Una vez nos perdemos en el laberinto de la ansiedad, salir parece imposible. Se nos hunde en las entrañas, nos limita, nos obsesiona, nos fuerza a que miremos al mundo con dudas e inquietud. '¿Me estará juzgando?'. '¿Seré capaz de hacerlo?'. '¿No habré hecho el ridículo?'. '¿Y si...?'. Nos fuerza a desempeñar tareas que nunca haríamos o a creer en 'certezas' que no son más que inventivas de una mente asediada por el miedo. El miedo al miedo. Siempre hipervigilante. Siempre alerta. Siempre dispuesta a distorsionar la realidad. Siempre, claro y también, exhausta. A veces, la cabeza hasta es capaz de empujarnos hacia ese oscuro abismo negro del que emanan los plañidos de quienes bajaron la guardia y fueron arrastrados antes: la depresión.
No obstante, el refranero asegura que ningún mar en calma crea buenos marineros. Las aguas embravecidas de la ansiedad, aunque traigan consigo etapas de dolor y sufrimiento, también generan personas más fuertes, resilientes y con mejores mecanismos adaptativos ante la adversidad, especialmente si conocen las razones que las originan. Es la tesis que sostiene el psicólogo Rubén Casado en su nuevo libro, El mapa de la ansiedad: Una guía para entenderla y aprender a gestionarla (Ediciones B).
El autor ha firmado un completo tratado para reconocer la ansiedad en el que explica cómo esta nos puede atrapar si no sabemos cómo enfrentarla, cuáles son las principales características que presenta, qué debemos saber para distinguirla del estrés y en qué tipo de patologías puede derivar si no se trata a tiempo, como la depresión, el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) o incluso los Trastornos Obsesivo-Compulsivos (TOC) y sus numerosas ramificaciones. Un manual divulgativo de lo más completo que huye de las formulaciones mágicas propias de la tiranía de la felicidad de Mr. Wonderful y pone el foco en lo más importante: el conocimiento. Porque el conocimiento, recordemos, es poder.
"La mala noticia es que no existe una cura para la ansiedad; la buena, que es posible entender que no hace falta curarse" asegura Casado a EL ESPAÑOL | Porfolio. Este prestigioso terapeuta lleva veinticinco años mirando a los ojos a los trastornos mentales. Tanto a los de los cientos de pacientes que recibe en su gabinete como a los suyos propios frente al espejo, ya que él mismo sufrió el tormento del miedo al miedo en sus carnes tras padecer una fuerte agorafobia que exorcizó en su primer libro, Agoraqué.
Como no hay nada mejor que el conocimiento de causa aderezado con una pizca de experiencia, el experto decidió crear los cursos de La Escuela de Ansiedad; el podcast La teoría de la mente; fundó AMADAG, un centro especializado en agorafobia y pánico, y también empezó a implementar terapias cognitivo-conductuales y, sobre todo, contextuales de tercera generación, para enseñar a sus pacientes y lectores a identificar los mecanismos operativos de la ansiedad. Así es como les hace comprender que, si bien eliminarla es como tratar de respirar sin pulmones, una pura contradicción biológica, sí se la puede domar para convertirla en una poderosa aliada.
Mapa de la ansiedad
'Del camino a mitad de nuestra vida encontréme por una selva oscura, que de derecha senda era perdida'. La cita de Dante Alghieri en la Divina Comedia le sirve a Rubén Casado para establecer una analogía entre los nueve círculos infernales y las diferentes fases que un ser humano experimenta cuando pasa por las celdas del báratro interior. Casado, en este caso, es como Virgilio: un guía que conduce a los atribulados exploradores de los laberintos mentales hacia la luz del conocimiento.
Aquí 'conocimiento' es una palabra esencial, porque su guía divulgativa no impone remedios mágicos para problemas complejos, sino que utiliza el razonamiento y las investigaciones científicas para, primero, explicar qué es la ansiedad y cómo funciona y, segundo, para transmitir la idea de que la única "salida" del laberinto es comprender y aceptar que el laberinto somos nosotros y nuestra forma de comprender el mundo.
¿Cómo se desarrolla la ansiedad? ¿Existe un perfil robot de quienes la padecen? ¿Acaso se hereda? Hay más preguntas que respuestas, y cada una de estas depende siempre del perfil del paciente. Rubén Casado cree que más que detonantes o una heredabilidad manifiesta existen detonaciones; explosiones en las que una persona que lleva acumulando estrés u obsesiones durante décadas, o muchas pequeñas dosis de ansiedad mal gestionadas, acaban desbordando al individuo. Muchas veces ni siquiera existe una causa-efecto evidente. Es más: cuando el estrés amaina, la ansiedad se desata. Por eso muchos son asaltados por brotes ansiosos en momentos de quietud.
Por ejemplo, está el caso de un estudiante que tenía miedo escénico y social y un principio de trastorno obsesivo compulsivo leve no diagnosticado. El joven, de 22 años, estaba de vacaciones y conducía tranquilamente por la carretera una mañana de agosto. Sin motivo aparente, comenzó a sentirse mal. Su respiración se aceleró, se mareó, el calor del verano comenzó a resultarle abrasador y tuvo que parar en un arcén para no estrellarse. Sentía que se estaba volviendo loco, que dejaba de saber quién era; su cuerpo le decía que estaba a punto de desmayarse o de tener un ataque al corazón. Ni lo uno ni lo otro ocurrió. Todo era fruto de un cerebro que dijo 'basta'.
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Aquel brote fue un antes y un después en su vida: la situación derivó en una crisis de pánico que, a su vez, introdujo al futuro paciente en un laberinto de ansiedad que derivó en un trastorno de despersonalización-desrealización que lo llevó a las siempre ambiguas páginas del solipsismo. A su vez, el caso derivó en un trastorno obsesivo-compulsivo religioso y, finalmente, en un Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) que tuvo que ser tratado con terapia cognitivo-conductual e inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS). La "curación" llevó siete años.
"La gente se cree que la ansiedad es estar nervioso o que le sobrepase un poco la vida, pero cuando uno descubre lo que es por primera vez, asume que ha entrado en un mundo nuevo", asegura el especialista. "Si el estrés es una forma de reaccionar frente a una realidad que a veces nos sobrepasa, la ansiedad es una suerte de anticipación a la amenaza. No es que yo reaccione a algo, sino que me preparo para lo que creo que va a pasar. Además, la ansiedad no responde sólo a ideas de angustia o terror, sino que está ligada al cuerpo, que desarrolla síntomas que nos recuerdan que aquello que tanto nos preocupa está ahí. Es un laberinto en el que es fácil adentrarse pero muy difícil salir".
Palpitaciones. Fobias. Compulsiones. Trastornos del sueño. Obsesiones y rumiación constante. La ansiedad tiene múltiples rostros que están interrelacionados. "La mayoría de personas con ansiedad suelen ser muy buenos para los otros pero muy malos para ellos. Son personas con componentes de rigidez, lealtad, organización y son comprometidos; gente a la que querrías tener a tu lado. Pero a lo mejor ellos tienen una úlcera y tú no. Son sujetos que muchas veces fueron sordos a su cuerpo".
La mayoría de problemas de ansiedad derivan de estilos comportamentales, como dejarse llevar por rutinas que nos hacen daño. El sedentarismo, por ejemplo, es una de ellas, pero también no tener tiempo para disfrutar de la naturaleza, de las buenas compañías, exigirse demasiado en el trabajo o en los estudios o provenir de una educación (o una familia) extremadamente rígida.
"Los estilos de vida, las exigencias; en fin, muchos problemas vienen de ahí. Hemos pasado de una cultura comunitaria a una cultura individualista; nunca habíamos tenido tantas posibilidades para compararnos con los demás, como ocurre ahora, por ejemplo, con las redes sociales. El individuo de hoy tiene aspiraciones, creencias, es importante en sí mismo, en sus elecciones, y como podemos equivocarnos más eso nos genera más ansiedad".
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PREGUNTA.– El estilo de vida frenético tiene parte de culpa de la ansiedad, pero es la mala gestión de las emociones la que nos conduce a una crisis. ¿Cómo es la vida de alguien que vive encerrado en el laberinto? ¿Cómo funciona ese miedo?
RESPUESTA.– Existen diferentes 'países' a los cuales puede entrar una persona con ansiedad. Como las fobias. Si alguien tiene una experiencia muy traumática con un ataque de ansiedad en el Metro, cosa que es muy típica, cada vez que entra en el Metro siente terror. Pero no sólo, ya que cada vez que entra en situaciones que le recuerdan a eso que ha vivido, generaliza la experiencia o la situación y la ansiedad se dispara. Hay personas no quieren estar en ninguna situación en la cual no puedan escapar o recibir ayuda en caso de que tengan un ataque de pánico. Serían felices viviendo cerca de un hospital. Alejarse de determinados territorios les supone un cambio en su vida; un hecho prácticamente traumático.
P.– Pero una vez se tiene esa ansiedad, en cualquiera de sus múltiples nacionalidades... ¿Qué pasa? ¿Cuál es el siguiente paso?
R.– Los intentos de solución de la ansiedad suelen ser los caminos por los cuales la persona llega a generar más ansiedad. Por ejemplo, la necesidad de control. Si una persona pregunta: '¿Y si tengo cáncer?', y luego se dedica a comprobar a ver qué pasa, si lo tiene o no, entrará en un bucle en el que generará posibles situaciones que no son reales. '¿Y si me despido del trabajo?'. '¿Y si me sobrepasa esta situación?'. El 'y si' está detrás de cualquier ansiedad generalizada.
P.– ¿Por defecto?
R.– El cerebro está acostumbrado a controlar cosas. Es su única manera de sobrevivir: mediante la anticipación. Siento decirlo, pero el cerebro no está hecho para que seamos felices, sino para buscar patrones que puedan anticiparnos a situaciones. Hay personas que pueden estar reasegurándose todo el rato mediante ideas mágicas –como cuando de pequeño te decías 'si cruzo por aquí, apruebo'– que son, en realidad, ilusiones de control. El problema es que para la mayoría de personas con ansiedad, esta es un estilo de vida. Igual que los planetas giran en torno a determinadas órbitas, cuando la ansiedad aparece en la vida de algunas personas, viven por y para ella.
P.– Entiendo que esas ilusiones de control pueden generar obsesiones que despiertan aún más ansiedad. Y el ciclo sigue y nunca acaba.
R.– Las personas que tienen obsesiones viven asediadas por pensamientos intrusivos. '¿Y si me da por hacerle daño a alguien?'. '¿Y si me da por gritar aquí?'. A partir de ahí, elaboran compulsiones, que es el intento de reducir la ansiedad generada por la propia obsesión, pero eso lo único que hace es retroalimentar la ansiedad y puede derivar, por ejemplo, en un Trastornos Obsesivo-Compulsivo de pensamiento, como el TOC Homosexual, el TOC de religión o incluso el TOC de pedofilia. Todos podemos pensar cosas en nuestra vida, pero eso que habla en nuestra cabeza son voces, no certezas. Las personas tememos al yo temido; una oscuridad de nuestro interior. El que es muy ordenado teme que su desorden cause un chispazo; el que es muy bueno y poco violento, tiene miedo a ser violento; quien ha nacido en una educación muy rígida [y homófoba] tiene miedo a ser homosexual. Que tengas una idea sobre algo no te convierte en eso que piensas. Más bien es justo lo contrario.
Un páramo plagado de moscas
Tú estás en un páramo y quieres ir hacia allí. Vas caminando y, de pronto, te asaltan cientos de moscas. Tú no querías que aparecieran, pero eso da igual. Lo lamentas profundamente porque han estropeado tu estupenda caminata en soledad. Enfadado, tratas de espantarlas, lo que hace que cada vez les prestes más atención. No dejas de desear que se vayan, que se mueran, y eso aumenta tu frustración y tu ira. Tenías una dirección determinada y un camino transitado, pero te has parado para centrar toda la atención en las dichosas moscas, que forman parte de la naturaleza guste más o menos. La ansiedad opera exactamente igual: es un incordio que desubica a quien la padece.
El paciente busca controlar los pensamientos (las moscas) y enfrentarse a ellos una y otra vez para tratar de analizarlos o espantarlos, destruirlos con el objetivo de volver a comprobar si ya dejan de hacer daño. Sin embargo, de lo que muchas veces no se da cuenta es de que esa rutina es una forma de control que lo único que consigue es alimentar la obsesión. "Controlar el pensamiento es justo a donde no tenemos que ir", asegura Casado. "El pensamiento es como una radio: la voz está ahí, pero la identificación la pongo yo. Debemos tratar de aprender a desidentificarnos con el contenido de la cabeza".
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La tarea es complicada porque implica aceptar. "Una palabra que da miedo", afirma, tajante, el psicólogo. "Aceptar algo implica que, primero, tienes que entender que tú eres más que tus pensamientos. Aceptar es crecer; aprender a entender que la vida está llena de situaciones que no se pueden controlar. Aceptar es exponerse a los miedos sin tratar de solucionarlos, algo que a priori va contra natura. Quien tiene ansiedad tiene que trabajar también la frustración, la vergüenza, la culpa. Un pensamiento obsesivo no sólo genera ansiedad, sino culpabilidad".
P.– ¿Cómo podemos acabar con las 'moscas' de la ansiedad?
R.– La pregunta parte de un error, y es que toda esa terminología bélica que tenemos de control de la ansiedad, de lucha contra la ansiedad, de pelea contra la ansiedad es errónea. ¿Cómo vas a luchar o pelear contra ti mismo? Hablamos de una reacción, pero el problema casi nunca es la ansiedad. ¿Quién no tiene miedo de vez en cuando? Pero qué pasa cuando tenemos miedo al miedo, ¿eh? ¿Quién no tiene vergüenza? Pero qué pasa cuando tenemos vergüenza de sentir vergüenza.
La ansiedad se mira en el espejo constantemente. Si algo caracteriza todos estos trastornos es que tienen una alta dosis de hiperreflexividad. Hablamos de personas que se asustan de su propio pensamiento, de su propio miedo y de sus propias preocupaciones. El gran problema es que cada vez tenemos una capacidad de abstracción más importante, pero la respuesta de la ansiedad es la misma que cuando estábamos en situaciones de vida o muerte.
P.– ¿Existe un desfase provocado por la rápida evolución de las sociedades?
R.– Eso es. Vivimos de la misma forma que te difamen por Twitter o que te ataque un oso cavernario. Las reacciones son similares, porque el cuerpo no las distingue. Nuestro nivel de abstracción, como te decía, es cada vez más alto. Ha habido una evolución cultural a la que no se ha adaptado nuestro mecanismo biológico. Utilizamos mecanismos antiguos para problemas nuevos. Imagínate a alguien preocupado hace mil años por un bitcoin.
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P.– ¿Es la noche el momento más vulnerable de un paciente con ansiedad?
R.– Depende del paciente. A veces sí, porque hay personas que lo consideran su momento mágico: todos los elementos a los que temen enfrentarse desaparecen. Ya han hecho el día. Pero hay casos en los que es justo al revés: la noche es el momento en el que estás en contacto contigo mismo. Cuando te tumbas en la cama no puedes escapar. Sabemos que la falta de sueño va a influir enormemente en el proceso de la ansiedad. Las personas que la sufren tienen un estilo de vida comportamental; su sueño cambia, su alimentación cambia y también su ocio. Una de las cosas que se ve afectada primero es el sueño, porque para dormir tienes que relajarte, no ponerte a resolver problemas.
P.– ¿En qué patologías puede desembocar una ansiedad sin curar que persiste en el tiempo?
R.– El TOC, las fobias, la ansiedad social y otros miedos súper complejos. Hay personas que vienen con miedo a estar nerviosos, a que los demás le vean que puede estar nervioso. Si le ven así, es un fracaso, porque demuestra debilidad.
P.– ¿Es la ansiedad la antesala de la depresión?
R.– Un 60% de las depresiones que trato provienen de ansiedad. El problema es que las depresiones mantenidas en el tiempo terminan haciendo creer a las personas que sus acciones respecto a la vida no van a valer de mucho. La depresión es un 'da igual, no tengo una emoción efectiva que me enlace con la vida'. Quien la padece no está tristes, sino vacío, que es mucho peor. Es una ausencia, una existencia plana. Hay gente que dice que le da depresión volver los lunes al trabajo. Eso no es depresión. En este caso es esa ausencia de motivación, lo que se conoce como anhedonia.
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La mayoría de casos de depresión que yo he visto son casos de ansiedades no resueltas durante mucho tiempo que hacen que la persona se sienta inerme. Si la ansiedad se transforma en un armario chillón que no puedes soportar y no haces más que verlo, terminas en un mundo en el que sólo importa eso. De ahí a que empecemos a tendencias depresivas o de indefensión. Es importante comprender que todo lo que pasa por una mente asaltada por la ansiedad da información de que hay algo que no se está gestionando bien.
P.– ¿En qué se diferencia del estrés?
R.– El estrés aparece cuando alguien se ve sobrepasado. Es una forma de reaccionar a algo que me ocurre; un mecanismo para prepararme para lo peor. Es un arma cargada de futuro, llena de lo que yo creo que puede llegar a pasar; un presente continuo que parece que nunca se acaba.
La autoayuda no ayuda
Los trastornos de ansiedad afectan a tantas personas y de tan distintas formas que es difícil arrojar datos concretos sobre el número de pacientes que existen en España. Si el 19,5% de la población padece algún tipo de trastorno mental, según cifras del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental, el demonio silencioso de la ansiedad debe ser muy superior, ya que está infradiagnosticado.
En respuesta a la cantidad de problemas mentales heredados del siglo XXI, los libros de autoayuda han experimentado un éxito sin precedentes. Pero Casado considera que pueden llegar a ser un peligro, porque, si bien contribuyen a la paz de interior a algunas personas a las que ayudan a sentirse mejor consigo mismas, nunca deberían ser un reemplazo de una terapia en alguien que padece problemas mentales graves, y mucho menos enfermedades.
"La literatura de autoayuda ha hecho mucho daño. Te dice: 'Si quieres, puedes'. Y un huevo. Eso crea un estado ilusorio que puede llegar a ser una tiranía", explica Casado. "Te obliga a ser feliz y tener sólo emociones positivas y sugiere que si tienes ansiedad es porque no estás luchando lo suficiente. Me he encontrado con gente con cáncer machacadísima porque le han dicho que tienen que ser positivos. Que a ver si se estarán provocando ellos su cáncer. Ningún estudio serio dice que por tener pensamientos negativos vas a desarrollarlo. Aunque sí, a lo mejor, lo vas a llevar peor".
P.– ¿Qué son las terapias de tercera generación?
R.– Son aquellas que aprovechan la importancia del contexto. Hasta ahora teníamos el conductismo y las terapias cognitivo-conductuales. Pero empezamos a entender que los procesos mentales y el contexto tienen una gran influencia sobre las emociones. Las terapias de tercera generación incluyen elementos como la FAD (Psicoterapia Analítica Funcional), donde importa el contexto en el que se mueve la persona. Allí no es importante la idea, sino el entorno donde se mueve esa idea. Por eso prefiero llamarlas 'terapias contextuales'. En las dos primeras el terapeuta era un mero didacta, pero ahora se empieza a comprender el vínculo, la relación, el contexto en el que se mueve la cabeza.
P.– Se habla mucho de la meditación como la panacea para relajar la mente ansiosa.
R.– No existen una serie de pasos determinados [para frenar la ansiedad] porque hay una diferencia entre la psicología de laboratorio y lo que vemos los clínicos. Podemos estar al día con las teorías más interesantes, pero también tienes que saber hablar con los pacientes. La batalla está en consulta, y no todo el mundo entra por el mismo aro. Hay gente a la que no le debes dar mindfulness. Dásela a un obsesivo y te puede salir bien... o el tiro por la culata, porque empieza a obsesionarse con el método. Hay personas que hacen compulsiones de propias compulsiones, o que hacen de su terapia la compulsión. Debemos estar al loro y darnos cuenta de que esa persona está compulsionando contigo.
P.– Descríbame los tres principales mitos en torno a la ansiedad
R.– El principal es que la ansiedad no es una enfermedad, sino más bien un dolor que me produce mi cuerpo para mostrarme que hay algo que no va bien. Un dolor es información, y tratar de entender esa información nos ayuda a comprender que algo no va bien. La segunda, que la ansiedad no es una forma de ser, sino una forma de estar en la que yo genero comportamientos, actitudes y pensamientos. Genero todo eso, que hace que yo establezca un estado ansioso. Y, tercero, que la ansiedad no es un virus; es decir, no es algo que venga de fuera. Por eso digo que la ansiedad no se cura. Y no es un mensaje pesimista. Para nada. La ansiedad se tiene que entender y colocar. La mayoría no lo hace, y por eso degenera en el TOC, el TAG, la depresión o una agorafobia.
P.– Su recomendación para alguien que empiece a notar los primeros síntomas.
R.– Si es más que a un nivel pequeñito que no afecta mucho a su día a día, y va a más, es probable que no se resuelva si no tomas cartas en el asunto. Hay que tratar de entender que la ansiedad no es sólo quitarte una molestia: implica un crecimiento. Entenderla supone emprender un viaje realizado de tal forma que la persona acabe siendo más grande que su miedo o su ansiedad.