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De su madre aprendió Lorenzo Silva el comedimiento, la prudencia que llevan las palabras que porta su voz grave. De su padre, el modo de convertir el caleidoscopio que es la vida en narraciones. Lorenzo narra incansable todo tipo de historias, pero ahora ha vuelto en Las fuerzas contrarias (Editorial Destino) a los personajes de su saga más famosa, los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro que –aunque siente apuro ante el comentario– han contribuido a crear una mayor afección por el cuerpo.

En la trama, sus peones tienen que esclarecer dos muertes sucedidas durante la pandemia, y para recrear la opresión de esos días el autor ha echado mano de un cuaderno de campo en el que anotó las impresiones y la oscuridad de los primeros 50. Sólo por esa atmósfera recreada con tanto acierto, el tiempo de lectura resulta bien invertido. Pero además es que sigue consiguiendo despertar la intriga, 14 novelas después.

Está regulero Lorenzo estos días, tiene a alguien de su familia en un momento muy vulnerable, y por eso quizá aún contesta con más conexión consigo mismo y con esa sensibilidad exquisita que siempre ha gastado el hombre de todos los premios, el Nadal y el Planeta entre ellos. Contra la insensatez, y aun la desfachatez que impera, receta leer tres veces el Quijote. Para obtener amor, claro, recuerda que hay que darlo.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.

PREGUNTA.– Bevilacqua y Chamorro vuelven a la carretera, esta vez durante la pandemia. Leyendo se hace impensable acostumbrarse a tanta distancia, a tanta impersonalidad. ¿Le ha costado también recrear esa opresión?

RESPUESTA.– Me ha costado, pero es que había tomado una precaución que fue llevar durante los primeros 50 días un diario, cosa que he hecho muy pocas veces en mi vida porque siempre me aburría… Y aunque no salí en esos días, más que a hacer la compra o tirar la basura, tuve la suerte de poder hablar con gente que sí estaba en la calle, amigos policías y sanitarios. Y las cosas que me decían las iba apuntando. Y ese diario, que luego se publicó, lo he tenido que usar como una herramienta para recordar ciertas cosas porque la memoria no es sólo selectiva, si no que esparce una neblina sobre lo que resulta amargo. Hubo un momento en que en Madrid morían 500 personas cada día, eso son dos 11M y medio. Eso era la pandemia.

P.– Le he leído decir que no salimos mejores.

R.– Esto, como todo, depende de dónde pongas el foco. Creo que en términos generales las sociedades humanas no mejoran con las experiencias traumáticas: el miedo las atenaza, se produce una conmoción instantánea. Eso lo han contado muy bien algunos cronistas de la antigüedad, la gente tiene la necesidad de ser más virtuosa bajo el peso del miedo, pero cuando pasa el terror -también nos dicen que sucedía con las pestes- vuelve a los vicios con ánimo redoblado para recuperar el tiempo perdido. Pero sí creo que este tipo de experiencias a cada uno de nosotros le puede llevar individualmente a revisar su orden de prioridades, su aproximación a su propia existencia. Yo personalmente siento la pandemia como una experiencia traumática, he perdido personas, pero me trajo aprendizajes vitales y revisé algunas cosas que no estaba haciendo.

P.– ¿Por ejemplo?

R.– Una muy sencilla: durante la pandemia, mi mujer y yo nos acostumbramos a leer media hora con nuestra hija pequeña, que entonces tenía 7 años, y desde entonces no la hemos perdido, una de mis prioridades es leer con ella libros largos, que resulten memorables. Y eso se lo debo a la pandemia, aprendí a poner eso en el primer puesto.

P.– Hace cinco años claramente era el virus, ese patógeno asesino. ¿Cuál diría que es ahora nuestra peor amenaza?

R.– Yo creo que tenemos otro virus, bastante dañino y potencialmente mortífero, que es una combinación de narcisismo, intolerancia, superficialidad, intolerancia… Las grandes cuestiones las estamos abordando no desde una visión del bien común, sino todo lo contrario. Tenemos herramientas que amplifican esos impulsos destructivos y los diseminan en cuestión de segundos por todo el mundo. La búsqueda casi maníaca de la propia satisfacción lo inunda todo.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.

P.– Ha escrito en Twitter, y supongo que va por ahí, que "Hemos entrado, parece que del todo, en la Era de la Desfachatez". ¿Estamos hablando de Trump?

R.– ¡Pero no es el único! En todos los ámbitos en los que miro me encuentro personajillos así, cuyos mimbres son muy pobres y endebles, y sin embargo tienen una autoestima y una capacidad de imponer su voluntad y su visión angosta a los demás… No es Trump el único caso ni mucho menos. Fíjate, yo me muevo en un ámbito profesional en el que estoy solo, pero a veces trabajo también en otros ámbitos laborales y me he encontrado a personas así, absolutamente ignorantes, muy atrevidas, que se imponen a los demás por la fuerza del mango de la sartén que tienen en la mano. Parece que antes estos personajes tenían cierta prevención a mostrarse en todo su potencial, pero ahora no. Parece incluso que es un tinte de prestigio decir lo que se quiere, no respetar a nadie y pasar por encima de la gente que les molesta.

P.– Si fuera un doctor, ¿qué receta les daría?

R.– Voy a decir algo que puede considerarse una ingenuidad, pero yo creo que alguien que se ha leído tres veces El Quijote lo tiene más difícil para seguir esos caminos.

P.– "Al cabo de los años, cuando el vendaval del tiempo se ha llevado la hojarasca, lo que queda en el recuerdo es sólo lo que nos mordió en el corazón", comienza la novela. ¿Qué le mordió a Lorenzo Silva en el corazón durante su niñez?

R.– Yo tuve una niñez bastante feliz. Fue una niñez pobre, modesta, con pocos juguetes en el extrarradio de Madrid, pero eso no lo viví como una desventura –al revés, a veces tener demasiadas cosas es la desventura- y quizá lo que me mordió en el corazón fue para bien: fue cuando descubrí la lectura, la escritura, la amistad, y lo que te trae el afán de aprender y escuchar a tu alrededor. Lo tengo muy presente. Tuve la oportunidad de hacer un gran aprendizaje para leer la realidad, y se lo debo a mis padres y a mis conciudadanos, porque me eduqué en la pública.

P.– Sé que después de las lecturas ilustradas de Bruguera, empezó a birlar los libros de su padre, empezando con 12 años por Rojo y negro, de Stendhal...

R.– Sí, de hecho birlado está, ¡está en mi casa! (Ríe).

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.

P.– ¿Qué tiene de ellos, de sus padres?

R.– ¡Mucho! Son personas bastante distintas entre sí. Mi padre, como mi abuelo y mi tío, es un narrador oral nato. Es una cosa de familia. Y eso me hizo absorber de forma espontánea una manera de estar en el mundo, que es observar lo que pasa, interiorizarlo y tratar de transmitirlo. A través de mi padre me han llegado muchas historias de mi abuelo, y algunas han terminado en mis libros. Y de mi madre lo que me llegó, hasta que la perdí hace un par de años, fue lo contrario de lo que te he dicho antes: la prudencia, el comedimiento, el no avasallar a los demás y respetar su espacio, el estar dispuesto a aprender de cualquiera, y pensar que de todo el mundo puedes recibir lecciones.

P.– Dice Vila en Las fuerzas contrarias: "Todos acarreamos en nuestro interior a los varios o a los muchos que hemos sido". ¿Quién ha dejado de ser Lorenzo Silva, con el paso feroz, o sosegado pero implacable, del tiempo?

R.– Del todo ninguno. Quizá he sido más vehemente y más nervioso e inseguro, y he tenido más angustia, incluso físicamente. Hubo una época en la que tuve que ir al médico porque tuve hasta convulsiones. Era muy joven, tenía mucha responsabilidad y mucha gente a mi cargo y muchos problemas, al mismo tiempo escribía, casi no dormía y, si no llego a parar, eso seguramente me hubiera destruido. Sí que aprendí a sacudirme ese estrés y ese afán de hacerlo todo bien y quedar bien en todas partes. Somos falibles, y hay ocasiones en que fallamos a otros. He aprendido a aceptar mejor mis límites.

P.– Hablando del paso del tiempo, hace ahora 22 años, exactamente, un escritor ya muy afamado me concedió la primera entrevista de mi vida profesional, que fue larga y generosa.

R.– ¿Y por qué me sonaba a mí esto?

P.– Yo era una estudiante de segundo de Periodismo y aquello, un trabajo para la universidad, así que usted sabía que no iba a ver la luz ni se se iba a saber el bonito gesto que tuvo, hasta hoy que trabajo para un periódico nacional y voy a contarlo.

R.– Si no recuerdo mal, ¿nos vimos en la calle José Abascal?

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.

P.– Exacto.

R.– Esto me hace ilusión porque yo ya tengo una edad y tengo que asegurarme de que no estoy en deterioro.

P.– Pensaba al recordarlo en la cita bíblica: "Cuando socorras a un necesitado, hazlo de modo que ni siquiera tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha…".

R.– Pues mira, me siguen escribiendo estudiantes y los sigo atendiendo en la medida que puedo, por muchas razones, pero por dos fundamentales: una, yo he estado en esa situación, empezando, he necesitado ayuda, y la he recibido. En la vida hay muchas cosas que uno no debe ser, pero lo que no debe ser bajo ningún concepto es un desagradecido. Intento no serlo. Y hay otra razón, que es lo que me enseñó mi madre: siempre que he escuchado a una persona, y me he acercado a la forma de ver el mundo de otra persona –ya fuera mucho más joven, o en mis antípodas ideológicas, o que se dedique a algo a lo que nunca me dedicaría- siempre he aprendido, siempre ha enriquecido mi visión de la realidad. No tengo la sensación de que en esas circunstancias simplemente haya dado a alguien generosamente, como quien da una limosna. Y me da una gran alegría que los buenos deseos se cumplan, porque seguro que te dije "que la próxima vez que nos veamos sea cuando trabajes en un medio importante".

P.– También por ese entonces, año abajo, año arriba, le hizo una entrevista a Robe, el cantante de Extremo Duro, tan difícilmente entrevistable.

R.– Fue encantador conmigo, ¡de los más fáciles!

P.– A una pregunta suya sobre qué legado le quería dejar a sus hijos, él contestaba que la creencia de que se puede salir adelante haciendo lo que uno desee, siendo libre. Como padre de cuatro hijos, ¿está de acuerdo? ¿Les ha educado desde ahí, o con cierta cautela?

R.– Sí. Cuando pienso en qué les puedo aportar a mis hijos, pienso en qué puedo hacer para que sean quienes sienten que deben ser. Y eso lo he llevado al extremo de que no tengo ninguna expectativa respecto de ninguno de ellos, están siguiendo caminos distintos y estoy muy contento de que sean sus caminos, que tienen muy poco que ver con los míos. Mi hijo se dedica a la Actividad Física y el Deporte, otra hija se está dedicando a la creación audiovisual, y mi hija más pequeña creo que el camino que va a seguir es el de la Biología.

Detalle del libro 'Las fuerzas contrarias' de Lorenzo Silva.

Detalle del libro 'Las fuerzas contrarias' de Lorenzo Silva. Cristina Villarino E. E.

P.– A propósito, ¿a su hija le sigue gustando Robe? Lo contaba en la entrevista...

R.– Sí, les gusta más o menos a todos y todos se han distanciado de ello en cierta medida también, como es natural. Con mi hijo compartía a Robe y a otros muchos, pero él ha acabado escuchando una música que puedo seguir bastante menos, hip hop por ejemplo. Y es una música a la que nunca me habría acercado porque no entro inmediatamente en el ritmo o las voces, pero por él he hecho el esfuerzo de ver que hay algo ahí que puede ser interesante.

P.– El amor nos lleva a la empatía… Lorenzo Silva ha merecido un sinfín de reconocimientos: el Nadal y el Planeta son algunos de los más importantes.

R.– No sé si los he merecido, me los han dado (ríe).

P.– ¿Qué se pregunta uno cuando gana?

R.– Lo primero es que hay alguna clase de malentendido. Cuando he sido jurado de premios a lo mejor se han presentado 300 y no tienes tiempo de leer todas, y te preguntas ‘en qué medida lo que vamos a votar es manifiestamente lo mejor’. Siempre que dan un premio lo primero que debes pensar es ‘con otro jurado no lo habría ganado’, porque es así realmente, a nada que haya una mínima concurrencia con otro jurado no lo habrías ganado. Es un fruto del azar, de la benevolencia ajena y de la suerte. Cuando uno es beneficiario de todo ello, lo tiene que agradecer todavía más que si lo mereciera porque la suerte no siempre nos sonríe, porque la gente no siempre es benevolente y porque el azar a veces va en nuestra contra.

P.– Benevolencia me ha llevado mentalmente a benemérita. Fue nombrado Guardia Civil Honorario precisamente por esta saga de Bevilacqua y Chamorro, con la que creo que ha logrado una mayor afección hacia el cuerpo...

R.– Esto es una cosa que a mí siempre me produce un cierto desasosiego, cuando me dicen que he mejorado la imagen de los y las guardias civiles. Lo que yo hago son novelas, y las novelas en España las lee un porcentaje pequeño de la población. Algo puede haber sumado, pero yo creo que la mejora reputacional que existe respecto a su labor tiene que ver con la forma en la que han dado el callo en la España contemporánea. Entre otras cosas, perdieron a más de 200 de sus compañeros para que, en primer lugar los vascos y luego el resto de españoles, pudieran vivir en libertad, sin miedo a que un matón les pegue un tiro en la nuca.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

El escritor Lorenzo Silva durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.

P.– Y siguen perdiendo a compañeros. Pienso en Barbate.

R.– Sí, pero con aquello con lo que yo nací, y con lo que creí que me iba a morir, acabaron. Y acabaron dejándose la vida. La gente sabe cómo trabajan los guardias civiles también cuando hay un asesinato, cómo ese débil, que normalmente tendría la partida perdida sin remisión, acaba recibiendo justicia en algún caso, como leí el otro día, más de diez años después. Así que si he podido sumar algo algo, siento que he contribuido a un acto de justicia de la sociedad española, porque no han recibido el reconocimiento que merecen. Aunque hay comportamientos malos -en mis novelas sale algún guardia delincuente porque hay alguno- eso no empece para que en un análisis global sea un colectivo con un gran sacrificio familiar, personal y profesional, que ha hecho mucho por la sociedad.

P.– ¿Qué es la amistad y el amor para una persona tan influyente como Lorenzo Silva? Me peleo mucho con este concepto de que la amistad es patrimonio de los jóvenes.

R.– No. Yo tengo muy buenos amigos. No muchos, porque me parece que eso es incompatible. Pero mi mejor amigo lo es desde que teníamos 14 años, llevamos 44 años siendo amigos. Vivimos bastante lejos el uno del otro, pero sé que descolgando el teléfono, está, y él sabe que estoy. Y eso vale mucho en tiempos tan solitarios y tan desvalidos para tantas personas. Y en cuanto al amor… En esta novela la víctima se llama Caridad, porque es de Illescas y allí es la patrona. La gente cuando oye caridad piensa en compasión, beneficencia o conmiseración, cuando caridad lo que significa es cuidado y amor. Y todos necesitamos cuidado y amor. La gente a veces piensa mucho en cómo obtener amor, y creo que reconforta más darlo. Por circunstancias familiares yo estoy en un momento en el que muchas personas de mi entorno necesitan cuidados: personas mayores y jóvenes, porque la desgracia y la vulnerabilidad no tienen edad. Una de las personas que más cuidado necesita en este momento en mi entorno es una persona muy joven a la que de repente se le ha cruzado una desgracia que trastoca toda la existencia, y en ese momento lo único que tienes es el amor.

Lorenzo dice estas últimas palabras conmovido, y a su voz gruesa y firme le nacen unos dientes de sierra.