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"Un día me entierran", dice Fernando Savater contemplando la mole de libros de su imponente biblioteca, que se cierne sobre el sofá de su salón como un animal mitológico hecho de ideas y páginas y letras. Se los ha leído casi todos, cuenta: da vértigo sólo pensarlo. Hablamos con un hombre que siempre lidió con algo más grande que él: el pensamiento, la condición humana. Qué pugna hermosa para siempre.
Su casa es una de esas que dan buena cuenta de la vida vivida, de la vida masticada: es un bodegón sentimental inflado a películas, a muñequitos, a fotos, a caricaturas, a cachivaches. Cuántas cosas sabe del hogar un tipo que estuvo en la cárcel a finales del franquismo -un mes y medio, después del asesinato de Enrique Ruano, que era su compañero de colegio- y que más tarde sería amenazado de muerte por ETA, lo que le obligó a llevar escolta más de una década. Dice Fernando que los soldados lo que quieren es ganar la guerra y ser premiados, pero que los guerreros, como él, lo que quieren es luchar.
Conserva un formidable buen humor y huye de la pedantería como de agua sucia. Ha aprendido a despedirse, aunque sea por la fuerza: de la juventud, de los colosales vicios, de los intelectuales que dejaron de convencerle -como Agustín García Calvo-, de los años pletóricos y hasta del amor de su vida, Sara, a la que le dedicó el libro La peor parte. Ahora tiene una novia nueva y ha recuperado el apetito, el gusto por el vino y los colores de las cosas, aunque no ha dejado de llorar todos los días. Acaba de publicar Solo integral (Ariel), que es la reunión de columnas -publicadas en El País desde 2015- de un tipo libre que no deja ni una mina sin pisar. Viajaremos juntos a la primera línea de fuego.
Pregunta.- Así que este libro es una recopilación de artículos.
Respuesta.- Sí, he recopilado los menos perecederos y les he puesto un comentario posterior.
P.- ¿Se autocensura, se muerde la lengua alguna vez?
R.- ¡Bueno! Yo creo que cuando uno tiene un hueco en prensa debe tener una cierta responsabilidad. No es lo mismo escribir un WhatsApp a un amigo diciendo un poco lo que se te ocurre, o cualquier broma… el periódico va a llegar a mucha gente. Siempre he tenido la idea un poco pedagógica de que uno escribe, primero, para buscar la verdad, y luego para enseñar a gente que no tiene otra vía de acceso cultural.
P.- Mire que sus columnas son pasionales. Diríamos rabiosamente inteligentes.
R.- Sí (ríe). Yo soy muy colérico. Me da un poco de vergüenza. Trato de contenerme, porque tengo muy mal genio. A veces escribes llevado por la admiración o el entusiasmo, pero en general uno escribe llevado por la indignación. Antes de escribir, de hecho, me enfado un poco, para que salga mejor la columna.
P.- ¿Le han censurado?
R.- No.
P.- ¿No le han tocado una coma?
R.- ¡No…! Bueno, alguna vez me han preguntado "¿no quieres cambiar esta palabra por otra?". Y han tenido razón, quizá, porque me paso de rosca… pero censurar, lo que es censurar, no.
"Yo, como soy lector de Spinoza, pienso que uno es feliz cuando hace el bien"
P.- Hace poco hubo esa polémica en El País con Félix de Azúa. Un lector escribió una carta bien mosqueado donde venía a decir que cómo podía caber su opinión en un periódico progre.
R.- Esto de los lectores… tampoco hay que fiarse mucho. Las cartas sólo salen las que ellos quieren que salgan. No sabemos nada de la verdad: esa carta a lo mejor criticaba a Félix pero quizá habían llegado veinte antes diciendo que era fantástico lo que él escribe (ríe).
P.- Ahí está la trampa.
R.- "Es que hay un señor que se mete contigo", me dicen alguna vez. Pues oye, habrá otros cincuenta que no.
P.- Son muchos años ya pensando, ¿no?
R.- (Se parte). Muchos años viviendo, no sólo pensando, que es más cargante.
P.- Pensando cómo vivir. ¿Qué cree usted que sabe el hombre que más sabe?
R.- Digamos que debemos procurar sacar provecho de haber vivido, ya que tiene sus partes malas: envejeces, te deterioras, te vas estropeando poco a poco, te vas gastando. Ya que nos gastamos, aprovechemos para aprender algo, para no cometer siempre los mismos errores, a pesar de que uno tiene tendencia a ello. Hay que intentar ver qué es el bien y cómo puede uno hacer el bien.
P.- Pero lo importante ¿es hacer el bien o ser feliz?
R.- Yo, como soy lector de Spinoza, pienso, como él, que uno es feliz cuando hace el bien.
P.- ¿Qué vicios tiene usted ahora y cuáles tenía con veinte años? ¿Cómo ha cambiado su forma de divertirse?
R.- ¡Hombre…! Mi forma de divertirme no tiene nada que ver ya: antes tenía un estómago y una resistencia que con el tiempo he ido perdiendo. No es que yo haya dejado los vicios, es que los vicios me han dejado a mí, lenta y cruentamente, con el paso del tiempo. Yo he sido bastante golfo, bastante gamberro, y ahora moralmente quisiera ser igual de golfo, pero ya no tengo tantos medios.
P.- ¿Cómo nota uno que el vicio sale de su cuerpo, cuándo le abandona?
R.- Lo sabes cuando las resacas duran cada vez más. Dices "ya no compensa".
P.- Ojo, que tenemos el caso de Escohotado, que resistió hasta el final con sus juegos y sus sustancias.
R.- Era un hombre libre, sí. Muy envidiable. En eso siempre le he admirado mucho a Antonio.
P.- ¿Está usted a favor de la legalización de las drogas?
R.- ¡Como todo el mundo…!
P.- Todo el mundo no, Fernando.
R.- Cualquier ser racional está a favor de la legalización de las drogas. ¡Vamos…! Antonio y yo siempre hemos preferido hablar de "despenalización", porque "legalizar" se legaliza lo que es "ilegal". No es que hayan sido ilegales y puedan ser legales, no es sólo eso. Es que las drogas han sido penalizadas, qué cosa tan absurda, ¿no?, cuando una droga no es buena ni mala en sí misma. Una droga es una cosa que sale de un árbol, que sale de una corteza, que sale de una fermentación de un lúpulo, no sé: en sí mismas no tienen que ser legales ni ilegales, la cosa es que se ha penalizado su uso.
P.- ¿Podemos confiar en el buen uso que pueda hacer el ciudadano de las drogas?
R.- ¡Ah, no sé! Yo no confío en nada, hija. Pero cada uno sabrá, claro. Es lo mismo que si para vender coches uno dice "¿pero usted puede confiar en que el que compre el automóvil va a respetar los semáforos y no va a atropellar a nadie…?". Pues no, oiga, yo no lo sé, pero espero que no.
P.- Esto tiene mucho que ver con lo que usted señala en el libro: la infantilización a la que se nos somete.
R.- Sí, se va cambiando la razón por el sentimentalismo y la lógica por el postureo sentimental.
P.- ¿Por qué nos están tutelando: tan tontos parecemos?
R.- (Ríe). Debemos de parecerlo, sí.
P.- ¿Cómo podemos meterle mano a la educación?
R.- Meter mano ya la meten, el problema es que uno mete mano por un lado y el otro por otro, y así. No hay proyecto. El proyecto que hubo hace años de que se reunieran pedagogos, padres, profesores, sindicatos… y hacer una cosa conjunta y duradera (no hacer cambios en la educación cada quince días), pues desgraciadamente no se ha hecho. Necesitamos un gran replanteamiento con todos los profesionales, los que saben: ¡los profesores! A mí no me interesa lo que tengan que decir los señores que están en los despachos, que, como mucho, se imaginarán cómo son los alumnos, pero no los conocen de nada. Habría que hacer eso con una garantía de duración.
P.- Da miedo ahora destrozar "la autoestima" de los muchachos.
R.- Hombre, ya puedes suspender lo que tú quieras, porque va a dar igual (ríe). Los exámenes no son para torturar al alumno, a pesar de que a todos nos ha parecido alguna vez que nos estaban torturando por esa vía. Los exámenes son simplemente para informar al propio alumno si está aprovechando las clases, el estudio… ¡o no! El primer interesado debería ser él, que digo yo que le interesará su propio conocimiento o su poso. No son ganas de fastidiar ni mucho menos. Todo este planteamiento de "ay, y si el niño va a perder su autoestima…". La autoestima la tiene uno precisamente por lo que eres: no quieres tener una autoestima basada en sueños que no se corresponden con tu vida. Yo no quiero tener una autoestima basada en lo bien que canto ópera, porque tengo una voz horrible y no quisiera que nadie me dijera "¡canta usted estupendo, Fernando, parece usted un jilguero!". No. Los méritos son importantes.
P.- Se busca ahora una suerte de democratización del talento, ¿no? Nos dicen que todos somos muy especiales, que todos tenemos un gran don y que sólo tenemos que sacarlo.
R.- Bueno, que somos todos muy especiales es verdad: todos los seres humanos son irrepetibles. Frágiles pero irrepetibles. Mozart y el último palurdo del mundo: todos son irrepetibles. Lo que no es lo mismo es Mozart y el palurdo. Su contribución a la cultura, al bienestar, al conocimiento… es muy distinta. No se puede engañar a la gente diciendo que todo el mundo es igual. No, todo el mundo es igual en derechos, todo el mundo es respetable como ser humano, pero en lo demás somos graciosamente irregulares y diferentes. Tú imagínate que mañana, no lo quiera Dios, tuvieras que ir a hacerte una operación a un hospital, y te dicen "pues mira te va a operar este señor que es estupendo y ha ido ya a misa hoy dos veces". Oiga, no: a mí uno que sepa.
P.- ¿A quién haría usted ministro de Cultura?
R.- El cargo mismo me produce ciertas dudas. No sé si debe haber un ministro de Cultura. Pero me gustaría que fuera alguien del mundo cultural, que tuviera una capacidad de gestión e incluso que tuviera adversarios. Por ejemplo, yo nombraría ministro de Cultura a Plácido Domingo.
P.- ¡Sería muy impopular!
R.- Entre unos sí y entre otros no. Esa es la gracia.
P.- Defiende usted los toros. Le enfada que nos estemos siempre justificando por el hecho de que nos gusten. ¿Por qué hay quien pide perdón por las cosas que le fascinan?
R.- Bueno, pedimos perdón porque hay señores que se enfadan con uno y uno se está como justificando, ¡yo no conozco a nadie que pida perdón porque le guste el fútbol! A usted le gusta el fútbol y es una actividad lícita, muy bien, le felicito, a mí no me gusta y no voy nunca a un partido de fútbol, pero no tiene usted que darme explicaciones. Pues yo con los toros lo mismo: es una actividad lícita, permitida, tradicional, que algunos se empeñan en prohibir y entonces el que quiere prohibir las cosas es el que tiene que justificarlo, no los demás que vamos tranquilamente a verlo.
P.- ¿Cuáles diría usted que son las bondades de la tauromaquia?
R.- Es un espectáculo tradicional con una simbología, una poesía y una literatura que le da prestigio, le da peso. Los aficionados vamos por el espectáculo en sí y también por el mundo de referencias, de alusiones poéticas, etcétera, que despiertan los toros. Hay quien saca mucho y quien saca poco, igual que le pasa al que va a un concierto: unos se duermen y otros sacan una gran elevación espiritual. De buscar la elevación espiritual es de lo que se trata.
P.- Hablando de prohibiciones, ¿qué le parece que Sánchez plantee abolir la prostitución?
R.- El problema es la esclavitud, que es terrible y delictiva, claro, pero si alguna mujer quiere sacar beneficio económico de su cuerpo o de sus artes amatorias, ¿quién soy yo para prohibírselo, acaso tengo alguna autoridad? Tampoco ser broker de bolsa me parece algo muy elegante, ¿no? De hecho es casi peor. Yo no quisiese que ese fuese el destino de todas las mujeres. Prefiero que no lo hagan, pero no soy el padre confesor del sexo femenino. Muchas mujeres con las que he hablado me han dicho que para ellas es su opción, bueno, a la cual llegarán, como llegamos todos a nuestras opciones, empujados por la vida. La gente no se mete a minero porque ha nacido hijo de Rockefeller.
"A Sánchez le recomendaría un libro sobre la historia de ETA, para que así viera a los de Bildu como lo que son"
P.- La tiene usted un poco tomada con Sánchez, ¿no? Escribe mucho sobre él, despierta sus pasiones.
R.- ¡Bueno, tomada, tampoco…! Sólo me parece que es un político muy malo y que es una desgracia que haya llegado a ser presidente del Gobierno, que está haciéndolo horriblemente y se está apoyando en los grupos más indeseables, pero por lo demás le deseo todo lo mejor para su vida privada.
P.- ¿Le ha conocido en persona?
R.- Sí, le conocí en una ocasión en la que fui jurado del Premio Alfaguara, creo que era. Luego dieron una comida y él estaba allí y le saludé. No tuvimos más relación.
P.- ¿No le dijo nada?
R.- No.
P.- ¿No le susurró "para", por ejemplo?
R.- (Ríe).
P.- ¿Se imagina? Hubiera sido divertido.
R.- No, no. Eso es como cuando alguien tiene un amigo médico y no para de decirle "oye, me duele aquí, me duele acá". Todo el mundo tiene que descansar de lo que es, de su oficio.
P.- ¿Qué libro le recomendaría a Sánchez?
R.- No conozco sus gustos literarios, pero he visto que ha acudido al funeral de Almudena Grandes, así que deben gustarle las novelas. Pero vamos, yo le recomendaría sobre todo que no se fiara de los grupos que está apoyando en este momento en el Gobierno, así que le vendría bien leer la historia de ETA, la historia del terrorismo en el País Vasco, y que así viera a los de Bildu como lo que son, no como a unos políticos como los demás, sino como a los que representan lo peor que ha ocurrido en España en el último medio siglo.
P.- Fíjese, ahora que menciona a Almudena Grandes: ¿qué le parece que PP, Ciudadanos y Vox hayan votado en contra de hacerla Hija Predilecta de Madrid?
R.- No sé qué decirte, hija, no manejo bien esas cosas. Yo nunca he sido Hijo Predilecto de nada (ríe). Todo lo contrario. Creo que si en San Sebastián se votara para que alguien fuera Hijo Maldito de la ciudad, sería yo (se parte). Predilecto no soy para ellos, no.
P.- Insisto, la problemática es interesante porque ahí confluyen dos de sus temas más tratados: la cultura y la ideología.
R.- A ver, si eres una persona que te has señalado mucho por tu vinculación ideológica, sabes lo que hay, ¿no? Porque hay autores que han escrito poesía lírica o que han hecho obras de ficción como Tolkien: pero otros, como Almudena y como yo, hemos estado metido en las broncas cotidianas de la política y con eso te ganas grandes afectos y grandes antipatías, a mí me parece normal: si uno entra en cuestiones ideológicas o políticas, habrá algunos que se entusiasmen contigo y otros que no te puedan ni ver. Me parece que hay que soportarlo.
P.- Intuyo también que desde su lado les gustará no recibir premios de "cierta gente".
R.- ¡Bueno, sí, es verdad! Si a mí mañana me ofrecieran el Premio Lenin, pues no lo aceptaría (ríe).
P.- En otra de sus columnas celebra efusivamente a Leonor como futura reina.
R.- Había estado leyendo sobre Leonor de Aquitania, que es un personaje que siempre me ha gustado mucho, y de aquella Leonor pasé a la nuestra. Me interesa el destino de alguien que ha nacido para princesa, que es algo complicado, que es un peso encima de la espalda, no creo que sea ninguna lotería lo que le ha tocado.
P.- Me acuerdo de cuando la chiquilla cumplió 15 años, que tuvo que celebrarlo leyendo la Constitución. Qué rollo.
R.- Claro, no es especialmente divertido. Es una responsabilidad. Tú ves a la chica joven, mona, y con toda esa carga… no sé, a mí eso me emociona, toda esa gravedad desde la cuna, que será más intensa aún con el paso del tiempo.
P.- Antes no se emocionaba usted tanto, cuando era republicano.
R.- ¡Ah, no, no! El destino de los reyes siempre me ha parecido emocionante, pero hay otros destinos elegidos interesantes y trágicos, como el de los presidentes de la República. Los que tienen que llevar más peso social que otros me impresionan: el hombre discreto que no se mete en nada y que uno sueña ya con ser, ¡desconocido!… eso es otra cosa, y a eso aspiro, por eso me llama la atención lo otro. Yo no soy monárquico. En un mundo ideal preferiría una República y que todos los cargos sean electivos porque es lo que me parece más racional, pero los países viven circunstancias históricas concretas.
P.- Y le pareció que Felipe había sido un buen lubricante social en la crisis de Cataluña.
R.- ¡Claro! Ahí me conquistó, digamos, me pareció estupendo cómo se portó, mientras que en cambio no me gustó nada cómo actuaron los políticos. Ellos traicionaron al electorado y el rey (que representa una tradición no electiva), sin embargo, estuvo haciendo el papel correcto. Eso me hizo reflexionar sobre el asunto.
"Juan Carlos I es una de esas personas que por dinero o por sexo hace cualquier cosa: me da pena"
P.- ¿Que opinión le merece Juan Carlos I?
R.- Le tocó un momento difícil de la Transición y fue importante en su día. Ninguno nos quejamos. Yo viví esa Transición con veintitantos años: yo estaba en la cárcel cuando proclamaron a Juan Carlos, así que hasta he conocido las cárceles de la monarquía (ríe), y bueno, luego se enturbió con sus comportamientos. Es una persona que se ha dejado llevar por instintos menos nobles que él. Una persona que tiene una nobleza genealógica como él debería haber sido mejor guardián de su honra. Es una de esas personas que por dinero o por sexo hace cualquier cosa. Yo no soy quién para juzgar, no es que yo sea ningún santo, pero me da pena.
P.- Ya que hablamos de familias insignes: ¿vio que esta semana Amancio hizo presidenta de Inditex a su hija y que eso montó polémica en ciertos sectores de la izquierda? "No hay meritocracia", tal, aunque en verdad es una empresa privada… ¿tenemos en este país cierta rabia histórica hacia los ricos?
R.- No es rabia histórica, es algo mucho más sencillo: hay mucha envidia. Yo nunca he sido muy envidioso, he tenido otros tantos vicios, pero comprendo que haya gente que es envidiosa, y que envidia la belleza de los otros, la riqueza, la inteligencia, la suerte, las loterías. Es un mundo desigual, desde luego. Pero a mí las personas que se han hecho a sí mismas como Amancio, y que han hecho riqueza a base de mucho trabajo ¡y de dar trabajo a muchas personas!… a mí me parece bien. A la hija no tengo el gusto de conocerla, no te puedo decir.
P.- ¿Qué le parecería que aboliésemos las herencias?
R.- No veo por qué. Para eso podríamos abolir la propiedad, así, sin más, ¿no?
P.- Lo decía porque es una solución radical para acabar con las castas.
R.- Hombre, alguien que recibe dinero por ser "hijo de", pues veremos qué hace con él, ¿no? Lo mismo lo dilapida, lo malgasta. Pero ese dinero lo ha ganado alguien y es propiedad suya. Todos los que trabajamos de alguna manera soñamos con poder dejar a nuestros hijos alguna cosa mejor de la que tendrían si hubiéramos estado tumbados a la bartola todo el tiempo. En fin, yo he tenido la suerte de tener unos padres que trabajaron y que me pagaron unos estudios, y me alegro de eso. Me alegro de las facilidades que me dio el trabajo de mis padres y no sé por qué a los demás no les va a pasar lo mismo.
P.- Dice usted en el libro que el radicalismo se cura cuando se tiene un hijo.
R.- Yo digo que la vida la empiezas a entender de manera más matizada y menos radical con la experiencia y tener un hijo es una experiencia muy fuerte, porque te das cuenta de que muchas de las instituciones que hay, tienen sentido. El sentido de la conservación de la especie. Cuando tienes 20 años esas cosas no te interesan y tú crees que tú eres tu propia especie. Luego empiezas a pensar que hay otras personas y que esas otras personas te interesan más que tú mismo.
P.- Uno se vuelve más conservador cuando tiene hijos.
R.- Desde luego, porque tienes algo que conservar. La gente que no es conservadora es porque no tiene nada que conservar.
P.- ¿Es normal que nuestros hijos nos lleven la contraria ideológicamente?
R.- ¡Uh! ¡Correctísimo! Vamos, yo creo que hay una cierta pugna intelectual o ideológica que puede ser más o menos radical, pero sí, el hijo, si es hijo de una persona que se ha dedicado mucho a una creación intelectual, quiere marcar su propio camino, es natural, no quiere simplemente reproducir lo que su padre ha hecho.
P.- Le ha pasado a usted eso con Amador, ¿no?
R.- Bueno, sí. Amador tiene su vida… hombre, él se ha dedicado a las mismas cosas que me gustan a mí.
P.- Es hermoso eso, que compartan devociones.
R.- Por eso te digo. Si fuera broker de la bolsa, me hubiera preocupado mucho, pero no, se ha dedicado a los libros, al pensamiento, a la política, ¡bueno!, cosas que a mí me han interesado también. Luego cada uno ha llegado a sus conclusiones.
"La gente que no es conservadora es porque no tiene nada que conservar: cuando tienes un hijo dejas de ser radical"
P.- ¿Hablan de política?
R.- Somos padre e hijo, tenemos otros temas, afortunadamente. No son debates políticos lo que normalmente tenemos.
P.- A veces es mejor no tenerlos.
R.- Es probable. Para mantener la alegría y el vínculo familiar, muchas veces mejor hablar de otras cosas (ríe).
P.- ¿Cómo es el amor después del amor?
R.- El amor después del amor es una sorpresa. Yo pensé que mi vida amorosa había acabado, te digo más, pensé que había acabado mi vida entera cuando murió Sara y así me sentí: "Ya no vivo. Ya soy un superviviente". Pero bueno, lo mismo que sigues comiendo todos los días aunque no tengas apetito, pues hay un momento en el que empiezas otra vez a ver el mundo de otra manera. No porque intentes reproducir lo que ya has perdido, porque desgraciadamente eso no vas a encontrarlo nunca, pero otra cosa diferente sí. Otro ángulo distinto pero que también está dentro del amor.
P.- ¿Tiene novia ahora?
R.- Sí, tengo una novia. A mí es que me gusta vivir con una mujer. Siempre he sido muy próximo, muy emparejable (ríe). Con el tiempo, afortunadamente, he encontrado a una persona que comprende eso y que comprende mi estado de ánimo tristón, como tengo muchas veces, por el recuerdo de Sara. Estamos muy a gusto.
P.- Me alegro por usted. Me alegro de que se encuentre mejor.
R.- ¡Muchas gracias, mujer!
P.- ¿Cómo es ella, cómo la conoció?
R.- Ella trabaja en una organización de tipo intelectual, cultural, etcétera, y se puso en contacto conmigo como tantas otras personas. Hicimos un zoom, no sé qué. Y a partir de ahí… (sonríe). Tuvimos un acercamiento tecnológico.
P.- Qué moderno está usted.
R.- (Ríe). Sí. Para que veas que también sirve la tecnología para algo.
"Existe el amor después del amor: pensé que mi vida se había acabado, pero ahora tengo una novia"
P.- Así que ha recuperado la esperanza. ¡La vida se abre paso!
R.- ¡Bueno, hija, la esperanza…! No sé si tuve esperanza alguna vez. Yo más que pensar en el futuro, pienso en el presente. El futuro, a mi edad… más vale no pensar mucho en él. Pero me interesa que el presente sea mejor y pienso en él a pocos días vista. Estoy viviendo el cariño con más intensidad.
P.- ¿Cómo afecta el amor a la vida, cómo cambia los colores? La relación con la comida, incluso.
R.- Pero totalmente. Es muy sencillo. Tú, normalmente, vives para algo: hay quien vive para hacerse rico o para ser famoso o para tener muchos coches o para tener mucho sexo. Vives para algo. Y cuando te enamoras, vives para alguien. Esa es la diferencia. Comienzas a vivir para lo que esa persona quiere y necesita. El amor le da un objetivo personal a la vida en lugar de los objetivos genéricos o impersonales. Para mí es lo más importante.
P.- ¿Hacer el amor le rebaja la crispación política?
R.- (Ríe). Desde luego, lo prefiero. Es probable que abandone un mitin político por irme a hacer el amor. Eso es mucho más normal que si sucediese al contrario. Yo siempre he tenido buen humor, pero es cierto lo que dices: el estar satisfecho sexualmente le da calma a uno, placidez. Aunque si tienes un dolor de muelas ya no te sirve, esto es así.
P.- ¿Por qué la gente no habla de sexo a partir de cierta edad, por qué parece que es un tema que desaparece?
R.- El sexo está mucho más presente en la vida de los jóvenes, pero en los mayores hay más recato…
P.- ¡Pueden reivindicarlo, Fernando…!
R.- ¡Bueno! No voy a ser el misionero del sexo de los demás (se parte). Tampoco lo oculto. A veces, frente a cuerpos jóvenes y bellos, uno ya no puede ofrecer más que otros sentimientos, que tampoco están mal. Se vuelve uno un poco más prudente en las exhibiciones que hace de las cosas, pero yo, desde luego, no soy sospechoso de callarme. Hablo de sexo con normalidad igual que hablo del apetito. Habrá que vivir.