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Entre el Palacio de la Zarzuela y Abu Dabi hay 7.515 kilómetros por carretera. Entre el rey Felipe VI y su padre, además de esa distancia, existe un muro levantado a portazos, sobre todo desde el 2 de junio de 2014, fecha de la abdicación de Juan Carlos I y del arranque de este nuevo capítulo de la historia de la Corona española.
La guerra fría en la Familia Real se ha convertido en un estado crónico, en un ecosistema de zancadillas internas que torpedean el presente de la monarquía, en una esgrima de protocolo y un ten con ten entre padre e hijo que se transparenta desde hace años en la sección de "comunicados" de la web de la Casa Real.
La historia gélida de la relación entre Juan de Borbón y Juan Carlos I se repite años después, con otro exilio incluido. La diferencia es que entre Estoril y La Zarzuela solo había 643 kilómetros.
Del clima polar que ambienta la relación entre los dos últimos reyes de España da fe la carta hecha pública por Zarzuela el pasado lunes, 7 de marzo, y firmada por Juan Carlos con fecha del día 5. "Con lealtad y orgullo", puntualiza el Emérito, con la boca pequeña y la cabeza gacha.
A pesar de que los decretos de la Fiscalía General del Estado descartan que se interponga una querella contra el rey Emérito y allana su regreso a España, se puede deducir que Zarzuela le exigió rubricar el siguiente párrafo de destierro: "Me parece oportuno considerar mi regreso a España, aunque no de forma inmediata. Prefiero, en este momento, por razones que pertenecen a mi ámbito privado y que solo a mí me afectan, continuar residiendo de forma permanente y estable en Abu Dabi, donde he encontrado tranquilidad, especialmente para este período de mi vida. Aunque, como es natural, volveré con frecuencia a España, a la que siempre llevo en el corazón, para visitar a la familia y amigos". Además de rey Emérito será, a partir de ahora, el visitante cuando toque.
En la carta escrita en Madrid y firmada en Emiratos Árabes, Juan Carlos I admite que su lejanía es la mejor manera de "facilitar el ejercicio" de las funciones del Rey y reconoce "la trascendencia para la opinión pública de los acontecimientos pasados de mi vida privada y que lamento sinceramente". Por si el abajamiento es excesivo, incluye un estribillo habitual en sus comunicaciones públicas con el que pretende que los éxitos del pasado enjuaguen sus desmanes: "Siento un legítimo orgullo por mi contribución a la convivencia democrática y a las libertades en España".
Una vez más, el Emérito pone cara de pena, pero sin pedir perdón sincero. Su estrategia es ponerse amarillo, pero no rojo; agazaparse a diez horas en vuelo e intentar que amaine el temporal, que los españoles perdonen y, sobre todo, que a Felipe VI no le dé vergüenza convivir con su padre, expulsado para siempre de La Zarzuela, su casa durante 58 años.
Según el periodista Carlos Herrera, que visitó al Rey emérito en Abu Dabi a finales de enero con entrevista incluida, esta carta "deja a todos muy tranquilos y abre la puerta a que regrese con el calor de los suyos". Es probable que estas letras tengan vocación diplomática de salvoconducto para el regreso, pero por la puerta de atrás. El "calor de los suyos" parece inviable, aunque fuentes cercanas a la Casa del Rey insisten en que la relación personal entre padre e hijo "es aceptablemente cordial; se llaman y se siguen".
Una vez más, el Emérito pone cara de pena, sin pedir perdón. Su estrategia es ponerse amarillo, pero no rojo
Felipe VI: sí ha pasado algo
El periodista José García Abad, especialista en la vida de don Juan de Borbón y de Juan Carlos I, dice que "la relación entre Felipe VI y el rey Juan Carlos ha pasado por muchos altibajos. Esta última carta demuestra que el Rey no quiere que su padre vuelva a España como si no hubiera pasado nada".
El autor de El príncipe y el Rey y La soledad del Rey destaca que "Felipe y su padre tuvieron muy buena relación, hasta que empezaron a sucederse las novias, porque ninguna contentaba a Juan Carlos: Isabel Sartorius, Eva Sannum... Incluso Letizia, pero ahí Felipe se plantó".
Después de la boda real -según García Abad- hubo un tiempo de tregua, "porque Juan Carlos vio que Felipe había dejado de ser un niño pijo, y empezó a tratarle con mucho respeto. Las relaciones institucionales entre los dos han ido habitualmente bien, pero las personales han sido más complicadas". A partir de 2014, las relaciones institucionales se han agriado también. Así lo recogen los discursos y las cartas publicadas por la propia Casa del Rey desde entonces.
El día de su Coronación, Felipe VI se comprometió con todos los españoles a velar por la pureza y la ejemplaridad moral de la monarquía. Parecían un traje a la medida en el que no cabía su padre, como se vería en poco tiempo. Esas virtudes sociales del cargo que Juan Carlos I llama hoy "vida privada" eran una cuestión esencial en las cartas que él mismo envío al Príncipe entre 1984 y 1985, cuando estudiaba en Canadá.
Como recuerda García Abad, en esas misivas antiguas que firmaba Juan Carlos I y que, según Pilar Urbano, escribía Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa de Su Majestad el Rey, "explicaba a su heredero el oficio de rey". Entre otras cosas, aconsejaba: "Hemos de constituir una familia estrechamente unida" en la que no debe haber "fisuras ni contradicciones, pues no podemos olvidar que en todos y en cada uno de nosotros están fijos siempre los ojos de los españoles a los que debemos servir con alma y vida".
En su Coronación, Felipe VI selló un pacto de honestidad con los españoles que explica la rotundidad de sus respuestas ante el mal ejemplo de los miembros de su familia: "La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, solo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente, sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos".
Ya desde antes de la abdicación -el episodio de Botsuana fue en 2012-, la "vida privada" de Juan Carlos de Borbón ha sido un incendio permanente de pecados capitales. El rey Felipe ha lidiado con las infidelidades públicas de su padre y con sus prácticas irregulares, hasta que el 15 de marzo de 2020 se escenificó la ruptura total. Ese día, difundió un comunicado "en el que se desentendía de la herencia envenenada de su padre, a quien prácticamente tachaba de corrupto, le suspendía de empleo y sueldo retirándole las asignaciones correspondientes, y le aconsejaba que se fuera de España", señala García Abad.
Aquel 15-M fue el portazo más sonoro contra una conducta inmoral por la que el Emérito insiste en no pedir perdón apelando a su papel en la Transición.
Cinco meses y un decreto de alarma después, Juan Carlos de Borbón ahondó en la brecha con su hijo empujado por Zarzuela: "Guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España". Aquel 3 de agosto de 2020, el Emérito anunció que se iba de España, solo, perseguido por las múltiples sombras de una vida privada al límite. En un mismo año, el rey Felipe se 'desheredó' del legado de su padre y éste se exilió por decisión propia, según la versión oficial.
Dos Borbones solos y un Rey
La historia contemporánea de la monarquía española la protagonizan dos hombres solos (don Juan de Borbón y Juan Carlos I) y un Rey inflexible para que no sucumba la Corona. La línea sucesoria está clara, pero los cruces de parentesco han saltado por los aires.
Instintivamente, la memoria rebobina hasta julio de 1969. Entonces, Franco gobernaba España y Juan de Borbón vivía exiliado en Estoril. Lo cuenta Luis María Ansón en Don Juan. Un día, el marqués de Mondéjar "da un taconazo e inclina la cabeza". "Señor -dice con los ojos bajos-, le traigo esta carta del Príncipe. Don Juan la toma entre sus gruesas manos de lobo de mar, la abre y la lee lentamente. Está escrita con letra clara y firme. Al terminar la lectura, don Juan deja la carta abierta sobre la mesa del despacho. -Dios dirá… -musita, y se le humedecen los ojos-. ¡Qué le vamos a hacer!".
En aquella carta, Juan Carlos de Borbón comunicaba a su padre que le había puenteado en el derecho al trono con la mediación y la presión de Franco:
"Queridísimo papá: Acabo de volver de El Pardo adonde he sido llamado por el Generalísimo; y como por teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas (…) El momento que tantas veces te había repetido que podía llegar, ha llegado y comprenderás mi enorme impresión al comunicarme su decisión de proponerme a las Cortes como sucesor a título de Rey.
Me resulta dificilísimo expresarte la preocupación que tengo en estos momentos. Te quiero muchísimo y he recibido de ti las mejores lecciones de servicio y de amor a España. Estas lecciones son las que me obligan como español y como miembro de la Dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi vida y, cumpliendo un deber de conciencia y realizando con ello lo que creo es un servicio a la Patria, aceptar el nombramiento para que vuelva a España la Monarquía y pueda garantizar para el futuro, a nuestro pueblo, con la ayuda de Dios, muchos años de paz y prosperidad.
En esta hora, para mí tan emotiva y trascendental, quiero reiterarte mi filial devoción e inmenso cariño, rogando a Dios que mantenga por encima de todo la unidad de la Familia y quiero pedirte tu bendición para que ella me ayude siempre a cumplir, en bien de España, los deberes que me impone la misión para la que he sido llamado.
Termino estas líneas con un abrazo muy fuerte y, queriéndote más que nunca, te pido nuevamente, con toda mi alma, tu bendición y tu cariño".
Con "inmenso cariño", Juan Carlos acababa de clavar una segunda estaca en el corazón de su padre, muy dolido desde el 29 de marzo de 1956, el día en el que el heredero mató accidentalmente a su hermano e hijo preferido de Juan de Borbón -Alfonso- en un accidente doméstico con arma de fuego.
Pilar Urbano, en El precio del trono, publica una carta escrita un año antes de la tragedia. Desde Nairobi, el 11 de enero de 1955, don Juan dirige a su "queridísimo Juanito" unos consejos para el futuro. Entre otras cosas, le recomienda: "En este momento, todo tu esfuerzo debe ir concentrado a procurar sacar el máximo provecho de tus estudios y demostrar que tienes ganas de saber y aprender. Recuerda que […] nadie puede estudiar por ti y sería muy triste que la gente sacara mala opinión tuya por tu falta de interés. De todo lo demás, sé que harás bien por tu lealtad, buena intención y buen corazón. Sé atento y obediente con tus superiores...".
García Abad señala que "las relaciones entre don Juan de Borbón y Juan Carlos fueron muy complicadas. Vivieron muy separados, especialmente desde que el hijo le robó la Corona. Pasaron mucho tiempo sin hablarse".
Dos años después de la Coronación, Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, renunció a sus derechos dinásticos en favor de su hijo Juan Carlos. Aunque como Urbano publicó, se conserva un telegrama del 26 de noviembre de 1975 en el que ya reconoce a su hijo como Rey de España y le envía un lejanísimo:"Que Dios te bendiga y buena suerte. Abrazos Padre [sic]". "El Rey emérito se reconcilió con el Conde de Barcelona cuando ya era tarde. A su muerte, quiso enterrarle en El Escorial, donde solo reposan los reyes", destaca García Abad.
La biografía de Juan Carlos I que publica la web de la Casa Real acaba el 2 de junio de 2014, cuando "firmó y entregó al presidente del Gobierno un escrito en el que comunicó su decisión de abdicar la Corona de España", pero la historia más triste del monarca español residente en Abu Dabi la vamos conociendo desde entonces entre exclusivas, embrollos judiciales y cartas que hablan en plata de una decadencia personal, a pesar de los circunloquios diplomáticos.
Las consecuencias de su "vida privada" sacaron al Emérito de la agenda política –"con una firme y meditada convicción, hoy te expreso mi voluntad y deseo de dar este paso y dejar de desarrollar actividades institucionales a partir del próximo 2 de junio", escribió en mayo de 2019- y le han ido alejando de su familia y de su pueblo con la excusa de "la tranquilidad" y la "serenidad". Los años de conducta reprochable le llevaron hasta la orilla de los acusados.
Un Borbón solo llora en la cama
El día en que Felipe de Borbón se convirtió en Felipe VI, profetizó en el Congreso de los Diputados: "Hoy es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia nuestra historia". Esta es la tónica de su mandato. Aunque "un Borbón no llora más que en la cama", y quién sabe cuántas lágrimas interiores discurrirán por La Zarzuela, el Rey ha enviado la nostalgia del parentesco al mismo lugar donde reside su padre.
En aquel discurso del 19 de junio de 2014, en la entronización de Felipe VI, se quedaron las últimas palabras de reconocimiento: "Ante sus Señorías y ante todos los españoles […] quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea".
Las últimas cartas de la Casa Real son losas para una tumba, y se envían ante la presión del Gobierno de Sánchez
El juancarlismo ha quedado en la vitrina entre paréntesis. Entre el Juanito heredero y el Juan Solo, mayor y desubicado. Su historia, hasta el momento, incluye una infancia dramática, una juventud paralizada por la dictadura, un ejercicio real notable, una decrepitud clamorosa, y una casa convertida en Vietnam.
Las últimas cartas con el sello oficial de la Casa Real son losas para una tumba, y se envían, también, ante la presión inasequible al desaliento del Gobierno de Pedro Sánchez. El 15 de marzo de 2020, a punto de cumplirse dos años, Felipe VI enterró la herencia de su padre y le apeó del reino: "S.M. el Rey quiere que sea conocido públicamente que S.M. el Rey Don Juan Carlos tiene conocimiento de su decisión de renunciar a la herencia de Don Juan Carlos que personalmente le pudiera corresponder, así como a cualquier activo, inversión o estructura financiera cuyo origen, características o finalidad puedan no estar en consonancia con la legalidad o con los criterios de rectitud e integridad que rigen su actividad institucional y privada y que deben informar la actividad de la Corona".
Pero antes de este anuncio, el diario británico The Telegraph reveló que Juan Carlos I había recibido años atrás 100 millones ingresados en una fundación y que el mismo Felipe VI era el segundo beneficiario, sin éste saberlo.
El 5 de marzo de 2022 quedó claro que ni siquiera el balón de oxígeno de la Fiscalía General del Estado ha reavivado la más mínima brasa de calor entre dos Borbones a 7.515 kilómetros de hielo. Suena de fondo aquello que Juan Carlos escribió a su padre en mayo de 1968, antes de que Franco le convirtiera en el relevo: "En estos años nada hice que te perjudique a ti o a la institución. Tú has jugado una carta; yo otra, por tu mandato. Sigue tú con la tuya y yo con la mía. Si gana tu carta, me descubro, ¡chapeau! Pero no lo veo probable. Hemos de pensar en España y en la institución".
Las cartas están sobre la mesa. Las palabras escritas, que permanecen, nos cuentan que la baraja real se ha roto. Sobrevive, como puede, el hilo con vocación de puente que encarna la reina Sofía.