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Daniel Fopiani (Cádiz, 1990) escribe con respeto militar, que para eso es sargento de la Infantería de la Marina y novelista premiado. No es una tradición que él inaugure, sino que continúa con larga dignidad: ya lo hicieron antes autores como el mismísimo Cervantes, con quien compartía Cuerpo, o Tolkien -subteniente del ejército británico en la Primera Guerra Mundial-, o Antoine de Saint Exupéry, aviador tras cumplir el servicio militar. Fopiani es un joven afable, apuesto, un hombre del lado de la vida y no de la muerte, un escritor que conoce el valor de la sangre derramada porque la ha visto y olido. Lo fundamental, como decía Manuel Alcántara -y eso Fopiani lo sabe bien-, no es ser "clásico" ni "moderno", sino "profundo".
Compagina sus dos vocaciones -tan pasionales, tan diametralmente diferentes- con marcialidad y esfuerzo. Ambas las desempeña con éxito. Escribe a mano, y por las tardes. También, a veces, cuando anda desplegado fuera de casa: allá en los mares, allá en sus navegaciones. El norte de Europa, el golfo Pérsico, el mar Rojo, Turquía, Grecia, Egipto, Irak… siempre mientras le habita una novela dentro. Se autoedita hasta la locura. Cuando termina de parir una historia, la deja dormir un par de meses en el cajón hasta que respire por sí misma, hasta que él pueda volverse justo al releerse.
Fopiani es jefe de los Equipos Operativos de Seguridad de la Armada y ha participado en misiones de paz en el extranjero, pero todo el mundo sabe que a los autores verdaderos siempre les campa la guerra adentro, allá hacia el fondo de sí mismos: la ofensiva es cerebral, creativa, emocional. En 2017 le dieron el Premio Valencia Nova de Narrativa por La Carcoma y dio el salto a la élite del mundo editorial publicando con Espasa La melodía de la oscuridad.
Vuelve ahora con El corazón de los ahogados (Espasa), un thriller ambicioso con dos historias entrelazadas -y aires de Agatha Christie- que arranca en torno a los crímenes de la isla de Alborán, un terruño -que pocos conocen y en el que estuvo destinado una vez- cercano a Almería, puro escenario de cuento oscuro henchido a pájaros y fantasmas.
Por un lado vivimos el relato de la sargento Julia Cervantes -Infante de Marina-, que tiene la misión de esclarecer los crímenes de la isla, que se inauguran después de la aparición de una cabeza mutilada de origen africano, rodeada de gaviotas decapitadas y cabezas de muñecas de porcelana. Cuando empieza su investigación, sólo acompañada por nueve personas más, quedan incomunicados por una tormenta y en la megafonía del faro se escucha una terrible nana: "Diez soldaditos se fueron a cenar; uno se asfixió, quedaron nueve…".
Por otro lado, vemos el mundo también a través de los ojos de Doudou y de su mujer Nayah, que huyen de la guerra desde Tombuctú en dirección a Melilla: ella está embarazada pero no sabe si es de su marido o fruto de alguna de las múltiples violaciones que ha padecido en su travesía. Temen morir en el mar, ahogados. Aquí hay belleza, horror, códigos de lealtad, traumas viejos, dolores nuevos: sirva la historia para tratar, desde el ojo crítico del autor, cuestiones como el machismo en el ejército o el drama de la inmigración ilegal. Fopiani escribe oscuro. Fopiani piensa claro.
Pregunta.- ¿Se siguen rapando la cabeza los militares?
Respuesta.- Sí, aún a día de hoy, el soldado en periodo de instrucción, el aspirante a soldado, se hace el corte de pelo reglamentario, no sé la medida exacta, pero está escrito. El tema de la maquinilla y tal. Antes se hacía por los piojos, pero con el paso del tiempo ha quedado como una muestra de marcialidad. Es una especie de acto de fe.
P.- Tiene algo de poético ese ritual. ¿Cuál sería el ‘afeitarse la cabeza’ del ser escritor?
R.- Interesante. Yo creo que en la escritura, lo similar a raparse la cabeza sería el olvidarse de conseguir algo a cambio. Se nota a través de las redes que hay quien quiere ser escritor para hacerse famoso, o vender muchos ejemplares, o tener muchos seguidores… y creo que cuando uno se sienta a escribir, tiene que ‘raparse’ de esos sueños de gloria y respetar el oficio desde dentro. Saber que es largo. Leer con respeto.
P.- ¿Cómo decidiste ser militar?
R.- Con 18 años no sabía lo que quería ser en la vida. Entré en la infantería de la marina porque mi familia necesitaba que trabajase. Soy el hermano mayor.
P.- Una familia humilde.
R.- Sí, mucho. Mi padre era electricista y mi madre limpiadora. Me encantaba leer siempre, desde niño. Me recuerdo leyendo una versión adaptada e ilustrada de Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, con ocho o nueve años. Y recuerdo que, más tarde, mi madre me daba dinero para comprar el bocadillo en el instituto y yo a veces no me comía el bocadillo y me iba a comprar algún libro de segunda mano. Sabes que en esas tiendas casi siempre se encuentran clásicos: Agatha Christie, Edgar Allan Poe, Conan Doyle… fue una juventud lectora. Lo de hacerme militar al principio fue impulsivo, dejando de lado que muchos hombres pueden sentirse llenos de honor por servir al cuerpo siendo jóvenes, algo que exige esfuerzo físico, lealtad… nadie sabe lo que es el ejército si no pertenece a él. Con el paso de los años he aprendido a valorar mi trabajo y a sentirme orgulloso de él, conociendo sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
P.- ¿Por qué parece que el militar y el escritor son casi antónimos, casi oficios contrapuestos? Uno se encarga de proteger Estados, y el otro, a menudo, trata de derribarlos… porque piensa en universal. Uno trabaja con el cuerpo y en el cuerpo a cuerpo; el otro trabaja con las palabras…
R.- Sin duda. Aunque también te diré que, a pesar de que no encuentro culpables, no creo que nadie sepa lo que es trabajar para un cuerpo como la armada. Existe el error de creer que aún se parece a ese ejército de hace 40 o 50 años, cuando la mili era obligatoria, cuando la gente estaba ahí de manera forzosa y el nivel de estudios era bastante bajo. Ahora es un cuerpo profesional, preparado, modernizado. No es que ahora la fuerza física haya dejado de ser importante, pero se toman en cuenta otras habilidades como conocer idiomas o la inteligencia emocional, aspectos que hace 30 o 40 años no se valoraban.
P.- Has estado en Egipto, la India, Irak… ¿cuál es la situación más violenta o traumática que hayas vivido en tu oficio?
R.- Sobre todo, las relacionadas con la inmigración ilegal. La mayor parte de mi trayectoria ha estado enfocada a la vigilancia marítima por el mediterráneo occidental. Nunca he estado enfrascado en un tiroteo, pero sí he visto de primera mano las condiciones en las que se tiran al mar los migrantes. He visto la desesperación y la impotencia en el rostro de esos padres y esas madres… he visto esos cuerpos flotar en el mar. Tendré más de ochenta años, me moriré y me llevarán a la tumba con esas imágenes que jamás se me van a borrar.
P.- ¿Qué es lo que sabe el sargento que más sabe?
R.- En estos 14 años he entendido que todo se reduce al respeto y al compañerismo, no a la subordinación basada en el miedo o el terror que ejecutaban algunos mandos de la antigua escuela. El buen líder es igual de compañero que cualquier otro.
P.- ¿Tiene patria Daniel Fopiani?
R.- Evidentemente, con 18 años juré bandera, juré lealtad, pero es cierto que creo que la humanidad va avanzando en el camino adecuado, aunque a paso lento, y que las naciones desarrolladas son las primeras interesadas en no iniciar una guerra armada. Es un mundo cada vez más globalizado y sin fronteras. Las banderas y las patrias irán desapareciendo.
P.- ¿Tú darías la vida por España? Esa frase tan gruesa…
R.- Está claro que el himno de la infantería lo dice bien claro, que si fuese necesario entregaríamos nuestra vida por la bandera o por nuestro país, pero en realidad no es eso: daríamos la vida por la seguridad de nuestras familias, por la seguridad de nuestra nación.
"No sólo sucede en el ejército, sino en todos los ámbitos de la sociedad: no se respeta lo suficiente la salud mental"
P.- ¿Sabes que soy de Málaga y no conocía la existencia de la isla de Alborán, donde se desarrolla tu última novela? Pertenece a Almería y no tenía ni idea hasta ahora.
R.- ¡A mí me pasó igual! Hasta que me dijeron "ahora te vas tres semanas a Alborán". Fui en 2009 por primera vez, era un niño y quedé enamorado. Es una isla minúscula, no llega a dos kilómetros por 600 metros de ancho, no se ve tierra en el horizonte… allí convivimos un destacamento. 10 personas, 10 militares, y algún biólogo. Es una zona protegida por la Unión Europea. Hay sólo tres tumbas…
P.- ¿Te daba miedo por las noches?
R.- (Ríe). Miedo no, pero las rachas de viento son horrorosas, con unas tormentas increíbles y es peligroso, porque puedes caer al mar. Hacíamos vida en invierno casi siempre en el interior del faro. Al estar allí tantos días con 10 u 11 personas reunidas no pude evitar pensar en los 10 negritos de Agatha Christie, a la que intento homenajear humildemente en esta novela.
P.- La protagonista de este libro es la sargento Julia Cervantes, Infante de Marina experimentada: me llama la atención que plantees que sufra ansiedad y no lo cuente por miedo a que le abran un expediente psicofísico. ¿Te ha sucedido esto, es común?
R.- No sólo sucede en el ejército, sino en todos los ámbitos de la sociedad: no se respeta lo suficiente la salud mental. Nosotros al menos somos funcionarios y estamos respaldados: cuando algún compañero ha necesitado apoyo por alguna experiencia traumática, se ha llevado muy bien. Sin embargo mi mujer, que es camarera, si mañana necesitase una baja por ansiedad o depresión, estoy seguro de que no estaría nada bien visto en su trabajo.
P.- Vuestro caso es especial porque tenéis contacto con armas de fuego.
R.- Sin duda. Cuando ha sucedido, a esa persona se le exime de la guardia o de cualquier servicio que exija armamento. Se toman siempre las medidas oportunas.
P.- ¿Cuánto machismo sigue habiendo en el ejército? Es un tema que también tratas en tu libro. Me interesa no sólo el machismo hacia las mujeres, sino hacia los propios hombres: esa exigencia de ser rudo, fuerte, de no decaer nunca, del no llorar…
R.- Como te decía, es un cuerpo en modernización. La mujer entró en las fuerzas armadas en el 88 pero no fue hasta el 99 que pudo ocupar todos los puestos operativos, porque antes sólo podía acceder a puestos específicos -no podía ser paracaidista o trabajar en operaciones especiales). Ahora ya está totalmente integrada. Una de las lacras que más persigue a la mujer dentro del ejército es el tema de la condición física, mucha gente aún está convencida de que son peores físicamente que los hombres, y eso es una auténtica tontería: si yo te dijera la de mujeres que me dan 10.000 vueltas físicamente en el cuartel… te sorprendería.
Hay mujeres aguerridas, hay mujeres ejemplares, mucho más que los hombres. El único punto a resolver aún es el número de mujeres con el que contamos, que sigue siendo menor al personal masculino. Ellas sienten mucha presión, a veces se la autoinculcan por culpa de la mirada de la sociedad, y temen errar, equivocarse, porque no quieren que sea entendido como sensación de debilidad. Eso lo sentimos todos, pero ellas más. Son años de evolución, de entendimiento.
P.- Con el tema de la homosexualidad no me lo imagino… "¿éste es maricón?". Un clásico.
R.- Antes era un tema tabú, pero a día de hoy es algo común. Uno no teme hablar ni expresarse con sus compañeros. Yo tengo la suerte de tener compañeros que viven y piensan conforme al siglo en el que estamos.
P.- También se habla mucho en la obra del drama de la inmigración. En 2021, 4.400 personas murieron cruzando el mar desde África a España… ¿cuál es tu política acerca de las fronteras, de las vallas, de la actuación policial con los inmigrantes?
R.- Es difícil contestar a eso porque es un tema complejo y no tengo ni idea. Pero lo ideal es ir rompiendo esas barreras y facilitar las mismas oportunidades a todo el mundo, porque todos vivimos en el mismo planeta. Contra ciertas mentalidades de ciertos integrantes de ciertos cuerpos… no podemos hacer nada, salvo tener esperanza y fe en que la educación hará su trabajo y que iremos progresando como seres humanos.
P.- ¿Te leen tus compañeros militares?
R.- Tengo la suerte de que muchos sí, y de que son perfectamente extrapolables a los amigos lectores de la vida civil. Muchos me leen con cariño y yo lo agradezco, porque puestos a sacar aristas y cosas negativas, siempre se puede, y no lo hacen. ¡Incluso compran mis libros en la preventa! Estoy muy agradecido.
"Soy apolítico: no brindo mi vida a España por un partido ni por otro"
P.- ¿Sientes que un partido como Vox se ha hecho con el imaginario del ejército? ¿Por qué parece siempre que el ejército esté asociado, cuando no a la derecha, a la extrema derecha?
R.- Cualquier militar, a nivel personal, evidentemente es libre de tener sus ideales y su forma de pensar pero a la hora de ser profesionales, somos totalmente apolíticos. Si hablo de mí, ya te digo que me considero bastante apolítico, incluso podrías llamarme "inculto" en esa rama. No creo que yo vaya a trabajar todos los días ni a brindar mi vida por España por un partido político ni por otro. Nuestro objetivo es velar por la seguridad de nuestras familias y de las familias de todos.
P.- ¿Puede la bandera de España representarnos a todos? ¿Quién representa más a los españoles, la bandera o Cervantes?
R.- (Ríe). Al final nos españoles somos reconocidos en función a unos valores o a unos logros, y es cierto que la trayectoria de Cervantes se conoce mundialmente. Yo entiendo que puede ser una gran representación de nuestra nación. Por cierto: el apellido ‘Cervantes’ de la protagonista es un guiño a él, porque fue infante de la marina.