Todo comenzó cuando el niño Ousman Umar estaba tumbado en una plaza de su Ghana natal mirando las nubes y vio un avión que cruzaba el cielo. Se preguntó cómo era posible que aquel misterioso amasijo de hierro con alas pudiese volar sin estrellarse. Ingenuo, lanzó una piedra para ver si también seguía el flujo de las corrientes de aire. "¿Sabes qué pasó? Que me cayó en la cabeza". Umar lo cuenta con tal sobriedad que eriza el vello, pues anticipa el dolor que le supondrá emprender el viaje emocional que da origen esta anécdota marcada por la miseria y la muerte. Llega a la entrevista con EL ESPAÑOL | Porfolio engalanado en un elegante traje azul, el mismo que utilizará para enfrentarse, dentro de una hora, al público que se arremolina para escuchar su conferencia, "la importancia de no rendirse nunca", enmarcada en la gala Implicados y Solidarios que organiza Bankinter.
"A mí no me gusta la palabra inspirar, porque la inspiración la llevamos dentro. Creo que más bien necesitamos espejos en los que vernos reflejados para darnos cuenta de quiénes somos y de la fortuna que tenemos", explica en un perfecto castellano salpicado de acento ghanés. Umar, explica, llegó a Fuerteventura en 2005 a bordo de un cayuco, "con una mano delante y otra detrás", lo enviaron a Barcelona, vivió en la calle y rebuscó comida en la basura durante meses hasta que se encontró con alguien dispuesto a creer en él. Tras años de adaptación e integración, se convirtió en un exitoso emprendedor. Prueba de ello es que en 2012 fundó la oenegé NASCO Feeding Minds, una organización humanitaria cuya filosofía es la de "alimentar la mente, no las barrigas".
Su ambición, asegura, es fomentar que los países africanos más empobrecidos tengan iniciativas que propulsen el acceso a la información y la formación en educación digital. "Así, ninguna persona tiene que atravesar por el infierno de la inmigración". Además de su trabajo en NASCO, este gurú de la educación y conferenciante es autor de tres libros en los que ha recogido, y exorcizado, sus traumáticas experiencias vitales: Viaje al país de los blancos, Desde el país de los blancos y North to Paradise: A Memoir. Sin ir más lejos, en 2021 recibió el premio Princesa de Girona Social de manos de Felipe VI en reconocimiento de su labor humanitaria.
Volvamos, no obstante, a su particular manzana de Newton en forma de guijarro. El choque de la piedra contra la cabeza del pequeño Ousman iluminó su curiosidad. Necesitaba saber más sobre la mecánica de las cosas. Aprender. Educarse. Sin embargo, vivía en un pueblo ghanés llamado Fiaso. Sin recursos. Sin futuro. Lastrado por el pensamiento mágico. Tenía que fabricarse sus propios juguetes, iba al río para beber agua, buscaba en la jungla las plantas que su padre, el chamán de la aldea, después convertiría en elixir divino. Pero aquel día fue un punto de inflexión. Se dio cuenta de que las fronteras no acababan en su lugar de nacimiento y, llevado por los sueños, idealizó al hombre blanco. "Lo concebía como a un dios. Europa era considerada el paraíso. ¿Cómo era posible que el hombre hiciera pájaros que vuelan?". Fue así, por una ilusión, como descendió al infierno.
Un infierno que todos los años mueve a millones de migrantes en busca de una oportunidad mejor. Un 97% de los cuales, según Umar, se queda en el camino. Los mata el hambre, el calor, el mar, la enfermedad, las mafias. Sepulcros olvidados que nadie reclama; cadáveres flotando a la deriva en el Mediterráneo. Algunos de los que sobreviven son encarcelados o recluidos en campos de refugiados sin poder lanzarse siquiera al mar. Otros, simplemente, desaparecen. Él mismo vivió en sus carnes la traumática experiencia de cruzar a pie el Sáhara con 12 años cuando era sólo un niño analfabeto que soñaba con desembarcar en la 'tierra prometida', el Viejo Mundo.
"Cuando tenía 9 años, la curiosidad hizo que me marchara de mi aldea hacia el paraíso. Tenía ganas de saber. Apenas podía leer y escribir. Nunca, te puedes imaginar, había ido a Disneylandia. Era capaz de fabricar mis propios juguetes porque los Reyes Magos no llegaban a mi pueblo. Entonces emigré a la ciudad para aprender chapistería y soldadura". Umar coloca sus dos manos sobre la mesa, con las palmas hacia abajo. Cierra los puños. Ese fue el primer revés de su vida.
"¿Ves la diferencia?", pregunta, mirando con firmeza a los ojos esperando una reacción. En una de sus manos, efectivamente, hay una oscura mancha marrón. "Esto es mi doctorado como soldador de camiones y barcos. Con nueve años. Suerte que aún tengo las dos manos. Cuando vivía en mi aldea, jamás me había metido en la cama sin comer. Había días que podía comer tres mangos, sí, pero nunca iba a dormir con el estómago vacío. Fue cuando marché a la ciudad, a Acra, cuando descubrí algo llamado hambre".
Desesperado por la situación de extrema pobreza en la que vivía en la capital, y tras ver cómo los barcos que atracaban en el puerto llegaban cargados de toda suerte de maquinarias increíbles que le recordaban a aquel avión al que le tiró la piedra, Ousman Umar pensó que aquello procedía, directamente, del Jardín del Edén. Tras hacerse amigo de unos camioneros que introducían de contrabando a personas entre países centroafricanos, se marchó de Ghana con dirección al norte de África. "Lo hice en manos de traficantes, sin entonces yo saberlo". Así llegó hasta Níger, desde donde cruzó el Sáhara en dirección a Libia.
"Salimos 56 personas en tres coches Land Rover. Tras unos días, los conductores nos hicieron bajar porque decían que iban a buscar gasolina. Nunca volvieron. Después de 21 días vagando por el desierto, sólo llegamos 6 con vida. Durante el viaje vi personas morir delante de mí. También nos encontrábamos cuerpos que llevaban mucho más tiempo allí, de otros viajes. Yo mismo me rendí. No tenía esperanza de mantenerme vivo. Afortunadamente, encontré un cadáver en una roca, rebusqué en sus bolsillos y encontré una cantimplora con agua. Aquello me salvó la vida", relata.
"Cuando los migrantes llegamos al mar, la batalla está perdida. Siento mucho decirlo así, porque hay muchas oenegés que hacen un trabajo fantástico para dar la mano a quienes lo necesitan, pero nadie merece experimentar lo que vivimos en aquel infierno. La solución de la migración existe. No está en el mar. Ni en Madrid. Está en el origen, y es alimentar la mente de las personas. Nadie se marcha de su casa si está bien. En mi recorrido entendí que todos mis amigos murieron en el camino por falta de formación y de información. No veníamos aquí a robar a nadie. Sólo queríamos una oportunidad".
Umar estuvo cuatro años en Libia hasta que consiguió ahorrar 1.600 dólares para cruzar el Mediterráneo y desembarcar en España. Subió dos veces a una patera. "Más de 300 personas se ahogaron en el trayecto. Entre ellos Muusa, mi mejor amigo. Yo sabía nadar, así que llegué de milagro a Fuerteventura con vida. Acabé en Barcelona un 24 de febrero de 2005, con 18 años. A pesar de todo, llegué feliz, saludando a todo el mundo. La sorpresa fue que nadie me respondía. Peor aún: la gente me tenía miedo. Fue cuando me di cuenta de que la selva del cemento es peor que la selva tropical. Estuve dos meses comiendo en la basura y viviendo en la calle. ¿Cuántas personas hay en Barcelona? Ni en el desierto me sentí tan solo como en mis dos primeros meses en la ciudad. Era invisible".
¿Dónde estaba el fallo? ¿En el sistema? ¿Eran los prejuicios? ¿El racismo sistemático de una sociedad que carece de capacidad de escucha? La respuesta se encuentra, según Ousman, en el terror a lo diferente, a lo nuevo, a la otredad. "El racismo no existe, es sólo miedo a lo desconocido, miedo al pobre, y en parte una profunda ignorancia. Si tú mañana me encuentras en la calle y me ves así vestido, no escondes el móvil, porque sabes que no lo necesito, pero si me encuentras con chándal seguro que lo guardas. Cuando voy en el Metro de Barcelona en chándal, la gente esconde el bolso, pero si voy en traje soy el hijo o el hermano de Will Smith y todo el mundo me sonríe".
De la calle a la facultad de Química
Una vez en Barcelona, Ousman Umar estaba desesperado. No tenía dónde dormir. Ni qué comer. No sabía el idioma. Ni siquiera dónde se encontraba la Cruz Roja a la que le habían recomendado acudir. No sabía nada. Era el enemigo del pueblo. Negro. Pobre. Tras dos meses malviviendo en las barriadas barcelonesas, y con la ilusión destrozada por la embestida de la realidad, se encontró con una mujer llamada Montserrat Roura. "Cuando cruzó por la calle en la que dormía, hubo algo, no sé explicar qué ni de dónde vino el mensaje, que me dijo que hablase con ella. La perseguí. Entonces se giró y, al verme, me cogió la mano. Yo llevaba un mes sin ducharme, con la misma ropa, y ella no me entendía, porque hablaba catalán y castellano y yo sólo árabe, inglés, wala, hausa y asante [dialectos ghaneses]". La mujer llamó a su marido, que sabía inglés y ambos le ayudaron.
Así nació un vínculo destinado a cambiarle la vida. "Ella me dio la oportunidad de volver a nacer. Aquella noche aprendí que cuando dos personas quieren, se entienden. Nunca más volví a dormir en la calle. Me llevó a su casa. Tuve agua caliente y ropa limpia. Cené un plato de comida recién hecha y me llevó a la habitación como a un niño. Apagó la luz y salió. Yo lloré como nunca antes. ¿Por qué mi amigo Muusa no llegó y yo sí? ¿Dónde estaba Montse hasta ese momento? ¿Había yo matado a alguien para merecer todo lo que viví?", se pregunta Umar.
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Su historia no es únicamente suya. "Las vivencias concretas, es verdad, me pertenecen, pero las crueldades y torturas del viaje las comparto con miles de inmigrantes que no llegan con vida para relatar su viaje. A pesar de todo, yo me considero uno de los hombres más afortunados del planeta. ¿Sabes? Mi padre era chamán en Fiaso. Cuando nací, mi madre murió en el parto. Automáticamente me tendrían que haber matado, porque según mi tribu yo era el culpable de su muerte. Nadie quiere vivir con un niño capaz de matar a su madre. Tuve la suerte de que como mi padre era el chamán, el líder tribal, nadie se atrevió a ponerme la mano encima sin su permiso. Por eso sobreviví. Ese fue mi primer gran reto en la vida. Mi lotería".
En Barcelona, Montse lo ayudó a estudiar. En sólo seis años aprendió castellano y catalán, se sacó la educación primaria, el Bachillerato y la selectividad, y en 2011 entró en la facultad de Química mientras trabajaba como reparador de bicicletas. Ganaba 900 euros al mes y, con eso, pagaba sus estudios, enviaba dinero a su hermano en Ghana y compraba ordenadores para fundar su oenegé, NASCO Feeding Minds. En 2021, su trabajo como emprendedor social le llevó a recibir de las manos de la princesa Leonor y del rey Felipe VI el premio Princesa de Girona Social 2021 por su labor en la construcción de un "proyecto transformador" que aunara "educación, tecnologías y alianzas aportando soluciones al fenómeno migratorio".
"Hoy con NASCO estamos presentes en 58 colegios de Ghana, tenemos 17 aulas de informática, y por ellas han pasado más de 60.000 niños y niñas. No tenemos subvenciones estatales de ningún tipo, ni de allí ni de aquí. Además, hemos ayudado a 23 personas a formarse en programación. Ahora están trabajando para diferentes empresas. Algunas de España. Sin saltar ninguna valla ni subir a pateras. No son ideas, sino hechos. En mi tribu siempre dicen que si quieres llegar rápido vete solo, pero si buscar ir lejos ve acompañado".
PREGUNTA.– ¿Qué opinión le merece el polémico Pacto Migratorio de la UE? Ha sido muy criticado por los sectores de izquierda.
RESPUESTA.– No me gusta criticar, prefiero construir. Hay que canalizar el esfuerzo para edificar. El pacto migratorio es un avance, un primer paso. Cuando llegué a la conclusión de que del 97% de los migrantes que emprenden el camino mueren... ¿De verdad vale la pena poner barcos millonarios en las fronteras para salvar a un 3%? Yo entendí que existe una fórmula mejor: alimentar la mente. Montse no me compró un bocadillo, me dedicó cinco minutos de su tiempo. Por eso estoy aquí. Cuando entendí la importancia de la educación, asumí la responsabilidad de que era el presidente de mi comunidad. Cada uno somos los secretarios generales de nuestras Naciones Unidas. Quizás no cambiemos el mundo, pero el pedacito que nos toca podemos hacer.
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P.– ¿Tiene Europa la responsabilidad moral de subvencionar o ayudar en los países de origen para potenciar ese cambio estructural en África?
R.– En diez años un chaval ha logrado demostrar que alimentando mentes se puede solucionar un problema tan heavy como el de la migración en su origen. Piensa que ningún país ha conseguido salir adelante sin apoyo del otro. El ser humano es la única especie que necesita acompañamiento durante una parte de su vida. Somos seres unidos. Claro que necesitamos apoyo de Europa para poder desarrollar África. ¿Cuántas minas de coltán hay en España? ¿Y en Europa? Ni una. Pero ¿cuántos móviles tenemos aquí? ¿De dónde salen los recursos naturales para fabricarlos? Hay que entender que igual que España necesita el coltán de África, Ghana necesita a España para otras cosas. Si nos quedamos con la hipocresía de que no sabemos solucionar el problema, y sólo construimos fronteras, llegará un día en el que un rico se vaya de vacaciones al Mediterráneo en su yate y sus hijos tengan que apartar cuerpos flotando para poder bañarse. Ahí nos daremos cuenta de que el problema no es sólo de África o de España, sino de todos.
P.– ¿Cuál es la solución para los que ya están aquí?
R.– La integración. Acoger e integrar. El racismo y los ataques a los inmigrantes son una demostración de que vivimos en una sociedad realmente ignorante. Hay gente sin piedad ni empatía ni recuerdos. En cualquier caso, no creo que haya una verdad o una fórmula absoluta. Lo dicen los propios filósofos. Hay que ir adaptándose, pero siempre poniendo el 'ser' en el centro.
P.– ¿Cómo ve el futuro de la inmigración de África respecto a Europa?
R.– En Ghana la media de edad son 18 años. ¿Cuál es la media aquí? ¿60 años? Aquí tenemos trenes, alta velocidad, aeropuertos, todo está construido. El crecimiento demográfico no va a salir de Europa, vendrá de África. Y habrá que darles de vestir, de comer, infraestructuras para moverse. El 72% de los recursos naturales vienen de África. El crecimiento demográfico, igual. No hace falta ser un genio para ver dónde está el futuro. Hay que entenderlo y establecer vínculos y relaciones para facilitar el proceso. Tanto si queremos como si no, va a acabar pasando antes o después.
P.– Usted mismo fue víctima de las mafias. ¿Cómo cree que podríamos acabar con ellas?
R.– Las mafias no existen. Son los líderes de los países del norte de África, que firman acuerdos con otros gobiernos. Antes de verano, Pedro Sánchez reconoció el Sáhara Occidental como país soberano. ¿Qué hizo el rey de Marruecos? Ordenar que la policía de la frontera no trabajara. ¿Qué pasó? Que se abrieron las puertas y entraron cientos de inmigrantes. ¿Qué hace el Gobierno cuando hay una crisis así? Para poner a trabajar a la policía fronteriza, soltó 32 millones de euros. Sólo para ponerla en marcha. Hay mucho dinero en juego. Si los inmigrantes dejamos de venir, muchos países interesados dejan de recibir dinero. Ahí está el negocio.
P.– ¿Qué opina de la política migratoria de Pedro Sánchez?
R.– Creo que se puede mejorar. Aquí siempre siguen las mismas estrategias y políticas. Si para ganar votos la única estrategia política de inmigración es dar dinero a los países del norte... no vamos a ningún lado. Eso jamás ha funcionado, y jamás va a funcionar.