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Desde la costa de la Riviera francesa, el viejo profesor Calgués orientó su catalejo al mar y vio cientos de barcos que parecían una flota fantasma. Racimos humanos se hacinaban en cubiertas, en puentes y chimeneas. Al viejo profesor le pareció "la vanguardia de un antimundo que se decidía por fin a venir a llamar a las puertas de la abundancia".
Contó más de cien buques, todos herrumbrosos. Venían de la India. ¡Cien buques! Y en cada uno de ellos, miles de personas. Al atardecer de aquel Domingo de Pascua, 800.000 vivos y millares de muertos asediaban pacíficamente Occidente. ¿Cómo podía denominarse?: "¿El enemigo? ¿La invasión? ¿El Tercer Mundo en marcha? ¿La horda?", se preguntaba un periodista.
Es sólo una novela, claro. El comienzo de una novela. Si bien se localiza en Francia, al final de la historia el resto de Occidente comparte su destino. El alcalde de Nueva York es forzado a compartir su residencia oficial, la Mansión Gracie, con tres familias; la Reina de Reino Unido tiene que aceptar el matrimonio de su hijo con una pakistaní, y sólo un soldado ruso borracho queda en la frontera ruso-china cuando cientos de miles de chinos la cruzan como un enjambre para entrar a Siberia. El único país que resiste es Suiza, pero la presión internacional lo aísla como estado paria y se ve obligada a capitular y abrir sus fronteras.
El autor de esta pesadilla es el escritor francés Jean Raspail, que en 1972 se había encerrado durante 18 meses para escribir El desembarco (Le Camp des Saints, en su título original). Es como una tragedia a la antigua, con unidad de tiempo, lugar y acción: todo sucede durante tres días en las costas del sur de Francia. Allí quedaba sellado el destino del mundo blanco. Leyendo la novela se siente uno optimista sobre el porvenir del pesimismo.
Cinco años después de la publicación de El desembarco en 1973, comenzó una oleada de 800.000 refugiados que huyó de Vietnam por mar después de la guerra. Los llamaban boat people (la gente de los botes) y el término acabó refiriendo a los dos millones de vietnamitas que abandonaron su país por cualquier medio. Entonces la novela de Raspail, que parecía simbólica, se convirtió en profética para quienes creían estar viviendo el mismo fenómeno en la realidad.
Ojos azules, pensamientos sombríos
Publicada por Plaza y Janés en 1975 y por Áltera en 2007, 40 años después de la primera edición de El desembarco, otro francés, Renaud Camus (nada que ver con el Premio Nobel Albert Camus), retomó la idea en El Gran Reemplazo, un ensayo de alto potencial explosivo publicado en 2012.
En Gascuña, la tierra de D'Artagnan en el suroeste de Francia, está Plieux, un pueblecito de 150 habitantes con un sinfín de arroyos, un notable patrimonio natural y una fortaleza del siglo XIV que domina campos ondulados salpicados de bosquecillos, granjas y cultivos de cereales y oleaginosas. El château de Plieux tiene dos torres cuadradas: al noroeste, la torre Sainte-Mère; al sureste, la de Saint-Clar. La de Sainte-Mère, de 26 metros, es ideal para, si fuera el caso, atalayar a las hordas invasoras que envenenan los sueños del señor de castillo. Dentro del austero estudio del segundo piso, repleto de libros, el propietario, Renaud Camus, vive retirado del mundanal ruido, pero sus libros fomentan el escándalo. Tiene 75 años, ojos azules y pensamientos sombríos.
Discípulo de Roland Barthes y amigo de toda la vida del escritor Emmanuel Carrère, en las décadas de los 60 y 70, tuvo una vida social hiperactiva, fue ardiente defensor de los derechos del colectivo LGTBI y llegó a convertirse en un icono gay que trabó amistad con Louis Aragon, Robert Wilson, Rauschenberg, Warhol, Marguerite Duras y Frédéric Mitterrand. Uno de sus mayores éxitos editoriales fue Tricks, incluye un prólogo de Roland Barthes y narra los encuentros sexuales de un gay en París, Milan, Nueva York, San Francisco y la Riviera francesa.
A fines de los 90, comenzó a escribir libros de viajes. El trabajo lo llevó al departamento de Hérault, cuya capital es Montpellier. Aunque Camus estaba familiarizado con las banlieues (suburbios franceses) de turbantes y chilabas, de subsaharianos y árabes, su experiencia en Hérault lo conmocionó: "Ibas a una fuente de seis o siete siglos ¡y allí estaban todas esas mujeres norteafricanas con velos!". Abominó de esas "intrusas permanentes".
Claramente, la afluencia demográfica ya no se limitaba a las banlieues de las regiones industriales de Francia; era omnipresente y estaba transformando el país entero. Camus se obsesionó con la disminución de la pureza étnica de Europa Occidental.
En los últimos años, el nombre de Camus se ha asociado menos con el erotismo que con un sintagma inquietante: el Gran Reemplazo, el título de su libro alarmista. Argumenta que los europeos "blancos nativos" están siendo colonizados por inmigrantes negros, marrones y amarillos, que están inundando el continente en lo que equivale a un presagio de extinción del mundo blanco. "El Gran Reemplazo es muy simple, —dice Camus—, tienes un pueblo, y en el espacio de una generación tienes un pueblo diferente". Otro pueblo que desprecia las iglesias románicas e ignora las delicadezas verbales y sintácticas de Montaigne y Proust, de los vinos de Borgoña y de la espiritualidad cristiana del santuario de la Virgen Negra de Rocamadour. No lo dice Camus, pero podemos pensar que lo piensa: el pueblo de sustitución es okupa y bárbaro.
Lo que sí dice Camus es que Occidente se enfrenta a diversos grados de "sustitución étnica y civilizatoria". Señala la creciente prevalencia del español en Estados Unidos como prueba. Su amigo Emmanuel Carrèrele ha reprochado públicamente, que "el argumento es incompatible con la justicia globalizada".
El filósofo Bernard-Henri Lévy, que ha encarnado durante mucho tiempo la opinión de élite de la izquierda francesa, ve en el Gran Reemplazo una "idea basura". "La conquista romana de la Galia fue una verdadera modificación de la población en Francia", dice. "Nunca hubo algo como un pueblo étnico francés". De hecho, McDonald’s, el teléfono inteligente, el feminismo, Starbucks, el movimiento LGBTI, la dominación global del inglés, Ryanair o la pérdida de centralidad de París en la vida cultural occidental han interrumpido lo que significa "ser francés". Por eso dicen los partidarios de la globalización que el problema con el identitarismo no es simplemente que sea nostálgico, es que se fija en la etnicidad excluyendo todo lo demás.
Caricatura de Houellebecq
Escrita en 2015 y ambientada en 2022, la novela de Michel Houellebecq Sumisión es una caricatura en la que un político musulmán, Mohamed Ben Abbes, dirigente de una ficticia Fraternidad Musulmana, llega a la presidencia de Francia e impone medidas —la poligamia, por ejemplo— que son sumisamente aceptadas por el conjunto de sociedad.
La victoria de Ben Abbes (apoyado en la segunda vuelta por los socialistas y el partido de Chirac) inaugura una brutal mutación y Francia se transforma en un Estado islámico. Las universidades pasan a ser islámicas, las mujeres pierden sus derechos y acuden a sus clases vestidas como si fueran apicultoras. El nuevo rector, un complaciente intelectual convertido al islam, permite que sus profesores tomen tres o cuatro esposas de entre las estudiantes.
¿Inverosímil? Desde luego, pero la intención de Houellebecq, como la de Kafka, es colocarnos de pronto frente a un sistema totalitario y absurdo, pero que apenas se distingue de países como Arabia Saudí. Como todas las suyas, pero mucho más que todas las suyas, la novela fue denigrada por quienes la vieron como una obra oportunista, gamberra y trapacera. Otros la ensalzaron como un valeroso acto de libertad equiparable a las caricaturas de Charlie Hebdo que, el 7 de enero de 2015, costaron al semanario de humor el asesinato de la mayor parte de sus redactores a manos de islamistas.
A Raspail, Camus y Houellebecq se les adelantó el filósofo austríaco Richard Coudenhove-Kalergi que, a comienzos del siglo XX, conjeturó una conspiración para borrar la raza blanca de la faz de la Tierra, un "genocidio" sobre la población europea mediante la inmigración masiva y la mezcla con otras razas.
Oriana y Eurabia
También la legendaria periodista italiana Oriana Fallaci contribuyó a que el conspiracionismo xenófobo pasara de unos años de marginalidad a volver a insertarse en el mainstream del panorama político. Es fácil excitar las pasiones de la gente, lo difícil es contenerlas.
Entre 2001 y 2004, Fallaci publicó una trilogía que comenzó con La rabia y el orgullo, continuó con La fuerza de la razón y terminó con Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. Eran libros contra el islam en los que descalificaba la religión musulmana y a sus fieles. Tras los atentados de Londres en 2005, ella misma explicitó el significado de su trilogía: "Hace ya cuatro años que hablo de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, de culto de la muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa, sino Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su ceguera, con su humillación ante el enemigo está cavando su propia tumba".
La rabia y el orgullo fue un best seller en Estados Unidos, pero no llegó a publicarse en países como Suecia porque su contenido xenófobo vulneraba la ley. Las invectivas contra "la comedia de la tolerancia, la mentira de la integración y la farsa del multiculturalismo" le costaron un juicio en Francia por racismo y xenofobia. Fue absuelta en Francia y condenada in absentia en Suiza.
Fallaci: en España, "donde muchos llevan el Corán en la sangre" estaban "los terroristas mejor adiestrados"
Alemania le parecía a Fallaci "una sucursal del Imperio Otomano". En Suecia se concedía "la ciudadanía a cualquiera que pueda susurrar Alá es grande". Citaba el Albaicín granadino como ejemplo de "feudo islámico" y aseguraba que en España, "donde muchos llevan aún el Corán en la sangre" por los siglos de dominio musulmán, se encontraban "los terroristas mejor adiestrados".
Dado que "los musulmanes no pueden entender la democracia" y que "se reproducen como ratas", auguraba Fallaci un inminente dominio de Europa y la supresión de las libertades. Culpaba de la calamidad a la izquierda política, la Iglesia católica, los pacifistas y a todos aquellos que intentan "dialogar con el enemigo y le conceden derecho de voto". La periodista salvaba a Silvio Berlusconi y seguía al pie de la letra la doctrina del choque de civilizaciones teorizada por Samuel Huntington.
La fuerza de la razón empezó a imprimirse el 12 de marzo de 2004, un día después de los atentados del 11-M, y su autora lo dedicó "a los muertos de Madrid". Hasta su fallecimiento, por cáncer, en Manhattan en 2006, Fallaci se definió como "cristiana atea" y su última voluntad fue tener exequias fúnebres laicas.
El genocidio blanco
La rabia y el orgullo vendió más de un millón de ejemplares en Italia. Las ventas de El desembarco superan los 500.000 ejemplares. Recibió elogios de prominentes figuras francesas y Steve Bannon, estratega jefe del presidente estadounidense Trump, lo mencionó a menudo. El Gran Reemplazo fue suspendido temporalmente por la distribuidora en línea Amazon. La cuenta se ha restablecido y las ventas van como un tiro, sobre todo entre los conspiranoicos del "genocidio blanco".
Una búsqueda de ese sintagma en YouTube arroja cerca de 276.000 videos. Esta teoría supremacista sostiene que la inmigración masiva, la integración racial, el mestizaje, las bajas tasas de fertilidad, la anticoncepción y el aborto se están promoviendo en países blancos para convertir deliberadamente a los blancos en una minoría y, por lo tanto, provocar su extinción a través de la asimilación cultural.
El pedigrí nazi salta a la vista. El marbete "genocidio blanco" apareció por primera vez en las publicaciones neonazis White Power y WAR en la década de 1970; ya en los 90, el neonazi David Lane desarrolló esta teoría conspirativa en su White Genocide Manifesto. El concepto se ha popularizado en Estados Unidos gracias al movimiento ultra alt-right (derecha alternativa). La manifestación Unite the Right de 2017 en Charlottesville, Virginia, hizo referencia al genocidio blanco mientras los manifestantes, que portaban antorchas, gritaban: "¡No nos reemplazarán!".
En su manifiesto 2083: Una Declaración de Independencia Europea, Anders Breivik, terrorista de extrema derecha y autor del asesinato de 77 personas en 2011 en Noruega, dedicó una sección entera al "genocidio" contra los afrikáners en Sudáfrica. Incluso Donald Trump, en agosto de 2018, respaldó la teoría en un tuit en el que instruía al secretario de Estado, Mike Pompeo, para que investigara los ataques a sudafricanos blancos.
En 2019, el supremacista Brenton Tarrant perpetró dos atentados en Nueva Zelanda en un par de mezquitas de la ciudad de Christchurch y mató a 49 personas. Antes de cometer los atentados publicó un manifiesto titulado El Gran Reemplazo en el que decía que su país estaba siendo invadido por los "no-blancos".
Cuando, el pasado 14 de mayo, Payton Gendron, de 18 años, mató a 10 personas en un supermercado en Buffalo, se reivindicó como "fascista y supremacista blanco". De las 13 personas tiroteadas, 11 eran negras. En un documento de 180 páginas escrito por él mencionaba el Gran Reemplazo.
Mantra de la ultraderecha
Según el historiador británico Paul Kennedy, el "genocidio blanco", ese improbable futurible, inquieta a muchos ciudadanos de las economías más prósperas. Esa inquietud no la ocultan en sus discursos ni el líder ultraderechista francés Éric Zemmour ni el primer ministro húngaro Victor Orbán, ni Santiago Abascal, que han hecho un mantra del Gran Reemplazo.
El 16 de mayo pasado, durante un acto en Almería de la Fundación Disenso, Abascal aseguró que "cada vez más españoles y más europeos se sienten extraños en sus barrios de toda la vida y cunde una sensación de desposesión, de pérdida de control de sus propias vidas".
Matteo Salvini, que fue ministro del Interior de Italia y líder del partido La Liga, dijo en un mitin que existía un "intento de genocidio contra las poblaciones que han estado viviendo en Italia durante los últimos siglos, que alguien querría suplantar por personas procedentes de otras partes del mundo". Como La Liga en Italia, el partido Fidesz en Hungría o el de Zemmour en Francia, el Gran Reemplazo es el espantajo de Vox, que denuncia "una agenda de sustitución poblacional".
En great-replacement.com, un sitio web mantenido de forma anónima, un texto declara: "De todas las diferentes razas en este planeta, sólo las europeas enfrentan la posibilidad de extinción en un futuro relativamente cercano". El sitio anuncia como misión "difundir la teoría del Gran Reemplazo".
Camus aseguró al New Yorker no tener "ninguna concepción genética de las razas. No uso la palabra 'superior'. Me sentiría igualmente triste si la cultura japonesa o africana desaparecieran". Aunque apoya la política antimigratoria de Marine Le Pen, niega ser miembro de la extrema derecha y afirma que es simplemente uno de los muchos votantes que "quieren que Francia siga siendo francesa".
Para este Montaigne antiglobalización, la inmigración es un aspecto del "nefasto proceso" que vuelve obsoleto todo, desde la cocina hasta los paisajes. "La esencia misma de la modernidad es el hecho de que todo, realmente todo, puede ser reemplazado por otra cosa, lo cual es absolutamente monstruoso".
Su punto de vista, que nunca fue exclusivo de la extrema derecha, lo transmitió sin rodeos Charles de Gaulle a su confidente Alain Peyrefitte en una carta de 1959: "Está muy bien que haya franceses amarillos, franceses negros, franceses morenos. Prueban que Francia está abierta a todas las razas y que tiene una misión universal. Pero es bueno con la condición de que sigan siendo una pequeña minoría. De lo contrario, Francia ya no sería Francia. Somos, después de todo, principalmente un pueblo europeo de raza blanca, cultura griega y latina, y religión cristiana".
De Gaulle preguntaba después: "¿Cree que Francia puede absorber 10 millones de musulmanes, que mañana serán 20 y pasado 40 millones? Si esto sucediera, ¡mi pueblo ya no se llamaría Colombey-les-Deux-Églises, sino Colombey-les-Deux-Mosquées!".
De Gaulle: "Está bien que haya franceses amarillos, negros (...) pero con la condición de que sigan siendo minoría"
El infame discurso Ríos de sangre, de 1969, del parlamentario conservador británico Enoch Powell alegó que la inmigración había causado una "transformación total que no tiene paralelo en mil años de historia inglesa". Powell criticó airadamente la inmigración masiva y abogó por la repatriación forzosa. "Su brújula moral nos encaminó en la dirección correcta. Nunca habrá otro Enoch", proclamó Margaret Thatcher.
El nacionalismo blanco se puede encontrar tanto en la derecha como en la izquierda. El partido alemán Die Linke (La Izquierda) promueve el control de fronteras y políticas de ley y orden. "Fronteras abiertas en Europa se traduce en una mayor competición por trabajos mal pagados", sostiene el documento de Die Linke, que lleva por título Tierra justa. La perplejidad de la izquierda menos globalista se expresa en conciliar dos afirmaciones sólo aparentemente contradictorias: nadie puede mantener su dignidad humana a costa de consentir el racismo; al mismo tiempo, cualquier persona —y cualquier nación— tiene el derecho de preservar sus diferencias y su identidad en nombre de su futuro y de su pasado.
Hermético y erudito, el aristócrata Alain de Benoist, autor de más de cien libros y vaca sagrada de la Nouvelle Droite (Nueva Derecha), dice que "el destino de los pueblos del Tercer Mundo no puede ser establecerse en Occidente". Pero reveló que, en las elecciones presidenciales de Francia no votó por Marine Le Pen sino por el candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, quien comparte su desprecio por el capitalismo global.
La desconfianza en el multiculturalismo y el interés en preservar la "pureza" europea se denomina "identitarismo", que elude la cuestión de la superioridad racial y se apropia del lenguaje de la diversidad de la izquierda y su crítica de la asimilación forzada para reclamar para los blancos el derecho a la diferencia. Pero Camus evita esa etiqueta y se niega a jugar a la política de identidad: "¿Cree que Luis XIV o La Fontaine o Racine o Châteaubriand dirían 'soy identitario'? No, sólo eran franceses. Y yo sólo soy francés", dijo al New Yorker.
No hay un gran reemplazo
Nadie quiere que invadan su país, ni a las bravas ni poco a poco, pero la obsesión por una inexistente invasión es pura paranoia, una exudación neurótica del miedo sin causa. Camus sostiene que el Gran Reemplazo no es una teoría, sino "un fenómeno como la Gran Depresión, la Revolución Francesa o la Gran Guerra". Sin embargo, las pretensiones científicas de este y otros autores se vienen abajo cuando se descubre que sus teorías se formulan a partir de la malversación de datos demográficos, de sofismas y paranoia. Según sus críticos, Camus resultaría respetable si su apocalipsis estuviera enraizado en la realidad y no en el delirio.
En un reciente debate en la radio, Camus recibió una buena tunda de Hervé le Bras, director emérito del Institut National d'Études Démographiques, que dijo que las proclamas sobre la sustitución étnica se basaban en estadísticas exageradamente infladas sobre el número de extranjeros que ingresaban a Francia. Tras la zurra, Camus quiso ganar el debate desde la zona de confort de su casa y respondió en Twitter: "¿Desde cuándo, en la historia, un pueblo necesita 'ciencia' para decidir si es invadido y ocupado o no?".
Le Bras, demógrafo e historiador, ha publicado un libro en el que, con gran aparataje de datos, análisis y proyecciones, se carga la teoría de Camus y lo proclama desde el título del libro: No hay un gran reemplazo. Sostiene el autor que durante más de un siglo la extrema derecha ha estado suscitando el miedo a la invasión. "Este pánico ha tomado ahora la forma de una "teoría del Gran Reemplazo", que se ha convertido en el eslogan, el grito de guerra, para ultraderechistas y asustadizos".
Le Bras demuestra que de "teoría", casi no hay, ni tampoco de Gran Reemplazo. De hecho, sólo una cuarta parte de la población francesa es de origen inmigrante, un porcentaje que se ha mantenido estable durante cuatro décadas. Según el informe de la ONU Migración de reemplazo, entre 2025 y 2050 serían necesarios más de dos millones de inmigrantes al año en Francia para mantener la población activa al nivel actual y evitar el envejecimiento de su sociedad.
Pero, aunque falsa y pintoresca, la teoría de Camus es una fábula eficaz porque trabaja sobre el miedo. Esta ensalada ideológica sirve de justificación a preocupantes amenazas: repatriación, amordazamiento de los medios de comunicación, prohibición de nombres de pila no católicos, abolición de organismos intermedios acusados de alentar el "reemplazo". Le Bras muestra punto por punto, tema por tema, que todo eso constituye una mentira peligrosa, que oculta y tergiversa los problemas a veces graves que plantea la inmigración a expensas de respuestas serias. Además, la teoría ha inspirado atentados contra minorías religiosas y étnicas. Camus se declara horrorizado por los atentados, pero acusa a Le Bras de "negacionismo genocida" porque el Gran Reemplazo "es el crimen contra la humanidad del siglo XXI".
Camus puede desempeñar el papel de reaccionario "respetable" porque su oposición al globalismo multicultural es razonablemente caballerosa, principalmente estética, incluso educada, muy lejos de la brutalidad manifiesta de los skinheads y los nacionalistas blancos tatuados que podrían poner en acción las ideas xenófobas contenidas en el Gran Remplazo.
Federación "eurosiberiana"
Uno de los fundadores de la Nouvelle Droite, Guillaume Faye, periodista y doctor en Ciencias Políticas, se separó del grupo y comenzó a publicar libros explícitamente racistas. En un ensayo de 1998, Arqueofuturismo, argumentó: "Los pueblos europeos están bajo amenaza y deben organizarse para su autodefensa". Los pensadores como Faye no sólo admiran a Putin como emblema de la masculinidad blanca orgullosamente heterosexual sino que han fantaseado también con que el poderío militar ruso ayudaría a crear una federación "eurosiberiana" de etnoestados blancos.
"La única esperanza de salvación en esta era oscura —dice Faye— es un espacio continental protegido y egocéntrico" que sea capaz de "frenar el ascenso del Islam y la colonización demográfica de África y Asia".
Lo malo de la paranoia es que al paranoico lo sigan de verdad, o lo persigan. Los nacionalistas xenófobos blancos tienen detractores que esgrimen datos y cifras frente a sus fantasías lúgubres. Ese delirio y el miedo son sus martillos y cuando uno tiene un martillo todos los problemas le parecen clavos. De los xenófobos puede decirse lo que decía Cocteau de los generales: "un general no se rinde jamás, ni siquiera a la evidencia".
A juzgar por la foto de contraportada de la primera edición de El desembarco, cuando Raspail terminó la novela estaba irreconocible: un rostro agotado que aparentaba diez años más de los que tenía, y cuya mirada era la de alguien al que han atormentado demasiadas visiones. Son las mismas que incuban el pánico y la paranoia de los millones de nacionalistas blancos y de fascistas de todo el mundo que han dado a Camus una enorme autoridad.
Una bandera tricolor flamea sobre la gastada piedra de su château en Plieux. Ya dijo Ganivet que "puesta la bandera, la consecuencia será el desfile". Tal vez, este Montaigne de Gascuña, debería considerar una opinión del auténtico Montaigne: "Faltan leyes contra los escritores inútiles como hay leyes contra vagos y maleantes".