Ana Guerra es un tallo firme que brotó de la cosecha fértil de OT 17. El formato regresaba ese año después de una larga época en barbecho, y la cosa volvió a explotar: los concursantes entraron siendo perfectos desconocidos y salieron como estrellas aclamadísimas en cada plaza, llenando el Bernabéu sin despeinarse: "Cuando me paraban por la calle yo pensaba que me iban a preguntar si tenía mechero, pero me decían ‘¿Eres Ana Guerra?’ y en ese momento era como '¿Te conozco?'".
Lo suyo fue de hitos: fue elegida por Los 40 awards como la Artista Revelación 2018, y con su tema Ni la hora alcanzó el número uno en la lista de ventas española nada más salir de la Academia. Sin embargo, Ana se ha quedado después en un lugar más discreto al que ocupan compañeras como Aitana o Amaia, entre otras cosas por dar guerra haciendo honor a su apellido: llegó a no publicar un disco ya grabado porque sentía que la inercia y la industria la estaban llevando por derroteros musicales que no sentía propios. Más latinos y menos intimistas.
"Los jefazos venían al estudio ya para hacer una escucha y lanzarlo, y me senté en un piano y les toqué seis temas nuevos. Les dije 'esto es lo que quiero hacer'". Pensó que el puñetazo en la mesa la iba a mandar al exilio, pero la compañía le dio un salvoconducto y dos meses para lanzar su disco La luz del martes. Después no ha llenado estadios, pero público no le falta, y dice que lo prefiere. Que qué es el éxito si uno no puede vibrar en el escenario haciendo lo que le gusta.
Ahora vuelve con Érase una vez, donde le canta al empoderamiento femenino, a sus seguidores y a su morchi, como llama amorosamente a su prometido, Víctor Elías. Van a casarse el próximo año y espera que la Familia Real acuda, pues Elías es primo de la Reina Letizia. Ana le está agradecida a la vida: "Cuando he sido camarera, he sido la camarera más feliz del mundo. Igual cuando vendía perfume. Así que imagínate en la música".
Empezó su carrera cantando en el karaoke que compró su padre, probando el venenito del éxito con las primeras palabras de reconocimiento de sus progenitores y, aunque sabe que está en la industria y sigue sus designios, lo hace a sorbitos: "Quiero que las cosas me salgan de forma natural, si no somos productos artificiales, todos iguales". Durante esta entrevista la tinerfeña se pegará cuanto pueda a la estufa de la terraza de un bar de Madrid. Le encanta la Navidad, pero no tanto el peaje del frío. Comenzamos:
PREGUNTA.– Érase una vez es el comienzo de los cuentos tradicionales. ¿Por qué lo ha elegido como título para el disco?
RESPUESTA.– Pues resulta que todas estas canciones incluyen la palabra cuento, y también es que estoy viviendo una etapa muy bonita, tanto personal como profesionalmente. Así que todo tuvo coherencia.
P.– Le escribe cosas a su chico como "podría tener un máster sobre tus manías". ¿Le da miedo que alguna vez esas manías que al principio uno adora de la otra persona se conviertan en un lastre para la relación… Que dejen de gustarle…
R.– Pues precisamente escribo esta canción porque con Víctor me ha pasado que le he encontrado gusto a las segundas, terceras, cuartas veces de las cosas. Incluso cosas como ir al supermercado, las rutinas, o los silencios, cuando encuentras a la persona de tu vida, cambian. Yo pensaba que eso no pasaba.
P.– También dice "que nos vean como un gran clásico". ¿Las relaciones funcionan mejor sin fuegos artificiales?
R.– Evidentemente, tú no puedes vivir en un estado de fuegos artificiales constante porque es peligroso incluso para la salud. Estás con una adrenalina que te puede incluso atropellar un coche porque no vas fijándote en nada… Lo hablaba el otro día con el subdirector del Hospital de la Paz, que no es sano vivir en ese estado de enamoramiento, eso tiene que bajar. Pero he descubierto otra parte que me encanta.
P.– Además se han prometido hace poquito, fue usted quien le pidió matrimonio… ¿Por qué una boda hoy día?
R.– Lo que nos apetecía era celebrar el amor, y hacerlo delante de las personas que han sido importantes para nosotros. Y también para animar a todas aquellas personas que piensan que no existe: la búsqueda es complicada, pero se encuentra.
P.– ¡Víctor es primo de la Reina Letizia! ¡En Zarzuela suena Ana Guerra entonces!
R.– ¡Ah, pues no lo sé! A tanto no he llegado, pero me haría mucha ilusión por supuesto. Que la familia de Víctor siga mi carrera es emocionante.
P.– ¿Ha tenido la ocasión de hablar con los Reyes sobre su música?
R.– ¡No los conozco! Nunca me habían preguntado tanto por una persona que no conozco.
P.– Igual en la boda, si acuden.
R.– ¡Sí! Aunque le comenté a Víctor que me encantaría no conocer a nadie el día de la boda, sino antes.
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P.– En Cara a cara hace un alegato antighosting. Escribe "mejor no digas nada, espera a que estemos cara a cara, que yo sí tengo cosas que decir". ¿Por qué hacemos ghosting, Ana?
R.– Lo hemos hecho toda la vida, pero ahora le hemos puesto un nombre, y en inglés. Yo creo que es una cuestión de cobardía, y ahora se está masificando por las redes sociales. Si antes ya era complicado o poco cómodo decirle a alguien a la cara ‘oye, esto no es lo que esperaba’ o ‘no me siento cómodo’, ahora que los chavales se comunican prácticamente sólo por redes sociales es aún más difícil… Por eso subo el altavoz al empoderamiento femenino, porque en el momento en que alguien te hace ghosting la autoestima se ve muy afectada porque nosotras encima pensamos ‘qué habré hecho mal para no gustar’.
P.– ¿Cree que lo hacemos más las mujeres o los hombres?
R.– Yo creo que lo hacen más los hombres. Creo que las mujeres a la hora de tener una conversación cara a cara somos más valientes. Y más adultas en muchos casos.
P.– ¿Entre famosos también se hace o no se puede porque sabes que al final te vas a encontrar en algún sitio y te pueden vilipendiar en redes y hacer daño a tu imagen…?
R.– Ostras, pues yo nunca lo he sentido dentro de este mundo… Yo no me he encontrado con esto. Pero claro, te encuentras en una alfombra y sería muy incómodo. ¡Es como hacer ghosting a alguien del trabajo! Te vas a ver la cara al día siguiente…
P.– El disco es una especie de caja sorpresa: incluye tatuajes, pegatinas, manuscritos de las letras, una carta… Así sus seguidores tienen algo más que el mero soporte físico. ¿No?
R.– Sí, la gente ya escucha los discos en plataformas digitales y por eso esto es una carpeta llena de experiencias, con fotos polaroid, una carta para la gente que me sigue, los manuscritos con las frases que podían haber sido y no fueron…
P.– ¿Cómo es su proceso de composición?
R.– Yo compongo al piano, y trato de investigar otro tipo de melodías y letras nutriéndome del arte de compañeros. Por eso por ejemplo lo que hago siempre es la melodía, después la temática y luego la letra.
P.– ¿Lee para componer?
R.– Creo que es muy importante leer, escuchar y estar informado de lo que pasa en el mundo. La mayoría de mis composiciones hablan de mi experiencia, pero todo lo que puedas culturizarte siempre está bien.
P.– ¿Tiene algún autor favorito?
R.– Me gustaba mucho Jordi Sierra i Fabra. Y los poemas de Neruda. Pero debería leer más, la sociedad en general debería, pero hablando por mí, debería leer más.
P.– Hablábamos de ese cambio en el mercado que lleva a no comprar discos. ¿Usted aún compra alguno?
R.– ¡Sí! Yo sí. Compro los discos de Alejandro Sanz, Pablo López, de Juan Luis Guerra, de Luis Miguel… Y muchos me llegan a casa dedicados, lo cual es un privilegio enorme. Y voy a muchos conciertos de compañeros.
P.– ¿Cuál ha sido el último que ha visto?
R.– El de mi compañero Roy en la Sala Sol. No sabía que iba a meter vientos y me impresionó un montón lo que hizo. Y me dio un flus y subí al escenario a cantar una canción suya que me encanta. El guitarrista se mosqueó un poco en plan ¿tú quién eres?, pero a Roy le encantó. Fue muy divertido.
P.– Toda su carrera empieza por un karaoke que le regala su padre… ¿Cómo fue eso?
R.– Compró un karaoke porque en las islas Canarias todo es música todo el rato, y nos gusta acabar las comidas con parrandita musical… Y recuerdo que mientras ellos cenaban -yo había cenado antes porque era pequeña- me pusieron un rato el karaoke. Cuando acabaron les dije ‘venid, que os voy a enseñar lo que he aprendido’. Me había aprendido una canción de Tamara, se la canté y aunque de normal no me hacían mucho caso, al oírla dijeron ¡ahí va! Se quedaron medio flipando, y a partir de ahí, siempre de la mano de la música.
P.– ¿Cree que de ese momento lo que más le engancha es hacerlo bien, o ganar la aprobación de su familia? Yo nunca sé si empecé en la escritura porque me sentía bien escribiendo o porque me decían que eso lo hacía bien…
R.– Las dos cosas, creo. Cualquier niño hace lo que sea para que sus padres estén orgullosos de lo que hacen, por esa idealización que tenemos de ellos. Sorprenderles haciendo algo es increíble.
P.– Eso inocula un primer venenito del éxito…
R.– Claro que sí. Y el narcisismo, y los egos, que hay que tener un montón de cuidado con ello porque nos encanta que nos aplaudan.
P.– Es tinerfeña, ¿cómo es crecer en una isla?
R.– Fue mágico. Yo soy de La Laguna, que es la parte para mí más bonita de la isla. Y era muy mágico porque nos conocíamos todos, aunque de adolescente eso me fastidiaba: "He visto a tu hija fumando por ahí…"
P.– No escapas.
R.– ¡No escapas de una! Pero fue muy bonito porque iba andando a todos los sitios, me escapaba del instituto para cantar en la calle, tenía con mis amigos nuestra especie de Central Perk… Si estabas aburrida en casa sabías que ibas a coincidir con alguien y a pasar una tarde divertida. Fue criarse en un lugar de cuento, pero también un shock la primera vez que salí. Fue a Valencia y me dijeron que había tres horas y media… ¡Pero si en tres horas y media doy la vuelta a la isla!
P.– Hablemos un poco de su trayectoria. Fue la segunda artista femenina española en tener dos canciones por encima de los 30 millones de streams en Spotify. Ni la hora, su tema cantado junto a Juan Magán, fue número uno en la lista de ventas española nada más salir de la Academia. ¿Cómo lo vive todo eso? Con honestidad, ¿se le subió un poco o lo mantuvo a raya?
R.– Mira, cuando salimos de la Academia se nos explota una burbuja y te ves siendo empresario de algo que no conoces, de ti misma, y perteneciendo a una gran multinacional en la que no conoces a nadie, con una avalancha de personas que no sabíamos gestionar… Cuando me paraban por la calle yo pensaba que me iban a preguntar si tenía mechero, pero me decían ‘¿Eres Ana Guerra?’ y en ese momento era como ‘¿Te conozco?’. O me hacían chistes de la Academia, pero yo tenía la complicidad con mis compañeros, no con la gente de la calle…
Yo llevo más de veinte años cantando, porque empecé con 7 años en Menudas Estrellas. Luego me formé en el conservatorio y hacía mis giras por Tenerife, teatro musical… Vamos, que tenía muy claro que me quería dedicar a esto. Por eso mi manager siempre cuenta que cuando llegué a la compañía parecía que le iba a pegar, porque lo que no quería es que por fin que lo había conseguido, se lo cargara nadie. Perdí un poco el concepto, no sabía qué estaba bien y qué mal… Iba por la vida un poco rígida, inaccesible, pero no por ego, sino para que no se me rompiera lo que había conseguido. Y no me fiaba de nadie, porque no conocía a nadie y no te puedes fiar de alguien a quien no conoces. Quería que no me hablara nadie y estar muy concentrada.
P.– Ahora su imagen es muy distinta, mucho más relajada.
R.– No tiene nada que ver, pero eso te lo da el tiempo. En ese momento lo que teníamos era, como todo el mundo, un miedo atroz a lo desconocido. No entendíamos nada de lo que estaba pasando, y no nos habían preparado porque nadie se esperaba que pasara algo así.
P.– ¿Que volviera a ser un bombazo esa edición?
R.– Claro, la primera con redes sociales además… Cogimos a una generación que no conocía el formato. Muchas veces nos dicen ‘¿y no os pusieron psicólogos?’, pero es que no creían que volviera a pasar lo que pasó. Hasta que te relajas, tienes un equipo, sabes quién está para cada qué, te escuchas a ti misma, sabes qué quieres contar… Son un montón de preguntas que cuando salimos de Operación Triunfo va todo tan rápido que no te las puedes hacer.
P.– ¿La terapia ahí jugó un papel importante?
R.– ¡Y sigue jugándolo! Yo llegué a terapia y no sabía quién era ni dónde tenía los pies y las manos. A día de hoy sigo yendo, aunque por motivos completamente diferentes a los que llegué. Siento que cada vez que voy me alineo conmigo misma. Durante la semana tengo muchos estímulos, me descoloco, luego llego a terapia y ¡pum! Me coloco otra vez. Me sirve también para darle la importancia justa a las cosas, porque los artistas somos súper intensos y cualquier cosa que nos pasa nos la llevamos a… (Ana simula con las manos que llega muy arriba).
P.– ¿A qué tipo de cosas le da más importancia de la que cree que tiene?
R.– Por ejemplo a haber pedido algunos cambios de planos en el videoclip y que hayan cambiado tres de cuatro. Lo pasan como modificado y te cabreas porque no está modificado. Y encima la compañía te mete prisa porque hay que sacarlo. Y dices ¡si yo ya lo pasé y no está hecho! Eso, que es una tontería y si el plano no cambia no va a pasar nada, he tenido que relajarlo. No puedo estar intensa por todo el día. No es sano. Muchas veces me daba cuenta de que estaba cabreada por cómo me tomaba yo las cosas, y el resto del mundo sigue su vida tan feliz, mientras que yo estoy con un cabreo que me lo llevo a mi casa, a mi vida, a mi estómago…
P.– Dentro de esa evolución y esa búsqueda de su propio estilo, se ha afianzado en lo que quería. Pero llegó a grabar un disco que no se publicó… ¿Qué pasó ahí?
R.– El confinamiento me hizo parar por primera vez tras la Academia, y me permitió tener tiempo para pensar qué quería. Y cuando paras y te haces las preguntas, llegas a la conclusión de que eres lo que compones. Y me di cuenta de que lo que estaba componiendo no tenía nada que ver con lo que iba a lanzar.
P.– ¿Le habían llevado hacia ritmos más latinos, con los que no se siente tan identificada?
R.– Ahora no me siento identificada, pero yo soy una tía agradecida… Cuando he sido camarera, he sido la camarera más feliz del mundo. Igual cuando vendía perfume. Así que imagínate en la música. Hubiera sido feliz hasta cantando rap. Entonces claro, cuando salimos de la Academia con canciones como Lo malo o Ni la hora ya se sigue una estela que, sin que te des cuenta, es como una marea, y tú vas detrás. Yo estaba a gusto porque estaba cantando canciones que empoderaban a la mujer dentro de un género en el que no es lo normal. Pero al llegar el confinamiento me di cuenta de que no se parecía nada lo que componía con lo que iba a sacar. Tenía otras cosas que contar… Estamos en permanente cambio, y en la música también se está en permanente cambio. Entonces me senté delante de la compañía y les dije lo que quería hacer.
P.– ¿Y cómo fue?
R.– ¡Horrible!
P.– ¿Fue también con Universal?
R.– Sí, con los jefazos que venían al estudio ya para hacer una escucha y lanzar el disco. Y me senté en un piano y les toqué seis temas nuevos. Les dije ‘esto es lo que quiero hacer’. Pensé que me iba a ir a vivir a Argentina, que era mi primera opción, porque tengo mucho público allí… Pero lejos de eso me dijeron que nadie me iba a obligar a hacer algo que no quería ni a contar algo que no sintiera.
P.– Entonces no fue horrible…
R.– No, ¡fue muy bien! Horrible fue el momento previo, de nervios, de no dormir… No quería que me fallara una nota. Pese a lo que todo el mundo piensa, me dieron un sí. Pero me dijeron que tenía dos meses, porque había que lanzar ya. Y en ese tiempo hice 40 canciones y sacamos La luz del martes.
P.– ¿Cree que si hubiera seguido esa otra estela hubiera tenido un éxito diferente? Un éxito de llenar estadios, como Aitana.
R.– Ahí entramos en lo que es el éxito. Yo firmaría por un 2024 como 2023, que para mí ha sido un año exitosísimo. Esta industria es muy compleja, si encima no te vibra el escenario porque no estás sintiendo todo lo que tienes que sentir apaga y vámonos. No merece la pena.
P.– Leí que ya no tiene tanto contacto con Aitana, aunque no ha pasado nada malo. ¿Qué piensa de la gente que se le ha echado encima por sus bailes sensuales? Le achacan que ya no es tan inocente…
R.– Bueno, ¡es que la gente crece! Nos encanta mirar para fuera pero no nos comparamos con ella. ¿Qué hacía esa gente con la edad de Aitana? ¿O cómo cambiamos cuando llega la adolescencia? Aitana es para mí un ejemplo del estilo de Milley Cirus. Se respeta, hace lo que le da la gana y el que no se enteró es porque no se informó. Todo el proyecto de Alpha iba ya con imágenes, fotografía, videoclips y diseño de un cambio. Si algún papá hubo que se sorprendió en el concierto es porque no había mirado lo que ve su hijo o hija en Internet. Igual no han hecho su trabajo.
P.– Se hizo conocidísima gracias a Malo, que cantaba con ella precisamente, con Aitana… Yo confieso que nunca he visto OT, pero preparando esta entrevista he dado con el vídeo en el que Noemí y Manu les echan la bronca por haber expresado que el reguetón no era su estilo más preciado… Les decían incluso "habéis salido del huevo ahora mismo, fíaos de la gente que sabemos". ¿Hasta qué punto para avanzar en la industria musical hay que dejar de exponer la opinión propia?
R.– Yo soy muy disonante. Saqué La luz del martes, que no es un proyecto mainstream, porque me da la gana, y hago 45 bolos en un año sin sacar nada de música porque me da la gana. Yo creo que lo que tienes que hacer es respetarte. Yo voy mucho a contracorriente, y claro que me caen broncas, porque al final la compañía necesita generar unos beneficios, esto no deja de ser un negocio. Me llevo broncas, pero la vida me sigue dejando en este lugar. ¡Por algo será!
P.– Los artistas también se llevan broncas, como un empleado en una oficina.
R.– ¡Sí! Yo discuto muchísimo. Pero siempre desde el respeto. Me dicen por ejemplo: "Ana, es que tienes que subir más Tiktoks". Y yo digo: "Déjame, ya subiré cuando se me ocurra alguno original. Que yo no soy persona de Tiktoks". Y me dicen: "Ana, es que se vende así: subiste uno el otro día y aumentaron las ventas tanto". Bueno, pues qué bien que hayan aumentado ese día, ¡ya aumentarán otro! Quiero que las cosas me salgan de forma natural, si no somos productos artificiales, todos iguales. El otro día saqué un post haciendo el pino para decir que iba a sacar el disco. Porque no quiero subir una foto de guapa con treinta filtros y el link de venta: no soy eso, y no lo quiero ser.
P.– Siempre hago esta pregunta para cerrar, pero ahora quedan ya muy pocos días… ¿Qué le pide a este final de año?
R.– Estar mucho con mi familia, y con la de Víctor. Les echo mucho de menos… Casi no me he dado cuenta de que es Navidad, y yo amo la Navidad. Necesito darme cuenta porque es mi época favorita del año.
P.– ¿Qué le veis a la Navidad los navideños?
R.– La gente se vuelve mejor persona.
P.– Por eso me da coraje. Si se puede ser mejor persona estos días, ¿por qué no el resto del año?
R.– Sí, pero como no lo vas a solucionar… Yo siempre mando el mensaje diciendo "ojalá el espíritu navideño te dure todo el año". Pero como no lo vamos a solucionar, qué me queda, disfrutar aunque sea un mes y medio de que la gente se ilumina. Disfruto lo que me dan.