En 1934, Nikola Tesla afirmaba públicamente que había conseguido desarrollar una nueva arma con la que podía eliminar enemigos a kilómetros de distancia usando exclusivamente la electricidad. Cuando el mundo conoció su creación, se popularizó con el nombre de rayo de la muerte.
Esta tecnología permitiría lanzar impulsos eléctricos capaces de destruir cualquier cosa, desde infantería hasta barcos o aviones en un radio de 400 kilómetros, aunque sus intenciones eran pacíficas, ya que Tesla creía que, si todos los países dispusieran de esta arma defensiva, podrían eliminarse para siempre los conflictos armados en el mundo. Por desgracia, la falta de fondos limitó sus investigaciones y el mundo nunca llegó a ver su rayo en acción.
Días después de la muerte de Tesla, la Inteligencia estadounidense incautó en su domicilio todas sus pertenencias, aunque el FBI lo negaría posteriormente. El hecho de que el gobierno estadounidense se hiciese con aquel material convirtió a su rayo de la muerte en uno de los grandes mitos de la historia, ya que seguimos empleando la pólvora. Si de verdad existió tal arma, su secreto murió con su creador.
Quizá su idea se basó en el invento que había ideado décadas antes un ingeniero y militar catalán, cuya construcción llegó a ser aprobada por las autoridades militares españolas. Se trataba de Isidoro de Cabanyes y Olzinelles y su rayo de la muerte.
Cabanyes nacía en 1843 en Vilanova i la Gertrú, en la provincia de Barcelona, y era el sexto hijo de un próspero, culto y estudioso comerciante, José Antonio Cabanyes Ballester. En su familia existía una importante tradición militar, lo que motivó que uno de sus principales caminos fuese el Ejército.
Pero el amor a las ciencias y las letras de su padre también le llevó a interesarse por la ingeniería y la mecánica, lo cual explica la doble vocación que tuvo a lo largo de su prolífica vida.
En 1856, con catorce años, ingresó en el Colegio de Artillería de Segovia, siguiendo el mismo camino que sus hermanos. En 1864 finalizó los estudios e inició su carrera militar, siendo enviado a variados puestos en los que demostró su capacidad de liderazgo. En 1866, destinado en Alcalá de Henares, participó en la represión de la insurrección de San Gil contra la reina Isabel II. En 1873, con la llegada de la Primera República, y ya como capitán, ayudó a sofocar la rebelión de Cartagena y a romper el cerco carlista sobre Bilbao. Todas estas acciones le valieron para ejercer la docencia militar y terminar su carrera castrense en 1905 con el grado de coronel.
Paralelamente a su vida militar, aprovechando su tiempo de ocio en los distintos destinos en el Ejército, desarrolló su otra carrera, una prolífica y variada actividad inventora y científica.
Conocedor de que en España el apoyo a la ciencia era mínimo, solicitaba frecuentemente permisos para poder dar vida a nuevas máquinas e ingenios, viajar por toda Europa y conocer de primera mano los nuevos adelantos científicos de su época, y publicar complejos estudios.
Su capacidad para alumbrar nuevas ideas y tecnologías era prodigiosa. Desde finales de 1860 hasta la década de 1910, de su mesa de trabajo salieron multitud de proyectos, algunos considerados visionarios, y que luego suponían importantes mejoras en el ámbito industrial, militar e incluso doméstico.
Entre sus muchas creaciones, Cabanyes inventó, en 1873, un motor de aire comprimido para sustituir el vapor o la fuerza animal para mover ascensores, pequeños vehículos y maquinaria industrial. Un año después patentó un método de fabricación de carbón artificial para uso doméstico a partir de leña y excrementos, e incluso llegó a crear un aeroplano experimental.
En 1877 creó un pionero tranvía operado por gas comprimido y, tres años después, patentó un generador de aire a partir de gasolina para emplearlo como calefacción en hogares, conocido como fotógeno. Sería a partir de la Exposición Internacional de Electricidad de París de 1881, cuando Cabanyes volcó todo su ingenio en una tecnología con la que crearía visionarios diseños.
Ese año abrió un taller de maquinaria de precisión en Madrid, en la calle Lagasca, el primero de toda la capital en disponer de luz eléctrica de forma permanente, lo cual le valió para convertirse en un experto en energía eléctrica y que, en 1882, le encargaran dirigir la instalación del alumbrado eléctrico del Ministerio de Guerra, en el Palacio de Buenavista.
Su experiencia con la electricidad le llevó a fundar su propia empresa en 1883 con el objetivo de hacer llegar la luz eléctrica a todo Madrid, pero el coste y, sobre todo, el desconocimiento, provocó que el proyecto no cuajase.
A pesar de los inconvenientes, Cabanyes tenía muy claro que la electricidad iba a ser el futuro, así que se dedicó en cuerpo y alma a aprovechar esa tecnología en su propio provecho con tres grandes y colosales proyectos.
En 1885, entró en la convulsa historia del submarino en España, en la que hubo excelentes ideas y proyectos que nunca llegaron a ponerse en práctica. Junto a Miguel Bonet, presentó un torpedero submarino eléctrico tripulado, armado con torpedos y propulsado por unas baterías eléctricas de su propia invención por las que llegaría a ser condecorado. Su diseño incluía un novedoso sistema de renovación de aire y un instrumento que cambiaría para siempre la tecnología submarina: el periscopio.
Pero, al igual, que todos los demás, su submarino cayó en el olvido. Algunas fuentes afirman que Isaac Peral e Cabanyes se entorpecieron entre ellos, provocando que ninguno de sus sistemas prosperase. ¿Qué habría ocurrido si en vez de competir se hubiesen unido?
En 1890, Cabanyes presentó otro visionario proyecto, precursor de las energías renovables: la chimenea solar. Su invento no llegaría a ver la luz comercialmente hasta finales de la década de 1980 y todavía, en la actualidad, se considera como un sistema futurista. Consistía en emplear grandes áreas cubiertas con espejos para accionar bombas de riego alimentadas por energía solar.
Utilizando el calor del sol, los espejos calentaban el aire dentro de una torre de gran altura que, al ascender, hacían mover un mecanismo que generaba la electricidad necesaria para accionar las bombas de riego.
La torre eólico-solar de Cabanyes se probó en varias instalaciones con gran éxito e incluso construyó en Madrid dos modelos operativos, uno en El Retiro y otro en una finca agrícola en el barrio de Canillejas, donde levantó una torre de más de treinta metros de altura. Su idea, nuevamente, se olvidó, pero en la actualidad se están instalando este tipo de instalaciones, sobre todo, en terrenos desérticos de Chile, Australia, Abu Dabi o Estados Unidos.
Sería en 1899 cuando propuso el que quizá haya sido su proyecto más visionario, espectacular y quimérico, aunque menos recordado: el rayo de la muerte.
España todavía digería la traumática pérdida de sus últimas colonias en favor de Estados Unidos: Cuba, Puerto Rico, Filipinas… El vetusto imperio español había desaparecido, lo cual, quizá llevó a Cabanyes a intentar crear algo con lo que devolver parte de lo perdido a su país. Para ello, planteó al Ministerio de Guerra una idea que décadas después también pensaría el legendario Nikola Tesla.
Su generador de rayos artificiales serviría para defender las costas del país y se basaba en un motor eléctrico de 1.500 CV accionado por una dinamo y dos transformadores situados en puntos elevados y conectados por antenas. Al inducirse una tensión de 20.000 voltios, se generaba una chispa (el rayo) que podía ser dirigido hacia un lugar concreto.
El Estrecho de Gibraltar era el lugar idóneo para instalar su proyecto: orográficamente era ideal para su propósito. Pero, sobre todo, el Estrecho tenía un rol estratégico como puerta de entrada entre el Mediterráneo y el océano Atlántico. Su idea era levantar una red de defensa para controlar todo el estrecho y poder atacar barcos enemigos con los rayos generados.
Cabanyes diseñó la instalación con electrodos repartidos entre Ceuta y el sur peninsular; en Tarifa, Algeciras, Estepona o Marbella, y la concibió además para el uso civil, ya que estaba convencido de que su rayo también podía emplearse para condensar vapor de agua y producir lluvia.
A pesar de que en la actualidad no existen croquis ni imágenes de su idea, ésta fue recibida muy favorablemente por la comunidad científica española, lo cual motivó que, en 1901, la Academia de Ciencias y la administración militar, dieran luz verde al proyecto y financiaran un periplo internacional del inventor por toda Europa para conocer las últimas novedades en electricidad de los fabricantes más innovadores de la época.
A partir de ese momento, sin embargo, no se encuentran más noticias ni informes sobre este asunto. Poco tiempo después, Cabanyes se trasladaba a Cartagena, donde asumió la dirección del parque de artillería de la ciudad portuaria.
Desgraciadamente, Cabanyes nunca contó con el apoyo suficiente ni la comprensión necesaria para poner en práctica la mayor parte de sus ideas, diseños y proyectos y fallecía el 20 de diciembre de 1915 en San Lorenzo de El Escorial, sin reconocimientos ni ceremonias. ¿Qué habría ocurrido si Cabanyes hubiera conseguido hacer realidad sus planes?