había pasado por varias depresiones. El cuerpo sin vida de la celebérrima actriz, querida y admirada por todos, fue encontrado por la señora encargada del servicio de su hogar, una mujer de origen nepalí con la que tenía una relación extraordinaria y con la que se comunicaba en inglés.
Rápidamente, Minuca -así se llama- avisó a los servicios de urgencia del SUMMA 112 y a la Policía Nacional alertando de un intento de suicidio. Los agentes y sanitarios que se desplazaron al domicilio, ubicado en el número 7 de la calle Víctor de la Serna, nada pudieron hacer por su vida.
Este pasado miércoles se supo que un parque situado en la zona donde residía llevará su nombre, después de que la proposición presentada por Más Madrid haya salido adelante por unanimidad en el Pleno del distrito. La sentida iniciativa ha contado con el respaldo y beneplácito total de su hija, María, y también de rostros conocidos en el mundo social y cinematográfico español como Juan Echanove (60), Ana Belén (70) o Miguel Ríos (77), entre otros.
Su legado no sólo es su infinita filmografía, sus inolvidables y genuinas frases o sus imperecederas escenas, sino el cariño de su público, sus amigos y su hija. Rota de dolor en mil pedazos queda María, la joven artista a la que esta revista ha intentado contactar por varios medios, pero la respuesta es siempre la misma: "No quiere hacer nada ahora y está desconectada del mundo. Ha sido un palo muy gordo y lo está procesando".
Verónica Forqué fue Kika, Pepa, Chusa, Eva, Sofía, Irene, Isabel y Bárbara, entre otras muchas mujeres increíbles a las que dio vida en la pequeña y la gran pantalla. La cultura de este país tiene la oportunidad de brindarle el homenaje definitivo en la próxima gala de los premios donde su nombre sonó con fuerza y eco hasta cuatro veces, convirtiéndola en la mujer con más Goya en la historia de los galardones.
Valencia acogerá los 36º Premios Goya, que se celebrarán el próximo 12 de febrero, culminando la celebración del Año Berlanga, con el que la Academia de Cine conmemora el centenario del nacimiento de uno de los padres de la institución y referente de la cinematografía española. Este año, Verónica también estará, pero en el apartado en el que jamás nadie hubiera querido verla: el de los miembros de la Academia que nos dejaron.