Candela Peña (Gavá, Barcelona, 1979) es una criatura genial: llega al patio de butacas del Teatro Pavón, donde ahora estrena Contracciones, y resuenan sus taconcitos de mujer menuda pero imponente, franca, sentimental, categórica, transparente, de una mecha corta encantadora y terrible. Con su verborrea adictiva. Con sus tres Goya a los que no les da ninguna importancia porque está pensando en descongelar un salmón para que su hijo cene. Con su mirada de rímmel violenta y tierna a la vez. Con su poderío doméstico, sin brilli-brilli.
Quisiera una ser amiga de Candela Peña para que te quiera como quieren las mujeres como ella -con todo el cuerpo, con la voz, con las manos, jugándos el pellejo, como leonas temibles- y para que te explique el mundo como lo explica ella: con carácter, con honestidad brutal, con la intuición profunda sobre la condición humana que mamó siendo niña y creciendo en el bar de sus padres, entre parroquianos de todo tipo. En las tascas crece el alma de los señores. Y de las señoras.
Florece sagaz y cariñosa, resuelta y de gracia española: pilla a esta periodista de la solapa y le ajusta amorosamente el cordón dispar de la sudadera, como una madre abrochándole la trenka a su hijo. Candela es todo lo que está bien del temperamento cañí: le coletea la raza y la víscera como agitadas por el viento.
En esta obra de suspense -escrita por Mike Bartlett y dirigida por Israel Solá- hace de empleada fustigada por el sistema: su temible jefa -aquí su amiga Pilar Castro- la entrevista de forma agobiante y perversa sobre su vida íntima, hasta el punto de exigirle detalles de sus encuentros sexuales con un compañero de curro, con lascivia mórbida. Aquí arranca el combate entre lo sentimental y lo laboral. Entre las empresas y los seres humanos. Entre el algoritmo y la vida.
[Candela Peña: "'La Resistencia' me ha dado alegría de vivir, la gente ha visto cómo soy realmente"]
Aquí se pone de manifiesto que, aunque en un primer momento defendamos con uñas y dientes nuestra dignidad, poco a poco y en lenta erosión vamos cediendo nuestros derechos y cumpliendo voluntariosamente los deseos de nuestros amos. En cuerpo y alma.
P.- ¿Eso que dijeron en la Biblia de que el trabajo nos hará libres es verdad o es mentira?
R.- El trabajo no nos hará libres. La cultura nos hará libres. El trabajo -depende de cuál- nos puede hacer presos del sistema, como en el caso de la obra. Tengo suerte de trabajar en mi pasión y en mi vocación desde pequeña, pero sí es cierto que tengo amigas con trabajos complicados y que muchas veces tienes que aceptar trabajar en determinadas condiciones dependiendo de tu necesidad.
P.- ¿Mucho que tragar?
R.- Mucho que tragar… depende. Nosotros somos responsables de lo que tragamos.
P.- Es una gran frase, en la acepción que se quiera.
R.- (Ríe). Somos responsables de cuando decimos “sí”, porque si no es muy fácil echarle la culpa de todo al sistema. Tenemos que coger las riendas de nuestra vida, tía. Si tú aceptas trabajar en según qué condiciones, también formas parte de ese sistema y de las leyes que te pone.
P.- ¿Nuestros jefes, de alguna manera, son nuestros tiranos en el mundo moderno?
R.- Pues depende. Yo he tenido jefes que me han estimulado, que me han ayudado, que me han hecho avanzar y darme cuenta de cosas, que me han dado espacio y que me han dado voz. Los puse en un pedestal, y luego, cuando dejas de interesarles… también te pueden escupir como la bola de pelo de su propio gato. Los jefes son como los trabajadores: hay de todo. Con algunos te gustaría no volver a encontraste nunca y con otros firmarías por seguir trabajando el resto de tu vida.
P.- ¿Cuáles han sido las situaciones más incómodas o invasivas que ha vivido con ellos? En la obra se trata el ámbito sexual, pero también puede ser el de las preguntas acerca de la maternidad.
R.- A mí me han llegado a decir en un despacho “júrame que te portarás bien”. Es heavy, ¿no?
P.- ¿Cómo?
R.- Eso digo yo. Dijo eso y luego, o coma, o punto y seguido: “Es que habrá niños…”. Y este director a mí no me conocía absolutamente de nada. En realidad todo lo que hacemos ahora está en manos de grandes mamotretos internacionales y el contenido lo verifica uno y otro y otro y otro. El escalón del actor es el último, y oyes frases como “no, usted tiene que dar el ‘sí’ con el capítulo uno o mañana abrimos cásting”. No te dan ni la capacidad de poder leer a lo que tú tienes que decir sí. Esas son las máximas invasiones que he vivido de los tres últimos años para acá.
"He puesto en pedestal a jefes que, cuando he dejado de interesarles, me han escupido como la bola del pelo de su propio gato"
P.- ¿Y te portaste bien al final? ¿Qué significa eso?
R.- Es que no sé qué es portarse bien. Nunca supe a qué se refería este señor, que además no me conocía de nada. Supongo que se hizo ideas de lo que otros le habían contado. Pero ese señor va de moderno, de inclusivo, de progresista, de generoso, de abrazador de nuevas tendencias… así que te sorprende más. Yo lo único que quiero es poder dar mi opinión, que no sé si es buena o mala, pero es la mía.
Además no soy nada impositiva. Creo que es cómodo para muchos etiquetarnos, ¿no? Al sistema le viene bien etiquetarnos para poder señalarnos y decir “ese es tal”. Yo no creo que pueda hacer nada a estas alturas: soy una señora que da su opinión, y eso es sinónimo de ser problemática. Pero no voy a ser alguien que no soy: soy lo que soy y no soy diferente con un jefe que con un novio que con una amiga. Me da mucho miedo pensar que nadie puede contar quién es realmente, me asusta un montón.
P.- Es una honestidad extraña de encontrar. A los que nos gustas, nos gusta tu transparencia.
R.- Sí, pero me hiere mucho en el corazón que mi transparencia sea un problema para mí. Me he llevado un gran chasco personal y emocional. De ahí que este texto lo haya elegido yo, pero creo que el texto me ha elegido a mí, para decir “el sistema no lo podemos cambiar, pero lo podemos sacudir”. El sistema se equivoca y tiene que reconocerlo. Tiene que escuchar al trabajador.
"Soy una señora que da su opinión, y eso es sinónimo de ser problemática"
P.- Del sistema… ¿estás hasta el moño, o hasta el coño? Entiendo que son dos grados crecientes de hartazgo.
R.- Mira, yo tengo un amigo que se llama Jorge. Es el dueño de una empresa que se llama Extreme Collection, de ropa, y yo pensaba que era el matao’ de mi colegio, y un día lo vi en MásterChef y dije “hostia, si es el del chándal”. Este señor me dijo un día: “Mi madre, que fundó esta empresa, me dijo ‘Jorge, quejarse no sirve para nada. Hay que seguir’”. Yo digo lo que a mí me ha sentado mal y me ha herido, pero yo no me quejo, yo tengo que seguir.
Tengo amigos, tengo un hijo y tengo la responsabilidad de contarle a ese hijo que en la vida hay que avanzar y no desde la frustración. Yo soy una peleona y una luchadora y yo seguiré. El Titanic se hunde y si yo puedo agarrarme al último músico agarrado al último madero del piano, yo me encaramo, porque mi plan es flotar hasta el último momento. Pero también te diré que quiero vivir de pie, no de rodillas.
"Quiero vivir de pie, no de rodillas"
P.- En esta obra también se pone de manifiesto que las jefas mujeres pueden ser muy hijas de puta, ¿no? Por un momento se entendió que la crueldad del liderazgo era patrimonio de los hombres.
R.- Pues mira, una de las últimas malísimas experiencias que he tenido ha sido con una mujer, pero también creo que no es sólo responsabilidad de esa mujer, sino de todo el sistema, o sea, de todo el patriarcado, de todos los hombres que nos han precedido: las tías llegan tan apretadas a tener que hacer o a tal que aceptan trabajar en condiciones determinadas. Hay gente que por llegar a un sitio acepta cualquier cosa, ¡cualquier cosa por meter la cabeza! Bueno, para mí no vale. Pero si esa mujer consideró eso es porque la han debido apretar mucho antes.
P.- ¿Imita la mujer el liderazgo masculino?
R.- Sí, pero eso tampoco me sirve como excusa, digamos: en esta vida hay que ser asertivo, la responsabilidad es individual, no es de un colectivo. Eso se lo digo yo a mi hijo que es pequeño, porque si no en la manada de los chavales del colegio y sus madres… acabamos en un “no, es que como él lo hizo y él lo hizo, yo lo hice”. No. La responsabilidad es individual: “Yo no lo hago”, porque si no tú eres igual de responsable que el que lo ha hecho ahí.
P.- ¿Eres antillorones?
R.- Soy la que más lloro del mundo, pero lloro de pena.
P.- No lloras como actitud vital victimista.
R.- Ah, no. Yo asumo mis cagadas: y mira que la he cagado, eh, y he hablado de más… no puedo echar balones fuera. “No, es que el sistema…”. ¿Vas a cambiar tú el sistema, con sus intereses, con sus multinacionales? No, ¿no? Pues empieza por asumir lo tuyo. Por eso, si yo acepto un papel, quiero que me dejen leerlo para opinar, porque es mi único espacio para elegir.
P.- En la obra se cuestiona la relación de la empleada con un compañero. ¿Tú te has pillado alguna vez por un compañero de profesión? ¿Algún affaire de ese tipo o eres de las de “donde metas la olla…”?
R.- Bueno, yo soy una mujer bastante emocional y sí, sí, sí, me he enamorado de gente con la que he trabajado, pero bueno… nunca lo llego a materializar. Es una cosa más platónica. Me lo invento y tal. A mí me dan muchísimo miedo las relaciones, entonces suelo fijarme en gente que no puede ser para que nunca suceda. Caigo en la trampa que me pongo a mí misma, que es una cosa que me gusta muchísimo.
"A mí me dan muchísimo miedo las relaciones, entonces suelo fijarme en gente que no puede ser para que nunca suceda"
P.- ¿De dónde te viene ese miedo?
R.- Bueno, porque no me ha debido ir bien en el amor. Me han debido herir en algún momento. Entonces siempre fantaseo. Pero sí me enamoro, hombre, y de algún actor guapísimo con el que he trabajado, cosas así. Pero todo lo vivo bastante en solitario. Hay que estar enamorada de la vida y de tu trabajo, así que tener alguien que te mueva para llegar a currar, aunque esa persona tenga su vida y esto sea algo que tú alimentas en ti, es bonito.
P.- Roberto Álamo contaba que estuvo a punto de vender el Goya. Tú también te has manifestado mucho sobre lo precarizada que está la profesión y has pedido que te den trabajo, que no se te caen los anillos.
R.- Cualquier cosa no hago, porque llevo tres años sin trabajar, pero es que hay momentos como el de ahora donde no te ofrecen nada. Entonces tú tienes que generar tu propio trabajo, que es esto: levantar esta obra y gracias a que encontré a Eva Paniagua, nuestra productora -Producciones Come y Calla-, y a que Pilar se apuntó, a que Fran el distribuidor se apuntó, Nieves… luego ya montas el equipo, pero es verdad que esta función nace de la necesidad de un plato de cocido. Es que esto es así. Pero lo tengo claro.
"Esta función nace de la necesidad de un plato de cocido"
P.- Me gusta que quites el encantamiento tonto que hay a veces sobre la profesión.
R.- Sí, es que la gente se cree que un actor es alguien con una copa cóctel en la cubierta de un velero, y yo no he pisado un barco en mi vida, no sé. Yo también fantaseaba desde mi pueblo con ser la niña estrella de tal, pero eso le pasa a una y no he sido yo. Te digo que estos sincericidios que hago… no los hago por mí, los hago por las que vienen: “Gorda, no fantasees tanto con tal”. Es mi forma de decírselo.
Yo ahora debo mucha pasta, y no pasa nada. Y Pilar me dice “no lo digas”, y yo lo que digo es que no pasa nada, y no tengo problemas para pedir trabajo. Nena, hay momentos en los que la marea está muy alta y otros en los que está muy baja, pero es que hay veces que está tan alta que no puedes ni poner tu toalla, y yo ahora estoy en ese momento. Esto es fluctuante. Como la bolsa (ríe).
P.- ¿Te irías a poner copas a Malasaña, ahí al bar de abajo, si fuera necesario?
R.- Pues hombre, igual poner copas no, pero sí otras cosas. A mí me gusta muchísimo esta profesión. Prefiero estar en los cines Renoir vendiendo entradas y lo haré si es necesario. Pero prefiero algo así, algo relacionado con lo mío, como ser auxiliar de dirección o de producción en un rodaje, porque ese es mi encuadre vital, y porque para mí un rodaje es casa. Me iría a un teatro. Poner copas… hija, pues también las pondría, pero es que ya he puesto muchas.
P.- Tú te criaste en un bar, como yo. Somos niñas de bar y eso cambia la vida entera, ¿no? ¿Qué se mama ahí de la cultura del sacrificio, de nuestros mayores, y de cómo es en verdad la gente en España?
R.- ¡Ay, sí! Mira, el bar de mis padres era un cuadrilátero. Yo le decía a mi madre que creo que soy actriz porque he crecido con público. Venía del colegio y mi padre me regañaba delante de los clientes, o hacía los deberes, o lo que sea. Yo es que he tenido la suerte de conocer al señor Román, que fumaba en pipa y pedía la cerveza en copa de balón. No hubiera sabido nunca cómo funciona una personalidad como la del señor Paco si no hubiera tenido un bar: o sea, hombres que sabes que tienen vidas paralelas fuera de sus matrimonios.
Y el señor que ha venido de fuera a vivir aquí. He conocido a mucha gente, he visto perfiles muy diferentes, he visto a gente fascista, clasista, izquierdosa… como en el bar de mis padres se daba una calidad de producto my buena, venían desde los más ricos, que solían ser los más fachillas, a los técnicos de todos los teatros de Barcelona que tienen los talleres en Gavá y venían ahí. Esa información me ha colocado en mi sitio.
"Me crié en un bar y he visto perfiles muy diferentes: gente fascista, clasista, izquierdosa..."
P.- Te da un ojo quirúrgico frente al mundo.
R.- Yo creo que sí. Pepón Nieto también es niño de bar. Te cuento una anécdota preciosa: tengo una prima hermana, nos hemos criado juntas, y cuando le bajó la menstruación mi padre le regaló 18 rosas y yo pensé “el día que me baje a mí la regla no lo cuento porque me muero de vergüenza”, porque en el bar era “¿y estas flores?”, “ná’, la niña, que le ha venido la regla”. A mí me vino muy tarde y nunca lo dije. Y mi padre ya un día, al pasar el tiempo, me dio unos pendientes y me dijo “anda, tonta, que a ti te había comprado unos pendientes…”. Y estaba hasta el papel ya amarillento de todo lo que me habían esperado esos pendientes. Cosas de bar.
P.- Tú luchas, entre otras cosas, por sacar adelante a tu hijo, y has llegado a decir que pagas un colegio privado “para que el chiquillo haga contactos”. ¿Qué pensamos de un mundo en el que todos sabemos que es cierto que los contactos se hacen en colegios de pago?
R.- No, y es terrible también lo que digo, ¿eh?, pero no voy a mentir. Yo sé mis ideales. Mis padres, que a lo mejor no tenían toda la cultura del mundo, consideraron que el mejor colegio de mi pueblo (donde mi abuelo era el jardinero de las monjas), era el de las Agustinas Misioneras. O sea, yo estuve en un colegio privado. Mi hijo nació en un momento bastante convulso de mi vida, yo me iba a trasladar a Madrid, no quería que arrancara en un colegio con un tipo de enseñanza en catalán porque nos íbamos a ir… preferí llevarlo a un colegio extranjero, alemanes, tal, pim, pam. Acabó ahí y luego siguió en uno parecido aquí. Y es que los veo: veo a los padres, veo a esos niños y digo “madre mía, estos niños dirigirán este país el día de mañana”. Lo digo de broma, pero también en serio.
P.- Es que hay un punto en el que es en serio: es una pregunta que se hacen muchos padres, si pueden asumir el esfuerzo de llevar a sus hijos a un colegio de pago para que les den trabajo cuando salgan.
R.- Sí, pero ahí eres de los mataos’, porque la gente es muy clasista dentro de estos colegios, y a mí hay veces que no me invitan a las reuniones en parejas y cenas porque soy madre sola, por no tener pareja no tengo acceso ahí, ¿sabes?
P.- Hay que joderse.
R.- Sí. Así que mi hijo, dentro de ese grupo, no será de los ‘pros’ tampoco, pero bueno, tendrá esos contactos.
"Hay gente muy clasista: a veces no me invitan a las reuniones de parejas en cenas del colegio porque soy madre sola"
P.- ¿Sí o o a la ley del ‘sólo sí es sí’?
R.- Me gustaría documentarme mejor porque tengo ciertas dudas y no quiero dar aún mi opinión al respecto. Me gustaría incluso hablar con Irene o con amigas abogadas… porque no sé hasta qué punto la aprobación de esa ley ha favorecido a las mujeres -o favorecerá en el futuro-, pero en algunos casos ha empeorado su situación… no lo sé, no tengo todos los datos. Quiero ser consecuente en mi vida y es un tema complejo, como el de la ley Trans. Quiero estudiarme bien esos vacíos legales para no dar mi opinión sin conocimiento.
P.- Pusiste un post que decía: “¿Madrid moderna, Madrid libre? Mi cuerpo se invierte y ya no duerme”. Te referías al insomnio, al estrés, a la sensación de sobreproducción que a veces nos deja esta ciudad.
R.- Escribí un texto hace mucho que me gusta mucho donde decía que a Madrid viene mucha gente de fuera con un ‘rosa-ilusión’ con un tal, y es como si hubieran unas cajeras enormes en la frontera de la ciudad que te cobran para entrar… con tu luz. Yo creo que es una ciudad que te recibe, te recibe, y una vez que entras en su dinámica, te va chupando y apagando. No hay que dejarse, pero es una ciudad dura de vivir.
P.- ¿El Madrid de Ayuso nos mata? ¿Esa vieja proclama de la noche malasañera -Madrid me mata- ha cobrado un nuevo significado?
R.- Si hablamos de sanidad, desde luego, el Madrid de Ayuso nos mata literalmente.
P.- ¿Y en general?
R.- No soy partidaria de Ayuso. Mis ideales van en otra dirección a los de esta señora.
P.- Va la última. ¿A quién harías ministro o ministra de Cultura?
R.- A la Coixet.
P.- He leído que sois buenas amigas.
R.- Sí, pero no por eso: por abierta, por culta, por todo. Pero es una persona tan inteligente que nunca lo aceptaría. Es que son cargos tan complejos… ahora tengo una compañera del colegio de mi hijo, Raquel, que es la ministra de Transportes, y veo que son cargos complicados: no puedes hacer todo lo que te gustaría, tú vienes con unas agendas y unos sistemas muy concretos. No creo que a nadie a quien le apasione la cultura y quiera hacer algo por ella considere que en ese cargo se puede hacer algo útil. Tú escribe, si quieres escribir. Dirige. Pero meterse en esos puestos… es como meterse en un Vichy abierto. El gas se acaba yendo.