Andrés de Vicente, en 2015, orgulloso, levantaba el pulgar, en señal de victoria, tras propinarle un puñetazo a Rajoy en Pontevedra durante la campaña electoral. Aquel día, se comenzó a gestar su historia. Reconocido “antifascista”, fue condenado a dos años de internamiento en régimen cerrado como autor de un delito de atentado contra la autoridad. Su figura, desde entonces, se diluyó sin arrepentimiento entre comicios. Desapareció y cumplió su pena. Pero, este sábado, volvió a la carga. Rapado, con otro aspecto, según cuentan testigos presenciales de la formación de Santiago Abascal, agredió a Juan Manuel Rosales, coordinador de Vox en la misma ciudad. Fue, de nuevo, detenido. El resto, se lo sabe de memoria. Ya lo vivió.
¿Casualidad? Para nada. Andrés de Vicente, durante su anonimato, no ha cambiado ni de ideas ni de costumbres. Hace menos de un mes, en su cuenta de Twitter, celebraba la hazaña de un compañero suyo que había pinchado las ruedas de medio centenar de asistentes al acto de presentación de Vox en Pontevedra. “Ídolo”, escribió, con letras grandes, sin paliativos, enorgulleciéndose. “Lo único que provocan –en referencia al partido de extrema derecha– es odio entre la sociedad”, añadía en otro tuit. Sus ‘enemigos’, ahora, son más numerosos. En 2015, sus ‘balas’ sólo iban dirigidas al Partido Popular. Ahora, también tiene pólvora para Ciudadanos y Vox.
Andrés de Vicente es cuatro años mayor (cuando fue detenido por golpear a Rajoy tenía 17), pero sigue siendo el mismo. Antes, se fotografiaba con ikurriñas; ahora, lo hace con esteladas. Y lo haría, posiblemente, de buen grado, con una independentista gallega. Coincide con Arnaldo Otegi y, si se tercia, retuitea su ideario sin pudor: “Mintieron, construyeron una acusación falsa, nos encarcelaron (…) España queda retratada como lo que es: un Estado antidemocrático”. Ataca a partidos y a medios (“periodistas de mierda”) y no esconde su predilección por Venezuela: “Si es una dictadura tan horrible, ¿por qué no encarcelan a Guaidó?”, se pregunta.
Su recital lo esculpe en tuits (“España es una mierda, pero el mundo es un vertedero”) y lo consolida con acciones. “¡Fascistas, fora de Galicia!”, gritó Capi, como se le conoce en Pontevedra, este sábado, antes de golpear a Juan Manuel Rosales, dejándolo con un ojo morado y varios cortes en el labio y la mejilla. De nuevo, eligió a un líder de derechas. Y, de nuevo, lo tenía planeado. Fiel a su costumbre, pergeñó una hazaña parecida con las mismas consecuencias. Durante toda la semana, según confirman desde la formación de Abascal, él y sus compañeros les habían avisado con “insultos y coacciones”.
Y, este sábado, culminaron sus amenazas con éxito. Capi y sus ‘amigos’ comenzaron lanzando petardos e insultando a los representantes de Vox en Pontevedra. Ante el jaleo, intervino la Policía y el grupo se dispersó. Pero no lo hizo el hostigamiento. Andrés pretendía llegar más lejos en su particular escrache. Fuera del perímetro de seguridad, en unas calles de la parte vieja, agredió a los líderes del partido. “La tomaron con Juan Manuel porque él llevaba un pin de Vox. Al otro lo sujetaron y entonces empezó la paliza”, cuentan desde la formación a EL ESPAÑOL. Una vez más, Andrés la tomó con un político.
Y lo hizo, aunque no se le conozca filiación –más allá del Pontevedra de fútbol, del que es seguidor confeso– con grupos de extrema izquierda, según apuntan fuentes de Vox, que denunciaron a Andrés y sus compañeros por un delito que podría “agravarse por terrorismo”. Más allá de eso, todo apunta a que el escrache lo organizó "la Coordinadora Antifascista de Vigo, hermanada con Resistencia Galega”, apuntan desde la formación. Coincide, al fin y al cabo, con los gustos de Capi, que comparte sus ideas a golpe de retuit en las redes sociales.
Familiar lejano de Rajoy
Quién se lo iba a decir a su familia, tradicionalmente de derechas y emparentada con Rajoy (su abuela y la esposa del ex presidente guardaban parentesco). Seguramente, nadie lo hubiera imaginado. Pero Andrés, decididamente, estaba seguro, desde bien temprano, que no quería heredar la ideología de su padre, su madre y sus abuelos. Él, admirador de Fidel Castro y de la antigua Unión Soviética, es, como reconoce en su cuenta de Twitter, “antifascista”.
De hecho, antes de golpear a Rajoy en Pontevedra, durante la campaña de 2015, cuando paseaba tranquilamente, ya tenía claro cuál era su objetivo: el Partido Popular. “Voy a hacer un atentado en la sede del PP”, escribía entonces, cuando todavía era menor de edad. “Ladrones de mierda, que dimitan (…) Mariano, vergüenza de Pontevedra”, añadía, en otras publicaciones. Su obsesión, entonces, era la formación de su paisano, con el que sólo compartía equipo de fútbol.
Andrés la tomó con Rajoy. Entonces, cuando apenas sumaba 17 años, su obsesión era acercarse a él para golpearle. Y, aprovechando un acto del ex líder del Partido Popular en Pontevedra, Capi se acercó en busca de su minuto de gloria, de su portada en todos los periódicos, de su golpe maestro.
Antes, eso sí, había recibido mensajes de sus compañeros en los que le pedían que lo matara, que le metiera “los pulgares en los ojos” y que le escupiera “en las cuencas”. Dicho y hecho. Ellos lo instigaron y él ejecutó. Andrés se aproximó para hacerse una foto con su paisano. Se colocó a su lado. Le golpeó en la cara con el puño cerrado y le tiró las gafas al suelo. Fue reducido. Lo cogieron del cuello. No opuso resistencia. Lo llevaron a un comercio hasta que llegó la Policía. Camino del coche patrulla, levantó el dedo índice en señal de victoria. “¡Bravo, bravo!”, le gritaron.
Fue su momento de gloria. Tiempo después, su ‘hazaña’ le pareció menos graciosa. Fue condenado a dos años de internamiento. Tuvo el agravante de haber cometido la agresión contra un miembro actual del Gobierno. “Le pegué porque tenía dos sueldos”, se justificó entonces. Cumplió su pena, pero no se arrepintió. “Sólo pienso en salir y hacerle la vida imposible (en referencia al líder de Pontevedra)”, confesó, según El Progreso, durante su estancia en el centro.
A su salida, no ha sido Rajoy su objetivo. Ha reincidido. Sigue siendo, como entonces, psicológicamente inestable. Y, decididamente, no ha cambiado ni sus ideas ni sus pensamientos ni sus modos. Su obsesión está clara: golpear a los líderes de derechas. Le cueste lo que le cueste.
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