El mar es su vida, su condena y su salvación. En la ciudad de Nuadibú, donde se vive entre el oleaje y el polvo del desierto, Ely habla sin tapujos. Su casa, una pequeña edificación muy cerca del mejor hotel de la zona, es su refugio. En ella había citado bajo la luz de la noche a EL ESPAÑOL. Pero, al momento de la reunión, no respondió al teléfono: "Ya lo siento. Al final tuve que salir a navegar. Pero esta vez no estaba camino a Canarias", ríe.
El hombre desempaqueta una cajetilla de tabaco rubio, ajusta su reloj automático y se convence nuevamente a sí mismo de hablar, a pesar de que confiesa que le preocupa que sus palabras le traigan problemas en España. "Si esta entrevista la lee algún comisario o agente de policía nacional, estoy seguro de que me va a reconocer", dice. "Les mando saludos; siempre se han portado bien conmigo". Antes de posar para EL ESPAÑOL en la foto que ahora aparece como apertura de este reportaje, Ely espeta: "Mejor me tapo bien. No vaya a ser que la próxima vez me metan directamente en la cárcel".
Lo cierto es que el nombre de Ely resuena en toda la costa atlántica. En esta ciudad, ubicada en el norte de Mauritania, fronteriza con el Sáhara Occidental y a tan sólo 750 kilómetros en línea recta de la isla de El Hierro, todo el mundo lo conoce como el patrón que más migrantes ha llevado a Canarias: nadie que no sea él ha conseguido completar cuatro viajes hasta las islas sin incidentes ni fallecidos, regresando a Mauritania intacto. Para España es un traficante de personas. Para la comunidad migrante, un héroe.

Ely sorprende a EL ESPAÑOL hablando algunas palabras en castellano. "Aprendí un poco en prisión", dice. Durante unos meses estuvo en el Centro de Internamiento Las Palmas I, ante la sospecha de que él fuera el patrón. Terminó siendo deportado.
Al ser preguntado por cómo lo ha hecho, lo de completar cuatro viajes de estas características, Ely le resta mucha importancia. "Es sencillo, soy marinero. Sé navegar. Si hay embarcaciones que no llegan o se pierden, es porque las llevan personas que no tienen ni idea. Cuando yo voy nadie se puede rebelar porque el capitán soy yo y eso significa que sólo mando yo. Ante cualquier problema, a los migrantes les pregunto, '¿Ustedes quieren llegar o no?'. Mi experiencia también se paga, claro", explica.
Antes de quitarse el turbante azul y la chaqueta verde que le acompaña, Ely invita a EL ESPAÑOL a acceder a su refugio, donde hombres custodian la entrada. Después, se acomoda en el suelo, habla algunas palabras en español que aprendió durante sus estadías —cortas, pero intensas— en centros de internamiento y cárceles de Canarias y comienza la entrevista en una mezcla entre francés y árabe.
P.– ¿Sabe que en España hay gente que sostiene que ustedes no tienen capacidad de llegar hasta Canarias, y que hay barcos de ONG que les recogen a cientos de millas de las costas?
R.– Eso sólo lo puede pensar un imbécil. Podría llegar hasta Canarias sin ver nada [se tapa la cara con sus manos]. De las cuatro veces que hemos llegado, en todas hemos tocado la costa. Y sólo en una nos detectaron porque un helicóptero nos vio desde lejos.
Viaje de ida
La ruta de las travesías de Ely empieza en playas desoladas cercanas a Nuadibú, donde los pasajeros se agrupan en la oscuridad del desierto, intentando no ser vistos por miembros del a Gendarmería mauritana o incluso de la Guardia Civil española. Hay organizaciones que sobornan a las autoridades locales para poder trabajar con impunidad. Para contextualizar, el salario medio de un gendarme mauritano es de 200 euros mensuales. Las redes clandestinas les suelen ofrecer 1.000 euros por hacer la vista gorda con un cayuco cargado de personas.
Cada uno de los migrantes que ha llevado Ely paga entre 1.000 y 3.000 euros por un sitio en el cayuco. Lo más habitual, según ha podido constatar EL ESPAÑOL de diversas fuentes, es 1.200 euros. "Depende de la suerte y del contacto que tengan", explica el patrón. El que paga más, consigue un sitio más seguro, más cerca del centro de la embarcación. El que paga menos, se arriesga a pasar días en la intemperie, sin apenas espacio para moverse. Es Ely quien, una vez a bordo, divide el peso.
Un cayuco de los que maneja puede llevar entre 60 y 90 personas. No más, explica, porque pone en peligro la seguridad de la embarcación. "Los que ves que acaban volcando es porque llevan muchísima gente. Una vez un pasador me trajo a 120 personas y le dije que no, que yo no iba", sigue. El viaje dura entre tres y cinco días. Los de él siempre tres, dice, porque no descansa por las noches. "Medio duermo con la brújula en la mano para ver que no se cambia el rumbo, pero no duermo del todo".

En el puerto de Nuadibú duermen los mismos cayucos de pesca que posteriormente son vendidos para transportar clandestinamente migrantes hacia Canarias.
Después, están los materiales que se llevan a bordo. Ely no sabe decir el costo total de todo porque es el pasador —la persona que se encarga de coordinar la travesía desde tierra— quien deja todo hecho. Pero, explica: "cargamos con bidones de gasolina de 200 litros. Dependiendo del motor, se necesitan entre 600 y 1.000 litros para llegar", detalla Ely. Los motores suelen ser Yamaha de 40 a 75 caballos. "Llevamos dos motores, por seguridad. Si uno falla, el otro nos lleva".
El dinero de los migrantes se reparte entre varios actores. "El pasador se lleva la mayor parte", dice. Sin embargo, como patrón de cayuco recibe entre los 3.000 y 6.500 euros. Todo funciona, según comenta, bajo la ley de oferta y demanda. Ahora mismo, en los últimos días de febrero de 2025, no hay muchos patrones disponibles. A Ely le ofrecen 7.000 euros para marcharse esta noche, según ha podido constatar EL ESPAÑOL en un mensaje de audio en su teléfono. No lo acepta, explica, porque su madre está enferma.
72 horas de travesía
"Llevo pescando desde los 20 años, con mi cayuco, y al día puedo ganar unos 6 euros. Depende mucho de si está bien el mar o no. Si hay buenas condiciones no regreso en todo el día", cuenta. Los más de seis mil euros que se puede cobrar por transportar el cayuco en 72 horas hasta Canarias equivalen a casi tres años de trabajo pescando.
Una vez se sale desde Mauritania, el viaje hasta Canarias está marcado por la vigilancia y la necesidad de evitar radares. Especialmente los marroquíes. "La corriente entre Marruecos y Canarias es muy fuerte. Si no sabes lo que haces, te arrastra de vuelta" Ely y otros capitanes experimentados saben cómo sortear las patrullas. "Yo no uso GPS, solo brújula y estrellas. Si tienes un buen ojo, llegas. Si no, te pierdes en el Atlántico".
Al salir de Nuadibú, Ely toma rumbo hacia América para llegar a aguas internacionales. De esta forma, explica, consiguen no estar cerca del Sáhara Occidental. Después, gira el cayuco 90º y, según nos marca en un mapa, establece una línea recta hacia las Islas Canarias, ayudado por las corrientes marinas. La isla más cercana es El Hierro. Pero, según cómo actúe la mar, pueden acabar también en Gran Canaria.

Uno de los principales retos a bordo no es solo la navegación, sino también el control de los pasajeros. "Lo más difícil es que la gente no se desespere. Si todos se mueven a un lado, el cayuco se hunde". Ely divide a los migrantes en grupos y los hace moverse estratégicamente. "Si el mar se pone feo, hay que rezar". Aunque en un principio no lo confesara, al final de la conversación, sobre este punto, Ely aclararía que en el cayuco va acompañado de dos personas de confianza que le ayudan a establecer el orden. Son, en toda regla, una especie de tripulación.
Pero jamás ha tenido problemas en alta mar. O al menos eso dice a EL ESPAÑOL, y también lo confirma uno de los migrantes que transportó hacia Tenerife, ahora deportado a Mauritania. "La única vez que sí que tuvimos miedo fue cuando una ballena comenzó a rodearnos. Si nos daba un coletazo, podía matarnos a todos. Apagué el motor mientras parecía que nos olía y sólo quedó guardar silencio y esperar", sigue.
Los migrantes tienen orden expresa de, una vez arribados en Canarias, no decir, ni dar a intuir, quién es el patrón del cayuco. "Todos nos alejamos del motor y decimos que todos hemos estado manejando", explica Ely. En realidad no es así. Pero saben por qué lo hacen. Según el artículo 318 bis del Código Penal español, el delito de favorecer la inmigración ilegal está penado con hasta ocho años de cárcel.
En la práctica, las condenas suelen oscilar entre tres y seis años de prisión. Por ejemplo, en abril de 2024, dos patrones aceptaron una pena de tres años de cárcel, mientras que en diciembre del mismo año, se mantuvo una condena de seis años para un patrón cuyo cayuco llegó a El Hierro con una persona fallecida. Además, si durante la travesía se producen fallecimientos o lesiones graves, las penas pueden incrementarse significativamente, llegando incluso a 20 años de prisión en casos extremos.
Viaje de vuelta
Ely estuvo en centros de internamiento para extranjeros (CIE, por sus siglas) de Tenerife y Gran Canaria, como un migrante más. En todos los casos fue devuelto a Mauritania. "Una vez me fue a visitar un policía mauritano que estaba en Tenerife colaborando con la Policía Nacional. Y me dijo: 'sé que eres tú el que navega'. Y me devolvieron a Nuadibú". En otra ocasión, Ely fue señalado e ingresó en el Centro Penitenciario Las Palmas I. "Salto del negro", dice, que es como se le conoce a la cárcel del norte de Gran Canaria. Estuvo algunos meses y volvió a ser deportado a Mauritania. "No me parece mal. No quería quedarme allí, tengo una vida aquí, mi madre, mis hijas. Voy, gano dinero, y España me paga el vuelo de regreso", cuenta.

El marinero, sobre la posibilidad de volver pronto a España: "No quiero. Pero si voy una vez más, iré yo solo y será para quedarme"
El mauritano, con 48 años, sigue ligado al mar, pero por ahora está en pausa. "Gano poco, pero es suficiente para ellos", dice sobre su familia. Su madre necesita cuidados y sus hijas dependen de él. Durante la grabación de la entrevista, Ely negaba cualquier intención de marcharse a España para quedarse. "Si lo hago sería con visado. Pero es que no quiero. Prefiero América. Me gustaría irme a Estados Unidos. Sabría llegar navegando hasta allí. O en avión, me da igual", dijo.
Sin embargo, fuera de la grabación, Ely admitió a EL ESPAÑOL que no ha cerrado la puerta a otro viaje. "No quiero. Pero si voy una vez más, será para quedarme", confesó. Y habló, explícitamente, de tener planes de salir en cayuco desde Nuadibú. Pero, en este caso, él sólo, sin transportar migrantes, junto a su comida, gasolina, motores... Por eso, al terminar de posar para las cámaras, vuelve a decir: "Espero que les guste a mis amigos en España. No quiero problemas al volver, ¿eh?".