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Conocimos al ganadero José Manuel Domínguez López hace 15 años en el pueblo de Cazalla de la Sierra, en el Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla. Era un momento desesperado. En España, las ovejas morían a miles por la fiebre catarral ovina, o enfermedad de la lengua azul, llamada así por su edema inequívoco. El brote de esta zootipia, una epidemia animal, lo causó un virus transmitido por el mosquito culicoides imicola. Las imágenes de las grúas cargando racimos inmensos de ovejas y borregos muertos eran dantescas.
Recuerda José Manuel, hoy con 68 años, que aquel desastre de 2007 se encadenó a continuación con la crisis económica (2008-2015), las sequías, los costes altos de producción y los precios bajos de venta, las deudas bancarias.
Hace entre diez y quince años −no recuerda la fecha exacta, pero sí que "era primavera y estaba todo verde, como ahora"−, el cansancio y la desesperanza lo desbordaron e intentó quitarse de en medio ahorcándose de una encina. Hemos quedado en ir juntos al sitio para que nos cuente allí mismo qué pasó y qué ha ocurrido desde entonces.
José Manuel Domínguez alerta de que, 15 años después de la lengua azul, los ganaderos, sobre todo los pequeños y medianos como él, están de nuevo con la soga al cuello y "desesperados con los precios". Teme que haya algunos que no solo abandonen sus animales y sus explotaciones, sino que se suiciden o lo intenten. O que se mueran en vida, sin ganas de seguir trabajando. Explica que, junto a la sequía, un factor determinante de la crítica situación actual es que el pienso para el ganado (en su caso, ovejas y cerdos ibéricos) ha doblado con creces su precio desde el inicio hace tres meses de la guerra en Ucrania: "Un saco de 40 kilos de pienso valía antes diez euros. Ahora está en 21 o 22".
Ucrania, el granero de Europa, es uno de los principales exportadores de las materias primas para hacer piensos animales (trigo, cebada, maíz, soja, semillas de girasol, entre otros), pero su producción y exportación se ha detenido por la invasión y el bloqueo de Rusia a sus puertos, provocando una subida mundial de los precios y una gran especulación. "Esto es insoportable. No sé cuántas explotaciones van a aguantar, sobre todo entre las pequeñas. Un montón va a la quiebra", razona este hombre conocido en el mundo ganadero y agrícola por sus décadas de activismo.
Los piensos se vuelven más importantes para la ganadería extensiva justo ahora, al empezar la larga estación seca del verano. En pocos días, avisa este sabio ganadero, el lujurioso verde de mayo que inunda Sierra Morena se habrá secado con las altas temperaturas y el ganado dependerá aún más para sobrevivir de este alimento añadido.
Con sequía, no solo hay menos pastos naturales, sino que también baja la producción de cereal: en España las organizaciones agrarias prevén que esta campaña baje la cosecha de los distintos cereales más de un 30% por la falta de lluvia. Esta disminución de la cosecha española agrava aún más la falta de materia prima para piensos en el mercado por la guerra de Ucrania y añade otro empujón al alza de los precios.
Putin tiene la llave del granero mundial
La guerra de Ucrania está creando una situación de emergencia mundial de carestía de alimentos, como alertó el ex presidente del Banco Central Europeo y actual primer ministro italiano, Mario Draghi, tras hablar la semana pasada con el presidente ruso, Vladímir Putin. Draghi le pidió a Putin que desbloquee el puerto ucraniano de Odesa, en el mar Negro, para permitir la exportación de los cereales y semillas oleaginosas de Ucrania (noveno productor mundial de trigo, primero de girasol, sexto de maíz) y evitar que muchos países deficitarios pasen hambre, especialmente en África.
Putin, que tiene la llave del granero, ha respondido que para levantar el bloqueo marítimo y para que Rusia exporte su propio trigo (es el mayor exportador de cereales del mundo), Occidente tiene que levantarle las sanciones. El presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz, volvieron a hablar con el ruso este sábado para buscar un acuerdo sobre estos productos esenciales, empezando por que Rusia desbloquee Odesa. Debido a la guerra, la tonelada de trigo en el mercado internacional ha pasado de costar 280 euros en febrero a 420 euros en mayo.
Los cerdos ibéricos que viven sueltos en parcelas en el campo, como los de José Manuel, comen bellotas en la época de la montanera, de octubre a enero o febrero, cuando las encinas y alcornoques dan su fruto. Pero luego hay que darles pienso. Y a las ovejas que han parido hay que aportarles un kilo de pienso diario para que se alimenten y generen la leche con la que crían a sus corderos.
Tardan 62 días en que un cordero recién nacido crezca hasta 23 kilos, cuando lo venden por 70 euros
Echa cuentas: un cordero tarda unos 62 o 63 días, desde que nace, en crecer hasta alcanzar los 23 kilos aproximadamente. Entonces vende cada borrego a unos 70 euros, 80 euros en el mejor caso. Con el saco de pienso de 40 kilos a 22 euros, deben invertir algo más de 30 euros en pienso por oveja paridera para sacar adelante a su borrego. Añadiéndole los otros gastos, y el tiempo empleado, el beneficio se reduce al mínimo o empiezan a trabajar a pérdidas.
El precio del pienso se ha doblado, pero a los ganaderos no les pagan más por su producción. El mercado les acaba ahogando a ellos, apretándoles el nudo de la soga. "Mil ovejas tenía, y tengo cien ahora", dice José Manuel Domínguez sobre su menguante ganado. Cría además cien cochinos. A los animales los tiene en 70 hectáreas de dehesa de su propiedad, en dos fincas.
Movilización
Para defenderse, los pequeños y medianos propietarios de ganadería extensiva en dehesa se están uniendo y movilizando para reclamar no sólo ayudas a las administraciones, sino la complicidad activa de los consumidores, que son quienes tienen la llave de su salvación. Si el público valora la calidad diferenciada de su carne, su leche, sus quesos, y paga más, podrán seguir viviendo de esta actividad sostenible y antiquísima, y mantener y repoblar sus pueblos.
No lo dice solo él, lo afirman también otros ganaderos de Cazalla de la Sierra pertenecientes a la asociación Somos Sierra Norte de Sevilla, que se han sumado al encuentro con EL ESPAÑOL | Porfolio en esta tarde de mayo para hablar de los problemas de la ganadería y de sus oportunidades.
Quince años después de la lengua azul, nos reencontramos también con Fernando Pérez Cabeza, que hoy tiene 59 años. Ya no tiene cochinos y cría 225 ovejas. "Me gusta mucho el ganado, pero lo que me retiene es intentar llegar a la jubilación. No se le ve la punta a nada. El campo mata mucho", se sincera Fernando sobre los esfuerzos que acumulan su mente y su espalda.
"Hay cosas que tienen precios de cuando Franco: la lana antes era un ingreso, ahora es para regalarla, o un gasto. Son todo costos, costos, costos. Llevamos años de crisis en crisis y de sofoco en sofoco, estamos quemados. Las cuentas no salen. Ahí están las facturas. Estamos trabajando a pérdidas", denuncia Fernando Pérez. Saca el móvil y enseña una factura de su compra de piensos, para que veamos que no exagera. En febrero, antes del estallido de la guerra, gastó 2.323,13 euros en 5.640 kilos de diversos tipos de alimento para sus ovejas.
"Llevamos años de crisis en crisis. Las cuentas no salen. Estamos trabajando a pérdidas", denuncia Fernando Pérez
A Rafael Montaño Carrascal también lo vimos hace tres lustros batallando contra el brote de la lengua azul; ahora, camino de los 74 años, lleva ya una década jubilado, desde que le dio un infarto, dice. Él era ganadero, pero como peón de otros, no propietario. Trescientas ovejas cuidaba. Empezó a trabajar a los 9 años. "A las cinco de la mañana me levantaba a traer leche de las vacas para venderla en el pueblo". ¿Nunca tuvo ganado propio? "Nunca, siempre a sueldo. No tenía perras, yo no tenía tierras...", contesta quien estuvo en la base de la pirámide laboral. Tiene dos hijos y una hija, y ninguno se dedica al campo. Rafael no les ha animado a ello. "El campo no tiene horas. Tiene mucho trabajo, mucha fatiga...".
El relevo
Sin embargo, esa fatiga no ha desanimado en absoluto a Beatriz Domínguez Fernández, la hija menor de José Manuel, que cumplirá 24 años en julio (su hermana mayor ha estudiado para educadora deportiva). Cuenta la joven que estudió en Córdoba un grado medio de formación profesional en Ganadería y Asistencia en Sanidad Animal, y que pensó estudiar luego Veterinaria, pero ha preferido ponerse a trabajar en el campo, relevando a su padre con los cerdos y las ovejas.
A Beatriz le gustan la autonomía de ser su propia jefa y la seguridad de saber que, en caso de crisis total, ella al menos tendrá qué comer, más que la gente de la ciudad. Se ha hecho ganadera (ha echado ya la solicitud de una ayuda europea de comienzo de actividad) a pesar de las advertencias de sus mayores: "Mis padres y Fernando me decían: '¡Chiquilla, que no, chiquilla, que no!'. He estado ocho años en la hostelería, trabajando de camarera. Les dije: 'Lo siento, pero yo me voy al campo, que es lo que quiero'". Sobre los costes, critica: "Nos suben el precio del pienso, pero nos siguen pagando el mismo precio por el borrego".
Beatriz, 23 años, les dijo a sus padres tras 8 años de camarera: "Me voy al campo, es lo que quiero"
Que la ganadería extensiva tiene presente −y futuro−, si no lo malogran las dificultades, lo demuestra el caso de Beatriz, relevo generacional de su padre, y también los de otras dos mujeres ganaderas que cambiaron su rumbo profesional por la cría de animales para consumo humano. Nieves Baquero Santos, de 50 años, sustituyó hace nueve el mundo de la danza por el de la ganadería de vacas, ovejas y cerdos ibéricos pata negra tras heredar una finca de su madre. Y Marta Cornello Pérez-Calderón, de 41, en el dilema entre seguir siendo maestra de escuela o continuar la tradición ganadera de su familia, optó hace dos años por lo segundo. Hoy cría 220 ovejas merinas puras y 85 cerdos ibéricos que vende a la denominación de origen de Jabugo.
"Estoy muy contenta, pero he llegado en la peor fecha del universo, con el covid y la crisis; si llegan tiempos mejores, no me lo voy a creer", dice con buen humor Marta Cornello, que es la presidenta de Somos Sierra Norte de Sevilla y también pertenece, junto a Nieves, a la asociación nacional Ganaderas en Red.
Marta y Nieves, como los demás, coinciden en la necesidad de hacer más sencillos los trámites para la solicitud de ayudas, para no perder energías con la "burocracia", y de que cale en el consumidor la conciencia de que la carne de la ganadería extensiva es mejor y merece la pena pagar por ella. A los políticos y técnicos los animan a venir a conocerlos al campo antes de diseñar sus medidas.
Piden etiquetar la carne de ganadería extensiva para que el consumidor la reconozca y compre al precio justo
"La base de todos los problemas es que no podemos competir con la industria intensiva", la de las llamadas macrogranjas, apunta la presidenta del colectivo. Una solución, señala, es etiquetar mejor la carne de la ganadería extensiva para que el consumidor pueda reconocerla, buscarla y comprarla, al precio justo que cuesta producirla.
Para ello, apunta Nieves Baquero, están movilizándose ante los ministerios de Agricultura, Consumo y Transición Ecológica. "A 22 euros el saco de pienso, es insostenible. Algo tiene que pasar, algo tienen que hacer. Hay gente que ya ha quitado ganado", advierte a su lado Marta Cornello. "Las ayudas son importantes ahora mismo; a lo mejor en el futuro, si se valorase, no nos harían falta", agrega. "Hay que diferenciarse por calidad, no por cantidad. La ganadería extensiva tiene que ir así".
José Manuel Domínguez, el anfitrión, interviene: "Es para darle una medalla de oro a cada una", dice sobre la valentía de las ganaderas Beatriz, Nieves y Marta, que se meten en el sector en lugar de huir de él.
La encina
En su todoterreno y en la pequeña furgoneta de Fernando vamos a continuación a la parcela donde José Manuel va a enseñarnos el lugar donde pudo perder la vida. Recorremos un carril a través de un paisaje idílico de encinas, alcornoques y plantas y flores relucientes, a la caída de la tarde. En el camino, paramos para que su hija Beatriz se cargue a los hombros un saco de 40 kilos de pienso (que ella suele rellenar con más cantidad, hasta los 50 kilos) y eche su contenido a su piara de cerdos ibéricos, que comieron bellotas hasta el final del invierno. Vienen corriendo al escuchar el motor.
Repite la operación con otra piara; aquí, vemos a padre e hija en acción, cuando el primero se da cuenta de que una cerda tiene una infección en una herida del hocico producida por la argolla, y la sujetan entre los dos con fuerza para curarla y desinfectarla. La escena de lucha y los chillidos del animal impresionan, pero no es un caso de maltrato animal sino lo contrario, de cuidado para salvarle la vida, aclaran con temor a que alguien los malinterprete.
Esta incidencia es una solo de las miles que llenan la vida del ganadero todo el día y que el público no ve, explica el veterano autónomo. José Manuel Domínguez se acogió a la modalidad de 'jubilación activa', por la que cobra poco más de 350 euros al mes de pensión, de los que él abona 138 euros al mes a la Seguridad Social para seguir cotizando.
"Me cogió un tiempo muy malo, como ahora, con subida de piensos, sin llover; 14 o 15 millones de pesetas perdí..."
En la tercera parada, José Manuel nos conduce por un camino hasta el pie de una gran encina. En aquel entonces, tras la catástrofe de la lengua azul, había comprado 50 hectáreas de tierra. "Veía que se las llevaba el banco. Me cogió un tiempo muy malo, como ahora, con subida de piensos, sin llover; catorce o quince millones de pesetas con los cochinos perdí... Me dio fuertísimo. Tuve depresiones grandísimas. Mi mujer no lo sabía, no se lo dije", recuerda.
Se planta debajo de la encina. Señala la gruesa rama que eligió el día en que se vino a este rincón de su parcela para acabar con todo en medio del silencio. "Cogí la cuerda, la eché por encima de la rama, me la até al cuello y me subí a un bidón que puse aquí. Cuando le di la patada, el bidón se tambaleó, pero no cayó. Yo me quedé frío, helado, como si me metieran en un congelador. Y reaccioné. Me quité la soga y estuve dos horas llorando como un niño. A la soga le metí fuego con papeles de periódico".
"Si llega a caer el bidón, no estaría hablando contigo, porque yo estaba decidido a hacerlo, me habría ahorcado", cuenta. "Qué absurdo, hasta dónde llega la mente humana para acabar en un callejón sin salida, en la oscuridad, y perder el mundo de vista. Hubo un segundo de luz que me dio esa suerte de poder contarlo. Eso es muy duro. Hay que vivir la vida hasta el último suspiro". Y menciona antiguos y recientes casos de suicidios en el pueblo.
Por eso, dice feliz, señalando su tronco y su copa: "Esa es la encina más maravillosa que tengo. Intenté quitarme la vida en ella, y me la salvó". El árbol del ahorcado se convirtió para él en "el árbol de la vida".
Salvar de la soga a otros
El azar de que no cayera el bidón que lo separaba del ahorcamiento frustró su suicidio. Desde entonces, levantó el vuelo, saldó sus deudas y ha logrado ver en su hija Beatriz una continuación para su conocimiento rural, transmitido de generación en generación desde hace siglos.
José Manuel Domínguez se dedica a ayudar a otros a quienes detecta en grave peligro de suicidarse. Varios vecinos le han dado ya las gracias por salvarles la vida. "Yo estuve allí, y de allí se sale. En el último segundo, me volví, en un soplo", dice. A un vecino ganadero que vio hundido, le dijo: "Tú estás con la soga al cuello". Había reconocido su desesperación, y lo ayudó a recuperarse, yendo a verlo continuamente.
Da su testimonio "para que nadie dé ese paso. Todo tiene solución". Hasta esta tarde, no le había contado a su hija cómo y dónde ocurrió ese intento de suicidio que hace años le confesó, entonces sin detalles, a ella y a su hermana.
Al anochecer, tras despedirnos de sus compañeros ganaderos, José Manuel y Beatriz van a otra parcela, a darle de comer el costoso pienso a sus ovejas y asistir a dos de ellas que acaban de parir. Se ve muy compenetrados a padre e hija.
El 11 de abril de 2019, al cumplir los 65 años, empezó a escribir poesía, de las que ya ha publicado más de 700 en su perfil de Facebook. Este hombre que apenas fue dos años al colegio es, sin embargo, un sabio popular. Aprendió con un libro de veterinaria a inseminar vacas artificialmente y fue atesorando con su experiencia diaria un saber gigantesco sobre los animales y el campo, que no quiere que se pierda. En uno de esos poemas recuerda el día en que volvió a nacer:
JUGADOR
Soy jugador de la vida,
un día jugué con la muerte,
fue dura la partida
y al jugarla tuve suerte
y me quedé con la vida
rechazando la muerte.
Me sentí solo, solo,
triste y agobiado,
trabajando y arruinado
por personas rechazado,
recordando mi pasado
con la soga en mi mano
deseando ser colgado.
Yo quise cerrar una herida,
y en una fuerte batida
fui el jugador con suerte,
una suerte desmedida,
y yo vencí a la muerte
quedándome con la vida.