La construcción ensalzó y sepultó el imperio de la familia Serratosa. Tocó el cielo con Valenciana de Cementos, una firma creada de la nada que lideró el sector e infligió a Mario Conde su primera gran derrota empresarial cuando quiso convertirla en la joya industrial de Banesto. Finalmente, se la vendieron a Cemex, en la que fue mayor transacción europea de 1992. Y con el dinero impulsaron Nefinsa, un holding que cometió el error de apostar fuerte por Uralita a las puertas de la crisis del ladrillo. Ahora, tras 15 años de agonía, la familia acaba de liquidar esta histórica mercantil.
"Era una persona tan arrogante, y lo hizo tan mal, que nosotros nos salvamos por eso. Si pones al gato contra la pared, te salta; y a nosotros nos colocó así. Nos dijo: ¡A la corporación!". Es el testimonio de Emilio Serratosa sobre Mario Conde. Lo recoge el libro Los Nuevos Burgueses Valencianos (La Esfera de los Libros, 2005), del periodista Rafael Navarro. En este compendio empresarial, los Serratosa aparecen como la segunda saga familiar más relevante, solo tras la de Juan Roig.
Todo empezó con el propio siglo XX. En la Valencia agrícola y comercial de la época, un joven inquieto, José Serratosa Nadal, apostó por la industria pesada. La idea surgió porque un amigo de su padre, Rafael Ridaura -quien más tarde se convertiría en su suegro- obtuvo como pago de un préstamo fallido un extraño negocio: una fábrica de cal en la localidad de Buñol.
El joven e inquieto Serratosa era conocedor de que en Cataluña había comenzado a fabricarse cemento, un producto relativamente novedoso al que auguraban un prometedor futuro. José Serratosa se obcecó con esta idea y convenció a Rafael Ridaura para trasformar la fábrica de cal en Valenciana de Cementos Portland.
Corría el año 1917. Ridaura fue el presidente fundador y José Serratosa, su consejero delegado. El comienzo fue muy halagüeño. Suegro y yerno firmaron un gran contrato con el Conde de Romanones para la venta exclusiva de cemento a toda España.
Pero pronto llegaron los contratiempos. La producción y distribución no resultaba rentable a largas distancias en la península, y el conde no atendía a razones. Exigía mantener el contrato o el abono de un millón de pesetas como indemnización por romperlo.
Se vieron en un gran aprieto, y fue un inversor quien acudió al auxilio de la compañía. Pablo Garnica, integrante de la histórica familia de Banesto, aportó la liquidez necesaria para salvar el negocio de una prematura quiebra por error de cálculo. Las grandes obras públicas impulsadas por la dictadura de Primo de Rivera pronto confirmaron que el banquero no se había equivocado.
La empresa apostó desde entonces por abarcar menos y centrarse en objetivos más próximos. Compró otra fábrica en la localidad de San Vicente del Raspeig que le permitió controlar el sur del arco mediterráneo. Desde entonces, solo sufrió un valle productivo, el de la Guerra Civil. Durante la contienda fue intervenida. Pero tras la misma disparó su actividad para reconstruir el país durante el franquismo. De las 85.000 toneladas que producía en los años 20, pasó a 400.000 en los 40.
Como la Coca-Cola
El negocio creció, y la familia fue diversificando con astucia. Junto a los Gómez-Trenor, otro ilustre apellido valenciano, crearon en 1955 la embotelladora de Coca-Cola Colebega, sociedad que cubre -todavía hoy- toda el área mediterránea para la distribución de la bebida. Los Serratosa triunfaban como el propio refresco.
En la segunda mitad del siglo apostó por la expansión junto a socios españoles e italianos. Valenciana de Cementos creó una segunda fábrica en Buñol y otra en la localidad de Alcanar (Tarragona) en este caso con puerto propio. La firma, ahora sí, ya estaba preparada no solo para vender a toda España, sino también para exportar.
Fue, de hecho, pionera en hacerlo. La compañía se autodenominaba entonces como el primer exportador mundial de cemento, y presumía de que su producto levantaba edificios en Oriente Medio, África, EEUU o el Caribe. Con la muerte del fundador en 1983, ya con José y Emilio Serratosa Ridaura al frente de la gestión, la compañía "conjugaba el verbo globalizar con dos décadas de adelanto", tal y como recoge Navarro en su ensayo sobre la saga de empresarios.
Si el padre había logrado liderar el mercado nacional, los hijos asumieron el reto con el europeo. Y para lograrlo se asociaron con el empresario noruego Gerard Heiberg, presidente de la cementera Aker Norcem. Entró en el accionariado con el 20% del capital y se convirtió en el vicepresidente de la compañía. Valenciana de Cementos Portland, además, se especializó en esa época en un cemento especial para pozos petrolíferos que le brindó pingües beneficios. Todo marchaba sobre ruedas.
La irrupción de Mario Conde
El contratiempo surgió donde menos se esperaba. Mario Conde apareció en escena como líder salvador de Banesto ante la OPA que había lanzado sobre la entidad el Banco Bilbao. Apostó por una estrategia agresiva que afectaría a todas sus empresas participadas. Creó la denominada Corporación Industrial -que aglutinaba a empresas como la aseguradora La Unión y el Fénix Español, la metalúrgica Acerinox, la química Petromed o la constructora Agroman-.
Su intención era conformar un gran grupo multisectorial para sacarlo a bolsa en un momento de gran interés por España entre los inversores internacionales. Conde estaba convencido de que la revalorización en los mercados de su corporación solventaría los problemas de solvencia del banco.
Valenciana de Cementos Portland tenía que ser el emblema de la misma, pero Banesto solo tenía el 32% de la empresa. Su incorporación pasaba por convencer a la familia Serratosa, que contaba con un 20%, o al socio noruego, que controlaba otro 20%. Y ninguno de los dos estaba por la labor de alterar su hoja de ruta industrial cuando más frutos estaban recogiendo.
A su juicio, los planes de Conde eran puramente especulativos, financieros. Buscaba una revalorización en los mercados, sin más. "A cambio de la mayor cementera de España, del líder exportador en Europa, nos quería dar unos papelitos. Era una persona tan arrogante, y lo hizo tan mal, que nosotros nos salvamos por eso. Si pones al gato contra la pared, te salta; y a nosotros nos colocó así. Nos dijo: ¡A la corporación!", rememoró hace unos años Emilio Serratosa.
Mario Conde siguió intentándolo por tierra, mar y aire pese a la negativa de la familia. Intentó convencer a Aker a espaldas de los fundadores. E incluso trató de dividir a los hermanos con tentadoras ofertas cruzadas, según relatan las crónicas de la época. También inició una desaforada compra de acciones en bolsa para agrandar su porcentaje que disparó las acciones de la familia. La acción de Valenciana de Cementos pasó de 2.070 pesetas en enero de 1989 a las 4.550 en noviembre del mismo año.
La familia se defendió de la misma manera, mediante la compra de acciones a través de un entramado de empresas del propio grupo. Llegaron a alcanzar una autocartera -controlada por los Serratosa- del 14%. Aquello supuso una advertencia por parte de la CNMV, puesto que sobrepasaban ampliamente el límite del 5%.
Banesto llegó controlar el 40% de las acciones, y los Serratosa, junto a su socio de Aker y la autocartera, el 45,8%. Ninguno llegaba al 50%. Pero fue entonces cuando los fundadores se sacaron un as de la manga: el apoyo de la familia Garnica, los históricos de Banesto, que no comulgaban con los modos de Mario Conde. Aportaron un 4% adicional que supuso el casi 50% que permitió a Valenciana de Cementos Portland votar en contra de su entrada en la corporación en 1990.
La guerra, sin embargo, no la habían ganado todavía. Tras lo ocurrido, incorporaron a un tercer socio, la cementera sueca Euroc, que tomó el 14% que habían acumulado en autocartera. Juntos se convirtieron en el segundo mayor grupo cementero de Europa. Pero una crisis bancaria en Noruega trastocó sus planes de alcanzar el número uno.
Aker, de pronto, necesitaba vender para obtener liquidez, y no encontraba comprador para su 20%. Los Serratosa no tenían músculo suficiente para hacerse con él. De nuevo apareció la posibilidad de que Banesto tomara el control, así que optaron por una opción mucho más drástica.
Vendieron la empresa en su totalidad. El comprador fue el gigante mexicano Cemex, que pagó por ella la friolera de 125.000 millones de pesetas. La operación fue considerada la mayor operación empresarial de toda Europa de aquel año 1992, cuando Valenciana de Cementos cumplía su 75 aniversario.
Nace Nefinsa
Emilio Serratosa Ridaura cifró en 10.000 millones de pesetas de la época el líquido que le quedó para empezar de cero tras la venta a Cemex de Valenciana de Cementos -además de todas las inversiones que había estado realizando para diversificar su dinero-. Y los dos hermanos optaron por separar sus caminos.
José Serratosa Ridaura y sus herederos, a través de la compañía Inmobiliaria Electra, invirtieron en el sector del metal, la construcción y en concesionarios de coches. Por su parte, y tras una larga reflexión, Emilio Serratosa Ridaura, fundó Nefinsa, a cuya gestión se incorporaron los dos mayores de sus cinco hijos, Javier y Pablo. El nombre no tenía ningún significado especial. Era la abreviatura de Nervión Financiera SA, una sociedad comprada para arrancar.
Conservaron la participación en Colebega, la embotelladora de Coca-Cola, y también acciones que tenían en BBVA y Banco Popular. El resto lo construyeron desde cero.
Apostaron por sectores jóvenes. Crearon la primera distribuidora independiente de teléfonos móviles, Nefitel. También una firma de gestión de residuos industriales, Terraire. Y participaron al 21% en Gamesa, fabricante de aerogeneradores y propietaria de parques eólicos.
La joya de la corona fue Air Nostrum en 1994, una aerolínea regional que todavía hoy realiza estos trayectos para Iberia. Se trata de líneas que, hasta ese momento, eran deficitarias para la compañía española. Air Nostrum logró rentabilizarlas apostando por aviones de hélices más pequeños y de menor consumo de combustible. Y no solo eso: permitió una gran expansión de la firma con la apertura de nuevas rutas inexistentes.
Una década después, aceptaron dos buenas ofertas por Nefitel y sus acciones en Colebega. Y, de nuevo con liquidez en el bolsillo, tomaron la decisión de invertir en la que, desgraciadamente, resultaría finalmente su peor inversión.
Apostaron con firmeza por tomar el control de Uralita, el líder español de materiales aislantes y para la construcción. Tanto fue así que impulsaron una OPA hostil para seducir a los accionistas diseminados en bolsa. Contra el plan inicial, apostaban como antaño por una empresa de un sector maduro, con el objetivo de mejorar la gestión e incrementar su rentabilidad.
Hasta la fecha, ninguna OPA hostil había fructificado en España. Pero la diseñada por Javier Serratosa sí lo hizo en 2002, y la familia logró hacerse con el 45,7% de las acciones. Acto y seguido tomaron las riendas, implantaron su modelo de gestión y mejoraron sensiblemente los resultados de la firma.
Ampliación fatal
Eran años felices para la construcción, nada hacía presagiar el desastre que se produciría en el sector inmobiliario al final de esa misma década, entre 2007 y 2008. Y para la familia llegó además en un muy mal momento, puesto que, había lanzado otra OPA con la que ensancharon su participación hasta el 79%, justo en 2007.
En paralelo, se produjo la salida de Nefinsa de tres de los hijos de Emilio Serratosa, Pablo, Ana y Begoña, que fundaron juntos otro grupo inversor: Zriser. En la maltrecha Nefinsa continuaron Emilio Serratosa Ridaura junto a sus hijos Javier y Gonzalo.
Uralita, después rebautizada como Coemac, acumuló años de pérdidas. Caía en barrena, y empujó a Nefinsa a desprenderse de su participación en Air Nostrum, que fue adquirida por su entonces directivo Carlos Bertomeu, hoy todavía presidente de la aerolínea.
Nada logró detener la sangría. Como es sabido, Coemac acabó en concurso de acreedores en 2020. El pasado 2022 fue liquidada y, solo un año después, los Serratosa también han puesto también el punto final a la historia de Nefinsa con la liquidación del que fue su holding empresarial.