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A pesar de haber sido acusada de estar detrás del asesinato del opositor Benigno Aquino, de afrontar casi 400 procesos judiciales por el brutal saqueo del país y de haber sido declarada culpable de corrupción y sentenciada a 12 años de prisión, esta María Antonieta del trópico, Imelda Marcos, se ve a sí misma como "la madre de Filipinas y del mundo".
En realidad es una Lady Macbeth, una hacedora de reyes con peinado colmena y diamantes que fueron antes el pan que le negó a su pueblo. Gobernó con su marido entre 1965 y 1986, inspiró una dictadura sanguinaria y cleptócrata y cuando cayó se propuso con la férrea voluntad de una Scarlett O'Hara que su hijo, Ferdinand Jr., Bongbong, recuperara el poder del Ferdinand senior. Y así ha sido.
Cabalgando a lomos de la amnesia histórica, Bongbong (64 años), ya había sido gobernador, congresista y senador. El mes pasado se convirtió en presidente con una mayoría aplastante. El hijo de la pareja que saqueó el país, encarceló, torturó y asesinó a miles de disidentes es ahora una promesa pavorosa para los próximos seis años.
La bulimia del 'shopping'
Más que el bienestar de su país, Imelda buscaba satisfacer su codicia. Lo consiguió con las armas de su inteligencia sinuosa y de su belleza inapelable. Cuando a esta mujer obstinada, sagaz y ambiciosa se le pone algo en el moño, consigue cualquier cosa que se proponga. Seduciría a un rey, a un emperador, derrumbaría un imperio.
Así encandiló a Gadafi, Richard Nixon, Leonid Brézhnev, Kim Il-sung, Saddam Hussein, Ronald Reagan, Mao Tse Tung y al actor George Hamilton. No se tomaba la molestia de preparar sus entrevistas con ellos, le bastaba con sus ojos.
Filipinas es un país muy pobre. Según Oxfam Intermón, buena parte de la población vive en condiciones de extrema necesidad, pero ella, autonombrada "madre de todos los filipinos", derrochaba los pesos filipinos de las arcas del Estado en joyas, cuadros, apartamentos de lujo en Nueva York y, desde luego, en zapatos.
En 2016, cuando tenía 85 años y hacía campaña para que su hijo Bongbong lograra la Vicepresidencia del país, la cineasta estadounidense Lauren Greenfield filmó el documental The Kingmaker (Imelda Marcos. El poder en la sombra). Cuenta la exprimera dama que se sentía como la nueva Jaqueline Kennedy, aunque es más justo asociarla con Eva Perón, la cara populista de un régimen filofascista.
Greenfield muestra la cara más excéntrica, manirrota y despótica de una mujer empeñada en parecer una vistosa mariposa que no oculta —sino al contrario, subraya— una naturaleza tan depredadora y caprichosa como para ordenar al piloto de su avión privado dar la vuelta cuando se dio cuenta de que no había queso a bordo.
Según anotaciones manuscritas de su secretaria, en un viaje a Nueva York compró una vajilla de plata de 43.000 dólares, una selección de joyería antigua por valor de 234.000, un collar de diamantes y rubíes de Van Cleef, en la Quinta Avenida, por 100.000, casi millón y medio de dólares en joyas de Bulgari y 10.340 dólares en sábanas de la lujosa tienda italiana Pratesi en Madison Avenue. No faltó en esa orgía de despilfarro la adquisición de una presunta obra de Miguel Ángel por la que pagó 3,5 millones de dólares. Y son precios de hace 40 años cuyo poder de compra habría que multiplicar por tres.
Cuando su hijo Bongbong estudiaba en Estados Unidos, le asignó 30.000 dólares mensuales (en poder de compra actual) y le compró dos suntuosas casas en Nueva Jersey, una para él y otra para su séquito.
Hospedada en las Torres Waldorf, según la revista People, "daba una propina de 100 dólares a los botones y mantenía un pedido permanente de 1.000 dólares en flores frescas todos los días". La periodista Cindy Adams contó en el New York Post que construyó en la isla de Leyte un teatro abierto por tres lados y la víspera de su inauguración llegó un huracán. "Entramos en pánico, Imelda ordenó a la fuerza aérea sembrar las nubes. Lo que eso significaba, no lo entendía. Sólo sé que el huracán se alejó 50 millas y no volvió hasta dos días después".
Para la boda de su hija Irene, que se celebró en 1983 en Sarrat, el pueblo natal de Marcos en la isla de Luzón, contrató a 3.500 operarios para arreglar la iglesia de Santa Mónica. Se gastó 30 millones de dólares, sin contar las flores traídas de Hawái. Y otro tanto en reformar el hotel en el que se alojaron algunos de los 5.000 invitados. Además, inauguró un nuevo aeropuerto, con pistas ampliadas para acoger los reactores de los invitados extranjeros.
Las fieras primero
Cuando la prensa sugiere que Imelda se pasó varios pueblos, la exprimera dama responde con aparente ingenuidad y desvergonzado cinismo: "Yo era la madre de un país pobre al que llevaba lo mejor de cada país que visitaba. Y lo hacía porque quería a mi pueblo, porque ellos no podían viajar. Así que cuando volvía a casa trataba de llevarles el mundo conmigo".
Lo que les llevó a los pobres campesinos de la isla filipina de Calauit no les hizo gracia. Allí, en 1976, el Gobierno evacuó a las 254 familias que vivían en la isla y su lugar lo ocuparon animales importados de Kenia. Puede que el país que gobernaba a pachas con su marido se estuviera hundiendo, pero Imelda iba a tener su zoo. Poco importaba que los precios y el paro se dispararan, que el hambre hiciera estragos y muchos hicieran cola por un cuenco de arroz.
Las bestias tenían que estar libres y, en el delirio zoológico de esta mujer excesiva, los isleños de Calauit no eran más que un estorbo. "Nos echaron", recuerda una anciana ante la cámara de Greenfield. Imelda tiene excelentes explicaciones: "Mis proyectos debían ser bonitos. Siempre me acusan de ser excesiva, pero es el estilo de una madrina". En Calauit todavía hoy viven cebras y jirafas que los Marcos nunca visitaron. Sólo un joven Bongbong, cuando volvía del internado, se liaba a tiros en la isla.
El golpe
Más inteligente que su marido, y aún más ambiciosa, Imelda fue mucho más que una primera dama. Su ostentosa mano movía los hilos del títere. Según el documental de Greenfield, chantajeaba a Marcos con la grabación de sus efusiones con la actriz estadounidense Dovie Beams, su amante entre 1968 y 1970. Imelda había escondido una grabadora bajo la cama donde su marido consumaba el adulterio.
El historiador estadounidense Sterling Seagrave, autor de The Marcos Dynasty, recuerda que esas cintas fueron de dominio público. Los universitarios de Manila "se apoderaron de la emisora del campus y transmitieron una cinta en bucle; pronto toda la nación escuchaba atónita al presidente rogándole sexo oral a Dovie Beams. Durante más de una semana, los desconsolados ruegos del presidente resonaron en los altavoces universitarios".
Admiradora de Franco, Imelda fue la muñidora del golpe a la democracia. En septiembre de 1972, Marcos declaró la ley marcial so pretexto de la violencia que, instigada por comunistas e islamistas, asolaba al país. Cuando ya no podía ser elegido para un tercer mandato, en un autogolpe de Estado suspendió la Constitución, disolvió el Congreso y designó a los miembros del nuevo Parlamento, el Batasang Pambansa.
Los nuevos engendros llamados "Ministerio de Asentamientos Humanos" y "Embajada Extraordinaria y Plenipotenciaria" quedaron en manos de Imelda, nombrada gobernadora de Manila y miembro del Comité Ejecutivo de la Nación, encargado de asumir el poder en caso de muerte del presidente. Con todos los resortes en sus manos, la pareja detentaba el poder absoluto. Y se corrompió absolutamente.
El expolio
Las Fuerzas Armadas y la Policía cuadruplicaron sus efectivos y se convirtieron en el escudo de una "dictadura conyugal": 70.000 opositores fueron encarcelados, 35.000 torturados y 3.200 asesinados. Para Imelda, sin embargo, esos años dieron "derechos y libertad" a Filipinas. En su memoria de nonagenaria han quedado como "los mejores" de su mandato.
Desde luego, lo fueron para su familia. Los Marcos saquearon las arcas del país, recortaron inversiones en infraestructuras y servicios, malversaron fondos de ayuda internacional y mantuvieron cientos de cuentas bancarias en Suiza. Los 10.000 millones de dólares que pillaron llegaron a formar parte del Libro Guinness de los Récords como la mayor rapiña en nueve años.
La mariposa monarca Imelda Marcos voló por el mundo como embajadora plenipotenciaria. En su última gira por Estados Unidos agasajó a los barandas del Partido Republicano, incluido el expresidente Nixon para quien organizó una elegante velada en la suite de su hotel.
Imelda frecuentaba a la socialité Doris Duke, heredera de la tabacalera American Tobacco y la tercera de las exmujeres múltiples del playboy Porfirio Rubirosa. En su casa de 30 habitaciones en Manhattan, su mansión frente al mar en Long Island o cualquiera de sus docenas de propiedades de lujo, Imelda se perdía en un torbellino de cocktail-parties en los que mujeres-cisne y hombres-pingüino petaban los vestíbulos del Plaza, el St. Regis y el viejo Ritz-Carlton, donde el All Manhattan libaba martinis y despellejaba a los ausentes mientras, entre bouquets de lirios cala, devoraba ensalada de langosta.
La pseudo emperatriz de Filipinas, la María Antonieta del trópico, se desquitaba de su infancia miserable y descubría que "vivir bien es la mejor venganza". Sobre todo cuando asaltaba las joyerías de lujo de Cartier, Van Cleef y Arpels como otros iban a las tiendas de a diez centavos Woolworth.
Su padre, un abogado, derrochó el patrimonio familiar e Imelda Remedios Visitación Romuáldez terminó viviendo en la pobreza con su madre. Sufrió hambre y penurias, según Carmen Pedrosa, autora de The Untold Story of Imelda Marcos (La historia no contada de Imelda Marcos). El libro fue prohibido y su autora desterrada de Filipinas. La niña Imelda incluso vivió un tiempo en un garaje y fue maltratada por un padre cruel. Separada de su marido, la madre murió de neumonía en 1938 y la niña vivió con su padre hasta que tuvo edad para mudarse a la capital, donde fue elegida Miss Manila.
Conoció a un joven diputado llamado Ferdinand Marcos, que era hijo de un cacique corrupto de Ilocos. Según un relato inventado por el propio Marcos, tras el bombardeo de Pearl Harbor, fue reclutado, resultó herido en varias ocasiones, fue condecorado con 30 medallas y acabó con una división japonesa al mando de unos cuantos hombres. Muchos años después, cuando el dictador ya estaba a punto de caer, el New York Times publicó que sus hazañas eran falsas. Marcos ni tenía 30 condecoraciones ni había sido un héroe de guerra.
En 1954, tras 11 días de noviazgo vertiginoso, en el que Ferdinand enviaba diamantes a Imelda todos los días, Marcos se casó con Imelda. "Ojalá me hubiera cortejado por más tiempo", bromeó ella.
Inductora de asesinato
Antes de casarse, Imelda había tonteado con el hijo de unos ricos hacendados, Benigno Ninoy Aquino, que acabaría siendo senador y el principal rival político de Marcos. Exiliado en Boston, Imelda viajó ex profeso a Estados Unidos para reunirse con él. La reunión ultrasecreta entre la esposa del presidente filipino y su adversario más peligroso duró cuatro horas y media.
Se ufanó ante Ninoy de ser íntima de Nixon y de Reagan. El mensaje era claro: con esos amigos, los Marcos no tenían que preocuparse por personas como Ninoy. Pero lo que le preocupaba era que los opositores pudieran hacer daño a su hijo Bongbong, que estudiaba en Nueva York. Imelda recordó a Ninoy que lo había sacado de la cárcel y le permitió exiliarse en Estados Unidos. Luego suplicó a su antiguo amigo que intercediera para que cesaran las amenazas a su hijo. Nunca nadie le tocó un pelo a Bongbong.
Aunque Aquino sabía que se arriesgaba a ser asesinado —el propio Marcos se lo había insinuado—, decidió volver a su país para ponerse al frente de su formación, el Partido Liberal. El 21 de agosto de 1983, en el aeropuerto de Manila (que ahora lleva el nombre de Ninoy Aquino), un grupo de soldados entró en el avión y lo escoltó fuera del aparato.
En presencia de periodistas de todo el mundo, cuando acababan de descender la escalerilla, un hombre en camisa y pantalón blancos surgió de la nada y sonó un tiro, y después varios más. El primero derribó a Ninoy Aquino; los otros, disparados por los soldados, mataron al presunto lobo solitario, que resultó ser el comunista Rolando Galman.
Aunque en 1990 un tribunal filipino condenó a cadena perpetua a 16 militares por el asesinato, el caso jamás se esclareció. Se generalizó la convicción de que los responsables eran altos mandos del Ejército. Corazón Aquino, la viuda de Ninoy, estaba convencida de que la orden la dio Imelda.
"[El asesinato] lleva la marca de la políticamente simple y psicológicamente inestable Imelda", dijo en 2009 Rodel Rodis, presidente del Movimiento Ninoy Aquino. La sospecha más generalizada señala a Ferdinand Marcos, Imelda y el general Fabian Ver, entonces jefe de las Fuerzas Armadas.
Marcos murió en 1989, el general Ver murió exiliado en Tailandia en 1998 e Imelda no quiere hablar de eso: "El pasado es pasado, hay cosas que deberían olvidarse —dice en el documental de Greenfield—. No tenía nada contra él, sólo que hablaba demasiado".
El asesinato de Ninoy acabaría por colmar la paciencia de los filipinos.
La caída
Tras la muerte de Ninoy, su viuda, Cory Aquino, se erigió en líder de la oposición y se presentó a las elecciones de 1986. Hubo denuncias de pucherazo y tanto la oposición como el oficialismo reclamaron la victoria. Los Marcos pidieron a Estados Unidos que hiciera de mediador, pero Ronald Reagan se lavó las manos. Marcos había caído en desgracia.
La presión contra el gobierno ya era insostenible. Tras las elecciones fraudulentas, Cory Aquino promovió una campaña de desobediencia civil y la EDSA —acrónimo en tagalo de Revolución del Poder Popular— ya era un peligroso desafío para la dictadura.
Algunos generales apoyaron a Cory y tomaron dos bases militares en Manila.
Convertida en revolución, la rebelión se extendió por el país. Salvo unos pocos proyectiles lanzados por los rebeldes hacia el Palacio de Malacañang (la residencia presidencial), apenas hubo lucha.
El 21 de febrero de 1986, tres helicópteros estadounidenses recogieron en palacio a la familia Marcos y varios colaboradores y pusieron rumbo a Hawái con parte de su botín. "Metí las joyas entre los pañales de mis nietos. Nos sirvieron luego para pagar a los abogados", recuerda Imelda a Greenfield.
Aunque Imelda se llevó los diamantes, la turba que irrumpió en Malacañang encontró vestidos de plata, sujetadores antibalas, cuadros de grandes maestros, 15 abrigos de visón, 510 vestidos de Chanel, Dior, Louis Vuitton o Givenchy, 888 bolsos y 1.220 pares de zapatos que ahora se encuentran en un museo de Manila. "Entraron buscando esqueletos y sólo encontraron bonitos zapatos", apostilla Imelda en The Kingmaker.
"Tengo que lucir bella porque los pobres siempre buscan a una estrella en medio de la noche oscura", apunta sobre sus trajes de seda y anillos de diamantes. "La percepción es real, la verdad no", asegura a Greenfield la exMiss Manila.
El regreso
Al llegar a Estados Unidos, la Fiscalía de Nueva York inició un proceso judicial contra el matrimonio: "La vida para el presidente Marcos y para mí es peor que el gulag de Solzhenitsyn... Nuestra bonita isla de Hawái es para nosotros peor que Alcatraz", se quejaba Imelda.
A los Marcos se los acusaba de malversación, corrupción, evasión de más de 200 millones de dólares en impuestos y blanqueo de capitales. El juez del caso requirió la presencia de Imelda en Nueva York y le exigió una fianza de 5 millones de dólares. Su amiga Doris Duke depositó el dinero y sufragó los gastos de 1.000 dólares diarios que costaba la suite de Imelda en el Waldorf Astoria, (le hacían descuento en honor a lo buena clienta que había sido en el pasado).
En septiembre de 1989 murió Ferdinand Marcos en Honolulu. Hasta ese momento, apenas 658 millones de dólares habían sido transferidos por bancos suizos a la Hacienda filipina. Unos meses después, comenzó en Manhattan el juicio contra Imelda y Adnan Kashoggi, empresario saudí al que se acusaba de blanquear la fortuna de los Marcos.
Adnan Khashoggi and Imelda Marcos celebrate their acquittals in Federal Court, New York, New York, April 24, 1990. pic.twitter.com/vkU95prUU9
— Gardner Heist (@gardnerheist) October 5, 2016
Imelda acudía a las sesiones de negro riguroso, se mostraba compungida y a veces rompía a llorar o se desmayaba en la sala de vistas. Difícil saber si fingía o sentía, aunque siempre fue una actriz de talento.
Absueltos por falta de pruebas, Imelda se dirigió a una iglesia de Manhattan y caminó de rodillas desde la puerta al altar. Khashoggi prometió peregrinar a la Meca, pero antes dio una gran fiesta. Además de la upper upper class, asistieron varios funcionarios del Departamento de Justicia y 10 de los miembros del jurado, que se llevaron regalos de una Imelda agradecida y feliz como una perdiz.
Despreciada por muchos, objeto de mofa para otros, abandonada por algunos de los suyos y con más de cien procesos judiciales en marcha, Imelda siguió maniobrando para volver a Filipinas. No tardó en tomar un vuelo a Manila en primera clase.
Nada más poner un pie en el archipiélago, la procesaron a ella y a sus hijos por 29 delitos de evasión fiscal. La sentencia, dictada en 1993, fue condenatoria, pero el Tribunal Supremo la anuló en 1998. Lo mismo sucedió con los demás procesos judiciales emprendidos contra Imelda en los siguientes años que, aun acreditando la culpabilidad, no dieron con ella en la cárcel, ni siquiera le impidieron ejercer cargos públicos.
De hecho, ha sido diputada; gracias, tal vez, a que las nuevas generaciones de filipinos la consideran un icono pop, o tal vez kitsch. Se presentó en 1998 a las elecciones presidenciales, a pesar de estar sentenciada a 12 años de cárcel por corrupción. Su verdadero objetivo era el trueque por su libertad, dando su apoyo al candidato que le prometiera el indulto.
La dinastía
Los procesos judiciales han permitido recuperar algunos de los bienes de la rapiña de los Marcos. El Gobierno filipino estimaba en 2018 que se habían recuperado más de 3.700 millones de dólares de la pareja de cleptócratas. Mucho dinero, sin duda, pero que, según estimaciones oficiales, no llega a la mitad del tamaño del colosal "Imelda shopping".
Dice un proverbio filipino que una escoba es robusta porque sus hebras están fuertemente atadas. Como una piña, madre e hijos —la menor, Imee, también es diputada— no dejaron de trabajar para atar los cabos rotos de su cuento de hadas. Fue famosa por su belleza y encanto, por ser una fanática del shopping all around the world y por su crueldad, acabó siendo conocida por su ansiedad.
"Mi madre quiere que sea presidente desde que tenía tres años", ha contado en alguna entrevista Bongbong, un apodo que lleva desde la infancia porque se aferraba a la espalda de su padre como un bumbong, un tubo de bambú que usan los campesinos para transportar agua.
Imelda tiene otra hija, Imee (66 años), que es senadora y madre de Matthew, el gobernador de Ilocos Norte, provincia de la isla de Luzón, que también va camino de dirigir el país como su abuelo y su tío.
La anciana de 92 años Imelda Marcos sigue ostentando una vida de lujo a pesar de que está apelando una condena penal de 2018 por siete cargos de corrupción, cada uno de los cuales conlleva una pena máxima de 11 años de prisión. Si no entró en la cárcel antes, es seguro que esa amenaza ahora se desvanecerá del todo.
Esta mujer fatal, a veces de fuego y a veces de hielo, se presenta como "la madre de Filipinas". En una entrevista en 2004, dijo con el impudor que la caracteriza: "Todo lo que se ve en el horizonte fue levantado por los Marcos".
Dice otro proverbio filipino que cuando la sábana es corta hay que aprender a acurrucarse. No sólo no se acurrucó nunca Imelda —ni en las maduras ni en las duras— sino que, como una mariposa, nunca se cansó de libar en todas las flores de las 7.000 islas del archipiélago que siente como patrimonialmente suyo, que fue suyo y que ha vuelto a ser de su familia.