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Marina Castaño es una misiva-bomba, una copla resabiada, una greguería, una espartana contra los “traidores” [todos son “traidores”]. Es como el libro del primer Cela: aquí hay mazurca para muchos muertos. Todo lo que toca aquí, esta tarde, en la casa que fue de su amor con Camilo José, lo vuelve polémico, delirante, furibundo, viral. Con una sonrisa encantadora, porque Marina es encantadora, y varias tazas de porcelana. Té moruno.
El 17 de enero se cumplieron veinte años de la muerte del que fue su marido, el Nobel Camilo José Cela, y ella, hace poco más de una semana, quiso homenajearle lanzando al mundo una carta abierta contándole a su amor fallecido qué había pasado en estas últimas dos décadas: y el mundo, claro, abrió sus fauces.
La epístola de Vanitatis -en la que Castaño maldecía a Zapatero, a las feministas, al lenguaje inclusivo, a Umbral y a demás “traidores”- reventó internet cuan largo y cuan ancho es, resultando, además, bastante instructiva, porque incluso los muchachos núbiles que no andaban muy interesados en Cela volcaron toda su atención en aquel artículo milagroso e hilarante escrito por Marina, lleno de requiebros y de destellos de crueldad. “¿Crueldad? ¡Eso nunca, por el amor de Dios!”. Pero, ¡Marina!
Castaño está acostumbrada a esa incomprensión, no obstante: navega en ella desde que con 26 años conoció al escritor, cuatro décadas mayor, y se enamoraron, dice, inexorablemente. El relato oficial la condecoró como la indiscutible mala del cuento, la villana favorita del mundillo literario y rosa, pura femme fatal gallega, pura historia de España: una joven y perversa rubia, guapísima, de espíritu altivo -sin estudios, divorciada, una hija- que venía a revolucionar la vida, el patrimonio, la imagen, las relaciones y los hábitos del extravagante genio. ¡Cómo si Cela hubiese sido antes un santo!
“¡Qué basuras! ¡Qué barbaridades se publicaron!”. Marina va a responder a todo. ¿Qué pasó con La cruz de San Andrés y el premio Planeta? ¿Realmente está lleno el mundo de hijos no reconocidos de Cela? ¿Por qué se rompió la amistad con Umbral?
Hoy ella sigue siendo una soldado de Cela en la tierra: su militancia no cesa ni un instante mientras nos escruta con sus ojos pequeños, un poco llorosos -de la luz, no de la pena-. Controla al dedillo la obra del escritor. Cada página, cada título.
Nos recibe en su enorme mansión color salmón a las afueras de Madrid -allá donde los plutócratas-, con su bandera de España ondeando, con su olor a incienso en la entrada, con su barroca vajilla de porcelana, generosísima. En la habitación, primorosamente ordenados, todos los libros de Cela. Marina ha dejado de fumar. Es un dato que puede vincularse o no al resultado de esta entrevista. Marina Castaño es leninista, pero de John: “I just believe in me”.
Pregunta.- En tu carta a Cela, Marina, no queda nadie con vida. Has escrito la segunda parte del Pascual Duarte casi ochenta años después: puro instinto asesino.
Respuesta.- [Primero suelta una carcajada, luego responde]. No, Dios mío. No soy capaz de matar a una mosca. En ningún caso había instinto asesino. Sí había tristeza. Porque muchas veces te equivocas con la gente… Al final, te congratulas de que muchas otras personas no sean de la misma condición.
P.- Era un ajuste de cuentas.
R.- ¡No, no! Fue una carta salida del corazón. Con toda la sinceridad del mundo. Como si se lo estuviera contando a Camilo José. Nada más lejos de mi ánimo.
P.- Quizá te parezcamos un poco tradicionales, un poco beatos, pero para ser una carta de amor dirigida a tu esposo muerto… no hay un solo te quiero, Marina. Un te echo de menos…
R.- A Camilo José no le hubiera gustado. Detestaba las expresiones afectivas en público. Me decía: “Marina, te ruego encarecidamente que no llores en público el día que yo me muera. Que nadie te vea llorar. Te lo ruego”. Y cumplí.
P.- ¿Por qué no le gustaban las expresiones de amor en público?
R.- No olvidéis que Camilo José era medio inglés. Había recibido una educación muy victoriana. No encontraréis ninguna foto nuestra agarrados o dándonos un beso.
P.- ¿Y en privado?
R.- Tengo una colección de notitas muy divertidas. Por ejemplo, estábamos en un acto en El Escorial. ¡No existía WhatsApp! Y nos enviábamos esas notitas. “¡Ten cuidado, que estás dando cabezadas y te estás durmiendo!”.
P.- El famoso no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo “porque no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”.
R.- Exacto. Ese momento es muy célebre. Lo dijo en el Senado, cuando el presidente le advirtió de que se había dormido. Una vez me pasó una cosa tremenda. Fuimos con el hoy rey Felipe a Japón. No domino el jet lag. Yo estaba en primera fila. Hablaba el príncipe y yo dando cabezadas. Al acabar, me dijo Camilo José: “¡Eres impresentable! Has estado dando cabezadas todo el rato”.
P.- Uno de los detalles de la misiva que más nos ha inquietado es el “seguimos en contacto” del final. ¿Cómo hablas con Cela desde su muerte? ¿Te diriges a él, le rezas? ¿Has contactado alguna vez con una médium o has usado la ouija?
R.- Yo creo en el más acá, no en el más allá. Es muy bonita esa película… ¡Ghost! Pero sólo es una película.
P.- Ese “seguimos en contacto” es muy enigmático.
R.- Me lo guardo para mí [sonríe].
P.- En la carta defines a Cela como a un “seductor” que te embelesó cuando sólo tenías 26 años. ¿En qué consistió esa seducción? ¿Cómo fue ese proceso de conquista? Hemos leído que, al principio, quedabais secretamente en un molino.
R.- Pero lo del molino fue después. Nos conocimos en un congreso. Nos presentó un amigo que teníamos en común. Tampoco voy ahora a romper el mito, todo lo que se cuenta es leyenda.
P.- Marina, mujer, cuéntanos la verdad.
R.- Bueno, bueno. A mí me había contratado la consejería de Cultura para un Congreso de folclore y nacionalidades históricas. Yo tenía que hacer una serie de vídeos para la Televisión de Galicia. Un amigo mío, concejal del Ayuntamiento de La Coruña y amigo también de Camilo José, me dijo: “Te voy a presentar a don Camilo José Cela”. Yo debí de responder: “Señor Cela, qué honor, encantada de conocerle”. Camilo José respondió: “Vengo desesperado porque no sale agua caliente en mi cuarto de baño en el hostal de los Reyes Católicos”. Esa fue nuestra primera conversación.
"Cela seducía, siendo como era, a hombres, mujeres y perros"
P.- Pero ¿cómo te sedujo?
R.- Siendo como era. Si tú lo hubieras conocido en persona, estoy segura de que también te habría seducido [se dirige a la periodista]. Seducía a hombres, mujeres y perros. No dudes un minuto que a ti también te habría seducido [apunta ahora al periodista]. A los que iban de uñas a entrevistarle, les respondía de uñas. Pero era un personaje encantador.
P.- Cela era un escritor muy famoso. Antes de conocerlo, ¿ya era un mito para ti? ¿Lo perseguías o fue una casualidad?
R.- Fue pura casualidad. Hombre, yo era lectora de Cela. Había leído con trece años, y me había encantado, Viaje a la Alcarria. Pero también me gustaba mucho Las inquietudes de Shanti Andía, de Baroja. Cela me gustaba muchísimo como escritor. Cuando lo conocí, yo estaba leyendo Mazurca para dos muertos. Me encandiló. Sí, Mazurca y San Camilo, 1936 son para mí los dos libros clave del escritor.
P.- Son los más sangrientos.
R.- Pero son tan auténticos… Camilo José estuvo en la guerra. A los 18 años lo pusieron a pegar tiros. Luego se libró porque estaba tuberculoso. Le declararon inútil, pero él dijo que de inútil nada y se alistó en La Legión. Camilo José fue legionario.
P.- Un paréntesis ahora que hablamos de la guerra. Con 21 años, Cela se ofreció al naciente régimen como delator. Dijo que, por haber vivido en Madrid, conocía “la actuación de determinadas personas”. ¿Te contó alguna vez este episodio?
R.- No, qué va. Eso era pura leyenda.
P.- Pero, Marina, eso fue una carta de su puño y letra.
R.- Como todo, fue tergiversado y sacado de contexto. Pero, vaya, no soy yo quien después de tantos años vaya a salir a desmontar ese mito.
P.- Bueno, volvamos entonces adonde estábamos: ¿qué crees que le enamoró a él de ti?
R.- Si os digo la verdad, no lo sé. De pronto nos dimos cuenta de que nos queríamos. Él me dijo: “Marina, te pongas como te pongas, somos inevitables”. El tiempo nos fue llevando. No tenemos nada de especial como pareja. Fuimos como cualquier otra.
P.- Marina…
R.- No, no, de verdad. ¿Por qué nacen el cariño y el amor? Eso está inventado desde que el mundo es mundo. En nosotros no fue diferente. Fuimos corrientes y molientes. Ya siento que os defraude la idea. Puertas adentro, Camilo José era eso, un hombre.
"A Cela le gustaba epatar y llamar la atención: tomar el pelo a la gente"
P.- Decías que no te gusta lo esotérico, pero muchos años antes incluso de que tú nacieras, Cela le dijo a un poeta: “Iré a recoger el Nobel con una rubia muy guapa que todavía no ha nacido”. Ganó el Nobel y se plantó allí contigo.
R.- Sí, es verdad. Se lo dijo al poeta Rafaelito Montesinos. Fue un deseo hecho realidad. Pero yo no creo en las brujas ni en las predicciones. I just believe in me, como John Lennon. Oye, ¿qué os parece el té? ¿Os está gustando?
P.- Está muy bueno, Marina.
R.- Es té verde, moruno. Lo traje hace unos días y es fantástico.
P.- En aquellos años, Cela parecía obsesionado con lo fálico y las ventosidades, con lo escatológico. Lo de ingerir agua de manera anal y a través de una palangana. ¿Era así o se trataba de un personaje?
R.- No. Rotundamente no era así. Esas cosas le gustaban mucho a la prensa.
P.- Le gustaban mucho a él también.
R.- Sí, bueno, a él le gustaba epatar y llamar la atención: tomar el pelo a la gente. Lo de la palangana fue una boutade más de las que le gustaba soltar, pero en la intimidad Camilo José era muy limpio y ordenado. Creo que se ponía nervioso con la prensa. Los periodistas le desquiciaban y, para salir del paso, soltaba una de esas. Se quedaba tan fresco.
P.- Cela decía que “en España, sólo una minoría jodemos mucho y muy bien”. ¿Cómo era el sexo con él, cuánto hay de verdad en su leyenda de macho ibérico?
R.- ¡Qué bueno! ¡No había oído nunca eso! Como comprenderéis, no voy a responder a esa pregunta.
P.- Con Charo, su primera esposa, tenía, según él, una relación abierta. Luego ella confesó que fue amante de Caballero Bonald durante siete años. ¿Y contigo? ¿También la relación era abierta? ¿Tuvisteis escarceos? ¿Sentiste tú, en alguna ocasión, celos de su vida alegre?
R.- No, no, nuestra relación no fue abierta. Yo no habría podido convivir con una persona que cada día está con otra. No va conmigo. Cuando estás con alguien a quien quieres de verdad, el resto de las personas desaparece en el terreno amoroso y sexual. Nuestra relación fue muy sólida durante diecisiete años. Nunca hubo el más mínimo resquicio de crisis, infidelidad o atracción por un tercero.
P.- Entonces, Cela cambió radicalmente.
R.- Porque sintió algo que nunca había sentido. Mira, os cuento una anécdota. Tuvo una relación muy bonita con una venezolana cuando fue allí para escribir La Catira [una novela por la que cobró un pastón del gobierno de Venezuela]. Era una mujer bellísima. Amelia Góngora. Había sido miss Venezuela. Se enamoró muchísimo de él, pero no consiguió que él se enamorase tanto de ella como para dejarlo todo y vivir a su lado. Al cabo del tiempo, viviendo ya en esta casa, estaba yo trabajando aquí, en este estudio. Sonó el teléfono. Yo filtraba las llamadas para Camilo José. Ring, ring.
P.- Era Amelia Góngora.
R.- Como conocía la historia, me quedé patidifusa. Le pasé la llamada. Estuvieron charlando un rato y decidieron que quedásemos a cenar los cuatro. Nosotros dos y ella con su marido. Fue muy bonito el reencuentro. Amelia seguía siendo bellísima. Fue una cena emocionante. No sé si sigue viva. Vino al entierro de Camilo José. Me dijo: “Te admiro mucho, Marina. Conseguiste enamorar al hombre de mi vida como yo nunca lo conseguí”.
P.- ¿No sentiste celos de ella ni de nadie?
R.- No. Porque nunca me dio motivos para ello. Nunca sentí que flirteara o mirara a otras mujeres.
P.- Contaste que al tiempo de vivir en Guadalajara, antes del Nobel, él te pidió que lo sacases de allí porque se estaba marchitando narrativamente. ¿Cómo se estimula a un gran escritor? ¿Cómo se concilia el tiempo de escritura en una pareja?
R.- Fue muy fácil. Yo traté de crear un entorno grato para que Camilo José trabajara en equilibro, armonía y silencio. Respeté sus tiempos. Como era tan metódico, me resultó muy fácil. Se levantaba todos los días a la misma hora, desayunaba a la misma hora, se ponía a trabajar a la misma hora. A las once le ponía un café. A las dos paraba, tomábamos un aperitivo. Comíamos, veíamos juntos las noticias. Se echaba la siesta, se tomaba una taza de té y volvía a trabajar. A las siete tomaba un whisky con agua del tiempo. A las nueve nos preparábamos para cenar. O en casa o en algún restaurante.
"Han dicho tanta basura sobre nosotros... ¿por qué tanta ignominia?"
P.- Hay una sensación de soledad en la carta, una suerte de grito en el desierto por tantas traiciones, como si siempre hubieseis sido, un poco, Cela y tú contra el mundo. Se lo escribiste en otro texto: “Camilo José que estás en el cielo, por aquí todo igual: los cabrones envidiosos siguen difamando y calumniando”. ¿Cómo es posible que todos sean unos traidores? ¿Cuál ha sido tu venganza al respecto?
R.- Es que ha sido muy fuerte. La prensa nos ponía fatal, muchos amigos nos salieron rana. Pero no era Cela y Marina contra el mundo.
P.- Pero ¿cómo es posible que todos fueran unos traidores? ¡Todos!
R.- Bueno, todos no. ¡Pero una gran mayoría! ¡Una amplísima mayoría! He leído tanta basura… ¿Por qué tanta ignominia? ¿Por qué?
P.- ¿Por qué?
R.- Decídmelo vosotros. Abridme caminos.
P.- ¡No se libra ni Umbral! Con lo amigos que fueron.
R.- Fue, francamente, un mal comportamiento el de Paco.
P.- No te gustó su libro [Umbral publicó, al poco de morir Cela, un libro titulado Un cadáver exquisito].
R.- No me gustaron ni el libro ni él. Umbral venía a esta casa sin parar. A esta y a la otra casa. La víspera de que se fallase el Cervantes, con Camilo José de presidente, se plantó aquí. La ministra encargada era Esperanza Aguirre. Bueno, pues Umbral vino aquí: “Marina, ¡llama a Espe! Marina, llámala”. Quería ganar el Cervantes como fuera. Camilo José llegó a decir en el jurado: “Yo no me levanto hasta que no le demos el premio a Umbral”. Se lo dieron. Y que luego se comportara de manera tan miserable…
P.- ¿Qué fue lo que más te dolió de Umbral?
R.- Que sacó ese libro sólo por dinero. Creyó que iba a ganar mucho. Vendió a su amigo.
P.- Si Umbral hubiera muerto antes que Cela, ¿habría hecho lo mismo Cela con él?
R.- ¡Por el amor de Dios! ¡No! Camilo José no hizo más que ayudarle, tutelarle y protegerle. Al contrario. Habría publicado una loa a su amigo muerto. Cuando alguien me defrauda, para mí se muere.
P.- ¿No llamaste a Umbral?
R.- No, nada. Con él y muchos otros se terminó. Se acabaron en mi mente.
P.- ¿Crees que, secretamente, Umbral sentía celos de Cela?
R.- Sí, él quería ser Cela, sin lugar a dudas.
P.- ¿Celos verdes?
R.- (Silencio).
P.- Hay unos celos que pueden ser de admiración y cariño, y luego están los otros, los esponjosos…
R.- Mira, la envidia es el sentimiento más innoble del ser humano. La persona que siente la envidia se define por sí misma.
P.- Y eso no lo viste hasta que publicó el libro.
R.- No, porque después de la muerte de Cela, Umbral seguía viniendo aquí. A partir del libro, nunca más lo convoqué.
P.- ¿No hablaste siquiera con España [la mujer de Umbral]?
R.- No, qué va, la pobre España era una mártir de ese hombre. Yo he visto cómo Umbral sentaba a mujeres en sus rodillas delante de España, ¡con su esposa al lado…! O sea: unas cosas impresentables. De manera que… ¡y no voy a dar nombres! Pero un torero le dijo “te voy a matar a estoque como sigas coqueteando con mi mujer”.
P.- ¿Lo hacía delante del torero?
R.- Sí.
P.- ¿Quién era el torero?
R.- Dios me libre. Pero vamos, no sólo con esa mujer, sino con muchas otras.
P.- ¿Y a ti te tiró la caña Umbral?
R.- No, jamás.
P.- ¡Hubiera sido eso…!
R.- No, pero en mi casa sí le tiró la caña, como tú dices, a una amiga mía, que además iba con una pierna escayolada y no se podía mover. Era vergonzoso lo de esta persona.
P.- Cuando nos conocimos el otro día, telefónicamente, te preguntamos qué libros sobre Cela podíamos leer para documentarnos. Te dijimos varios títulos y respondiste: “Estos son unos hijos de puta, unos traidores”. Sólo salvaste uno: Perfiles de un escritor, editado por Renacimiento, de Adolfo Sotelo Vázquez. ¿Cómo es posible? ¡Sólo uno!
R.- Bueno, es que es un libro que tiene un fundamento científico y literario. Los demás son basura. Son oportunismo. ¿Cómo es posible que pueda haber gente tan miserable? Esa es la pregunta.
P.- A lo largo de muchos años te han apodado “Marina Mercante”. Hubo quien te llamó “ambiciosa” y otros, directamente, “trepa”. ¿Qué tienes que decirles?
R.- ¡A la vista está lo mucho que me enriquecí! Pero más vale no dar pábulo a esas cosas. Es un ingenio tan barato lo de “Marina Mercante”… No merece la pena comentarlo.
P.- Se dibujó un relato en el que se intentaba hacer ver que Camilo José, desde que empezó a salir contigo, se dio a la vida del derroche, la publicidad…
R.- Pues sí, eso se dijo, pero ¿qué queréis que os diga? Ni contesto ni comento.
P.- “Sólo hay que ver lo que me enriquecí”, has dicho. ¿Qué hay de los datos?
R.- Nunca he dejado de trabajar ni en vida de él ni después de su fallecimiento. La persona que se enriquece se dedica al dolce far niente. No es mi caso.
P.- Lamentabas en la carta abierta que su “pariente cercano” fue quien, finalmente, se enriqueció, aunque Cela no lo quería así. Te referías a su hijo.
R.- Camilo José no tenía dinero.
P.- Patrimonio.
R.- Sí, eso sí. Todo lo que Camilo José legó a la fundación está desperdigado, y eso a él le hubiera dolido mucho. Si hizo la fundación fue para aunar todo lo que él había construido a lo largo de su vida, ¿verdad? Sus manuscritos, su biblioteca, sus cuadros, sus objetos atesorados, sus documentos… Y ya veis. No sirvió de nada. Cuando a alguien se le pone en la nariz -dígase un juez o quien sea- hacer lo que le da la gana y no respetar la voluntad de un muerto, pues no hay manera.
"Todo lo que Camilo José legó a la fundación está desperdigado, y eso a él le hubiera dolido mucho"
P.- ¿Digamos que tú no has vivido tan cómodamente como Cela hubiese querido?
R.- Eso es irrelevante. Cambiemos de tema. Eso es un mero cotilleo de patio de vecindario.
P.- En su día publicaste algunas páginas de aquel libro que empezaste a escribir sobre Camilo José y contabas que el mundo estaba lleno de hijos de Cela. ¿Has conocido a hijos de Camilo José Cela? ¿De cuántos hijos estamos hablando? ¿Él era consciente de que había muchos hijos suyos desperdigados por el mundo?
R.- Sí, él era consciente. Era todo muy casual. De repente, estabas en Argentina y salía un Camilo por ahí. O en París. O en Miami. Era todo muy chocante. Pero, bueno, nunca pidieron nada ni reclamaron nada.
P.- Pero ¿se os acercaban? ¿Os saludaban?
R.- Sí, sí.
P.- ¿Y él cómo reaccionaba?
R.- A él le producía bastante sorpresa, decía “¡caramba! He dejado semilla por medio mundo”.
P.- Así que el auténtico Julio Iglesias era Camilo José Cela.
R.- [Sonríe, calla].
P.- ¿Se parecían físicamente? Los chavales que se acercaban.
R.- Bueno, ellos no se presentaban como “hijos”. Decían “yo soy Camilo tal”… No os voy a decir los apellidos, aunque me acuerdo perfectamente. “Soy hijo de Fulanita, a la que conociste tal…”. “¡Hombre, qué tal, y cómo se encuentra tu madre!”. “Ah, pues falleció”. “Vaya por dios”. Estas cosas. Puras casualidades de la vida. Luego me decía “yo con esta mujer tuve una relación en un viaje”. Así era él.
P.- Qué raro que fueran de buena gana, ¿no? Lo mismo te encontrabas uno rebotado.
R.- No todo el mundo es interesado.
P.- Decías que en Palma hubo un chico que, además, se parecía mucho físicamente a él.
R.- Dejémoslo ahí, porque Palma está muy cerca. Eso tuvo unas consecuencias… No quiero seguir por este camino. Una cosa es Argentina, Miami, tal, y otra cosa ya es España. A mí la gente me merece mucho respeto.
P.- Vosotros intentasteis tener hijos al principio de la relación, ¿no?
R.- Bueno, nunca con mucho entusiasmo porque, bueno… los dos habíamos cumplido como padres y verdaderamente un hijo requiere mucha atención, muchos cuidados, invertir mucho tiempo en ellos… y él necesitaba mi atención más que nadie. Un hijo hubiera sido bonito, pero…
P.- ¡Se hubiera puesto hasta celoso del crío!
R.- La vida pone así las cosas… dejémoslo estar.
P.- ¿Has recibido algún tipo de respuesta del que llamas “pariente cercano”, es decir, de su hijo? ¿Alguna reacción a la carta?
R.- No.
P.- Hablemos de los otros hijos de Camilo José, que son los libros. Existen dudas también sobre la paternidad de algunos de esos libros. Empecemos con La cruz de San Andrés, con el que ganó el Premio Planeta. Carmen Formoso, candidata al galardón, dijo que la historia era suya y que Cela la adaptó.
R.- Eso… bueno. Aquella mujer se obnubiló y vertió esa calumnia sobre Camilo José. No tenía ningún tipo de fundamento. De hecho, el juez le quitó la razón. Es mentira que Camilo José haya tenido negros. Jamás. Nunca. Nadie puede escribir como Camilo José Cela.
P.- ¿Ni Caballero Bonald, que fue su asistente tanto tiempo y del que decían que era amigo-secretario-escritor fantasma…?
R.- No, no. Una cosa es tener un secretario, que es lo que fue Caballero Bonald para Papeles de Son Armadans, su revista literaria, y otra cosa es otra cosa. Él le hacía fichas, le proporcionaba documentación. No le escribía. De hecho, en La Cruz de San Andrés, la historia se la proporcioné yo misma, porque fue la historia de dos desgraciadas amigas mías del colegio, de La Coruña, que tuvieron la mala suerte de caer en las redes de una secta. Tuvieron un final bien triste. Teníamos catorce o quince años. Una fue reina de las fiestas de La Coruña, yo fui dama de honor… Todo ese relato se lo comenté a Camilo José y le llamó la atención. Así que no venga esta pobrecita de Carmen Formoso a decir que ella se inventó la historia porque no: la historia es auténtica y real y se la conté yo a Camilo José. Él la noveló.
"Cela nunca plagió: nadie puede escribir como él"
P.- Hay elementos muy raros, Marina. ¡Incluso en el libro hay una subtrama de plagio! Que, por cierto, no tiene nada que ver con la línea argumental. Parece recochineo, ¡es la asunción del propio plagio!
R.- (Silencio).
P.- Pero es que luego, además, hay un personaje secundario en el libro llamado Formoso, que es el apellido de la autora del manuscrito, Carmen Formoso.
R.- ¡Pues casualidades de la vida! Lo mismo que hay una frase que es “que dios no nos eche encima todo lo que podemos aguantar”, eso es un lugar común, es una frase hecha, no literaria. ¡Nada que ver!
P.- El propio Cela llegó a mostrar su arrepentimiento en público. Dijo: “Todos cometemos errores”. Han pasado muchos años, Marina: cuéntanos la verdad.
R.- Para él, “cometer un error” significa escribir un libro como ése, que nunca le gustó.
P.- Hombre, pero decir eso porque no te gusta un libro que has escrito… es una asunción de la culpa.
R.- No, no. ¡Era tan demencial y descabellado pensar que él podía plagiar algo, y, además, de una pobre mujer que no tenía nada publicado! Es que es increíble. Es una historia que no se sostiene. Él dijo en aquella ocasión: “Hay que ser muy humilde para ser plagiador”. Claro. No era su caso. Un punto de soberbia nunca viene mal.
P.- Lo sucedido con La cruz de San Andrés sienta un precedente muy delicado: podría llegar a pensarse que todos los libros publicados por Cela a partir de esa fecha fueron escritos por sus asistentes. Algunos de sus biógrafos aseguran que Camilo José tampoco escribió los artículos que enviaba al ABC.
R.- Pues se los mandarían sin que yo los viera, porque yo le pasaba sus originales a máquina siempre. No, no. Eso es pura calumnia, pura falsedad. Eso ya es pescado podrido.
P.- Desde que recogió el Nobel, Cela y tú emprendisteis una especie de búsqueda del dorado. Anuncios de enciclopedias…
R.- Falso, falso, falso. Él hacía anuncios de la Guía Campsa desde bastante antes del Nobel.
P.- Por ejemplo: la propuesta a Jesús Gil para ofrecerle una novela sobre Marbella a cambio de 250 millones de pesetas.
R.- Eso es una falsedad. ¿Pero cómo que una propuesta a Jesús Gil? ¿Estamos todos locos?
P.- Se publicó una carta en El País que estaba en los papeles de Carmen Balcells, su agente literaria.
R.- ¿Pero qué locura es esa? ¡O yo vivía con otro Cela o Cela tenía un doble! Nunca supe de la existencia de esa carta, porque yo todo lo transcribía.
P.- Pero la leíste, se publicó en El País…
R.- Sí, pero es que no puedo contestar a todas las calumnias. Necedades para los necios. Me están contando la historia y los papeles de otro Cela. ¡Lo que hay que aguantar! El precio a pagar por ser grande. Él jamás respondía a una ofensa ni a una calumnia. Le resultaba una pérdida de tiempo y una incomodidad personal. Yo a veces le apartaba hojas de los periódicos que no quería que leyese porque le iban a arruinar el día.
P.- Eras censora, como antiguamente.
R.- Pues sí. Para proporcionarle tranquilidad. ¿Por qué le iba a disgustar?
P.- Has dicho en alguna ocasión que le conociste tan joven que él moldeó tu personalidad.
R.- Inevitablemente. Algo tuyo se desprende hacia la persona con la que estás. No se hacía notar que había 42 años entre nosotros. Vivimos muy bien, muy acoplados el uno con el otro, éramos como las piezas de un puzle que encajaban perfectamente. No me costó trabajo acostumbrarme a él y él estuvo encantado de mis costumbres, porque eran parecidas a las suyas: el orden, el método, la rutina. Con orden el trabajo fructifica más.
P.- Teníais valores políticos en común. En la carta señalabas que erais muy juancarlistas.
R.- Sí. Yo creo que si te unes a una persona es porque tienes la mayoría de las cosas en común. Los dos éramos monárquicos. Mi familia era muy monárquica, pero absorbí de él también eso y tuve la oportunidad de conocer muy de cerca al rey y a la reina. Aprendí a quererlos dentro del respeto. Camilo José estaría sufriendo con la situación actual.
"El español es ingrato por naturaleza: lo ha sido con Cela y con Juan Carlos I"
P.- ¿Te han sorprendido sus escándalos financieros, sus líos de faldas?
R.- Ni me ha sorprendido ni me ha dejado de sorprender. El español es ingrato por naturaleza. Yo creo que hemos tenido un rey extraordinario que no merecíamos y le han emborronado la vida.
P.- ¿No crees que se la ha emborronado él mismo?
R.- No. Ahí ha habido varios factores. Pero no quiero entrar en eso.
P.- ¿Sientes que España ha sido tan ingrata con Juan Carlos I como con Cela?
R.- Sí, sí, sin duda. No merecían un trato tan malo como el que han recibido ni como el que siguen recibiendo. Machacados sistemáticamente.
P.- Hubo comentarios polémicos que él hizo por su cuenta y que tiempo después tú replicaste en una de tus columnas. Él se quejó de que los homenajes a Lorca fuesen tan activistas estilo LGTB -“me limito a no tomar por el culo”- y tú señalaste que no estabas a favor del matrimonio homosexual.
R.- Le reñí mucho cuando volvió a casa de aquella rueda de prensa. Esas cosas le perjudicaban mucho ante la opinión pública. Y yo no soy homófoba en absoluto, y mucho menos ahora, que todos hemos tenido una evolución hacia una vida en libertad mucho más evidente y mucho más palpable. No voy a decir el tópico “tengo muchos amigos gays que están casados”, aunque sea cierto. Todos tenemos derecho a evolucionar y a ver con una madurez diferente ciertas cuestiones.
P.- ¿A quién votaría Cela hoy?
R.- No podemos calibrarlo.
P.- Pero sí sabes que no le gustarían mucho algunas ministras del lenguaje inclusivo, decías en la carta.
R.- Es que es ridículo. De repente una persona que está colocada en un ministerio porque sí, por razón de cuota, no puede venir a modificar el lenguaje. La lengua es algo a lo que hay que tenerle mucho respeto. Hay que empezar por leer a Cervantes y luego ya continuar con los clásicos y tener un fundamento serio. “Ellos, ellas, elles”… estas ministras no conocen la lengua española. ¡Un respeto a la lengua!
P.- A Cela no le caería muy bien Yolanda Díaz.
R.- Uy, no, por favor.
P.- ¿Alguna vez hablaste con Cela de rehacer tu vida cuando él faltara?
R.- Jamás, jamás. Él bromeaba con Carmen Balcells: “El día que yo falte, seguro que Marina se casa con un torero”. Pero era una broma. Estuvimos diecisiete años juntos, que no fue poco.
P.- ¿Cómo crees que le caería a Cela tu actual pareja [el cirujano cardiovascular Enrique Puras, con quien contrajo matrimonio en 2013]?
R.- Pues muy bien [no titubea]. Absolutamente. Muy bien.
P.- ¿Cómo es volver a enamorarse después de un gran amor?
R.- Es muy difícil… yo estuve nueve años sola, viviendo sola. Me acostumbré a la soledad. Llegué a sentirme muy cómoda en mi soledad. Siempre estuve rodeada de buenos amigos. He viajado mucho. Estaba perfectamente adaptada a aquella vida. Apareció Enrique… yo nunca pensé en volver a casarme, pero cuando me lo pidió, pensé que merecía la pena apostar nuevamente. Nos estuvimos conociendo durante dos años. Y, efectivamente, mereció la pena.
P.- Para terminar la conversación, queríamos pedirte que le dijeras algo a Camilo José.
R.- [Ríe]. “Camilo José, estos chicos te hubieran gustado”. Él hubiera sacado ahora unas copas y un plato de jamón.