El cineasta de culto y profesor Jaime Chávarri es una criatura excepcional. Tan familiar, tan cálido, tan generoso y risueño. Tan brillante sin buscar epatar. Es como si se encogiese de hombros continuamente, es un "¿qué sé yo?" bípedo, cano, bienhumorado, con venitas verdosas en las manos y una paz incansable en el gesto. Él nunca buscó competir. Sólo vino a la vida a pasárselo bien. ¿Les parece poco?
¡Su compañía es tan grata! En esa casa silenciosa y romántica de techos altos en el corazón de Malasaña... llena de libros, de películas, de cachivaches, de alfombras y lámparas y cojines distintos, de dibujitos en servilletas, de recuerdos. Le digo que es un hombre recolector y asiente. ¿Cómo va a saber uno quién es si no recoge las miguitas en el camino que una vez dejó para sí mismo, para volver a encontrarse al final del todo? Antes de El desencanto. Mucho antes.
Un neón enorme en el salón, que enciende para mí. Luces rojas y azules. Bebemos agua y café, pero quién sabe si líricamente esto sería whiski. Ahora estamos en un bar de carretera a la una de la madrugada, ahora estamos donde empiezan las películas que aún adora, pero que ya no le interesa dirigir. Es un poeta secreto tremendo, Chávarri. Nunca lo reconocerá ni dirá nada para que uno pueda llegar a dilucidarlo: exactamente lo que haría un auténtico poeta secreto, sí.
"Yo creo que tú y yo somos dos intensos tremendos, ¿no?", me dice. "Yo te diría que sí, pero además hoy tenemos la ocasión de demostrarlo", le contesto.
Ahora vuelve a los cines después de tantos años que ni se acuerda. La película se llama La manzana de oro y es una adaptación de una novela de Aramburu sobre una congregación de poetas de todas las edades y condiciones que se reúnen un fin de semana para entregarse un premio... ¡a ellos mismos! Cría artistas y se sacarán los ojos (o algo así era). Luego te los sacarán a ti si no te sientes conmovido por su obra.
Egos, amores, vicios, modernidad, tradición, choques generacionales, envidias, sexo... y autoparodia. Mucha autoparodia. Si no, no hay quien salga vivo de un verso. Chávarri es perfecto para quitarle la gravedad a las cosas, y más en esta obra coral que resulta cómica y que al final duele. Ya lo dijo quien lo supo: la poesía no quiere adeptos, quiere amantes. Pero esta tarde de septiembre rara nos lo cuenta el mejor.
P.- ¿Qué es el talento? ¿Es algo con lo que se nace o que se hace? ¿Se puede ir, sin despedirse, de una vez y para siempre?
R.- Yo sabía que tú eras incisiva. Ese es justo el lado de la película que a mí me interesa y no me habían preguntado aún por él. Mira, toda la parte seria de la película está desactivada por los mismos personajes, que son todos poetas, y ellos se ríen de su parte grave, mientras que en el fondo todos quieren ganar el premio. O sea: esa distancia se la crean ellos mismos por el miedo horrible a no tener talento, o a haberlo perdido. El talento se define con el tiempo y con el poso. Dicen que ahora es un mal momento para la poesía española, pero no lo sabemos, no podemos saberlo de verdad hasta dentro de diez años. La inmediatez no sirve para nada… no te deja ver nada.
"El talento es un misterio, pero sé que depende del poso y del tiempo"
P.- ¿Has visto a mucha gente frustrada en tu vida por no tener talento, pero intentarlo hasta las últimas consecuencias?
R.- (Ríe). Es un tema dl que se habla poco, pero sí. Hay cosas que no sabemos… cosas en las que igual tenemos talento y no las exploramos, ¿no? Quizá por miedo. Mira, haciendo la producción de la película me sorprendió la cantidad de técnicos que había interesados en la poesía, pero ¡con tanto miedo de parecer cursis…! No sé, el talento es un misterio. ¿Quién sabe qué…? No sé si conoces La noche del cazador. Es preciosa, pero en su momento fue un fracaso tremendo. Hoy es una película de culto. El talento es muy resbaladizo.
P.- ¿Tú consideras que tienes talento?
R.- Cuando tengo una idea… no sé, no sé, es algo que no quiero pensar y que no me corresponde a mí decir.
P.- ¡Ah, esa incomodidad…!
R.- (Ríe). Sí. Por ejemplo, me encantan los premios, pero cada vez que me dan uno me chirría mucho.
P.- Bueno, es que, ¿que significa, en realidad, un premio?
R.- Significa que los demás han apreciado un trabajo que has hecho, y está muy bien, es positivo. Pero tienes tú razón… qué significa. El síndrome del impostor es importante, es sano. Rebaja el ego.
P.- En la película, cuando una de las protagonistas siente que ha perdido el talento, dice “ya no soy la favorita de dios”. ¿Existe un dios del que poder ser favorito? ¿Crees en algo parecido a eso?
R.- Ah, no, en absoluto. Yo creo en mi conexión con la humanidad. O sea, yo soy muy racionalista, pero a la vez soy romántico. Creo que dios ha funcionado durante muchos siglos para que la gente entendiera algo de la vida, de su sentido, ¡por supuesto!, pero también creo que ahora hay otra cosa que es igual de fuerte, que es la solidaridad. En fin, si hay gente que lo sigue necesitando porque así recibe un consuelo tremebundo, a mí me parece bien.
P.- Pero que no lo llamen, que no contesta.
R.- (Ríe). No, es muy respetable. Dios ha cumplido una función. O sea, si no existe, está muy bien inventado. Ahora me estoy leyendo un libro apasionante… que dice que la religión pertenece al mundo de la poesía.
"Dios ha cumplido una función. O sea, si no existe, está muy bien inventado"
P.- Entiendo. Al mundo simbólico, ritual, onírico, sugerente…
R.- Exacto. Es así. Pero a través de la religión también se cuentan muchas cosas que no son verdad.
P.- Hay una pulla increíble contra la Iglesia en la película. El obispo está como deseando hacer talleres con los críos del pueblo. Dice la monja: “Yo no sé esta manía del cura con los niños…”.
R.- ¡Jajá! Pues poca gente lo pilla. Es que la gente va al cine a que le den, no a recoger. La frase del obispo…pues mira, chico, es la imagen que tengo de la Iglesia en este momento, qué le voy a hacer, no lo puedo evitar. Se lo han ganado ellos también. Es cierto, a la vez, que luego se ve a un cura trabajando con los niños sin ninguna intención ni nada, pero ahí está.
P.- Para mí, el personaje más interesante de La manzana de oro es el alcohólico. ¡Es el mejor poeta de su generación, pero se le ha ido la mano con el bebercio…! Una desgracia. ¿Qué tienen el alcohol y las drogas cuando los bendicen?
R.- Tienen, tienen. Yo he vivido la época en la que la gente se moría por las drogas. Pero bueno, a mí también me ha atraído ese mundo, aunque lo que más me interesaba eran los hongos. Estuve buscando hongos por México y por Indonesia. Eso era otra cosa…
P.- ¿Qué se sentía?
R.- Primero te dejaba agotado, lo que era estupendo, porque no tenías ninguna gana de tomarte otro al día siguiente, así que no era adictivo (ríe). Yo nunca perdí el concepto de dónde estaba. Sólo una vez, que estuve no sé si en Bali o en Yakarta, me vi fuera de la cama.
P.- Saliste fuera de tu cuerpo: eso sí que es un viajazo.
R.- ¡Es una sensación que debería dar envidia…! Jajá. Otras veces eran sensaciones físicas muy, muy fuertes, pero indescriptibles. En México fui una vez con una amiga mía y nos dieron uno que se llamaba ‘desbarrancadero’, que con el título ya te imaginas. A veces lo utilizan como medicina también. Si te lo tomas cuando estás mal, te vas a la mierda. Yo me lo pasé bomba, pero mi amiga lloraba y lloraba y lloraba… y la bruja le decía “tú tienes algo que no has llorado, y lo estás llorando ahora”. El lenguaje no te hace llorar de esa manera, pero tú tienes algo dentro… y el hongo te lo saca.
"Probé la heroína y lo tuve clarísimo. Me dije 'es esto o todo lo demás'".
P.- Las cositas enconadas.
R.- Sí. Luego fue descubriendo lo que era y se fue calmando. Pero fue muy interesante.
P.- ¿Has usado drogas o alcohol para escribir?
R.- No, a mí eso no me funciona, aunque entiendo que hay gente a la que sí. Yo probé la heroína, un amigo me dio a probarla, fumada, y yo tenía 28 o 29 años y ya sabía lo que quería hacer con mi vida. Pero la sensación fue tan brutal que lo tuve clarísimo. Me dije: “O sea, es esto o todo lo demás”.
P.- Eso me dio García Alix, que él se vuelve vampiro. Que ella puede con todo, hasta con el amor.
R.- Totalmente, yo entiendo que a un chaval de 15 años eso se lo lleve por delante y lo mate, porque con esas edades aún no tienes… no sé, un plan, una vocación clara, algo que te pese de verdad. Yo doy gracias porque yo tenía mi vida encaminada y ya sabía distinguir la verdad de la mentira. Y sabía que lo de ese paraíso… bueno, era un paraíso de una temporada, pero luego olvídate. Olvídate de todo. Vi a mucha gente destruirse. Daba sensación de inutilidad. Además, la gente que yo conocía… no era precisamente gente pobre que tomaba eso para aguantar la vida, ¿eh? Era gente hedonista… para entendernos, muy burguesita. Jugaban. Entraban en sitios de los que no saldrían.
P.- Creo que una de tus películas favoritas es Arrebato. De las mías también. Va justo de esto…
R.- ¡Sí! Arrebato y La colmena, que además tienen muchísimo que ver.
R.- Poncela, el protagonista, me dijo que él pudo salir de la heroína sin centros de desintoxicación porque era un genio de la supervivencia.
R.- Y es verdad, ¿eh? Tenía fuerza, una cabeza especial. Yo lo vi. Era un mundo muy tremendo, pero muy atractivo. Todo lo atractivo tiene algo de prohibido.
P.- El mal… mola un poco.
R.- Sí. Mola. Siempre ha sido divertido. Yo siempre he preferido ir al infierno que al cielo, aunque sea un ratito. ¿Qué vamos a hacerle? Luego fíjate en esos escritores… Hemingway, Fitzgerald… eran fantásticos y sin alcohol no podían escribir. Ya nunca sabremos cómo habrían escrito sin alcohol. A mí me gusta trabajar con la cabeza fresca.
P.- ¿Qué es la transgresión hoy? En los 70 era transgresora una drag vestida de Cristo, pero…
R.- ¡Mmh! La transgresión en este momento, y esto es una verdad muy peligrosa, es lo que no es políticamente correcto. Es un terreno muy pantanoso. El ser humano tiene derecho a la transgresión, de entrada, tiene esa capacidad, tiene que sentir un tipo de libertad que le permita trabajar en lo que sea, ¿no? Pero se ha arrinconado el pensamiento de lo prohibido tan, tan absolutamente, que ha llegado un momento en el que la transgresión es decir cosas bárbaras como que el Holocausto nunca existió o que las feministas son nazis, o no sé qué.
Para mí la transgresión auténtica conlleva un disfrute. Si no, ¿qué sería? ¿Meramente arte, religión, ideología…? No, tiene que tener morbo, tiene que tener gracia. Y todo lo que es puramente político no tiene gracia ninguna. En este territorio el gozo no existe, el humor no existe, no existe el codazo, la ternura no existe.
P.- Esta nueva transgresión es la violencia por la violencia.
R.- Sí, lo creo así. No puedes transgredir sólo en coas horribles, violentas, sangrientas y criminales. Antes la transgresión era una manera de divertir. Era el decir adiós a los chicos buenos del colegio, y a los curas, y decir aquí y ahora estoy, aquí y ahora voy a hacer lo que me da la gana, luego ya veré si está bien o no, pero esto es lo que me da la gana.
P.- Igual tenemos que pasar ya de la transgresión.
R.- Sí, quizá no hay que darle tanta importancia. Nos tiene que dejar de interesar. Mi sensación en este momento es que ya no hay pecado.
P.- Porque dios ya murió a manos de Nietzsche.
R.- (Ríe). Sí. No estás ya llevando la contraria a tus papás, que era lo divertido. A mí me parece que la gran revolución hoy es la de las mujeres y los homosexuales, las únicas que han funcionado porque son las únicas que parten de una verdad interior que es innegable. O sea, que no es una verdad política, ni filosófica, es una cosa esencial del ser humano. Te sale de las tripas.
"A mí me parece que la gran revolución hoy es la de las mujeres y los homosexuales, las únicas que han funcionado porque son las únicas que parten de una verdad interior que es innegable"
P.- En la película tratas varias generaciones de poetas. ¡Tenemos hasta un antifranquista en la sala…!
R.- Sí. Esa generación tiene un poco la amargura del fracaso de la izquierda.
P.- ¿Del fracaso?
R.- Sí. La izquierda ha fracasado políticamente. Ideológicamente no, porque en las costumbres no ha fracasado tanto… Las ideas que lleva la izquierda son completamente válidas, son contra la injusticia y la desigualdad, pero cómo políticamente se ha llevado eso… ha acabado con la izquierda, está acabada, ha sido un desastre.
P.- ¿Me estás queriendo decir que hoy está gobernando la derecha aunque presuntamente gobierne la izquierda?
R.- Sí. Pero también creo que mientras la democracia nos dé la herramienta de poder cambiar, hay algo que está bien.
P.- ¡Será genial! Podremos elegir: ¿qué grado de derecha gubernamental queremos? ¿Derecha, más derecha, superderecha?…
R.- (Ríe). A mí tanto la extrema derecha como la extrema izquierda me aterran en el poder. Creo siempre en que haya una oposición fuerte.
P.- ¿Cuándo fracasó la izquierda? ¿En qué año arrancó la decadencia?
R.- Fue un momento muy largo… hace mucho tiempo. Fue el momento en el que las ideas dejaron paso al partido. O sea, lo que empezó a funciona fue el partido y las ideas se quedaron atrás. Eso fue tremendo. Digamos que quisieron negar algunas libertades del ser humano, y la libertad es algo que siempre tienes que dejar que exista, aunque la de los demás a veces vaya a tu favor y a veces no. La gente no aguantó. No aguantó.
El momento en el que alguien se hace cargo de la revolución y se olvida de todos los demás que lo han hecho con él y él decide que la revolución es su revolución, y de nada más. Para mí, la izquierda está acabada desde Lenin, directamente, porque hay gente que dice “no, desde Stalin, lo que hizo Lenin estaba bien”… no, porque el partido censuraba a Lenin, les parecía demasiado bestia.
P.- ¿Y en España, en nuestro marco, cuándo empezamos a irnos a la mierda?
R.- En España empezamos a irnos a la mierda por la desunión de la izquierda: ya en la guerra se peleaban los anarquistas, los socialistas y los comunistas. Y los de la derecha estaban juntitos, bien de acuerdo.
"En España empezamos a irnos a la mierda por la desunión de la izquierda: ya en la guerra se peleaban los anarquistas, los socialistas y los comunistas"
P.- Con la unidad del Antiguo Régimen.
R.- Claro. Pero también es una cuestión del orden, que es algo que a la derecha le encanta, pero que a la izquierda ha acabado por encantarle también. Esa obsesión porque esté todo ordenado.
P.- ¿Sabes que mi palabra favorita es “desorden”?
R.- ¡Es una palabra estupenda! ¿Sabes? Antes hablamos de la transgresión. Quizá el desorden sea una de las pocas cosas transgresoras que quedan, porque es divertido. Es divertido el desorden y también es divertido, luego, ponerte a ordenar.
P.- Amigo, hay un anarquista dentro de ti.
R.- Sí, yo creo que un poco dentro de todo el mundo. A mí me divertía bastante hasta que vi las películas que hicieron en Barcelona los anarquistas, que eran el anuncio absoluto del Holocausto. No les valía con echar a los curas, había que matarlos. Pero luego en el pueblo de al lado había unos anarquistas que estaban haciendo unas comunas y unas cosas estupendas… pero en la ciudad era todo terriblemente violento. ¡Pero violento de exterminio! No es culpa de todo el anarquismo tampoco. En todas las ideologías hay tontos y malos.
*
¿Con qué palabra se siente cómodo Jaime? ¿Significa algo ser “antifranquista”, ser “rojo”, ser “progresista”? “Ah, las palabras son ya muy traidoras. No me encanta ninguna, están todas pervertidas y desahuciadas. Ni siquiera “liberal” funciona ya, y mira que es el antónimo de “totalitario”, ¿no? No sé, yo soy una persona que ve a los demás como personas. Entre otras cosas, la izquierda también ha fracasado porque no ha tenido sentido de la solidaridad, y eso se lo ha cargado la extrema izquierda, que sólo es solidaria con los suyos, con los demás nada. La solidaridad ahora funciona en grupos. Esto no va así”. Resopla.
R.- Yo soy una persona de ideas de izquierdas, pero políticamente no sé si soy de izquierdas.
P.- Eres el hombre que hizo Las bicicletas son para el verano, tú me dirás.
R.- Bueno, eso estaba escrito en realidad por Fernán Gómez… Yo recogía. Yo no soy el anarquista que Fernando era. Los anarquistas también fueron admirables porque llevaban la cultura a rajatabla.Y te hablo de Fernando pero te hablo de otro recuerdo, de llegar a la finca de una tía mía rica y ver a un eléctrico, porque estaban de reformas, metido en la biblioteca y curioseando un libro. “Perdón, perdón”, me dijo. “Y yo le dije: no, no, si lo que quiero saber es qué título estás leyendo”. Tenían un respeto por el conocimiento tremendo.
P.- ¿Qué tal Fernandito…?
R.- Era un personaje fantástico, divertidísimo, y que, desgraciadamente, al final no pudo soportar estar malo tanto tiempo y envejecer y tal, y se volvió un hombre un poco agrio. Pero yo fui feliz en las cenas con él, con Paco Rabal y con Fernando Rey. ¡Su sentido del humor era…! Y eran personas muy determinadas ideológicamente, pero las cosas eran distintas. Rabal escribía poemas en ABC. Eso es lo que diferencia la rigidez de las ideologías y la realidad de la vida. Mira los soviéticos: cuando los de la élite política empezaban a tener casas… unos pasitos medio monos, en vez de vivir todos hacinados como al principio. ¡Entonces el problema vital eran las cortinas! No querían que alguien quisiese tener cortinas. Ahí entendieron algo… ¿eh? Que la tendencia del ser humano es hacia la burguesía.
"El problema de la izquierda siempre ha sido la propiedad privada. El campesino quiere su vaca. No quiere nacionalizar su vaca"
P.- Así que la igualdad es aburrida, da miedo y además implica renunciar a la personalidad.
R.- Sí. Y eso es algo que el partido te pedía directamente. No existía la dictadura de proletariado, eso es mentira, la dictadura era la de un señor y él te decía que era del proletariado.
P.- ¿Cómo te gustan a ti las cortinas, Jaime?
R.- A mí… antigüitas (ríe). Las del salón las puse porque tenía un convento enfrente y yo me paso el verano en pelotas. Vi que las monjas ponían celosías y dije… oye, voy a tener este detalle… por respeto (ríe). En fin, el problema de la izquierda siempre ha sido la propiedad privada. El campesino quiere su vaca. No quiere nacionalizar su vaca. Y esto sigue siendo así.
P.- ¿Cuáles son tus mayores lujos?
R.- Me gusta vivir bien, claro. Pero mis mayores lujos son el tiempo y el silencio.
Para Jaime la libertad es lo fundamental, pero reconoce que es más sexy cuando es nueva, como en el 68. Ya como que la tenemos medio vista. “En el 68, la protesta fue contra la jerarquía burguesa, pero también contra la jerarquía de izquierda. Estaba en contra de todo veto, ese ‘prohibido prohibir’...".
P.- Pero hoy sigue siendo importante desobedecer.
R.- Sí. A mí me ha marcado en mi vida la idea de no tener que ir a una oficina todos los días, que es algo que siempre me ha parecido aterrador. O sea, a mí no me importa levantarme a las 4 de la mañana un mes, pero saber que se va a acabar. No convertir la vida cotidiana en una rutina. Esto que tengo es un privilegio.
P.- Bueno, es un derecho conquistado.
R.- ¡Si tú lo dices!
"Me encantaba salir. Salía todas las noches de mi vida. Hasta que un día tenía como 50 y tantos y dije 'no me estoy divirtiendo, joder'"
Y Chávarri se ríe. Dice que se ha aburrido muy poco o nada en toda su vida. Dice que no sabe cómo será mañana, porque cada día es distinto. Dice que el mundo sigue siendo sorprendente para él, que le encanta leer, ver películas, los amigos. “Me encanta salir. Yo salía todas las noches de mi vida, Lorena. Me iba a la Sol o al Cock o a uno de estos sitios de marcha, de copas. Hasta que un día tenía como 50 y tantos y dije ‘no me estoy divirtiendo, joder’. Y me fui, y lo dejé pasar. No pasa nada. Aparece otra cosa”.
*
P.- ¿Y ligabas mucho?
R.- No. Yo he sido muy serio y muy fiel siempre.
P.- Es que no sé nada de tu vida sentimental. He buscado y no he encontrado un carajo…
R.- Normal, yo me encargo de que así sea.
Y de repente, este chico tan expansivo se vuelve muy misterioso. Eso sí: teorizamos, que eso no pide pan. Jaime cree que cuando uno está enamorado no escribe, que “está a otra cosa”, al menos hasta que la cosa “va en serio” o empiezas “a vivir con la chica”. “Pero en el momento del descubrimiento, de la duda, de la incertidumbre, de, si lo queremos llamar así, la conquista… ahí no se puede escribir, y te digo más, ahí no se puede trabajar. Yo me di cuenta, en un momento dado, de que si estaba enamorado no podía rodar. No me concentraba, era errático, me distraía, hacía tonterías. Escribir es una disciplina que yo no tengo. Mi poca disciplina la aprendí estudiando Derecho. ¡Sólo me gustaba penal!”. No me extraña. Nos gusta la sangre, el amor y la víscera. El arrebato, como a Zulueta. Cortar la luna con un cuchillo, como a Lorca.
Sabe Chávarri también que en todos los amores, siempre hay uno que quiere más al otro, pero, ¿qué importa? “Hay relaciones que funcionan muy bien así, y desde fuera vemos claramente quién quiere más a quién. La cosa será ceder. Ceder es todo. ¿Que cómo ha cambiado mi idea de entender el amor desde que tenía 20 hasta ahora? Me cuesta decirte, porque sólo me acuerdo de las cosas divertidas y olvido las trascendentes”. Y parece verdad.
Lo que es seguro es que Jaime sabe de deseo. En Las cosas del querer, comprobó que, por mucho que luego tuviese la injusta pátina de género rancio o servil ante el régimen, la copla era el único lugar en el que se podía hablar del deseo de las mujeres durante el franquismo. “Eso me pareció totalmente fantástico, y más cuando la mujer tenía que ser pura y virgen”, comenta. ¿Y qué hay del deseo del hombre, qué sabe de él Chávarri, que justamente fue director artístico de Ana y los lobos, de Carlos Saura, un filme alrededor de eso? ¿El deseo del hombre mata? Se queda en silencio, con angustia, con respeto.
R.- Quizás para el hombre el deseo está más unido a la violencia. Es terrible. Me cuesta entenderlo siempre, porque yo soy la persona menos sadomasoquista del mundo, me horroriza sufrir o hacer sufrir, en cuanto siento eso, me alejo. Ver a alguien que me está dando caña… o ver que yo la estoy hiriendo… esa enfermedad no la tengo, no la tengo. Me voy. Yo quiero pasarlo bien. Y quiero que quien esté conmigo lo pase ¡muy bien!
P.- Ana y los lobos es muy radical. Mira que había tres protagonistas varones, que recuerdo que presentaban los tres grandes poderes del Estado, de la sociedad del momento… y la peli te cuenta que no hay hombre bueno, básicamente.
R.- Es una película, claro, pero pensar eso en la realidad es un error. Sobre todo, porque es mentira. Los hombres y las mujeres hemos colaborado durante siglos.
Chávarri cuenta que no tiene miedo a la muerte, sólo a la enfermedad. Cuenta que es un pesimista en lo absoluto y un optimista en el momento. Cuenta que le cogió tirria durante un tiempo a hablar de El Desencanto, pero que ahora ve que a sus alumnos de 20 años les sigue encantando, y se le pasa un poco el rechacillo. Cuenta que sigue creyendo que “el malditismo es algo interesante”, pero a la vez piensa que “los Panero eran interesantes… para hacer esta película: y yo creo que tuvieron suerte”: “No fue idea mía la película, ni mucho menos. Fue del productor. Pero se produjo una situación en la cual ellos le dieron sentido a la película pero la película, sobre todo, les dio sentido a ellos”.
Sugiere que sin ese documental, tal vez ellos habrían desaparecido de nuestro imaginario popular y sentimental. Ah, él estaba hartito de esos charlatanes, de esos zánganos… aunque a Felicidad Blanc la apreciaba. Por ella lo hizo. “La película la revivió, aunque muriese poco tiempo después”. Leopoldo… ay, pues también se le ama, extrañamente, por el agujero negro del tiempo. “Es la persona más inteligente que he conocido en mi vida, y también la persona a la que más me ha dolido ver… tal y como iba”.
P.- ¿Tú qué idea tienes de España? Margarit decía que a él España le daba miedo desde los Reyes Católicos.
R.- Yo no tengo una idea de España, y me daría miedo tenerla, porque eso es algo que me da miedo de la derecha, que tiene una idea de España muy concreta. Yo creo que España será lo que quieran los españoles. Y a mí España me encanta, porque he nacido aquí, pero si hubiera nacido en Suecia me encanaría Suecia. España es todo lo bueno y todo lo malo, todo lo que ha pasado a lo largo de la historia que yo he vivido, yo, que soy un niño de la posguerra y me acuerdo del primer día que comimos pan blanco y mi familia vivía bien.
"Yo no tengo ninguna idea de España: es más, lo que más miedo me da de la derecha es eso, que tenga una y tan concreta"
P.- En la película, hay un diálogo que dice: “Manolita, ¿tú eres feliz?”. Jaimito, ¿tú eres feliz?
R.- (Ríe). Yo creo que he tenido una enorme capacidad para darme cuenta de lo feliz que haya podido ser, ¡y eso ya es grande! En fin, tengo la sensación de que soy un privilegiado y de que no he pisado a nadie para serlo, soy consciente de ello y le saco partido, ¿qué otra cosa podría hacer? ¿Dedicarme a la caridad?
P.- Ah, no, aquí no somos una ONG.
R.- Yo he venido aquí a divertirme. Más que de izquierdas, soy un bohemio: me gusta que la gente sea libre, que viva como quiera, que haga lo que quiera y que no coloque su agobiante mirada sobre los demás.
P.- ¡Adiós al ojo cíclope de la sociedad…!
R.- Y adiós al ojo de dios.