En las presidenciales estadounidenses de 2008, la mayor donación política individual realizada por un Soros no provino de George, el enigmático, contradictorio, intrigante, avasallador e influyente filántropo nacido en Budapest, que cada año gasta 1.500 millones de dólares en su empeño de mejorar el mundo. George Soros fue superado por Alexander, el menor de sus hijos varones.
Es historia: Alexander Soros —que entonces tenía 22 años— emitió un cheque de 200.000 dólares para captar el voto para Obama de un sector decisivo de Florida, que en las dos últimas elecciones había dado la presidencia a los republicanos: el de los pensionistas judíos, que eran, por lo general, conservadores y poco amigos de ver en la presidencia a un negro de nombre musulmán. Los únicos capaces de influir seriamente en los abuelos eran sus nietos. Y, casualmente, los jóvenes eran los más activos entre los partidarios de Obama.
Alexander financió Great Schlept, una iniciativa dirigida a que jóvenes voluntarios judíos viajaran a Florida a explicar a sus abuelos que Obama no sólo no era tan malo, sino incluso un óptimo candidato. Obama ganó Florida por 170.000 votos (51 % frente a 49 %) y recibió el mayor número de votos de ancianos judíos en 30 años.
George Soros entraba en los 80 y sus cinco hijos emergieron de la larga sombra paterna. Pero había descartado que al frente de su red de fundaciones le sucediera alguno de sus hijos. La generosidad y la audacia de Alexander fueron el mejor regalo para su padre, que llovió sobre él el aguacero deslumbrante y celestial de su sonrisa y empezó a pensar que el mayor de sus hijos con su segunda mujer, Susan Weber, podría estar a la altura.
La vergüenza de la familia
Solo tres años antes, Alexander, a quien todos llaman Alex, hacía un debut público involuntario cuando Cityfile —un quién es quién digital de upper upper class de Nueva York— extrajo fotos de su página de Facebook. Las imágenes lo mostraban relajándose en la casa de papá en Southampton, bebiendo mientras navegaba en el barco familiar y besándose con las chicas. Estudiaba en la Universidad de Nueva York y era muy popular entre los estudiantes por su voz melosa y, desde luego, más por su afición a las andanzas que a las finanzas.
Cuando no se perdía en la jungla del Amazonas, se encontraba en fiestas de celebrities, viendo a los New York Jets de fútbol americano o bailando hip-hop en las casas paternas en la Quinta Avenida de Manhattan, los Hamptons o la mansión de Bedford, una finca de 26 hectáreas en el 168 de Cantitoe Street, en Katonah, un pueblecito de apenas dos mil habitantes en el condado de Westchester, al norte de Nueva York. Soros se la compró en 2003 al escritor de best sellers Michael Crichton y desde entonces es vecino de su protegida Hillary Clinton.
¿Dónde está escrito que no se pueda vivir la vida loca por ser hijo de un defensor de los derechos humanos y activista global de las causas progresistas? Nadie lo culparía, pero el asalto de Cityfile a su privacidad fue una vergüenza para él. Y también una lección. “Mi mamá me dijo: Bienvenido a ser un Soros”, recordó Alexander, a quien todo el mundo llama Alex.
Ahora, a sus 37 años, es doctor en Historia por la Universidad de California en Berkeley, donde escribió una tesis doctoral titulada Dionisio judío: Heine, Nietzsche y la política de la literatura. Fue becario postdoctoral en el Centro Hannah Arendt de Política y Humanidades en Bard College, miembro honorario en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Europa Central en Budapest y profesor visitante en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena.
Su padre llegó a ocupar el puesto 22 entre los más ricos del mundo, según Forbes. Con los privilegios de los que ha disfrutado, Alex no solo no se ha descarriado, sino que se ha convertido en un adicto al trabajo. “Mi vida es mi trabajo”, dice en una reciente entrevista en The Wall Street Journal. “Tener más ventajas que otras personas me hacía sentir como un impostor e indeseable a los ojos de mi padre. Sabía que si no tenía éxito, me meterían en el mismo saco que a los niños ricos vagos”. No echa de menos aquella época dorada en que fue pasota, gamberro y un poco sinvergüenza.
Se lo ha ganado
A pesar de ser bastante más joven que sus medio hermanos Robert, Andrea y Jonathan (de 60, 58 y 52 años respectivamente), les ha birlado la primogenitura. Su elección como sucesor ha sido sorprendente. George Soros (que se ha casado tres veces y se ha divorciado dos) había repetido en los últimos años que no quería que ninguno de sus cinco hijos le sucediera al frente de su red de fundaciones, cuyo apoyo a las causas izquierdistas lo ha convertido durante mucho tiempo en el hombre del saco de la derecha, que no para de decir que el multimillonario financia una vasta red de organizaciones sospechosas y trata de “formar un gobierno en la sombra, usando la ayuda humanitaria como tapadera”.
Sin embargo, se creía que el claro sucesor era Jonathan, el tercero de los hijos de Soros, un abogado con experiencia en finanzas. Se ve que su padre no olvida la pelea que tuvo con Jonathan hace más de una década.
Es más joven que sus medio hermanos Robert, Andrea y Jonathan (de 60, 58 y 52 años respectivamente). Su elección como sucesor ha sido sorprendente
“Alex se lo ha ganado”, ha dicho el patriarca, que ya lo había nombrado en diciembre vicepresidente del consejo de administración de Open Society Foundations (OSF), las fundaciones de Soros que han donado más de 19 mil millones de dólares en las últimas tres décadas a causas como la consolidación de las libertades en los países del Este de Europa, el cambio climático, los derechos de las minorías y los refugiados, la libertad de expresión o la reducción de las tasas de encarcelamiento y los prejuicios raciales del sistema judicial estadounidense.
Alex ya era responsable del súper PAC, una estructura que aporta fondos ilimitados a las campañas de los candidatos demócratas, y el único miembro de la familia en el comité de inversiones Fund Management, la fundación que supervisa los 25.000 millones de dólares de OSF.
Ataque a la libra
Al igual que su padre, Alex Soros se inclina políticamente a la izquierda: “Pensamos igual”, dijo George Soros a The Wall Street Journal. No solo por esa afinidad ideológica Alex se ha ganado el puesto, sino por bajar al barro e ir con todo en la defensa pública de su padre, que para muchos es un héroe de nuestro tiempo, un santo incluso, y para otros un villano de la historia universal de la infamia. Soros tiene muchos enemigos. Se los ha ganado a pulso. Algunos tan poderosos como Trump, Elon Musk —que recientemente lo comparó con Magneto, el villano de la serie X-Men—, Vladímir Putin o el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que lo han presentado como una amenaza existencial y sugieren que no vale la cuerda en la que les gustaría ahorcarlo.
Empezó a hacer enemigos el Miércoles Negro, que fue el momento seminal que puso al descubierto el poder de los mercados financieros. Alex Soros aún no había cumplido siete años aquel 16 de septiembre de 1992 que, de manera memorable, convirtió a su padre en milmillonario y en una celebridad global.
Como estudiante de la London School of Economics, George Soros estaba influido por Karl Popper, el filósofo que argumentaba que era imposible establecer nada con absoluta certeza y que las ideologías que aseguraban haber encontrado el secreto de las sociedades felices estaban haciendo una afirmación falsa y conducirían a regímenes tiránicos.
En la perspicacia de Popper fundó Soros una crítica de los mercados financieros: lejos de ser perfectamente racionales, los inversores basan sus decisiones en una percepción subjetiva que actúa sobre la realidad mediante un ciclo de retroalimentación. Por eso, tanto el miedo como la euforia se contagian entre los inversores. Por eso, tanto las expectativas de los agoreros cenizos como de los entusiastas cándidos resultan ser profecías de autocumplimiento. Gracias a esa idea, Soros pudo predecir la crisis financiera mundial de 2008.
Pero 16 años antes había augurado la quiebra de la libra esterlina. Lo apostó todo a esa carta y provocó un evento financiero catastrófico que se conoció como el Miércoles Negro. Su fondo Quantum y varias de sus filiales apostaron diez mil millones de dólares contra la libra (unos nueve mil millones de los cuales eran prestados, en el apalancamiento habitual de Soros).
Al igual que otros traders de divisas, Soros pensó que había una tensión evidente entre la determinación del gobierno de John Major de defender el valor de la libra dentro del Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio (MEC) y el grave estado de la economía del Reino Unido a finales de 1992.
El Reino Unido se había unido al MEC dos años antes y se comprometió a mantener la libra dentro de una banda fija frente al marco alemán. La forma ortodoxa de apoyar una moneda es subir los tipos de interés, pero ya estaban al 10% en un momento en que el paro superaba los tres millones. La apuesta de Soros y sus cómplices especuladores fue que la libra finalmente se devaluaría porque había un límite para el dolor que el gobierno estaba dispuesto a infligir a su propia gente.
La apuesta resultó correcta. El gobierno cedió, devaluó la libra y el Reino Unido salió del MEC. Soros barrió, ganó unos dos mil millones de dólares y, sin proponérselo, encendió la larga mecha del euroescepticismo que finalmente condujo al Brexit.
Intelectual, quijote y villano
El Miércoles Negro fue un episodio tan doloroso y humillante que Soros se convirtió en un villano. Solo con el tiempo, fuimos sabiendo que el tipo era mucho más complejo de lo que sugeriría esa imagen de hombre del saco. Filántropo, intelectual, quijote, opositor mordaz al autoritarismo: George Soros es todas estas cosas, pero no le abandona el estigma de ser el especulador que quebró el Banco de Inglaterra.
Como era un niño, Alex no pudo entonces defender a su padre. Sí lo hizo, y a pecho descubierto, cuando en 2018 Roseanne Barr (actriz y comediante del canal de televisión ABC) escribió en Twitter: “George Soros es un nazi”. Esa cepa particular de paranoia anti-Soros se había enconado durante años en los foros de mensajes de extrema derecha, pero de repente hizo metástasis porque Donald Trump Jr. y decenas de miles de personas más retuitearon a Barr.
Al igual que su padre, Alex Soros se inclina políticamente a la izquierda: “Pensamos igual”, dijo George Soros a The Wall Street Journal
El exabrupto de la comediante trumpista se hacía eco de una vieja historia que ha servido de excusa para hacer de Soros el punching ball de una extrema derecha que no le perdona su apoyo a la agenda progresista y, menos aún, la donación de millones de dólares a la campaña presidencial de 2016 de Hillary Clinton.
Esa vieja historia arranca de un dato tergiversado de la biografía de Michael T. Kaufman Soros: The Life and Times of a Messianic Billionaire (Soros: la vida y la época de un multimillonario mesiánico). El biógrafo revela que cuando Soros tenía catorce años, en una Budapest ocupada por los alemanes, trabajó de mensajero para el consejo judío local, establecido por los nazis para que los propios judíos identificaran y controlar a otros judíos.
Un (falso) pasado nazi
Los miembros de los consejos judíos se enfrentaron a dilemas morales imposibles. A menudo no sabían que el objetivo de los nazis era la muerte de todos los judíos, o incluso creían que colaborar con los alemanes podría beneficiar a sus comunidades. A Soros le ordenaron que entregara mensajes a varios abogados judíos en Budapest. Las cartas invitaban a los abogados a presentarse en una escuela rabínica, pero Soros sospechó que serían encarcelados al llegar y les advirtió del peligro. Después de ese recado renunció a su trabajo en el consejo.
Soros se vio obligado a ocultar su identidad judía. Asumió un nombre falso y su padre sobornó a un funcionario cristiano para que aceptara al niño como su “ahijado”. Al funcionario le ordenaron viajar fuera de la ciudad para hacer un inventario de la mansión de un judío que había huido del país y se llevó a Soros con él. Según el biógrafo, “George no colaboró con nadie y se preocupó de lo que entendía que era su principal responsabilidad: asegurarse de que nadie dudara de que era cristiano. Entre sus preocupaciones prácticas estaba asegurarse de que nadie lo viera orinar”. Cuenta Kaufman que Soros pasó años de terapia “lidiando con el impacto que su negación temporal, necesaria y pragmática del judaísmo a los catorce años había tenido en su salud mental”.
En 1999, en el programa de la CBS 60 Minutes, el periodista Steve Kroft preguntó a Soros sobre ese viaje: “Fue un mal tremendo, una experiencia muy personal del mal. La propiedad estaba siendo confiscada, yo tenía 14 años y solo era un espectador. No tuve ningún papel”, le dijo a Kroft.
Sin saberlo, estaba sembrando las calumnias que lo perseguirían durante 20 años. Soros era mundialmente famoso cuando en 2010 Fox News emitió The Puppet Master, una serie de tres capítulos obscena, delirante y directamente antisemita. El titiritero del título era Soros. Su director, Glenn Beck, afirmó que la madre de Soros, Elizabeth, era “una simpatizante de los nazis que había pervertido a su hijo”. (Según la biografía de Kaufman, aunque durante la ocupación Elizabeth “ “trató su judaísmo de manera ambigua y, a veces, incluso con desprecio”, arriesgó su propia vida para ayudar a un judío a escapar de la captura). Pero las fantasías de Beck se convirtieron en evangelio en ciertos rincones siniestros de Internet.
Un pasado nazi se convirtió en otro estigma más de la leyenda de George Soros: el aciago multimillonario judío que, según la extrema derecha, es dueño de Black Lives Matter, está construyendo en secreto un nuevo orden mundial, inundando Hungría Hungría con refugiados, infiltrándose en las máquinas de votación y financiando las protestas de los negros.
La más delirante de esas difamaciones es que el chaval de 14 años que tuvo que esconderse de su propio gobierno durante la ocupación alemana de Hungría es un criminal de guerra que envió a su propio pueblo a las cámaras de gas.
En el nombre del padre
No es descartable que en la elección de Alex como sucesor haya contado también que de todos los hijos de Soros, haya sido el más decidido en saltar a la palestra para defender al padre y convertirse en su pararrayos. “George Soros se ha convertido en el enemigo preferido de los déspotas en casa y en todo el mundo”, escribió Alex en el New York Daily News, “es blanco de mentiras maliciosas y teorías de conspiración descabelladas. Mi padre era un niño judío asustado en una tierra gobernada por nazis”.
Como multimillonario judío partidario de la globalización que respalda a los demócratas, Soros se ha convertido en presa de una serie de teorías de conspiración antisemitas cada vez más salvajes. En un artículo publicado en julio de 2022 en NBC News, Alex denunciaba que su padre “fue difamado en Twitter 500.000 veces al día a fines de mayo y 68.746 veces en Facebook durante todo el mes. Eso rompió el récord de 38.326 menciones en octubre de 2018, cuando fue acusado falsamente de financiar una caravana de migrantes hacia la frontera sur”.
En el mismo artículo, Alex argumentaba que “culpar a los judíos por los movimientos masivos de derechos civiles es una táctica de libro de texto de la supremacía blanca. La lógica es simple: quienes promueven estas mentiras quieren que creas que las personas negras y morenas no son lo suficientemente inteligentes para organizarse por sí mismas, por lo que los judíos deben estar moviendo los hilos”.
En un artículo que habría suscrito su padre de la cruz a la raya, Alex ha asegurado que continuará luchando para “erradicar el racismo sistémico en Estados Unidos y la intolerancia de quienes difunden mentiras y se involucran en una retórica odiosa y antisemita. El odio está desgarrando el tejido de este país, pero ni detiene a mi padre ni me detiene a mí”.
Bajo su liderazgo, la OSF seguirá la misma línea, pero podría incorporar otras causas como el derecho al aborto y la igualdad de género
Odio y paranoias
El mito de Soros, atravesado por estereotipos antisemitas, ha oscurecido su compleja historia y las causas en la que se gasta una fortuna que ganó en las áreas grises de las finanzas globales, especulando en los mercados para luego dedicarse a la filantropía. Así se convirtió en el único hombre en Estados Unidos que tiene su propia política exterior y puede implementarla, en un descarado “estadista apátrida” —como le gustaba llamarse a sí mismo—, que ha alentado el desarrollo de la democracia en países como Hungría, Ucrania, Polonia y Macedonia. Pero esa historia verdadera es ignorada o tergiversada por los teóricos de la conspiración y los inductores del pánico de la derecha que han alentado a sus seguidores y simpatizantes a ver a Soros en cada sombra.
Se lo relaciona, por ejemplo, con la teoría de la conspiración del “gran reemplazo” que florece en los rincones más oscuros de Internet: los malvados financieros judíos quieren reemplazar a los blancos con personas de color supuestamente más dóciles. Su hijo Alex ha denunciado que ese veneno en las redes, despreciablemente racista, utiliza ideas e imágenes que se extraen directamente de la propaganda antijudía de los nazis. En 2017, los fascistas estadounidenses corearon “los judíos no nos reemplazarán” mientras marchaban a la luz de las antorchas en Charlottesville. En su última publicación en las redes, Robert Bowers, que disparó y mató a once personas en una sinagoga en octubre de 2018, acusó a los judíos de “traer invasores que matan a nuestra gente”.
El lunes 22 de octubre de 2018 alguien envió una bomba casera a la casa de George Soros. La incitación al odio contra Soros es un fenómeno internacional. Durante décadas, ha sido un enemigo de la derecha en Hungría, y en otras partes de Europa del Este, pero el cambio llegó en 2015, durante la crisis migratoria. Corrieron rumores de que Soros estaba financiando grupos que instruían a los inmigrantes sobre cómo encontrar refugio en Europa. Desde entonces, Viktor Orbán ha alentado de idea de que Soros es el banquero judío que quiere hacer que Europa sea musulmana y llegó a aprobar la ley ‘Stop Soros’.
Más político que su padre
Ha pasado mucho tiempo desde que Soros dejó de ser un inversor activo y se ha concentrado en gastar la fortuna que amasó en dos áreas de interés: construir democracias y apoyar los derechos humanos. Su sucesor está más centrado en la política nacional y ya está enfocado en ayudar a los demócratas a aumentar su atractivo entre los votantes latinos y mejorar la participación de los votantes negros. A primeros de mes, publicó en Twitter una foto con la vicepresidenta Kamala Harris y escribió un artículo para CNN defendiendo los esfuerzos del presidente Biden para combatir el antisemitismo. Según propia confesión es “más político” que su padre y le preocupa que Donald Trump pueda ser reelegido para en 2024.
Por propia voluntad, su padre se resistió muchos años a salir del anonimato. Como como a sus colegas en ese mundo opaco de la especulación financiera, le convenía pasar desapercibido. No buscó los focos hasta que doblegó el pulso al gobierno de John Major y al Banco de Inglaterra. Varias semanas después de la crisis, llamó a un periodista financiero del Times de Londres y concertó una entrevista para delatarse. “¿Por qué llamar la atención sobre sí mismo? Donde otros vieron un inconveniente, Soros vio una oportunidad: tras su ‘hazaña’ era inexpugnable. Lo que quería, más que nada, era ser escuchado. Estaba apostando a que sería capaz de traducir el estatus de celebridad en el campo de las finanzas al del activismo político y humanitario.
Su sucesor, Alex, ha heredado un papel de alto perfil. Se ha hecho un nombre por sus actividades filantrópicas y sus posturas políticas, que publica en medios como The New York Times, The Guardian, New York Daily News, Reuters, Politico o Miami Herald. Bajo su liderazgo, la OSF seguirá seguramente la misma línea que hasta ahora, pero también podría incorporar otras causas como el derecho al voto, el derecho al aborto y la igualdad de género, así como la lucha contra el antisemitismo. Alex forma parte de la junta directiva de Bend the Arc, grupo judío de justicia social “Me identifico muy fuertemente como judío”, dijo a The Wall Street Journal.
Su padre ha sido uno de los mayores donantes de candidatos demócratas en la política estadounidense y Alex ya ha dicho que él no va a ser menos: “Me encantaría sacar el dinero de la política, pero mientras el otro lado lo haga, tendremos que hacerlo también nosotros”. Su padre fue un outsider de toda su vida, hasta que encontró un club al que quería pertenecer. “George tiene muchas ganas de ser parte del mundo de la política internacional”, dijo Aryeh Neier, cofundador de Human Rights Watch. Su padre, intuitivo, propenso a juicios rápidos, marrullero, agresivo, manipulador, tan autosuficiente que solo confía en su propio juicio, tiene un perfil que poco evoca el de un diplomático. Soros hace y dice lo que le da la gana, en una vida llena de los adornos más prosaicos de la riqueza, esa libertad ha sido su lujo más preciado.
A diferencia de su padre, Alex no resulta enigmático, intrigante, contradictorio ni temerario; tal vez no llegue nunca a ser, como su padre, uno los hombres más influyentes a escala mundial; es improbable que, como su padre, sea el hombre del saco para la derecha, pero ni tiene menos ambición, ni menos ganas, ni menos huevos. Aunque sabe que sus miles de millones son cacahuetes al lado de los recursos que manejan los déspotas y que los malos no dejan de crecer, cree, como su padre, que si hace con cuidado con su dinero lo que tiene que hacer tendrá menos culpa en la lenta desintegración de las democracias y también él será, como su padre, justo entre los justos.