Alfonso Chico de Guzmán desciende de una de las familias más importantes de la aristocracia y la realeza europea. Su padre, el economista Diego Chico de Guzmán y Girón, es marqués de Ahumada; su madre, Blanca Escrivá de Romaní y Mora, es hija de 'Neva' de Mora y Aragón, hermana de Fabiola de Mora, reina de los belgas tras su boda con Balduino.
Sus bisabuelos, Gonzalo de Mora y Blanca de Aragón, eran propietarios del palacio más fascinante del viejo Madrid: el de los marqueses de Casa Riera, en la calle Zurbano de la capital, donde colgaban obras de artistas del calibre de Goya, Tiépolo, Raimundo de Madrazo y un largo etcétera que hacía de esta colección privada una pinacoteca digna de un museo. Sin embargo, siguiendo quizá la estela de su tío-abuelo, Jaime 'Jimmy' de Mora y Aragón, un verso libre de la familia e institución en la época dorada de Marbella, Alfonso ha querido, sencillamente, crear su propia historia.
En realidad fue en 2012, hace ya diez años, cuando aterrizó en un terreno de 1.100 hectáreas en una de las zonas más áridas de España, justo en la frontera con Andalucía, que pertenecía a su bisabuelo, Diego Chico de Guzmán Figueroa, conde de Campillos. En 1829, el también senador por la provincia de Murcia compró parte de esta granja que pertenecía a las Carmelitas de Caravaca de la Cruz durante la desamortización de Rafael del Riego, cuyo pronunciamiento terminó con el absolutismo de Fernando VII. Su antepasado quería producir esparto y cáñamo porque era proveedor de los astilleros de Cartagena para la Armada. 200 años después, se instaló la ruina en ella. Hasta que Alfonso llegó.
El joven, de 35 años, se encontró una casa medio derruida con animales muertos dentro. No se asustó. Todo lo contrario. Se propuso convertir aquel desmayado terreno del altiplano murciano en un vergel, al estilo del filósofo, anticuario y paisajista Umberto Pasti en Tánger, famoso por su impresionante jardín de cinco hectáreas repleto de plantas salvajes y bellas flores como amapolas, gladiolos, iris, encinas o tilos donde antes sólo había piedras… e higos chumbos.
No había duda de que Alfonso podía tener una vida mejor. Estudió en el colegio Retamar, uno de los más exclusivos de la capital perteneciente al Opus Dei, donde se han formado grandes fortunas, entre ellas la familia fundadora de Ferrovial, o el actual alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, quien se graduó en este centro. Luego, fue a la Northeastern University de Boston, donde se licenció en Administración y Dirección de Empresas. Pero lo de transformarse en un anacoreta y adelantarse a la repoblación de la España rural era la decisión que había tomado sin vuelta atrás.
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El detonante fue una conversación con su padre. "Cada vez veo más piedras y menos tierra", dijo el economista que cuenta con un palacio en Cehegín, a casi cincuenta kilómetros de allí, con su esposa. En 2014, Blanca Escrivá de Romaní protagonizó un momento memorable al interpretar la "Salve Rociera" con unas castañuelas regalo de la célebre Lucero Tena en el funeral de su tía, Fabiola de Bélgica, junto al Coro de la Hermandad del Rocío de Bruselas. En 1960, la aristócrata también formó parte de la comitiva durante la boda de la madrileña con el rey Balduino de los Belgas con un vestido de Balenciaga, gran amigo de la familia.
En los áridos campos del Edén
Nadie pudo convencer de lo contrario a Alfonso, quien se propuso investigar nuevas técnicas de agricultura regenerativa para devolver la fertilidad a la tierra. Al principio, vivía sin luz y dormía en compañía de su perro, quien hacía las veces de adorada mascota y de estufa. Su idea comenzó llamándose La Huerta de los Zagales, donde vendía fruta y verdura ecológica. No funcionó, pero no dio su brazo a torcer.
Poco a poco, fue reconstruyendo la casa y, de aquel iniciático negocio, nació el que hoy es un proyecto gigante y ambicioso: La Junquera, una de las granjas regenerativas más grandes de Europa, premiada por numerosas instituciones. Un punto de encuentro para la transformación y la sostenibilidad al que han llegado voluntarios de todo el mundo para aprender. Una de las primeras en arribar fue la holandesa Yanniek Marijn Schoonhoven. Era 2017. Licenciada en Desarrollo Sostenible por la Universidad de Utrecht y dedicada a la restauración de ecosistemas, quería llevar a cabo una investigación de su tesis doctoral. Lo consiguió y también se enamoró de Alfonso. Se casaron en 2019, sólo dos años después de conocerse.
La celebración tuvo lugar en el hotel Stadspaleis Oldruitenborgh, en la localidad de Vollendove, en la provincia holandesa de Overijssel. La hermana del novio, Ana María Chico de Guzmán, propietaria de la marca de ropa y tocados Mimoki y socia de Andrea Pascual, casada con Beltrán Gómez-Acebo, primo del rey Felipe VI, fue la encargada de tocar la cabeza de las invitadas.
Los otros hermanos del novio son Neva, psicóloga, y Diego, managing director de Thiga, una consultora dedicada al producto digital. Ahora, Yanniek dirige la Academia Regeneración, que recibe en La Junquera a estudiantes de toda Europa y funciona como un departamento de I+D+I de la finca. Son padres de dos hijos, cuyos compañeros de juegos son las terneras, las gallinas, sus dos perros, Jackie y Taiga, y sus dos gatos, Estrella y Levante.
En estos diez años, el cambio de los predios, cuya entrada marca el nacimiento del río Quípar, es abismal. Hay charcas, donde se pueden encontrar nutrias, también venados, conejos, perdices, ciervos, zorros, tejones, aves esteparias, novecientas ovejas y diecisiete vacas murcianas, una raza en peligro de extinción, que viven en armonía entre cultivos. Quizá por ello, la tierra se ha curado.
Ahora, tiene producción de trigo, centeno, cebada, pistachos, almendros, plantas aromáticas, manzanos y olivos. De hecho, comercializa aceite de oliva virgen extra, bajo la marca Hábitat, así como plantas aromáticas. Sus almendras, la cooperativa La Almendresa, que agrupa a veinte productores, se venden en Alemania, Suiza, Holanda, Reino Unido y Austria.
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Ahora, además, La Junquera se ha transformado en un pueblo. Poco a poco, Alfonso y Yanniek han ido restaurando las viejas casas de la finca, donde ya se han instalado entre quince y veinte personas. Naturalmente, Alfonso es "El Alcalde". Pero La Junquera se ha resistido a los avances desmedidos de la civilización. Amazon no localiza la finca y deja los paquetes en el pueblo del al lado.
Sin embargo, en aquella casa llena de animales muertos que encontró hace diez años, ahora vive una familia feliz. Cuando llega el invierno, bajo el evocador calor de la chimenea, Alfonso, que no usa demasiado ni el móvil ni el ordenador, le da la espalda al campo. Es entonces cuando disfruta de Juego de Tronos, su serie favorita. No es de extrañar que lo sea, aunque los avatares de la ficción se quedan en nada si se compara la titánica tarea que, a lo largo de esta década, ha llevado a cabo en La Junquera.