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El miedo ha tomado un nuevo rostro para los cientos de inmigrantes españoles que viven en Estados Unidos. Sus nombres están en una lista. 'La lista de los 364'. Un documento filtrado desde la Casa Blanca, atribuido a la administración de Donald Trump, que ha puesto en el punto de mira a todas estas personas que viven y trabajan en el país sin un estatus legal regulado. Entre ellos se encuentran Mario y Elisa, dos gallegos que llegaron al país llamados por el sueño americano. Hoy se enfrentan a la posibilidad de ser deportados.

Mario aterrizó en Estados Unidos en 2014 con una maleta cargada de esperanza y la promesa de un futuro mejor. Con 35 años, dejó atrás un país sumido en la crisis económica para buscar nuevas oportunidades en una tierra que le vendieron como un oasis laboral. Pero la realidad que encontró fue bien distinta.

"En España no había trabajo, la crisis nos estaba ahogando. Trabajaba montando ventanas y, además, tenía un restaurante, pero no funcionó y tuve que cerrarlo", relata con amargura. La posibilidad de una vida próspera en Estados Unidos le pareció entonces su única salida. Un amigo que llevaba poco tiempo en Nueva York le aseguró que allí "había trabajo en todos lados". Sin pensarlo demasiado, compró un billete de avión y entró al país con un visado de turista. No imaginaba que aquel viaje sería un punto de no retorno.

Agentes de la Oficina de Inmigración y Aduanas detienen a dos inmigrantes en Tucson, Arizona.

Agentes de la Oficina de Inmigración y Aduanas detienen a dos inmigrantes en Tucson, Arizona. Rebecca Noble Reuters

Un limbo de once años

"No sabía cómo funcionaba el sistema ni qué pasos seguir para obtener una visa", confiesa Mario. Se instaló en Newark, Nueva Jersey, donde pronto encontró empleo en un restaurante, una de las opciones más comunes para los recién llegados sin documentación. "La mayoría de los trabajos pagan en efectivo y no requieren papeles", explica. Pasó por varias cocinas, y de allí al sector de la construcción, un mercado donde la demanda de mano de obra es alta, pero en el que sí que se requieren papeles.

Fue en ese mismo entorno donde descubrió otra realidad: la de los documentos falsos. "En determinados barrios puedes encontrar a gente que te los consigue. Es una especie de Green Card a cambio de dinero. Para algunos empleos no tienes otra opción". Consciente del riesgo, Mario aceptó las condiciones de un sistema que no le ofrece alternativas. Desde entonces, ha pasado once años en un limbo migratorio, sin derechos ni garantías. "A los tres meses de haber entrado, si decides quedarte, lo pierdes todo. No puedes salir ni volver a entrar".

Durante este tiempo, Mario ha construido una vida: se ha casado, ha tenido dos hijos, que ya son americanos, y ha echado raíces en un país que ahora le da la espalda. "Esto ya es mi segunda casa, aunque no haya un papel que lo diga".

A diferencia de lo que se piensa, los inmigrantes indocumentados también pagan impuestos y lo hacen a través del Número de Identificación Personal del Contribuyente (ITIN). Emitido por el Servicio de Impuestos Internos, este número les permite cumplir con sus obligaciones fiscales, pero no les concede ningún derecho. "El ITIN sólo sirve para pagar impuestos, no te da permiso de trabajo legal ni beneficios sociales", explica Mario.

A pesar de esto, muchos lo obtienen porque facilita la apertura de cuentas bancarias o la solicitud de hipotecas. "Nosotros pagamos impuestos como todos, pero no tenemos derecho a pensiones ni a seguridad social", lamenta. En 2022, los indocumentados contribuyeron con 96.700 millones de dólares en impuestos, pero eso no cambia su estatus migratorio. "Aquí sólo tenemos derecho a pagar".

Un accidente y una incapacidad

Cuando parecía que las cosas le iban bien en la vida, la estabilidad que con tanto esfuerzo había conseguido se derrumbó de la peor forma posible: un accidente laboral que le dejó atrapado en el país y con pocas opciones. "Trabajaba con una empresa irlandesa. Estábamos moviendo unos tubos enormes de perforadora cuando uno se soltó y me aplastó. Me destrozó la pierna, la rodilla, la espalda. Me tuvieron que poner tornillos". No ha podido volver a trabajar. "Tengo una incapacidad de por vida, no puedo hacer ningún tipo de esfuerzo físico".

A partir de ese momento, con un hijo recién nacido, empezó a sobrevivir con el seguro de compensación laboral y el sueldo de su mujer. "Como estaba asegurado por la empresa, recibía una cantidad todos los meses, como una especie de paro en España, pero tras unos años se acabó". Eso pasó hace ya más de 14 meses, en los que, sin ningún tipo de ayuda, continúa su batalla legal por la indemnización. "El juicio es esta semana. Es lo último que me queda para cerrar este capítulo y tratar de recuperar algo de lo que me arrebataron".

Trump durante la ratificación de una ley que permite combatir la inmigración ilegal.

Trump durante la ratificación de una ley que permite combatir la inmigración ilegal. Andrew Leyden Europa Press

Su historia es la de miles de inmigrantes que, tras años de sacrificio, se encuentran con que el sistema los despoja de derechos básicos. "Trabajamos, contribuimos, pero cuando nos pasa algo, estamos solos". En su comunidad, Mario ha visto a otros enfrentarse a situaciones similares. "Un amigo mío cayó de un andamio y quedó inválido. No le dieron nada. Se quedó en la calle".

"Nos tratan como delincuentes"

Las redadas migratorias en Newark, una zona de alta concentración hispana, han sumido a su comunidad en un estado de pánico. "Antes, en los entrenamientos de fútbol de mi hijo, había cientos de padres. Ahora hay tres o cuatro. La gente no lleva a los niños a la escuela, los negocios están vacíos. La gente tiene miedo". Mario ha visto cómo la percepción sobre los inmigrantes ha cambiado drásticamente en los últimos años. "En la pandemia nos llamaban trabajadores esenciales. Ahora somos criminales".

Su esposa, que es mejicana y trabaja en una panadería, también ha notado el cambio. "La gente dice que la economía mejorará, pero no entienden que sin mano de obra hispana los precios se dispararán". Para Mario, la hipocresía del sistema es evidente. "No quieren que trabajemos, pero nos dan un número para que paguemos impuestos. Nos dejan abrir negocios, comprar casas, financiar coches. Pero no nos dan papeles".

Mario había considerado la posibilidad de comprar una casa en Estados Unidos, un paso que le habría dado una mayor estabilidad a su familia. "Pensaba que, si iba a estar aquí, al menos tendría algo propio para mis hijos", dice con resignación. Ahora, sin embargo, la idea de invertir en un país que le da la espalda se ha vuelto impensable. "No voy a invertir en un país que no nos quiere".

Su familia en España le insta a regresar. "Me dicen que he sacrificado demasiado por este país. Que vuelva, que allí al menos seré ciudadano". Y aunque siente que su vida ya está aquí, cada vez la idea de volver cobra más fuerza. "Si todo sigue así, si la situación no cambia, es hora de regresar".

Elisa: "Aguantaré mientras pueda".

Unos años después que Mario, Elisa llegó a Estados Unidos en 2021, en plena era post-pandemia. Dejó atrás una España marcada por las restricciones y la incertidumbre para buscar una nueva oportunidad en tierras estadounidenses. Tras su separación, vio en Orlando, Florida, una vía de escape. Junto a sus dos hijos y con visados de turista, cruzó una frontera que le obligaría a reinventarse para sobrevivir.

"Vine porque en España estaba fatal. Estaba en depresión, no veía salida y pensé que aquí me irían mejor las cosas. Necesitaba irme", relata. Pasó de trabajar en una tienda de telecomunicaciones en Tarragona a desempeñar empleos precarios: en una cocina, de cajera, de jardinera. Finalmente, logró establecerse en una joyería mayorista, donde trabaja sin documentación legal.

Donald Trump tras la firma de una orden ejecutiva.

Donald Trump tras la firma de una orden ejecutiva. Europa Press K. C. Alfred

La adaptación fue un desafío. "Mis hijos pudieron ingresar a la escuela porque estaban en edad de escolarización obligatoria, pero no fue fácil", explica. Ha cambiado de vivienda en varias ocasiones, e incluso ha vivido en condiciones muy complicadas. Su hijo mayor, incapaz de visualizar un futuro en un país donde la universidad es inaccesible para los sin papeles, al cumplir 16 años, decidió regresar a Zaragoza con su abuela. "Dijo que ya no podía más, que aquí no tenía opciones", cuenta Elisa.

Su hijo menor, de diez años, sigue con ella en Florida y, pese a los retos, se ha adaptado bien. "Le pregunté si querría volver a España y me dijo que no, que aquí estaba bien. Está aprendiendo inglés y le encanta", dice con una mezcla de alivio y preocupación.

Pero en las últimas semanas, el miedo se ha instalado en su comunidad. Las redadas migratorias y el endurecimiento de las políticas contra los indocumentados han alterado la vida cotidiana. "Salí a tomar un café hace unos días y el ambiente era irrespirable. La gente miraba de reojo, con miedo. Vi cómo se llevaban a trabajadores que esperaban en la calle a que les recogiesen sus empleadores y me dijeron que también estaban entrando en las tiendas a pedir los papeles", cuenta.

El temor también ha alcanzado las escuelas. "Una profesora avisó a los niños: 'el 3 de febrero vendrá inmigración'. Les dieron tarjetas rojas con instrucciones sobre qué hacer si los detenían", relata Elisa. La presión es tan grande que muchos han dejado de ir a trabajar o simplemente de salir a la calle.

Para ella, la discriminación y el acoso se han convertido en parte de su rutina. Aunque su apariencia caucásica la ha protegido de ser un objetivo inmediato, ha vivido en carne propia la hostilidad del sistema. Hace un tiempo, fue arrestada por no tener carnet de conducir del estado de Florida. "Me esposaron, me metieron en la cárcel, me hicieron ponerme su uniforme. Lloré desde que entré hasta que salí. No se me olvidará nunca", dice. Ahora se plantea irse a otra ciudad en la que solo le pidan el pasaporte para sacarse la licencia.

El dilema de volver o resistir

Pese a todo, sigue en pie. Se ha acostumbrado a moverse en un mundo donde los derechos no están garantizados y donde cada día es una lucha por la estabilidad. Trabaja sin contrato, sin seguro médico y sin garantías de futuro, pero con la determinación de ofrecerle a su hijo una vida mejor.

"Por primera vez me he planteado volver, pero lo veo injusto. Lo que está pasando no es ético, es una caza de brujas", reflexiona. Sin embargo, sabe que cada día en Florida es una moneda al aire: cualquier interacción con la policía puede significar la deportación. "Ahora no sé si ir a trabajar en coche o en bicicleta. Estoy a seis minutos, pero ya no me siento segura".

Los carteles que se distribuirán antes de las redadas previstas por el Servicio de Inmigración y Aduanas se apilan en una mesa en Denver.

Los carteles que se distribuirán antes de las redadas previstas por el Servicio de Inmigración y Aduanas se apilan en una mesa en Denver. Cheney Orr Reuters

Mientras tanto, su madre, desde España, sigue su historia con angustia. "Siempre me ha apoyado, pero está preocupada. Hablamos todos los días", cuenta Elisa. Sabe que, si regresa, podría no volver a entrar a EE.UU. "Mi abogada me dice que quizá pueda pedir un perdón y volver en dos años, pero no es seguro y aquí mi hijo está construyendo un futuro".

La incertidumbre es el pan de cada día para ella y miles de indocumentados en Florida. En un estado que se ha convertido en epicentro de las políticas migratorias más agresivas del país, la resistencia se ha vuelto la única opción. "Ya he pasado por muchas cosas, pero esto... esto es otra historia".

Mario y Elisa, en lista negra de Trump

El futuro de estos dos españoles pende de un hilo. Como miles de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, viven bajo la sombra de una posible deportación. Sin embargo, ese miedo ha adquirido una nueva dimensión tras la reciente propuesta de Donald Trump de crear una 'lista de ilegales' para acelerar las expulsiones masivas. El plan, según un documento filtrado de la Casa Blanca, contiene el nombre de 364 ciudadanos españoles que viven en el país en situación irregular.

Mario, cuyo nombre real prefiere mantener en el anonimato, nos contacta de nuevo tras dar su testimonio. Su abogado ha sido claro: "Hablar públicamente es un riesgo innecesario en estos momentos". La incertidumbre y el miedo han cambiado incluso la manera en que los inmigrantes cuentan sus historias.

Elisa, en cambio, no se esconde. "Aguantaré mientras pueda", afirma con la determinación de quien se niega a rendirse. Pero en un contexto donde la política migratoria se endurece cada día más, la resistencia podría no ser suficiente.