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Digamos que en Juan Mayorga (Madrid, 1965) hay algo ascético: una sencillez hermosa como de monje pagano, como de anacoreta poético. Lo lleva en las formas, en el vestir escueto, en el reloj en el que le late -grave- el tiempo. Es delicado, amable, prudente, parco. Procura pasar desapercibido, hacerse pequeñito. Destila una mirada piadosa hacia el mundo, y eso que el mundo le hiere en sus terribles injusticias. Lo dice y casi se estremece.
Mayorga -director de La Abadía, académico de la RAE, Premio Nacional de Teatro: y tantas cosas- siempre parece contemplar algo que está más allá. Está rumiando, está pensando, está buscando la palabra perfecta mientras choca consigo mismo, desdiciéndose y encontrándose, cocinando el silencio como el puchero de Santa Teresa: ese es un trabajo que dura toda la vida.
Pregunta.- ¿Qué has soñado esta noche?
Respuesta.- Sé lo que soñé anteayer. Estaba en un lugar en el que había olvidado algo: no estoy seguro de si mi chaqueta verde. Eso me preocupaba.
P.- Te alimentas de la realidad para escribir, ¿y de los sueños?
R.- Sí. Hubo una obra mía, Famélica, que nació de un insomnio. Y un proyecto, llamado Homenaje, que concebí también a partir de algo que había soñado. Al despertarme tomé enseguida unas notas porque creí haber encontrado la forma de esa obra. Hay obras que nacen del sueño y otras que nacen del insomnio. Famélica nació de un insomnio en el que imaginé que una persona que trabajaba en una gran corporación llegaba con un papel en la mano y otra le decía: "Buenos días, Enrico". Y él contestaba: "Yo no me llamo Enrico". Y el otro le decía: "Aquí sí". Eso se me ocurrió desvelado. Otra noche de esas se me ocurrió una pieza en la que estoy trabajando ahora -y que ojalá pueda llevar en algún momento a escena- que se llama La gran cacería. Nace de un insomnio que tuve en un barco volviendo de Sicilia. No obstante, no soy un insomne.
P.- No lo parece ahora mismo.
R.- (Ríe). Si bien, como dice un personaje de Famélica, "a veces una noche de insomnio resuelve años de preocupaciones". En una de esas noches puedes dar con la tecla correcta.
P.- Oye, ¿quién es Juan Mayorga aparte de un hombre aferrado a una libreta?
R.- Sí, es verdad que eso soy. La libreta es importante para mí: apunto frases que escucho, ideas. Por lo demás, no sé quién soy. Estoy intentando saberlo.
P.- Ahora que estamos en La Abadía, podría decirte como tu propio personaje: "Aquí eres alguien".
R.- (Sonríe). Creo que soy una persona afortunada. La vida me ha cuidado. La suerte es encontrarte con buenas personas. Tengo 56 años y puedo decir que mis padres, mi pareja y mis hijos tienen salud, ¿qué más hay? Todo lo demás es un regalo. Y ahora dirijo un teatro tan bello como éste, uno de los teatros más bellos del mundo: lo digo con convicción. Soy un hombre curioso, estoy atento. Mi libreta me acompaña para llevar a la escritura aquello que me llama la atención, que me sorprende, que me preocupa, que me alegra, que me interroga. Eso sucede permanentemente. El mundo es muy interesante, la vida es muy interesante.
P.- Así que si alguien te odia ahora sabe que debe quitarte esa libreta: ahí están todas las ideas deshilachadas que serán relatos geniales cuando crezcan.
R.- No sé si serán genialidades o no lo serán en absoluto: pero tengo, sin exagerar, cientos de argumentos que jamás podré desarrollar. De hecho, tengo una obra inédita que se llama Los argumentos en la que los personajes discuten sobre argumentos. Mi ilusión es que algún día esas notas, esos argumentos elementales, se publiquen y quizá alguien algún día desarrolle algunos.
"Mis padres me educaron en la mirada compasiva hacia cada ser humano y me hicieron respetar la cultura que desafía"
P.- ¿Qué tienes de tu padre y qué tienes de tu madre?
R.- Ambos tienen pasión por la vida de distintos modos, pero no quiero decir qué veo en mí de ninguno de ellos porque el otro podría pensar que entonces carece de esa cualidad. Insistiré en lo que comparto con ambos al mismo tiempo: quiero pensar que me educaron en una mirada compasiva hacia los seres humanos. Creo que ellos sienten compasión hacia cada ser humano.
Ellos me enseñaron que cada ser humano es responsable de todos los demás: intento vivir conforme a ello, no sé si lo consiga. Y luego es verdad que en mi casa, en esa casa, siempre ha habido muchos libros y pasión por la lectura. En mi padre también es pasión por la escritura, porque él lleva un diario riguroso desde el año 64. Ese respeto por la excelencia cultural, por la cultura que te desafía y te transforma, está en la base de mi formación.
P.- ¿Cómo te ha atravesado a ti tu propia paternidad como creador, como escritor? ¿Escribe uno distinto después de ser padre tres veces?
R.- Sí, creo que transforma la manera de escribir. Tener niños pequeños en casa es una bendición. Los niños realmente te ayudan a redescubrir el mundo. Recuerdo lo asombroso que fue caminar con mi hijo mayor por la calle y que por ejemplo él se asombrase ante un semáforo. Cómo eso a ti mismo te hace reparar en el semáforo o en otras cosas que das por sentadas, que de tanto verlas y escucharlas dejan de resultarte asombrosas.
El niño mira el mundo con asombro y te hace reparar en cuán asombroso y escandaloso es, por ejemplo, que haya mendigos en la calle, o que haya gente que sufra. Cuánta belleza y cuánta crueldad hay en la calle. Para mí ha sido fundamental como creador y como persona. Intento vivir de forma en la que merezca el respeto de todos y en particular el de mis hijos. Sí. Creo que es un principio: "No hagas nada que pueda avergonzar a tus hijos". Me doy cuenta ahora de que eso está ahí.
"Yo no participo de ningún credo religioso pero hay algo seminal en el cuento del buen samaritano"
P.- Citaste un verso hermoso de Bousoño en tu discurso de ingreso en la RAE. "Hago de la angustia mi casa". ¿Cuáles son tus angustias?
R.- El otro día pensé que el acto moral fundante es el momento en que te das cuenta que has fallado a alguien. Cuando te das cuenta de que no has estado a la altura de la responsabilidad que tienes con respecto al otro. Eso me produce angustia, me preocupa, me provoca zozobra… saber que hay personas que viven situaciones de injusticia a las que no estoy socorriendo.
Yo no participo de ningún credo religioso, no tengo fe, digamos, pero creo que hay algo seminal en ese cuento del buen samaritano en el que alguien ayuda a un caído del que no sabe nada -porque él es un extranjero, él es de Samaria-. ¿Cuántos caídos nos encontramos a lo largo del día; de cuánta gente sabemos…? No me quiero poner muy solemne, pero recuerdo una frase que anota Benjamin en un diario -y que yo cito en La gran cacería-. Dice: "¿Puede de verdad alguien dormir tranquilo?". Hay mucha injusticia y el no responder a ella, aunque sea de forma pequeña, sí me produce zozobra.
P.- ¿Te consideras un antisistema?
R.- Vamos a ver, sería un cínico si me presentase como un antisistema cuando yo ahora mismo pertenezco a instituciones como el Teatro de la Abadía, o la RAE o la Universidad…
P.- Pero…
R.- Yo creo por un lado que es muy importante que haya instituciones, dispositivos, mediaciones. Y al mismo tiempo creo que hay que tener permanentemente una mirada crítica: hay que lanzar una mirada crítica desde ellas pero también a ellas mismas y a la posición que en ellas ocupe yo. Esté uno donde esté, ha de ser uno capaz de mirarse a sí mismo desde fuera o de atender, desde luego, a las dudas y preguntas que otros pueden hacer sobre lo que uno esté haciendo. Hay que tener una permanente actitud de sospecha hacia lo que uno hace y hay que estar atento a los recelos de los otros.
"Sería un cínico si me presentase como antisistema"
P.- ¿Cuál es tu forma de rebeldía?
R.- Yo creo que el primer compromiso del arte debe ser con cada ser humano. Cuando digo que en mi teatro aspiro a convocar la acción, la emoción, la poesía y el pensamiento, creo que, como sucede que acción, emoción, poesía y pensamiento están, en alguna medida, proscritos, sostenerlos es disruptivo. Cuando hablo de la acción me refiero a algo: hay algo que sabemos todos los seres humanos. Podemos ignorarlo todo de los demás, pero hay algo que sabemos, y es que cada ser humano sabe que los demás son seres deseantes.
Yo no te conozco a ti, Lorena, pero sé que tienes deseos por cumplir. De eso habla el teatro y de eso habla del drama. "Acción" es ver en un escenario la representación de un ser humano que desea y cuyo deseo no es inmediatamente consumable: eso nos hace vincularnos directamente a él. Eso es reconocernos como seres insuficientes que necesitan completarse. Hablar de pensamiento y de poesía es rebelde: son movimientos a contracorriente.
P.- Son levantiscos.
R.- Eso es. Me gusta esa palabra.
P.- ¿Qué sabes del amor ahora que no supieses con 18 años?
R.- (Se turba). Qué difícil es esta pregunta… yo no sé si he entendido nada del amor. No sé contestar a eso. Del amor sólo puedo decir que lo he conocido y lo conozco. Como dijo el poeta -y siento resolver la respuesta en la pregunta-, "un cielo en un infierno cabe".
P.- Decías que te visitaba el fantasma de Zorrilla y que con él hablabas de amor. Eso no me lo cuentas, ¿eh?
R.- (Ríe con timidez). Zorrilla me parece un tipo extraordinariamente divertido. Por lo que sé, se le pasó el tiempo para pronunciar su discurso de ingreso en la Real Academia, luego volvió a ser elegido y esta vez escribió el discurso en verso, lo cual me parece un gesto muy desafiante. Era un hombre en el que coincidían el éxito y el fracaso en la medida en que su obra era extraordinariamente popular y al mismo tiempo, él, por lo visto, vivía en condiciones muy humildes porque no recibía derechos de autor por el Tenorio. En todo caso, es un tipo muy divertido con el que se puede hablar de amor, del más allá y de lo divino y de lo humano.
"El combate entre Ayuso y Casado es interesante, pero siento que no son mis personajes"
P.- Hiciste una obra sobre el hipotético banquete de boda de la hija de Aznar y su esposo. ¿Qué obra escribirías sobre la gran crisis del PP, la guerra abierta entre Ayuso y Casado?
R.- Sí, es una guerra. Como ciudadano me siento perplejo y desearía que nuestros políticos estuviesen a la altura de las dificultades por las que pasa la vida de las gentes de este país. Y como dramaturgo debo decir que este combate me interesa, porque encierra la pregunta de oro para un constructor de relatos, que es "¿qué va a pasar, cómo va a acabar esto?". Creo que es extraordinariamente interesante, si bien tengo la impresión de que no son mis personajes ni es mi asunto. No me resulta su drama tan atractivo como para apartar los proyectos que tengo sobre la mesa para ocuparme de éste.
P.- Pero, ¿qué lectura podrías hacer como dramaturgo de esto que está pasando? Desde las grandes pasiones -egos, viejas amistades, venganzas sibilinas, corruptelas- a las tremendas palabras que se están usando en el discurso público, como "crueldad" -dicha por Ayuso para referirse al trato que recibe de Casado-.
R.- Creo que antes que un combate de ideas o de modelos es un combate entre personas y sus intereses. Me temo que esto es así.
P.- Ayuso es muy performática. La hemos visto chulear, la hemos visto llorar lágrimas negras en una misa en plena pandemia… ¿sería una dama del teatro?
R.- Eh… yo… bueno. Ahora estoy en este espacio, en el teatro de La Abadía, y creo que es importante que no desvíe la atención… prefiero hablar de teatro. En primer lugar, el teatro es un arte político, así lo he sostenido siempre, pero creo que es importante que lo que digamos los que lo hacemos se oriente a aquello que más nos importa y a aquello que nos mueve por encima de otras cosas.
P.- ¿Qué es España para Juan Mayorga?
R.- España es mi país. Un lugar, una comunidad de la que amo muchas cosas y de la que detesto otras, pero que en todo caso me constituye. Yo me siento un privilegiado por haber nacido en este país, pero al mismo tiempo sé que este es un país extraordinariamente injusto, que desatiende y que no cuida a muchas personas que viven en él. Para mí eso es fundamental: el cuidado, en particular el cuidado de los niños. Hay muchos niños descuidados en España. Esa desigualdad debe ser observada y corregida. España es el lugar en el que nací, el que me constituye, el que amo y en ocasiones detesto, sobre todo cuando observo que es un escenario de injusticias.
P.- ¿Existe eso que llaman el "carácter español"?
R.- No creo que exista eso. Buena parte de mis obras se han hecho, por ejemplo, en Corea del Sur -digo por mencionar el lugar más lejano-, y los espectadores no parecen recibir las obras como obras españolas. Yo intento dirigirme a todo el mundo. Mi teatro se ocupa de algo universal, que es nuestra común fragilidad, que es el gran asunto desde los griegos. Nuestra común vulnerabilidad. De forma que, sin aspirar a que lo sean, he observado que algunos de mis personajes entran en conversación con espectadores de cultura y de tradición y de mundos muy diferentes al nuestro. Yo no me atrevería a caracterizar "lo español". No me atrevería a hacerlo.
"Mi teatro se ocupa de nuestra común fragilidad"
P.- Vi tu obra El chico de la última fila. Me fascinó. El otro día pensaba en ella con el caso terrible del crío parricida de Elche: decían que en clase le habían mandado leer un libro llamado La edad de la ira, en el que podría haberse inspirado para asesinar a sus padres. Encontré cierto paralelismo con tu obra. Por una parte es delirante pero por otra, me dolería pensar que no influye nada la cultura en nuestras acciones. ¿Qué piensas tú como creador?
R.- Sin duda influimos. Hay quien dice que el arte en general y el teatro en particular no puede cambiar la vida, la sociedad. Yo creo que, en todo caso, hay que hacerlo como si pudiera. Como si pudiera transformar la vida. En todo caso, a aquellos fatalistas que niegan capacidad transformadora al teatro, yo les preguntaría: "¿Cómo sabes cómo sería un mundo sin teatro?". Quizá un mundo sin teatro sería peor.
Yo creo que no hay acción sin efecto y en la obra que voy a estrenar la próxima semana en el María Guerrero, en el Centro Dramático Nacional, hay un cierto momento en que un personaje dice que somos seres ocupados por palabras, que las palabras sirven para atacar y para defenderse. Que estamos ocupados por las palabras de los otros, que las palabras que un día escuchamos acaban constituyéndonos y nos guían o nos interrogan, nos detienen o nos hacen avanzar.
Las palabras pueden mucho. Y, desde luego, el teatro puede mucho. Yo sería una persona distinta -y no estoy hablando del trabajo, sino de que sería intelectual, emocional y políticamente distinto si no hubiese ocurrido que un día a los 16 años mi profesora me dijo "anda, ve al teatro a ver Doña Rosita la soltera". Si alguien me dijera "el teatro no puede transformar", yo diría: "Al menos a mí me ha transformado".