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Decenas de voluntarios acuden a la Casa de Bielorrusia situada en un barrio residencial de Varsovia (Polonia). Son muchos los que deciden alistarse en un batallón que lleva por nombre Kastus Kalinouski, escritor y revolucionario impulsor del nacionalismo bielorruso en el siglo XIX. La mayoría son muy jóvenes, algunos casi niños, pero están decididos a combatir la causa ucraniana. De hecho, todos los voluntarios que hemos entrevistado en este reportaje están ya en Kiev y su papel está siendo muy activo. Incluso han sufrido las bajas de otros compañeros que salieron antes.
Hoy ha amanecido gris en Varsovia, en el jardín de la Casa de Bielorrusia, una fundación que lucha por la libertad de Bielorrusia desde el país vecino. Se pueden ver las cajas con ayuda humanitaria que tienen preparadas para repartir por distintos centros de refugiados de la ciudad. En el interior de la casa se encuentran los voluntarios y voluntarias que se encargan de la organización, formación médica y distribución de quienes van a combatir.
Es el caso de Pavel, un chico de Minsk que combatió en 2016 en el Donbás y que ahora encabeza este movimiento desde Varsovia. "Hay muchos voluntarios que se alistan al batallón, no es una guerra de Ucrania y Rusia, es una guerra de todos. Si no hay una Ucrania independiente, no habrá una Bielorrusia independiente" comenta Pavel en el jardín.
Bielorrusia es calificada como la última dictadura de Europa, liderada por Alexander Lukashenko, con más de 26 años en el poder. En primavera de 2020 se iniciaron una serie de manifestaciones y protestas en Minsk que llevaron a la calle a miles de ciudadanos bielorrusos para pedir el fin del régimen autócrata.
Las elecciones fueron un hervidero en las calles. El 9 de agosto de 2020, más de 250.000 personas participaron en la llamada "Marcha por la libertad", la mayor de la historia del país. Unas 7.000 personas fueron detenidas, apaleadas y/o encarceladas. Muchos de estos manifestantes huyeron del país, otros actúan en la clandestinidad desde dentro, pero todos quieren derrocar la que denominan "tiranía de Lukashenko".
Nadie quiere permanecer ajeno a la invasión rusa mandada por Putin, el mayor apoyo del tirano bielorruso, y buscan alternativas de ayuda a los ucranianos. La misma Casa de Bielorrusa publicó en su página de Facebook el llamamiento para alistarse en la resistencia: "Los bielorrusos no pueden ayudar a Ucrania con armas como hace todo el mundo, pero no pueden tampoco mantenerse al margen, por eso van a luchar por la independencia del país hermano".
Pavel sigue hablando de las motivaciones que empujan a estas personas a ir a una guerra que "no es suya". "Muchos de estos bielorrusos huidos quieren limpiar su conciencia y ser útiles a la causa nacida en 2020 en su país; por eso, van a combatir al lado de los ucranianos".
En el interior de la casa un equipo de voluntarias bielorrusas y ucranianas, estas últimas en contacto directo con el gobierno de su país, se encargan de gestionar los documentos y pasaportes de los combatientes voluntarios. No dudaron en dejarlo todo y dedicarse a tiempo completo a esta labor. Daria, de treinta años, huyó de Kiev hace una semana. Trabaja para el Ministerio de Turismo y asegura que cuando esto acabe se harán cientos de eventos y actividades para promocionar su país. "Esto ayudará a su reconstrucción", comenta a EL ESPAÑOL | Porfolio.
Se escucha un grito. Es la hora de reunirse para la instrucción de primeros auxilios en conflicto. Todos se apelotonan en círculo mientras un excombatiente polaco de la guerra en Afganistán les ilustra con sus técnicas. La mayoría de estos voluntarios carece de experiencia militar y de combate. Nunca han cogido un arma o hicieron un torniquete, por eso, cada formación es crucial para aumentar sus posibilidades de supervivencia. Al llegar a suelo ucraniano, los instructores les adiestraran en técnicas militares.
¿Qué impulsa a un joven a dejar su familia, sus amigos o su pareja e irse a una guerra en un país vecino de la que puede que no regrese? Por la decisión que muestran, sólo les falta decir "los que vamos a morir ante ti, Putin, te saludan", utilizando la famosa frase del Imperio romano.
Vilal (nombre ficticio). 27 años. Bielorrusia
Participó en las protestas de 2020 y sufrió las consecuencias de haberlo hecho. Huyó del país antes de que la policía le apresara para encarcelarlo. En Polonia, donde vive ahora, sigue recibiendo las multas por su desobediencia por un valor de más de 1.000 dólares. "Es una lástima, los niños mueren por los bombardeos. Ahora los bielorrusos ayudamos a los ucranianos, aunque a nosotros no nos ayudaron cuando hicimos las protestas ". "No tengo miedo por mí, solo me preocupa mi madre, ella está sola y no sabe que voy a combatir", comenta Vilal sin titubear.
Pavel Kuzhanka. 38 años. Bielorrusia
Es un voluntario con experiencia en combate ya que ha servido a las fuerzas especiales de Bielorrusia durante 7 años. Forma parte del batallón Kastus Kalinouski. "Esta guerra es contra nuestro enemigo común por la libertad de nuestros países", dice. Pavel dice también que cuando acabe la guerra se quedará en Ucrania para formar a soldados bielorrusos para ir a Bielorrusia a defender a la gente y luchar allí contra el régimen.
'El Cubano'. Bielorrusia.
Como tantos otros, El Cubano, como prefiere que le llamen, quiere mantener el anonimato y no dice ni la edad que tiene. No quiere ser reconocido por miedo a represalias en su país. "Ahora trabajo en Polonia. Me sentía culpable porque hace dos años los bielorrusos no pudimos con nuestro dictador, las protestas tenían que haber sido más violentas. Sentí el deseo de inmolarme ante el Gobierno bielorruso". El Cubano muestra síntomas de nerviosismo, se mueve hacia todas direcciones, se pone las manos en la cara y grita para ahuyentar sus miedos. En su mirada se aprecia la inexperiencia de la juventud y las dudas.
Alexei Yurevich. 23 años. Bielorrusia
Alexei no parece como el resto de los chicos. No tiene esa apariencia de guerrero que podríamos imaginar. Su aspecto es de un chico culto y bien. No terminó sus estudios en ingeniería y ahora estaba trabajando en un almacén, pero la guerra ha cambiado sus prioridades y ha decidido alistarse. Hace cuatro años que vive en Polonia y son varios los motivos por los que va a la lucha. "No puedo ser neutral a esta situación; amo a Ucrania y es como si fuera mi país". "No tengo miedo, solo estoy algo nervioso, pero pienso que es normal en una situación así", dice Alexei mientras fuma su cigarro. No hizo el servicio militar en Bielorrusia debido a ser contrario al régimen. Dice Alexei que al inicio de la guerra intentó cruzar la frontera, pero sus familiares se lo impidieron. Ahora no ha dicho nada a su familia, lo dirá cuando esté en Kiev.
Las casualidades de la vida han hecho que hoy se encuentre con un viejo amigo también llamado Alexei.
Alexei. 23 años. Bielorrusia
Conoció a su amigo Alexei en la universidad. Estaban en la misma residencia de estudiantes. "Es muy bonito encontrarme aquí con un amigo. Es mejor así porque podemos hablar en los momentos complicados y contarnos nuestras emociones", explica. Se abrazan para la foto. Intentan aparentar tranquilidad, pero sus rostros desvelan el nerviosismo.
Hay más voluntarios, más historias y motivos por los que ir a la guerra, pero la mayoría prefiere permanecer en completo anonimato por las terribles consecuencias que podría acarrearles en Bielorrusia a sus familias o a ellos mismos.
Los que hablan aquí ya sienten el temblor de los ataques mientras hacen funciones de guardia en Kiev a la espera de otras misiones más arriesgadas. Están preparados.
Todos los días, Pavel pregunta a los voluntarios si están seguros de lo que están haciendo. Quiere que estén completamente seguros y sean conscientes de donde se están metiendo. "Un hombre inseguro, nervioso o con miedo sin control, no solo es peligroso para sí mismo, sino también para todo el pelotón", asegura.
No dan información del número de voluntarios, ni cuando parten exactamente, ni de la ruta que seguirán hasta llegar a su destino en Ucrania. Su seguridad depende de ello, pero sí de que están dispuestos a luchar hasta el final.
Elina Oreshko: "La solución, que Putin muera"
Elina es una joven bielorrusa enérgica, con aspecto moderno y tatuajes en los brazos. Tiene ganas de hablar de su situación, que es la de muchos compatriotas, para dar a conocer al mundo que en su país viven en un régimen opresor desde hace más 26 años. Ahora vive en Varsovia en un pequeño apartamento junto a su gato.
Elina estuvo presente en casi todas las protestas de 2020. Pertenecía a un grupo (en su barrio de Minsk) que se encargaba de organizar manifestaciones. En aquel momento (agosto de 2020) había 350.000 personas en las protestas por todos los barrios. "No recuerdo las veces que he tenido que correr para huir de OMON [en ruso, OMO, Patrulla Anti Disturbios de Bielorrusia]", explica.
Las protestas se sucedieron y Elina fue detenida el 20 de noviembre de 2020. Permaneció en prisión tres días en un cuarto para cuatro personas donde estaban ocho mujeres detenidas. "No había alfombras, solo cuatro colchones ensangrentados por las palizas y torturas de los manifestantes de agosto".
A los tres días tuvo la cita con el juez a través de Skype. Había sólo un testigo que la acusaba de verla en diferentes barrios de la ciudad y fue condenada a 14 días. La transportaron a la prisión de Brest (junto a 14 chicas más), cerca de la frontera con Polonia donde cumplió los 11 días restantes. "No era una cárcel, era una cuadra para caballos donde había mucha humedad y suciedad. Solo cada tres días podíamos salir a tomar el aire. La comida era horrible, la tomábamos para sobrevivir, y solo nos permitieron ducharnos dos veces. Para resistir mentalmente tuvimos que inventar juegos y hablar mucho".
El 6 de diciembre, cuando salió de prisión, se llevó una sorpresa: sus amigos y compañeros de trabajo la esperaban con flores, champagne y comida. Pero cinco meses después, el 20 de mayo, la Policía llamó a su puerta otra vez: la llevaron a comisaria y la interrogaron seis horas por un comentario en una publicación en Telegram donde acusaba de ser una rata de Lukashenko a un diputado bielorruso.
La dejaron libre, pero Elina sabía que esto podría costarle una condena de dos años en un GULAG (Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional) y decidió que era el momento de dejar el país.
Como no tenía visado para ir a Europa, se marchó a Kiev el 27 de mayo de 2021 ya que su empresa tenía una sucursal en la capital ucraniana. "Lo más duro fue dejar a mi madre sola. No tengo hermanos ni hermanas y ella era como una amiga. Tenía dos gatos, pero como no tenía un coche solo cogí a uno de ellos (Marsel) y nos dirigimos a comenzar una nueva vida en Kiev".
Sin embargo, un día de su "nueva vida" se despertó repentinamente "con bombas sobre la ciudad". "Entendí todo rápidamente y cogí dinero, documentos y mi gato para salir de la ciudad". Su empresa nuevamente la ayudó a dejar la ciudad.
"Salimos de Kiev el día 24 de febrero por la tarde. El conductor, una señora con su hijo de 20 años, algunos viajeros, mi gato y yo". Ese mismo día, el presidente Zelenski anunció la prohibición de salir de Ucrania a hombres entre 18 y 60 años.
"Había atascos y llegamos a Kovel el 25 de febrero a las 5 de la madrugada, a tan sólo 60 km de la frontera con Polonia". Solo Elina podía cruzar la línea porque la madre no quería irse sin su hijo. El conductor la llevó a la frontera para que tuviera la oportunidad de salir a pie gracias a su pasaporte humanitario de cuando llegó a Kiev.
"Tengo miedo de una guerra nuclear y también por mi madre. Hablo con ella abiertamente de política y sobre nuestra situación en Bielorrusia. Le digo que no comente demasiado con sus vecinos ya que pueden llamar a la policía y tener problemas", asegura.
Su empresa tiene sede en Polonia y le ha dado trabajo en Varsovia. "He tenido mucha suerte, una compañera de trabajo me ha alquilado un pequeño apartamento. El flujo de refugiados es enorme y hay carteles que no alquilan pisos a extranjeros".
Piensa en ir a la Casa de Bielorrusia en Varsovia para ayudar como voluntaria a otras personas que, como ella, han tenido que salir de su país por razones políticas. "Para que la situación cambiase en Bielorrusia, la única solución es que Putin y Lukashenko mueran, al menos Putin. Aunque depende de quién esté entonces en el gobierno: si es un militar podría ser complicado para Bielorrusia también. Además, las sanciones en Rusia y Bielorrusia pueden provocar una crisis como la de los 90, donde no podíamos comprar ni papel higiénico, y eso llevar a nuevas protestas de cambio que sacarían a la calle a gente que en 2020 no lo hizo".
Fuera de la entrevista Elina aclara que intenta mantener la sonrisa. Se le hace muy duro no estar en su país con su madre y sus amigos.