Pedro Semedo -espigado, fibroso, duro como la corteza de un árbol y negro como el del ébano- dice que un puñetazo duele, sí, pero que mucho más lo hace un insulto racista.
El sábado pasado, su equipo, el Alma de África, compuesto en su mayoría por inmigrantes de origen africano, se desplazó hasta el campo de Los Cortijillos, en Los Barrios (Cádiz). Pedro salió de titular. Durante el primer tiempo tuvo un roce con un rival, recibió una tarjeta amarilla y su entrenador, Alejandro Benítez, lo cambió antes del descanso.
Cuando terminó la primera parte, de camino al vestuario, el futbolista con el que había discutido le dijo a Pedro: “Te voy a arrancar esas trencitas". A los pocos segundos, le reventó el labio de un puñetazo. El míster de Pedro, para evitar males mayores, metió a todos sus jugadores dentro de la caseta y decidió retirar del partido al Alma de África, que milita en la Segunda Regional Andaluza.
Pedro atiende a EL ESPAÑOL la tarde de este pasado miércoles. Cita al reportero en San Fernando (Cádiz), donde vive junto a su pareja y su hijo de 18 meses. Desde aquí, tres veces a la semana va hasta Jerez de la Frontera, donde entrena junto a sus compañeros. Hoy toca sesión de entrenamiento.
Durante el camino en coche, Pedro, nacido en Guinea Bissau hace 31 años, cuenta que aún le duele el labio, donde necesitó de un punto para cerrar la herida. Sin embargo, dice que poco a poco el dolor va mitigando. Semedo denunció y piensa resolver este asunto en los tribunales.
- ¿La agresión tuvo tintes racistas?- pregunta el periodista.
- No, yo creo que no. Se metió conmigo por mi aspecto, pero no por el color de mi piel.
- Y, formando parte de un equipo donde casi todos sois africanos, ¿recibes muchos insultos?
- Sí, eso sí. Quizás seamos el equipo más insultado de España- responde entre risas-. Aunque son pocos los que insultan, la verdad, pero duele mucho. Cuando uno está en el campo y escucha ‘negro de mierda’, ‘mono’ o cosas similares, le da muchísima rabia.
Alma de África nace de la calle
El equipo Alma de África nació en 2015. Alejandro Benítez, su presidente y entrenador, agrupó a una veintena de hombres que cada domingo, a las cinco de la tarde, jugaban en la pradera hípica de Jerez, una gran explanada de césped dentro un recinto deportivo. Eran todos de raza negra. Africanos de Senegal, Guinea Conakry, Nigeria, Costa de Marfil…
Benítez los federó porque en Andalucía sólo se exige el pasaporte para ello. Comenzaron a jugar en la cuarta división regional. En las dos temporadas que llevan disputadas, han ascendido de categoría en ambas. Hoy, dentro de una plantilla de 25 jugadores que fluctúa casi por mes porque muchos se marchan en busca de un futuro mejor, conviven 12 nacionalidades. Es la ONU del fútbol español amateur. El último en llegar es un refugiado palestino. Está a prueba.
En Alma de África ya no todos son africanos. Los hay, sí, pero compiten por un puesto con otros compañeros que nacieron en Jerez, en Santo Domingo, en Bolivia o en Colombia.
“Los veía jugar cada domingo un amigo mío que se llama Quini. Iba con su hijo a pasear al perro. Siempre los veía más tiempo discutiendo y pegándose que jugando al fútbol”, cuenta en el campo de entrenamiento del Alma de África su entrenador, Alejandro Benítez.
“Quini me propuso arbitrarles una tarde cualquiera. Vimos que había chavales que le pegaban bien a la pelota. De aquello surgió esta locura. Hoy somos una familia”, añade el también presidente del club jerezano.
“Lloré como un niño pequeño”
Pedro Semedo lleva dos años jugando en el Alma de África. Es de Guinea Bissau. Llegó a Europa a través de Portugal, país del que tiene la nacionalidad. Lo hizo con 11 años. A esa edad huyó junto a sus tíos del golpe de Estado que acababa de producirse en su país. Corría el año 1999.
Un avión de las fuerzas armadas lusas recogió a Pedro, a sus tíos y a sus primos en Dakar (Senegal), hasta donde llegaron en barco desde su país de origen. “Recuerdo que salimos desde Guinea en un barco. Las bombas y las balas pasaban por encima de nosotros. Allí estuvimos una semana o así. Cuando vino a recogernos el Ejército portugués, yo no tenía papeles de aquel país, aunque mis tíos y mis primos sí. Al final, mis tíos convencieron a los militares de que yo también era hijo suyo”.
Pedro, que juega de delantero en el Alma de África, dice que se siente “orgulloso” de ser negro y africano. Por eso, cuenta, le duele tanto que le insulten cuando sale con sus compañeros a jugar un partido fuera de su estadio.
El chico explica que la temporada pasada, tras disputar un encuentro ante un rival que ahora no recuerda, se marchó cabizbajo al vestuario. Se fue callado, meditabundo. Una vez se desvistió y se metió en la ducha, rompió a llorar.
“Estuvieron todo el partido insultándome. A mí y a los compañeros negros. Nos decían negros con desprecio, que nos fuésemos en patera o que volviésemos a saltar la valla. Yo no entendía por qué. Da igual nuestro color de piel. Lloré como un niño pequeño”.
“No es fácil escuchar que te llamen muerto de hambre”
Modou Dione nació en Senegal. Tiene 26 años, aunque el próximo sábado cumple 27. Lleva 12 en España. Desde hace dos, como su amigo Pedro Semedo, juega en el Alma de África. Le gusta desenvolverse como extremo izquierdo. “He tenido la oportunidad de jugar en equipos mejores, pero no, me quedo aquí. Esta gente son mis hermanos”, dice el chico.
Modou salió de su país cuando tenía 15 años. Su padre lo subió a un cayuco en el que viajaban 97 senegaleses. Él iba sólo. No lo acompañó ninguno de sus seis hermanos. “Mi padre conocía al capitán. No tuvo que pagar. Yo iba enchufado (risas). Los otros tuvieron que pagar miles de euros: 5.000, 7.000…”
Antes de partir, a Modou le dijeron que tardarían en llegar dos o tres días hasta las Islas Canarias. El viaje se alargó durante ocho jornadas. Los fuertes vientos y el oleaje provocaron que la embarcación se alejara de la ruta prevista. A tierra llegaron muertas tres personas.
“Llevábamos tres o cuatro motores. Cuando se estropeaba uno, ponían otro. Llegamos con el último que teníamos útil. Si no llega a ser por ese, morimos todos ahogados. Tuvimos mucha suerte. Las olas (del Atlántico) eran como montañas de altas”, narra Modou.
Este fornido senegalés vive en Cádiz. Cada día que hay entrenamiento va en tren hasta San Fernando. Desde allí, Pedro y él viajan en coche hasta Jerez. Unos 30 kilómetros. Si uno lo escucha hablar piensa que nació en la tacita de plata. “Pisha, yo estoy mu felí en Cái”.
Modou tuerce el morro cuando se le pregunta por el racismo en el fútbol amateur. “Sí, hay mucho, sobre todo en los pueblos. Pero no es toda la gente. Son cuatro locos que van a un estadio a desfogarse y a sacar la rabia que llevan dentro. Nosotros somos las víctimas fáciles. Nos ponen como los trapos. Y eso duele. Aunque estoy aprendiendo a convivir con ello, no es fácil escuchar que te llamen mono o muerto de hambre”.
Negros de Jerez
Álvaro Lechuga Gómez tiene 23 años. Nació en Santo Domingo pero sus padres adoptivos se lo trajeron a Jerez cuando tenía cuatro meses. Álvaro es mulato.
Khadimour Rassoul Mbaye tiene 26 años. Los padres de Bamba, como le apodan, son de Senegal. Llegaron a Jerez hace más de cuatro décadas. Bamba nació en Santiago, el barrio más flamenco de todo Jerez. Cuando este periodista escucha su acento y se muestra extrañado, él suelta una carcajada. “Más jerezano que el vino fino”, dice. Y vuelve a reír. Bamba, probablemente, es quien tiene la piel de un negro más intenso de toda la plantilla del Alma de África.
Álvaro y Bamba han sufrido insultos sobre el césped. Álvaro dice que los sabe “gestionar” mejor que, por ejemplo, sus compañeros Pedro Semedo y Modou. “Intento hacer que pasen de la gente de la grada. En el fondo, lo único que quieren es ponerles nerviosos. Aunque entiendo que les moleste lo que nos dicen de vez en cuando: negratas, sin papeles...”
Bamba, en una ocasión, se dirigió hacia un espectador que le estaba insultando durante un partido. Le dijo: “¿Qué quieres? Dime. Yo soy negro, sí, pero nací aquí. ¿Te molesta?”. Aquel hombre se calló.
El presidente del Alma de África lo tiene claro. Aconseja a sus jugadores que denuncien ante el árbitro los insultos de un rival durante el partido. Si proceden de la grada, lo hará él.
“Si no los para el árbitro, los paro yo. No se ha dado el caso, porque pienso que los insultos son aislados, pero si sucediera y no se le pusiera fin, retiraría a mis chicos. Aunque entiendo que la percepción que yo tengo como blanco y estando en el banquillo es distinta a la suya. Este equipo es un ejemplo de integración social y nadie va a venir a romper con eso”.
Así es el Alma de África, el equipo que responde con sonrisas al racismo.