Desde entonces, María José les tiene pánico a los coches. Por eso se ha hecho motera. En 1985 ella tenía 18 años y tuvo uno de esos accidentes que se quedan en la retina. Fue de camino al trabajo, después de que una amiga la recogiese para llevarla. En un cruce de Salamanca, unos niños bien que estaban pisando a fondo el BMW de papá se saltaron el Stop y se comieron el Renault en el que iba ella.
Lo que en el relato se queda en un accidente de tráfico más, en la estadística María José tenía una probabilidad mucho más alta de tener ese accidente que si, por ejemplo, fuera hombre o si estuviera volviendo del trabajo en vez de yendo a él. Eso es lo que deja caer el informe La seguridad vial laboral que ha elaborado RACE y que explica a la gente qué accidentes tiene y por qué.
Y el estudio va al detalle. No es lo mismo conducir un martes que un jueves, ni lo es el tamaño de la empresa. Tampoco es igual ser hombre que mujer y entre tener 29 o 30 años hay una diferencia considerable. Además, el tema va en serio: los accidentes de tráfico son la principal causa de mortalidad entre los accidentes laborales, con un 40%.
“Yo me acuerdo que el accidente fue tan brutal que desplazó el vehículo contra la fachada de un establecimiento comercial y quedó siniestrado, a pesar de estar en un núcleo urbano”, cuenta María José sobre ese día en el que, literalmente, la vida le dio un giro. “Salí del coche como pude, vi como salían los dos chicos del otro y ya no me acuerdo de más, me desplomé y me volví a despertar en la ambulancia”, cuenta.
A María José le duró la baja dos años. Tenía un latigazo cervical muy fuerte, una vértebra con esguince y otra desplazada. “Cada vez que giraba la cabeza sin darme cuenta me desmayaba. Quería hacer las oposiciones para la Guardia Civil pero ya no pude pasar el examen médico. Se truncó mi futuro”, lamenta. Por desgracia, la probabilidad de haber evitado el accidente no estaba de su parte.
La historia de María José es el calco exacto de uno de los muchos perfiles que sufren accidentes de tráfico en el entorno laboral. Tenía una probabilidad más alta porque era una mujer de entre 16 y 29 años que se dirigía a su puesto de trabajo en coche. En el sexo de enfrente, en cambio, el perfil sería el de un hombre también joven que, sin embargo, tiene el accidente mientras trabaja usando su vehículo. Esas son las claves del informe elaborado por RACE y que se puede consultar aquí.
Ahí radica el núcleo de la cuestión de los perfiles más propensos a sufrir las consecuencias de lo que parece una especie de determinismo. Pero no son las únicas variables, hay otras que atañen tanto a la gente como María Jesús como a su ficticia contraparte masculina.
Una de las más curiosas es que aquí el tamaño, en este caso la envergadura de la empresa, también importa. Los empleados de las empresas con más de 250 personas tienen más accidentes de camino al trabajo pero menos mientras trabajan trasladándose en sus vehículos.
También influye la antigüedad -cuanto menos tiempo lleven en la empresa, más probabilidad- y los días y los meses: los lunes y los martes hay más probabilidad y los peores meses son los de octubre y noviembre. Y las horas más peligrosas siempre son en torno a las 8:00 de la mañana.
A cada accidente según su perfil
-¿Los jóvenes tienen más accidentes porque conducen de forma más temeraria?
-No es del todo así, es un compendio de cosas. Vemos que los trabajadores con menos antiguedad tienen el doble de posibilidad de tener un accidente. Eso es porque tienen más presión con los horarios, se desconoce el trayecto y se tienen problemas para encontrar aparcamiento. Las prisas aquí son un factor fundamental. Y como los jóvenes tienen una mayor temporalidad en los contratos, tienen más probabilidad de sufrir un accidente.
El que habla es Jorge Castellanos, responsable de movilidad de RACE, la empresa que ha elaborado el informe que desgrana el por qué y cómo sucede todo esto. “Sí que los jóvenes asumen más riesgos al conducir, pero no hemos notado que tenga tanta incidencia en ello como el tipo de trabajo y de contrato”, comenta Castellanos. “Se pueden hacer cursos tan sencillos como que la empresa explique cómo llegar y dónde aparcar en el puesto de trabajo, por ejemplo, y evitaría muchos problemas”, añade.
Lo que sí que se deja entrever a poco que a uno le de por echarse a pensar son los motivos de por qué los lunes y los martes al ir al trabajo se producen el 60% de los accidentes. “Lo principal es que hay una hora de llegada al trabajo. A la salida uno no tiene hora de llegada a casa y va más tranquilo. Además, al arrancar la semana los días son más complicados, hay más estrés y más desplazamientos. Por ejemplo, la flexibilidad y el teletrabajo son cosas que se suelen dejar para los viernes y eso también se nota”, comenta Castellanos.
Quién no sale un lunes de casa ya casi trabajando, llegando justito a la hora, cansado por el fin de semana que se hizo corto, con toda la semana por delante y mirando los correos en el móvil. Ahí es más probable acabar besando la matrícula trasera del coche de enfrente que un viernes por la tarde, por mucha prisa que se tenga en llegar a tiempo a las cervezas.
“Los motivos principales son el estrés y las prisas, el cansancio y las distracciones, sobre todo la del teléfono móvil”, apunta Castellanos, señalando factores que suelen estar más presentes esos días y esas horas más trágicas. Aunque tienen su parte positiva, en esos accidentes fallece menos gente porque hay más tráfico y, por lo tanto, la velocidad es mucho menor.
Aunque aumentan, se piensa que los accidentes disminuyen
A pesar de la complejidad de encontrar las hipótesis que provocan las situaciones a las que se está haciendo referencia, la mayoría de los motivos están atados. Sin embargo, hay una cosa que a todos se les escapa. Y es que la percepción generalizada es la de que los accidentes de tráfico laborales están disminuyendo mientras que en realidad están aumentando.
El balance sí que es fácil de explicar, eso sí. A más trabajadores, más accidentes. Por lo que cuando la economía está más deprimida y hay menos empleo, se traduce en menos incidencias de este tipo. En 2013, con la crisis aún boqueando, los accidentes laborales en general fueron un total de 471.000 mientras que en 2017 subieron un 22% a un total de 600.000. Y la cosa sigue creciendo en el tráfico: los accidentes viales en 2017 fueron de 69.108 y el año pasado fueron 69.938, apuntalando una tendencia creciente en los últimos cinco años.
Pero en un ejercicio de optimismo desmedido, más de la mitad de las empresas creen que la situación ha mejorado. No es verdad, es evidente. ¿Pero, de quién es la culpa? Aquí hay opiniones cruzadas. Las empresas culpan a los trabajadores y los empleados, por supuesto, al patrón. Ahí no hay novedad. Lo que sí se hace evidente es que la solución pasa por ambos.
Después de su accidente, María José, la protagonista que arranca esta historia, quedó concienciada y ahora es parte de la plataforma Creando Seguridad que busca mejorar la seguridad vial en sus múltiples frentes. “Casi todos los cursos que se hacen son sobre prevención de riesgos laboral, nunca se hace lo suficiente en el campo de la seguridad vial, que es siempre el mínimo obligatorio”, comenta. “Lo que hacen las empresas es insuficiente, pero parte de la responsabilidad también es de los trabajadores que suelen ir porque se les obliga, lo que demuestra que la gente no está concienciada”, añade.
A esa importancia de la educación se suma Francisco Canes, presidente de Fundtrafic. “Evidentemente no se hace lo suficiente. Las formaciones hay que enfocarlas cara a cara, no con diapositivas sino con actividades más interactivas para que haya más concienciación, porque el que más pierde en un accidente es el trabajador”, apunta Canes. “Las empresas que tengan ganas de reducir la siniestralidad tienen que educar a los trabajadores, porque no se puede poner un supervisor en cada coche”, añade.
Además, Canes también apunta a la precariedad laboral y a los contratos temporales como uno de los principales factores en el aumento de este tipo de accidentes. “A lo mejor llega alguien y cae en una empresa durante dos o tres meses repartiendo pizzas sin formación ni nada por el estilo. Y un chaval de 18 años con una moto es una bomba de relojería”, dice. “También está el que se ha quedado en paro y compra una furgoneta para repartir paquetes para Amazon echando horas con escasa formación. Lo mismo pasa aquí”, añade.
La particularidad de los autónomos: aumentarán las víctimas de accidentes
Si la economía sigue recuperándose como parece que lo hace y si el tipo de contratos que se firman son del mismo carácter, que es a lo que apunta todo, el año que viene las cifras serán mayores. A menos que esa inminente crisis económica que algunos vaticinan ya tenga lugar este verano y el trabajo se desplome, la curva seguirá creciendo. Y a todo ello hay que sumar una variable que el informe de RACE no incluye porque no hace predicciones: la de los autónomos.
Antes de que arrancara este año, los accidentes laborales para los autónomos sólo contaban como tal cuando lo tenían en el trabajo, y no desplazándose a él, y cuando cotizaban específicamente para recibir las prestaciones. Pero esta cifra era sólo de un 18%, por lo que las estadísticas son mucho más bajas que la realidad, que es más de cinco veces ese porcentaje.
Pero en enero de este 2019 entró en vigor la Ley de Reformas urgentes del Trabajo Autónomo que empezará a incluir a todos los autónomos y también los accidentes que se tienen desplazándose a o desde el trabajo. Las cifras del año que viene se van a disparar. “Al haberse universalizado vamos a tener por fin el 100% de los datos. Y hay que tener en cuenta que que ya de por sí, en accidentes muy graves estuvimos el último año por encima de los asalariados”, señala José Luis Perea, presidente de la Asociación de Trabajadores Autónomos.
En ese sentido, de los 11.568 accidentes laborales que hubo en 2018 para los autónomos, 290 fueron graves, 19 muy graves y 20 fueron mortales. Y el 4,5% son de camino al trabajo y el 13% en él. “En el caso de los autónomos un accidente de tráfico supone además mucha más vulnerabilidad porque al perjuicio de la salud se suma el del negocio, que se queda paralizado”, dice Perea. “La cuenta pendiente de los autónomos, en ese sentido, es la sensibilización en temas preventivas y difundir la cultura. Muchas veces deciden asegurar su coche y no a ellos”, comenta, evidenciando que se repite un mal que viene de largo y por el que todavía queda mucho por hacer.
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