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Sus nombres les sonarán de la prensa: Albert Cavallé, Francisco Manzanares, Rodrigo Nogueira y Carmelo Hernando no son sólo unos peligrosos donjuanes modernos -ay de quien se los encuentre-, sino cuatro estafadores sentimentales y económicos que han dejado tras de sí un reguero de víctimas en forma de mujeres enamoradas, humilladas y empobrecidas tras sucumbir a su vil manipulación.
No hay chanza aquí. El arquetipo del galán sin escrúpulos sigue, por desgracia, generando cierta simpatía. O algo peor y más machistoide: el comentario común de "qué tontas han sido ellas, qué ingenuas". La perito judicial en Lingüística Forense Sheila Queralt viene a desdecir ese tópico en su libro Estafas amorosas (Larousse), un ensayo que se publica el próximo día 19 de mayo en el que analiza el modus operandi verbal -palabra a palabra, construcción a construcción- de estos delincuentes dejando claro, en primer lugar, que sus víctimas podrían ser cualquiera y que estas mujeres no fueron núbiles ni crédulas.
"Estos estafadores dedican muchísimo tiempo a engañar a sus víctimas. Día a día crean un escenario de manipulación para conseguir el éxito en sus estafas: eso es lo que olvida la gente cuando las tacha de ‘tontas’, injustamente", cuenta Queralt a Porfolio. "De hecho, todos los que piensen que no pueden ser susceptibles de este engaño son aún más susceptibles, porque eso significa que no tienen las alertas activadas".
Estigma social
La experta señala documentales como El estafador de Tinder, que puede verse ahora mismo en Netflix, donde "el reflejo que se da del agresor es demasiado positivo y no se centran nunca en la víctima". Olvidan dignificarla a ojos de la sociedad. Olvidan poner el acento en que en ningún caso se trata de chicas pusilánimes ni torpes, sino de mujeres solventes e inteligentes que se ven atrapadas en una relación tóxica, estrechamente relacionada con la violencia de género.
El perfil de las víctimas es amplio: sólo tienen en común que están disponibles emocionalmente y que buscan algún tipo de relación en la red -como tantas personas solteras ahora mismo, en nuestra era virtual y llena de aplicaciones de ‘ligoteo’-. "Es como si culpabilizásemos a las mujeres víctimas de maltrato diciendo ‘ellas se dejan pegar, es que les gusta’. Esto tiene la misma gravedad, pero la sociedad aún no está preparada para verlo", explica Sheila.
"Estas mujeres se caracterizan por estar buscando una relación por la red -como tantos- y por tener un nivel adquisitivo medio-alto"
Otro rasgo habitual entre las damnificadas: "Los estafadores no buscan tampoco a mujeres especialmente ricas, pero sí a algunas que tengan un salario medio-alto para que puedan abastecerles. Son hombres caprichosos, con gustos caros. Ellos no tienen formación académica ni trabajo: todo lo que pagan, lo pagan gracias a ellas, desde un taxi a la tarjeta del metro o a una comida", esboza.
"A menudo no se fijan tanto en el dinero del que disponen ni en su patrimonio actual, sino en que tengan capacidad de pedir préstamos a los bancos. O a sus familias. En ocasiones han suplantado la identidad de la víctima y ellos mismos han pedido esos préstamos, llegando a comprar coches a su nombre". Algunos han robado, por mujer, hasta 300.000 euros. "Lo peor es que no las conocemos a todas porque muchas no denuncian, sobre todo por este estigma social del que hablamos". Temen quedar de ridículas. Y eso es responsabilidad de todos nosotros.
Varias víctimas a la vez
Los ‘donjuanes’ actúan con varias mujeres a la vez. Suelen tener dos en la guantera. "Por eso, cuando su estafa está llegando a su fin con una, porque ella empieza a sospechar, ellos arrancan con otra. Y con el dinero de la anterior, se fingen solventes delante de la siguiente, incluso les regalan cosas porque sí y las agasajan en un comienzo, antes de hacerse las víctimas y decir que están teniendo problemas de dinero y que necesitan su ayuda". Casi nada.
Ya lo decía la escritora feminista Kate Millet: "El amor ha sido el opio para las mujeres. Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban". Recordemos que el homólogo femenino del ‘donjuán’ ha sido histórica -y literariamente- la ‘femme fatal’, pero con una gran diferencia. Estas hembras seductoras intercambiaban su capital sexual por seguridad o dinero, y estos hombres lo que ponen en juego es algo más sibilino, tramposo y trágico -con terribles consecuencias psicológicas para sus damnificadas-: el amor.
Estudiar a la víctima
"Ellos estudian a la víctima y se adaptan al tipo de relación que ella esté buscando: un noviazgo informal o la creación de una familia, depende. Las analizan a través de sus redes sociales y se aprenden sus gustos, sus filias, sus fobias, sus deseos. Son los hombres de las mil caras, genios del disfraz, porque en realidad no sabemos cómo es ninguno de ellos: sólo conocemos la versión que han mostrado con estas mujeres, y cada una de ellas es personalizada hacia sus gustos".
Saben si les apasiona viajar, si quieren tener hijos, qué música escuchan o si leen a tal o cual autor -"ay, pensé que era un rarito porque me gustase, ahora podemos ser raritos juntos": esto es una conversación real-.
"A nivel judicial nos solemos fijar en la estafa económica, pero ellas aseguran que lo que más les duele, al final, es la estafa emocional. Algunas dicen que han sentido el mismo dolor que con la muerte de alguien querido", revela la especialista. La estrategia siempre es similar: después de analizarlas y seducirlas por la red, se conocen en persona y la mentira continúa.
Todo sucede muy lentamente. Esa es una de las claves del engaño, la parsimonia narrativa con la que se desarrolla. Todas las relaciones fraudulentas que nos ocupan han durado meses o incluso años, lo que hacía complicado que la víctima pudiese sospechar. "No es el típico engaño de alguien que te manda un correo y al cuarto mail te está pidiendo dinero. No va así. Es un proceso muy cuidado y lento".
Señales de alerta
¿Cuáles son las líneas rojas, cuáles son los síntomas de alerta que tenemos que tener presentes? Se trata de hombres especialmente aduladores y cariñosos, que, según su generación -algunos son más mayores y otros más jóvenes- se deshacen muy pronto con palabras edulcoradas como "mi princesa". Algo más: "Las prisas. Si alguien va demasiado rápido contigo en una relación amorosa… ojo. Los estafadores, aunque pacientes, también quieren agilizar sus tiempos", suspira.
Son varones que usan el lenguaje como un "arma": "El perfil del agresor es el de un varón que ha tenido una infancia difícil y ha tenido que aprender desde muy joven las estrategias de la comunicación. Saben leer a los demás. Eso le ha sucedido a mucha gente, claro, pero hay quien lo usa para hacer el bien y ellos lo usan para lo contrario. Saben cuando alguien está enfadado nada más mirarle, saben qué decir para conseguir sus objetivos, saben cómo engatusar para salir ganando. Han desarrollado esas habilidades, han perfeccionado ese arte", apunta.
"Los estafadores suben su registro lingüístico para parecer más cultos: usan adjetivos acabados en -mente o anglicismos"
Habitualmente, los estafadores "suben su registro lingüístico" para fingir "más nivel cultural". Es decir, aunque no están formados universitariamente, acostumbran a usar palabras más alambicadas o complejas para parecer solventes e intelectuales. "Por ejemplo, emplean muchos adverbios acabados en -mente, que dan sensación de cultismo. También usan anglicismos: esto lo hacía mucho Rodrigo Nogueira al hablar de ordenadores. Se esfuerzan, dependiendo de la profesión que finjan tener, en adquirir terminología especializada, aunque luego analizándola en sus mensajes no tenga ni pies ni cabeza".
Los cuatro estafadores
Francisco Gómez Manzanares (Álava, 1974). Conocido como ‘El Embaucador’. Lleva 20 años seduciendo y estafando a mujeres. Se cree que ha estafado alrededor de 3 millones de euros. Lo han denunciado más de 50 víctimas y ha sido condenado por estafa en varias ocasiones. Decía ser representante de Fórmula 1, miembro del cuerpo técnico del Barça o piloto de avión. Usaba estos uniformes para ser creíble. Ahora cumple condena en el Centro Penitenciario de Nanclares de la Oca, hasta 2030.
Rodrigo Nogueira (Pontevedra, 1976). Conocido como ‘El Donjuán Gallego’. Se le han detectado más de 30 identidades distintas. Más de 20 años en activo, más de 65 víctimas de sus estafas. Se calcula que la cuantía extraída podría rondar los 60.000 euros. Se presentaba como cocinero de estrella Michelín, tatuador o informático. Nunca ha cotizado a la Seguridad Social. Actualmente está en prisión. .
Carmelo Hernando (Bizkaia). Conocido como ‘El Cibergigoló’. En activo desde 2010. Se calcula que ha engañado a decenas de mujeres, aunque no se conoce exactamente la cifra. Una de sus víctimas sostiene que le ha estafado más de 100.000 euros y otra declara que fueron más de 70.000. Ha trabajado como empresario de éxito a nivel internacional y de consultor de empresas en países árabes. Fue condenado y encarcelado en México por maltrato. Acumula decenas de denuncias. Sigue en libertad.
Albert Cavallé (Barcelona, 1982). Conocido como ‘El estafador del amor’. Trabajó como modelo en sus inicios. Se sabe que ha estafado a más de 30 mujeres desde 2016. Se calcula que la cifra estafada puede superar los 150.000 euros. Se presenta a sus víctimas como abogado o cirujano plástico, pero nunca ha tenido un trabajo real. A muchas de sus ‘novias’ les sustraía grandes cantidades de dinero inventándose que lo necesitaba para cobrar herencias o hacer inversiones. También robaba bienes físicos.
Palabras 'peligro': "Honestidad"
Empiezan dando una atención extrema a sus víctimas. Se preocupan por ellas y por lo que les pasa, les escriben con mucha asiduidad, fingen que sus gustos son idénticos y que es un milagro que se hayan encontrado entre la multitud. No son especialmente apuestos, pero sí carismáticos. "Son camaleónicos. La mayoría de ellos, muy cariñosos, excepto el perfil de Caballé, que era más chulesco. Él sí que había trabajado como modelo".
Al comienzo de la relación, tal y como estudia Queralt, usan con frecuencia palabras como "confianza", "transparencia", "verdad", "autenticidad", "honestidad"… es decir, hacen referencia continuamente a "lo importante que es para ellos tener una pareja en la que confiar, alguien que no les traicione, que vaya de frente, que les diga la verdad". ¡Sospecha! Ese es el patrón de habla de un mentiroso. Lo hacen para proyectar, precisamente, lo que ellos no son: personas legales.
Otro punto caliente: la repetición. "Cuando alguien repite demasiadas ideas, sean positivas o negativas, está intentando manipularte para enfatizar su mensaje y convencerte. Estos hombres se caracterizan porque dan la misma información muchas veces, incluso cuando pueda parecer algo inocente".
"Usan mucho palabras como "honestidad" y son expertos en repetir conceptos para manipular"
En el libro, Sheila pone el ejemplo de la frase -usada en estos casos reales- "espero no molestarte en tu día familiar", o "ay, perdona por haberte llamado cuando estás con tus amigos, no querría molestarte", o "perdona, qué pesado soy, es que te echo mucho de menos, no querría haberte molestado, disfruta". "Es justo lo contrario: claro que quieren molestar. Es una forma de empezar a ejercer su control. Se hacen las víctimas y lo recubren de amor, de ternura, pero en realidad es un modo de saber qué están haciendo ellas y con quién". Así consiguen vivir siempre en sus pensamientos, estar presentes, ir invadiendo sus vidas.
Métodos de control
Lo mismo sucede con los llamados mensajes de "buenas noches" o de "buenos días", al estilo de "espero que ya estés descansando, princesa, ¿estás en la cama ya?". O "buenos días guapa, deja el móvil que ya estarás conduciendo hacia el trabajo, que tengas buen día". Así se aseguran de que la víctima les vaya informando sobre sus pasos. Así monitorizan suavemente sus existencias.
Seguimos con las señales problemáticas: el aislamiento, muy común en los casos de violencia de género. "El ‘donjuán’ siempre busca el secretismo acerca de sí mismo y de sus asuntos. Cuando empieza a contarle a la víctima que tiene problemas de algún tipo y que necesita su ayuda -económica-, no le pide directamente que no se lo cuente a nadie porque eso ‘no le gusta’, sino que vuelve a hacerse el débil y alega pudor. ‘Ay, qué horror tener que pedirte esto, me muero de vergüenza si alguien se entera, qué van a pensar de mí’. Usa mensajes indirectos para garantizar su silencio".
Y voilá: todas estas víctimas acaban alejándose de su círculo, primero porque cumplen con la parte del trato de no informar a ‘los suyos’ sobre los ‘terribles problemas’ de su nueva pareja, pero también por otras razones.
Por ejemplo: el agresor es muy ducho recordando los planes que ella tiene con otras personas y se esfuerza, ese mismo día, en proponer una velada romántica para boicotear la cita inicial. "Ay, no me acordaba de que hoy tenías esto. Te había organizado una cena espectacular… disculpa…". Continuamente. "Cuando la familia o los amigos de la mujer le dicen que su nueva pareja no les despierta confianza, a veces es ella misma la que se aleja de ellos para no escuchar lo que no quiere escuchar", subraya Queralt.
Favores e incentivos
Para empezar a testar a la víctima, arrancan pidiéndole favores diminutos, insignificantes, y siempre unidos a un "refuerzo positivo", a un "incentivo". Véase: "Me encantaría pasarme todo el fin de semana hablando contigo, pero me estoy quedando sin saldo. ¡Y yo lo único que quiero es hablar con mi princesa!". Así consiguen, por ejemplo, que ellas les recarguen el teléfono móvil. "La víctima siempre se fija más en el incentivo que en la petición. Ella se queda con el ‘quiere hablar conmigo’. Él prepara el terreno y así estas peticiones van creciendo con el tiempo". Es lo que se conoce como "normalidad progresiva".
¿Cuál es su truco? La creación de los llamados "espacios mentales": "Cuando hay una solicitud de dinero grande, siempre ha habido antes una coartada cocinándose con lentitud. Nunca es de un día para otro", relata Queralt. Por ejemplo, Francisco Manzanares, uno de los estafadores, habla continuamente con su hermana por teléfono acerca de un piso.
"Hacen peticiones pequeñas al principio y luego, crecientes, siempre unidas a un incentivo emocional"
En realidad, ni habla ni es con su hermana. "Se refiere siempre a un piso fantástico que supuestamente su hermana quiere poner en venta y él le repite que no, que no puede venderlo a ese precio, que es un piso genial y que va a salir perdiendo. Durante semanas, meses. Mucho más tarde, le vende a su víctima la ‘oportunidad’ de comprar ese piso, porque a ella sí que se lo va a dejar muy barato. Ahí está la semilla de la estafa".
Otro ejemplo: una de las víctimas es consciente, desde hace tiempo, de que su pareja -el estafador- tiene un coche que funciona mal. Hasta que un día el hombre tiene que ir a hacer una entrevista de trabajo muy importante. "Él va imprimiendo tensión en el asunto, ‘qué nervioso estoy, no puedo comer, ojalá me salga bien y consiga el puesto’… eso los días anteriores. Lo del coche ya es una idea inoculada con más antigüedad. Y justamente le cuenta que el coche le ha dejado tirado de camino a la dichosa entrevista y que tiene que mandarle dinero para un taxi que le lleve a no sé dónde. Son expertos en crear situaciones de estrés para provocar que ellas den una respuesta visceral y les presten una solución".
Amenazas y violencia explícita
El último estadio es la violencia explícita. "Cuando la víctima descubre el engaño -por internet, por algún conocido o porque otra víctima se ha puesto en contacto con ella- o lo intuye, ellos cambian totalmente de actitud. Primero las chantajean: ‘Cómo puedes pensar esto de mí’, etc. Si ven que no les funciona, las amenazan, incluso de muerte. Estallan. Usan lenguaje abusivo. Palabrotas. Ha llegado a haber incluso agresión física, como en el caso de Rodrigo Nogueira", indica.
Además de expresiones escatológicas -como "eres una mierda"- o referentes a capacidades mentales -"eres tonta", "no te enteras de nada", "eres retrasada"-, la palabra más habitual para humillar y reducir a las víctimas por parte de sus agresores es "puta". "Usan esta palabra porque se refiere al ámbito sexual, a la intimidad que han vivido con esa mujer, y así pretenden ejercer un control sobre ellas.
"La palabra que más usan para menoscabar a sus víctimas es 'puta', porque se refiere a la intimidad que han vivido con esa mujer"
Es un mensaje indirecto de amenaza: ‘Cuidado, que si cuentas esto, todo el mundo sabrá lo que has hecho conmigo. Eres una puta. Te la voy a jugar por ahí’. Usan esa vergüenza sexual o ese pudor que la mujer pueda sentir al respecto para dominarla, precisamente aprovechándose del estigma social machista que cuestiona la vida privada de las mujeres".
Bloqueo y desaparición
¿Cuál es el final? Las bloquean. O desaparecen. "También las controlan a través del silencio. El silencio es una de las cosas que más daña a la víctima. A veces agradecen que las deje de amenazar, pero la relación ya es tan dependiente que el silencio también las agrede. Ellos controlan el flujo de conversación: para hacerles daño, deciden si les hablan hoy o no les hablan". La justicia tiene una cuenta pendiente con esto. Las que se atreven a denunciar viven un calvario.
"Para empezar, porque es difícil de demostrar que muchos de los regalos o gastos que hicieron en el estafador estaban coaccionados por el engaño. Nadie va por ahí pidiendo tickets de todo lo que consume. Algunos han pisado la cárcel. Uno está suelto. Se les devuelve el dinero a las víctimas de forma parcial, sobre todo cuando tenían contratado algún seguro o un préstamo", clausura.