El pobre hombre cuyos huesos yacen en la tumba número 1886 del cementerio de Huelva puede ser el muerto más útil de la Historia... Y el héroe más involuntario que se pueda imaginar. La inscripción en inglés tallada en su gastada lápida de mármol dice: "William Martin. Nacido el 29 de marzo de 1907. Muerto el 24 de abril de 1943. Amado hijo de John Glyndwyr Martin y de la difunta Antonia Martin, de Cardiff, Gales". Añade, en latín: "Es dulce y honroso morir por la patria". Por debajo, "R. I. P.", descanse en paz. En 1997, la Comisión de Tumbas de Guerra de la Commonwealth añadió tres líneas para declarar la verdadera identidad del muerto. Traducidas al español, dicen: "Glynwr Michael sirvió como Mayor William Martin, RM" (RM son las siglas de Royal Marines, la infantería de marina británica).
La inteligencia británica usó el cadáver del galés sin techo Glyndwr Michael para encarnar al ficticio mayor William Martin en una operación de engaño a Hitler que ayudó a los aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial. Así de contundente lo afirma el historiador británico Ben Macintyre (1963) en su apasionante y documentadísimo libro El hombre que nunca existió. Lo acaba de publicar en español la editorial Crítica, del Grupo Planeta, coincidiendo con el estreno este año en Netflix de la película basada en él, Operation Mincemeat (El arma del engaño), que dirige John Madden y protagoniza Colin Firth.
La edición original en inglés del libro apareció en 2010 con el título Operation Mincemeat. Ese era el nombre en código de la rocambolesca Operación Carne Picada que tramó el equipo del abogado y oficial de inteligencia naval Ewen Montagu en un sótano (la habitación 13) de Whitehall, la sede en Londres del Almirantazgo. La idea de usar a un muerto se le ocurrió al novelista y espía Ian Fleming, padre del personaje James Bond, el agente 007.
La idea de usar a un muerto se le ocurrió al novelista y espía Ian Fleming, padre del personaje James Bond
El objetivo era hacer creer al régimen nazi que el ejército británico atacaría en el sur de Europa a través de Grecia, invadiendo la isla de Creta y la península del Peloponeso, cuando en realidad iniciaría el asalto por la isla italiana de Sicilia, como ocurrió exitosamente el 10 de julio de 1943.
El fin estaba claro, pero había que encontrar el medio. Y se les ocurrió que cogerían un cadáver, le inventarían otra identidad y otro pasado, le pondrían encima un maletín con las instrucciones secretas del falso plan de invasión y lo arrojarían al mar como víctima de un supuesto accidente, para que el enemigo lo encontrase, leyese su documentación y cayera en la trampa, convenciéndose de que la invasión sería por Grecia y dejando expedito el camino siciliano. El muerto tenía que ser un señuelo absolutamente convincente.
El hombre real
Eligieron el cuerpo de un desposeído: Glyndwr Michael, nacido el 4 de enero de 1909 en el pueblo galés de Aberbargoed en una familia deprimida de mineros del carbón, tenía 34 años cuando lo encontraron moribundo el 26 de enero de 1943 en un almacén abandonado cerca de King's Cross, en Londres. Certificaron su muerte dos días después en el hospital de Saint Pancras.
Había muerto al ingerir veneno para ratas; tenía antecedentes como enfermo mental y problamente se suicidó, aunque el envenenamiento accidental no es descartable. Estaba solo, no tenía trabajo ni hogar. En vida era un indigente no apto para servir en las fuerzas armadas, y sin embargo, ahora que estaba muerto, iba a prestar un gran servicio. Lo pusieron en un frigorífico a la espera de usarlo en la Operación Mincemeat.
Una vez localizado el cadáver del vagabundo Glyndwr Michael, y transformado en el mayor William Martin, había que soltar al muerto en el lugar propicio para que llegara a manos del enemigo. Y aquí es donde esta historia, que ya de por sí es novelesca y cinematográfica, se vuelve aún más interesante para el lector español, porque España fue escenario principal del engaño que debía conectar Londres con Berlín a través del Madrid de Franco. Los oficiales británicos eligieron la costa de Huelva para colocar el señuelo y que los espías alemanes asentados en la provincia y las autoridades franquistas transmitieran el falso mensaje del maletín hasta el despacho de Hitler.
Pero para que esta cadena funcionase de principio a fin, hacía falta por encima de todo que alguien encontrase el cadáver después de que el submarino británico HMS Seraph lo dejara flotando en el mar. Ese otro héroe involuntario fue José Antonio Rey María, de 23 años. El pescador que rescató el cuerpo del hombre que nunca existió y lo entregó a las autoridades del gobierno del general Franco.
El testimonio del pescador (que murió en 1999 y está enterrado en Los Santos de Maimona, provincia de Badajoz) lo recogió con detalle el escritor onubense Jesús Ramírez Copeiro del Villar en su libro de 1996 Espías y neutrales: Huelva en la II Guerra Mundial, que le sirvió a Ben Macintyre de fuente principal para documentar y recrear ese decisivo capítulo inicial de su obra llevada al cine. De hecho, Macintyre hace constar su agradecimiento a Jesús Copeiro por haberlo llevado en 2009, cuando preparaba su libro, en un recorrido por la costa onubense para ver los lugares del hallazgo del cadáver.
Rescate en la playa
Vayamos a la playa de La Bota, en el municipio atlántico de Punta Umbría (Huelva). Fue aquí, señala el autor, donde se desarrolló esa escena que derivaría en la victoriosa invasión aliada de Italia. Otras fuentes especifican que fue en el sector conocido como playa de Mata Gorda, más estrecho. Es el mismo paisaje. La playa de La Bota, de 3,8 kilómetros, se encuentra entre el núcleo urbano de Punta Umbría y su pedanía de El Portil, en la desembocadura del río Piedras. Flanquea la playa una línea de pequeñas dunas y un gran bosque de pinos detrás, al otro lado de la carretera, inexistente en 1943. En esa época, Punta Umbría aún no se había independizado y pertenecía al vecino municipio onubense de Cartaya.
Hoy, en verano, la amplia playa de La Bota está animada a diario con sombrillas y bañistas. Los coches llenan los aparcamientos y las cunetas a lo largo de la carretera. Sobresalen los chiringuitos aquí y allá, y, a lo lejos, los edificios de El Portil. Pero hay que imaginarse que en abril de 1943, cuatro años después de la Guerra Civil española, en plena represión de la dictadura franquista y con la Segunda Guerra Mundial en su apogeo, esta costa era un lugar de supervivencia y vigilancia.
Militares españoles patrullaban constantemente la orilla y no había casas, sino solo las chozas de los pescadores. Como el analfabeto José Antonio, que vivía en una de esas construcciones de ramas y cañizos en la playa de El Portil, donde hoy encontramos urbanizaciones con campo de golf y chiringuitos.
El pescador tenía una barquita, Ana, y otra más grande, La Calina, con las que salía a pescar sardinas junto a Pepe Cordero y otros compañeros de faena. José Antonio tenía fama de ser el mejor oteador de bancos de sardinas de la costa de Punta Umbría. En la mañana del viernes 30 de abril de 1943, salió a pescar, adelantándose a remo en la barca Ana para detectar bancos que señalaría con una boya, mientras sus compañeros aguardaban más allá a bordo de La Calina. Escuchó una explosición a lo lejos. A media mañana, vio en el agua un bulto. Se acercó y descubrió que era un hombre que flotaba boca abajo, con un chaleco salvavidas amarillo sujeto al torso, vestido de uniforme y con abrigo.
Le dio la vuelta y, evitando tragarse el hedor del cuerpo en descomposición, miró el rostro: tenía quemada la parte superior, y la nariz y las mejillas se estaban pudriendo. Como cuenta Macintyre a partir del testimonio que recogió su colega español Ramírez Copeiro del Villar, el pescador pidió a sus compañeros que se acercaran y tiraran un cabo para recuperar el cadáver. El hedor les dio asco, y se tuvo que encargar él mismo de agarrarlo por el abrigo y tirar de él para subirlo a la cubierta de la barca, con las piernas del náufrago colgando por fuera dentro del agua.
Remó hasta esta misma orilla tranquila donde esta tarde de julio se bañan los veraneantes y arrastró el cuerpo por la playa y las dunas hasta dejarlo a la sombra de un pino (la línea del pinar está a entre cien y doscientos metros de distancia de la orilla, al otro lado de la carretera). El cadáver arrastraba a su vez por la arena un maletín negro atado con una cadena. Era el maletín que contenía las instrucciones falsas para engañar a Hitler.
Los niños se arremolinaron para ver el cuerpo. Obdulia Serrano, de 17 años, se fijó en que el muerto tenía una cadena plateada con una cruz al cuello, de lo que dedujo que sería católico. Los pescadores enviaron a Obdulia a avisar al oficial militar español encargado de vigilar esa costa, que tenía a su mando a una docena de soldados del 72º Regimiento de Infantería. Habían pasado la mañana patrullando la playa y ahora descansaban en el pinar. El oficial ordenó a dos de ellos que montaran guardia al lado del cadáver para que nadie lo registrara y se fue a avisar a su comandante. Luego buscaron un burro para cargar al náufrago muerto hasta Punta Umbría, a unos seis o siete kilómetros por la orilla hacia el este, desde donde, en otra embarcación, lo llevarían a Huelva, la capital de la provincia, al otro lado del estuario de los ríos Tinto y Odiel.
De Madrid a Berlín
La primera parte de la Operation Mincemeat, Carne Picada, había salido bien. El cuerpo del inexistente mayor William Martin interpretado por el cadáver del paria Glyndwr Michael había llegado a tierra y ya estaba en posesión de las autoridades franquistas, aliadas de la Alemania nazi pero formalmente neutrales. Como habían previsto los cerebros del plan, y cuenta y documenta con todo rigor Ben Macintyre (editor asociado y columnista del The Times de Londres y especialista en libros sobre espionaje y la Segunda Guerra Mundial), el gobierno español transmitió el contenido del maletín con los supuestos planes de invasión a la embajada alemana en Madrid. Allí fotocopiaron los papeles y los enviaron a Berlín.
En ese engranaje para pasar de mano en mano el falso secreto, el engaño, participaron, creyendo que ayudaban a Alemania, cargos tan importantes del gobierno de Franco como el almirante Salvador Moreno, ministro de Marina, o Francisco Gómez Jordana y Souza, ministro de Exteriores. Para confundir al enemigo nazi, también fue vital el papel deliberado de desinformación que jugaron espías como el doble agente español Juan Pujol García, el agente Garbo.
Los archivos españoles, aún cerrados
Ben Macyntire consultó decenas de libros y siete archivos británicos y uno alemán para documentar Operation Mincemeat, titulado ahora en España El hombre que nunca existió. Pero no podría, aunque quisiera, consultar a fondo los archivos militares españoles. Como vienen denunciando desde hace años historiadores españoles y de otros países −incluidos grandes hispanistas británicos−, muchos contenidos de esos archivos permanecen cerrados al público en aplicación de la Ley de Secretos Oficiales franquista de 1968, que sigue en vigor.
El gobierno de Pedro Sánchez se ha comprometido a aprobar una nueva Ley de Información Clasificada que libere el acceso a esa parte documental del siglo XX español sujeta hoy a un innecesario veto. "El compromiso del Gobierno es aprobar el anteproyecto de ley este mes de julio. Se encuentra en la última fase de elaboración", dijo Sánchez en el Congreso el 13 de julio. La desclasificación de los fondos secretos españoles podría revelar nueva información sobre este y otros episodios de la Segunda Guerra Mundial y el papel de España en ella.
Más allá de los archivos oficiales, el mayor hallazgo documental del autor británico lo consiguió cuando el especialista en instrumentos musicales de la Universidad de Oxford Jeremy Montagu, el hijo de Ewen Montagu, jefe de la operación, lo recibió en su casa y, haciendo un gesto cómplice con los ojos, lo invitó a subir con él las escaleras.
El informe secreto
En 1953, Ewen Montagu publicó un libro, The man who never was (El hombre que nunca existió), en el que contaba al mundo la operación detrás del cadáver. Su relato pasó la censura de la inteligencia británica y sirvió como base en 1956 para la primera película sobre esta historia, del mismo título. Pero el historiador Ben Macyntire sabía por una alusión de Montagu en otro libro que este conservaba el informe oficial y secreto que había escrito en su día con todos los detalles de la operación, un informe que no figuraba en el libro publicado. La historia no estaría completa hasta que lo hallase.
Más de veinte años después de la muerte de Montagu en 1985, que en vida siempre rechazó dar más información, el escritor fue a buscar a su hijo para pedirle ayuda. Y se la dio. Fue uno de los más emocionantes momentos de su carrera cuando Jeremy Montagu, al subir las escaleras, lo llevó a una habitación y de debajo de la cama en un cuarto sacó un arcón que contenía todo tipo de documentos de la inteligencia británica con la etiqueta top secret, del MI5 (servicio interior de contraespionaje), del MI6 (servicio de espionaje exterior) y del antiguo Departamento de Inteligencia Naval (NID, en sus siglas en ingés). Ahí estaba también el informe inédito de su padre sobre la Operation Mincemeat.
Enviaron un telegrama a Churchill: el enemigo se había tragado el cebo "hasta la caña, el sedal y la plomada"
Con esos datos, Macyntire escribió la historia definitiva de El hombre que nunca existió y que ayudó a ganar la guerra. Publicada en inglés en 2010, llega doce años después al mercado editorial en español, en plena guerra contra Rusia en Ucrania y con las fábricas de mentiras para engañar al enemigo funcionando a toda máquina. Las mentiras son guardaespaldas para proteger a la verdad, viene a decir recordando las palabras de Winston Churchill, el primer ministro británico y último responsable de la Operación Carne Picada. A él le enviaron el siguiente telegrama cuando comprobaron que el enemigo se había creído el cuento: el cebo de la "carne picada se lo han tragado hasta la caña, el sedal y la plomada" ("Mincemeat swallowed rod, line and sinker".
La tumba en Huelva
En el cementerio de Nuestra Señora de la Soledad de Huelva, en un altozano a las afueras de la ciudad, reposan los restos del mayor William Martin, es decir el donnadie Glyndwr Michael al que convirtieron en cebo trascendente para la Historia. Al enterrarlo, llevaría consigo la carta de amor de la novia que le inventaron sus creadores para hacer creíble al personaje. Las autoridades franquistas devolvieron los papeles a los británicos después de que los alemanes los hubieran fotocopiado en su embajada en Madrid. El cadáver del supuesto oficial de marina hallado en el mar lo enterraron en Huelva, adonde lo habían llevado desde la playa de La Bota entre Punta Umbría y El Portil.
A la tumba se llega fácilmente. Está señalada en Google Maps, aunque en la realidad física del cementerio no hay señales que lleven hasta ella. Unas indicaciones: al entrar por la puerta principal, si nos ponemos delante de la capilla, hay que coger el camino radial que parte a su izquierda y, al llegar al final, girar a la izquierda. Contando desde el mausoleo en la esquina, la tumba que hace la número 32 es la suya.
Dice su lápida, en latín, que "Es dulce y honroso morir por la patria". Así fue en el caso inventado del William Martin que cayó muerto al mar por un accidente, pero no en la vida real del hombre que puso el cuerpo. Glyndwr Michael se envenenó y murió sin dar su vida por la patria, pero vino la patria y se sirvió de su cadáver. Prestó un servicio póstumo a la humanidad, sin mover un dedo.
El beneficio de la Operación Carne Picada fue enorme y se puede cuantificar, como subraya Macintyre, con un poderoso dato: invadieron Sicilia 160.000 soldados aliados y al acabar la campaña seguían vivos 153.000. La isla estaba relativamente desprotegida, al creer los alemanes que la gran invasión del sur de Europa sería por Grecia y, secundariamente, por la isla de Cerdeña y la costa mediterránea francesa, río Ródano arriba, como revelaban los papeles falsos del mayor Martin. El mensaje engañoso del cadáver salvó miles de vidas y contribuyó a la victoria en ese frente.
Aunque su misión fue del todo involuntaria, es curioso comprobar que en la memoria y la voluntad de los que vienen a rendirle tributo lo reconocen como un héroe. En la tumba hay flores artificiales nuevas, una banderita inglesa, otra de un regimiento de Gibraltar y tres pequeñas cruces de madera, con la típica amapola que recuerda a los caídos británicos y el lema "In remembrance" (en el recuerdo).
Un visitante español del cementerio, Sergio, que ha venido a ver la tumba de sus abuelos, se acerca a presentar también sus respetos a la del legendario británico. Conoce su historia. El joven apunta que tenía una novia cuya bisabuela inglesa, Isabel Naylor, residente en Punta Umbría, era quien se encargaba de poner flores cada año en la tumba.
Un inglés de la mina de Riotinto empezó a llevar flores a su tumba, y su hija, nieta y biznieta han seguido la tradición
El 30 de abril de 2018 celebraron aquí un homenaje por el 75º aniversario del hallazgo del cuerpo del mayor Martin, al que acudió por última vez Isabel Naylor. Ella contó entonces que la tradición de llevarle flores rojas cada 11 de noviembre, día del armisticio que acabó con la I Guerra Mundial, la empezó en los años 40 su padre, un inglés que trabajaba en la minas de Riotinto y se apiadó de su compatriota. Isabel lo sucedió desde los 18 años. La benefactora murió en 2019 a los 86 años, y ahora se encargan de mantener la tradición su hija y su nieta.
No se distingue bien si quienes honran al hombre de la tumba piensan en el ficticio, pero real en el imaginario colectivo, mayor William Martin o en el sintecho Glyndwr Michael cuyo cuerpo usaron para la genial y bendita patraña. Los dos, el personaje y su carne, fundidos por el poder de la verdad y la ficción, ya son solo uno en la Historia y bajo esta lápida del cementerio de Huelva.