
José Luis Pérez, de 59 años, sufrió acoso escolar por tener altas capacidades intelectuales.
La "traumática" infancia de José Pérez por sus altas capacidades: "Me pegaban al salir del colegio por sacar sobresalientes"
En España, al menos uno de cada tres niños y jóvenes sufre acoso escolar por tener altas capacidades intelectuales. El gijonés José Luis padeció 'bullying'.
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Tener altas capacidades intelectuales no es sinónimo de tener una vida fácil. Tampoco implica vivir una infancia o una adolescencia libre de preocupaciones. Muchos de los niños y jóvenes que tienen estas facultades sufren acoso escolar en sus centros educativos. Esto ha acontecido en el pasado, pero sigue ocurriendo en el presente. “En la actualidad, más de un tercio de los menores con alta capacidad ha sufrido episodios de bullying en España”, explica José Luis Pérez (Gijón, 1965), un psicólogo experto en la materia.
Esta valoración no es aislada. Sin ir más lejos, este mes de marzo la Associació Promotora de la Fundació de Nenes i Nens amb Altes Capacitats (Fanjac), una entidad especializada en altas capacidades, ha publicado un informe en el que sostiene que “uno de cada tres alumnos catalanes sufre acoso escolar”. En su mayoría, lo sufren durante el recreo y, por ello, hay un 40 % de menores con tratamiento psicológico.
Esta es una realidad social que se ha mantenido en el tiempo, provocando que generaciones y generaciones de personas con altas capacidades hayan sufrido acoso escolar, laboral, familiar… Todo tipo de vejaciones. José Luis Pérez, a sus 59 años, se ha abierto con EL ESPAÑOL para explicar que él también ha sido uno de estos niños vejados por sus aptitudes. Él fue otra víctima de bullying. Él fue un niño acosado, pero que, reivindica, le ha hecho ser quien es pese a su “experiencia traumática”.

Un niño en el pasillo de un colegio
“Yo era un niño extremadamente sensible, observador y mis gustos no eran comunes: me encantaban las maquetas, saber cómo funcionaban las cosas, el modelismo, construir máquinas de vapor… Y no me gustaba lo que a los demás sí, es decir, el fútbol, correr, etc. Además, yo soy un zurdo contrariado, o sea, un zurdo al que le corrigieron de niño y le enseñaron a ser diestro, por lo que mis habilidades de coordinación en las actividades físicas siempre fueron malas y eso genera rechazo. En los deportes de equipo no me elegían por ser torpe y se reían de mí. Una vez tiré el potro en Educación Física saltando y claro, eso causaba risas y para mí era un dolor gordo. Yo lo entiendo porque es una conducta normal reírse de algo gracioso, y además éramos niños, pero eso me llevó a retrotraerme”, revela José Luis Pérez.
El pequeño José Luis, desde los 11 hasta los 18 años, se sentía “raro, como una persona que no encajaba” y eso le llevó a huir. A huir de las relaciones sociales, a ensimismarse y se volvió una persona extremadamente solitaria. “Pasé solo mi adolescencia. En el colegio, durante las clases estaba bien, pero en el momento del patio se me caía el mundo a los pies. Pensaba: '¿Y ahora qué hago?'. Además, era doloroso ver cómo los demás iban a los cumpleaños y pasaban los cursos y nadie me invitaba. Eso me llevó a buscar alternativas de entretenimiento. Así fue como empecé a construir aparatos electrónicos, etc.”, añade el José Luis Pérez.
Sus palabras, pese a confesar sus traumas de la infancia, son tranquilas. Sosegadas. Son las de un adulto a punto de cumplir 60 años, con experiencia y sabiduría, y que ha entendido –e incluso abrazado– lo que le pasó. José Luis Pérez insiste continuamente en que no guarda ningún rencor a sus acosadores. Siempre ha creído que no era sano echar la culpa a los demás de su soledad y sufrimiento. “El cambio, para no caer en la hecatombe, lo tuve que hacer yo. Ellos me hicieron ser cómo soy y hoy, cuando hablo del tema, doy gracias a todos aquellos que me han puteado porque digo: '¿Sin vosotros yo qué soy? ¿Quién sería?'. Es el valor más grande de mi vida: no llevar la culpa a los demás. Eso sí, tampoco le deseo esto a nadie”.
Episodios traumáticos
Aunque José Luis Pérez habla con valentía sobre lo que vivió desde los 11 años hasta los 18 –y lo hace con la cabeza muy alta–, lo cierto es que sufrió escenas de acoso escolar nada agradables para nadie. Muchas de ellas motivadas por la envidia; motivadas por ser un niño sobresaliente a nivel académico. Esto provocó que dos compañeros de su colegio masculino, situado en Gijón, le pegaran al salir del colegio durante varios años. “Desde los 10 u 11 hasta las 12”, recuerda.
“Yo era un niño muy creativo y sacaba buenas notas. Eso me granjeó la envidia de dos compañeros, que además eran cercanos porque sus padres eran amigos de los míos. Me esperaban a la salida del colegio para pegarme por sacar sobresalientes y llegó un punto en el que mentía en casa y preguntaba si alguien podía ir a buscarme porque no podía con todos los libros que tenía que llevar para los deberes. Era mentira, era una excusa para que alguien fuera a la salida del colegio para que no me pegaran. Iba mi abuela”, cuenta José Luis.
El problema que desencadenó esta situación es un problema que sigue ocurriendo en la actualidad. Desechar, ignorar o minusvalorar la alta capacidad provoca, en muchos casos, que los niños y jóvenes con altas capacidades las desaprovechen y dejen de estudiar. Bien por desmotivación y aburrimiento; bien por intentar adaptarse al entorno y no destacar para encajar mejor. “Según varios datos que hemos recabado, el 60 % de los niños y adolescentes con altas capacidades acaban en fracaso escolar”, explica Beatriz Urriés, presidenta de la asociación Sin Límites Aragón, una entidad también especializada en la alta capacidad.

José Luis Pérez, tras su entrevista con EL ESPAÑOL.
Bien. José Luis Pérez fue uno de estos casos de bajada de rendimiento académico “para no destacar”, aunque no llegó a fracasar escolarmente. “Como me represaliaban durante los últimos cursos de la EGB –actual Primaria y primero y segundo de la ESO– por sacar sobresalientes y porque se me daba bien estudiar, cuando llegaron BUP y COU –actuales tercero y cuarto de la ESO y Bachillerato– dejé de estudiar. Mis notas bajaron y yo ya no quería destacar. Sólo me esforzaba en los trabajos y sacaba dieces, pero luego no estudiaba nada y tuve unas notas mediocres”, sostiene el entrevistado.
Durante esos años de BUP y COU, un José Luis Pérez ya adolescente, solo y procurando no llamar la atención para que los demás no vieran cuán alto podía volar, siguió sufriendo otros episodios de bullying. Ya no sólo la soledad y ver cómo los demás quedaban sin contar con él era lo doloroso, sino que a este acoso escolar pasivo se le sumaba el activo: “A veces me seguían por la calle para reírse o ver qué hacía o a dónde iba el marginal. O, incluso, cuando tenía 15 años mis compañeros me suscribieron en una revista de porno gay que llegaba a mi casa por correo. Eran mis padres quienes la abrían…”.
Un despertar sanador
Rozando la mayoría de edad y cursando COU –actual segundo de Bachillerato–, José Luis Pérez despertó. Hecho cenizas por tantos años de acoso escolar, resurgió de ellas como un fénix forjando su carácter, el que ha tenido siempre y con el que ha vivido durante el resto de las décadas. El primer hito de este cambio es que en COU empezó a hablarle un compañero, también llamado José Luis.
“Recuerdo con cariño a este amigo, que ya murió. Un día cualquiera de COU este chico, que quería ser cura, se me acercó. Fue una persona que me salvó de la hecatombe, de la soledad, etc. Empezamos a hacer planes, charlar, ir a esquiar… Y como era el más líder y popular de la clase, influyó en que otros compañeros empezaran a acercarse a mí. Nunca sabré por qué lo hizo… Igual fue el aspecto moral el que le hizo fijarse en mí, uno de los marginales de la clase…”, reflexiona José Luis.
A partir de esta situación, comenzó la reconstrucción personal de José Luis Pérez, casi sanadora. El siguiente gran hito llegó en la universidad. El hombre estudió Biología, primero, y Psicología, después. Y aunque lo venía sospechando desde su adolescencia, estudiando la carrera se dio cuenta de la “dispersión” que tenía y que, además, “cumplía con los parámetros de la superdotación, como se denominaba entonces”, dice el psicólogo.
Gracias a este primer autodiagnóstico, José Luis Pérez fue consciente de que tenía –y siempre había tenido– altas capacidades intelectuales. “Me di cuenta con 22 ó 23 años de que lo que era para mí normal: estudiar la carrera, trabajar, hacer cursos de integración al trabajo (todo a la vez), no era normal para el resto, que les costaba mucho. Era otra prueba de mis capacidades diferentes”, reconoce el ahora psicólogo.
Y ese momento para él fue un alivio. Un bálsamo vital. Ahí José Luis Pérez lo entendió todo. Ahí llegaron las respuestas a las preguntas de por qué había sufrido acoso escolar o por qué se sentía diferente: “Ahí me inventé una frase que me ha acompañado durante toda mi vida: '¡Pero si soy un mejillón metido en una lata de sardinas! Siempre he intentado ser una sardina y no puedo, porque soy un mejillón. Por eso soy raro'. Así se dio el vuelco en la vida de José Luis, ya consciente de sus habilidades.
A partir de ese momento, el éxito llegó a su vida a nivel laboral, personal, familiar… Y la paradoja de todo es que, como psicólogo, llegó a ser el orientador escolar del mismo centro donde sufrió acoso. Lo fue durante 25 años. Ese centro, el Corazón de María de Gijón, hoy en día es vanguardia en España en la identificación y cuidado de los niños con altas capacidades intelectuales. Y José Luis Pérez puso su granito de arena para ello. Después lo abandonó y en 2004 abrió un gabinete de Psicología, junto a otro colega de profesión, también especializado en la alta capacidad. Es el Centro Ayalga, también situado en Gijón.