En 1962 se apagó una vida en la familia Moro y se inició otra. Durante aquel año, falleció Emilio Moro, fundador de las Bodegas Emilio Moro, y nació Javier Moro, miembro de la tercera generación. Fue casi como la definición de lo que ha vivido esta familia vallisoletana desde el siglo XIX: el trasvase del amor por el mundo vitivinícola generación tras generación. De padres a hijos. De abuelos a nietos. Así ha sido la transmisión de la “sabiduría y el amor por el vino”, explica a EL ESPAÑOL | Porfolio el propio Javier Moro, actual presidente de las bodegas.
Esta entidad, por otra parte, ha llevado por todo el mundo la bandera de la Ribera del Duero –y ahora de El Bierzo–; la bandera de unos caldos centenarios que son el orgullo y parte del ADN de la familia Moro. Ahora cohabitan y trabajan, codo con codo, varios miembros de la tercera y la cuarta generación de los Moro para conseguir que sus bodegas hayan llegado a facturar en 2023 cerca de 40 millones de euros. Sin embargo, Felisa Espinosa, la “matriarca de la familia”, como la define su hijo Javier, pertenece a la segunda generación y a sus 90 años sigue al tanto del día a día de las bodegas que fundó su suegro en el municipio de Pesquera de Duero.
A 12 kilómetros de allí, en Valbuena de Duero, nació Emilio Moro, el hombre que inició una empresa convertida hoy en una de las entidades más importantes del sector vitivinícola. Nació en 1891 “en un entorno rodeado de viñedos”, dice su nieto. Y fue el amor por Elvira Pérez lo que hizo casarse con ella y plantar los viñedos en Pesquera. De este matrimonio nacería en 1932 Emilio Moro Pérez, la segunda generación de la familia al frente de las bodegas.
Su padre, el primer Emilio Moro, “le transmitió toda su sabiduría”, cuenta Javier Moro, una sabiduría que nunca dejó de cultivar, incluso de manera “íntima”, según sus descendientes. “Mi padre fue un hombre que incluso le hablaba a las viñas; las conocía perfectamente. Las amaba y siempre nos enseñó eso”, dice Javier Moro. “Recuerdo que, cuando era pequeño, al final de las comidas mi abuelo se sentaba al final del comedor, a oscuras y en silencio, con su última copa de vino. Reflexionaba. Decía: 'Si lo sabes escuchar, el vino te habla'”, añade Héctor Medina Moro (Valladolid, 1994), miembro de la cuarta generación –hijo de Fabiola Moro– y director de Marketing de las bodegas.
Esa “sabiduría” y el “amor” por el vino del que todos hablan es lo que sigue empujando el trabajo de la familia Moro al frente de las bodegas. Es lo que sigue motivando a su viuda, Felisa Espinosa, que a sus 90 años “no sólo nos pregunta todos los días sobre el estado de la bodega, sino que sigue disfrutando de su copita diaria de vino”, cuentan a esta revista sus nietos, con orgullo. Los viñedos están en el corazón de esta familia y el vino que producen recorre sus venas.
Generación tras generación
No sólo la transmisión del saber vitivinícola generación tras generación es lo que caracteriza a la familia que lidera las Bodegas Emilio Moro. También les caracteriza que todos ellos, prácticamente, nacieron y crecieron entre viñedos. “Cuando tenía unos cinco o seis años, le llevaba el almuerzo a mi padre, que estaba arando las viñas. Y, mientras almorzaba, le ayudaba un poco. Esos son mis primeros recuerdos en las viñas”, confiesa Javier Moro. Él y sus tres hermanos, José, Rubí y Fabiola, crecieron ayudando a sus padres.
Sus hermanas, Rubí y Fabiola, por ejemplo, azufraban al estilo tradicional. Para proporcionar los sulfitos necesarios a las viñas. “Nos levantábamos a las 4 ó 5 de la mañana para hacer esta y otras labores. También vendimiábamos cuando llegaba la época y pisábamos la uvas en unas cocederas antiguas. Todo a la antigua usanza”, cuenta el bodeguero que evidentemente ha vivido, junto a la tercera generación, el paso de un modo de producción tradicional a uno más moderno.
En este periodo, bajo el amparo de la tercera generación, ocurrió algo que cambiaría el destino de las bodegas para siempre. Sería en 1989 cuando empezarían a formar parte de la Denominación de Origen Protegida Ribera del Duero. Y, a partir de entonces, empezaron a innovar. A imponer un “estilo diferenciador”, como dice Javier Moro. Por ejemplo, los Moro comenzaron a elaborar vino joven en barrica americana, siendo “innovadores y transgresores”. Por ello recibieron críticas del sector, pero pronto, con el nuevo milenio, serían muchas las bodegas por toda la geografía española las que adoptarían esta manera de producir.
Paralelamente, la cuarta generación, hoy parte de la bodega a nivel laboral, crecía jugando en los viñedos de sus abuelos y sus padres. Mamando de la tradición vitivinícola como antaño lo hiciera la tercera generación. “Por eso estudié enología, porque siempre me había encantado este mundo. Luego me formé a nivel empresarial y, por ello, actualmente trabajo en la parte de gestión de la empresa como directora general”, explica Patricia Sánchez Moro (Valladolid, 1987), hija de Rubí Moro y miembro de la cuarta generación.
“Otro recuerdo que tengo de niño es que siempre teníamos la bodega abierta a todo el mundo que quisiera ir a visitarla. Me acuerdo de estar jugando al fútbol por los alrededores y ver cómo venían los visitantes y mi familia les enseñaba las viñas, la bodega…”, cuenta Héctor Medina Moro, miembro de la cuarta generación.
Presente y futuro
Este episodio que describe Héctor ocurría a finales de los 90 y principios del siglo XXI. En aquella época, el turismo enológico no estaba tan desarrollado como ahora. Por ello, los Moro opinan que, en este sentido, ellos también son “pioneros”. Precisamente, el desarrollo de este del enoturismo es una de las líneas de desarrollo que tiene la empresa a día de hoy.
Con este desarrollo, sumado a la innovación continua de sus vinos, la familia Moro aspira “a crecer, cada año, en torno a un 5%, pero siempre con el claro objetivo de ofrecer a nuestros clientes mejores vinos de más variedades”, explica Patricia Sánchez Moro. De ahí que ahora incluso quiera añadir a su lista de vinos –entre los que destacan los vinos Ribera del Duero Emilo Moro o el Malleolus–, otros procedentes de El Bierzo, en la provincia de León.
Por ello, en 2016, la familia Moro inició su proyecto en El Bierzo. A las 375 hectáreas de viñedos bañados por la Ribera del Duero con las que cuenta en la actualidad la empresa, se le sumaron otras 60 en la comarca leonesa. “Con ello hemos buscado innovar en una línea de vinos blancos como, por ejemplo, Polvorete, El Zarzal o La Revelía. Para ello hemos invertido en unas bodegas propias en El Bierzo en la que ya nos planteamos futuras ampliaciones. También estamos remodelando las instalaciones de la Ribera del Duero, con la proyección de culminar dentro de cuatro años”, explica la directora general de la empresa.
Los Moro lo hacen porque, a su parecer, tienen la “obligación” de dejar a las futuras generaciones unas bodegas mejores que las que recibieron. “Por ello, hacemos estas inversiones, porque aunque la cuarta generación ya está trabajando, algún día estarán ellos solos”, culmina Javier Moro, presidente de las Bodegas Emilio Moro. Así, la rueda seguirá rodando, el ADN vitivinícola inoculado por Emilio Moro desde hace más de un siglo seguirá pasando generación tras generación. Como hasta ahora.
Pregunta.– Patricia y Héctor, como representantes de la cuarta generación de la familia Moro, ¿os haría ilusión que una quinta generación algún día se incorpore y continúe con el legado familiar?
Patricia.– Aunque de momento no hay quinta generación, y por mi parte creo que no la habrá, sé que mis primos tienen la intención de tener hijos. Y a mí, como tía-prima, me encantaría que siguieran con la bodega.
Héctor.– Yo, a nivel personal, algún día me gustaría tener hijos. Y sé que los que los tengamos les vamos a inculcar los mismos valores que nos han enseñado nuestros padres y abuelos. Unos valores que tienen que ver con el trabajo duro, el sacrificio, la humildad y, por supuesto, el amor por la cultura del vino.