El litoral mediterráneo, en especial la zona levantina, ha sido pródiga en las últimas décadas en misteriosas desapariciones y extraños crímenes. Las provincias de Valencia y Alicante se llevan la palma.
Se ha hablado al respecto de grupos organizados que viajan a dicha autonomía donde participan en orgías sexuales, en ocasiones con chicas secuestradas, de sectas de todo tipo –la mayoría de las 70 que hay asentadas en nuestra geografía están en dicha zona- y también hasta de la presencia de un descuartizador.
El caso más sonoro es indudablemente el de Alcàsser. Pero en años anteriores y posteriores ha habido otros sucesos a cual más impactantes e enigmáticos. Prosiguen sin resolverse, envueltos en un halo de misterio.
ACAMPADA MORTAL
Un pastor se sorprendió al ver que su cabaña, donde guardaba los aperos, había sido forzada. Una vez en el interior halló el cadáver de una chica. Al tiempo, a 400 metros de distancia, apareció otro correspondiente a un muchacho. Y después, en un arroyo, un occiso de otra joven a la que le faltaban un pie y una mano.
Los hechos se remontan a inicios de 1989. Francisco Valeriano Flores, de 14 años, su novia Rosario Gayete Moedra, de 15, y su amiga Pilar Ruiz Barriga, de la misma edad, salieron de excursión al monte de Catadau, en Valencia. Llevaban una tienda de campaña con la intención de hacer camping. Nadie volvió a verlos.
Cinco días más tarde se descubrió en su cobertizo el primero de los cuerpos. Estaba tumbado sobre la cama y no mostraba signos de violencia. El pastor creyó que la chica estaba dormida, por lo que la tocó con un pie. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que no se movía.
Tras el funesto hallazgo cundió la alarma y se emprendió una intensa batida por el bosque sin resultado alguno. Casi a los tres meses otro vecino, que andaba buscando espárragos, encontró en las proximidades al adolescente, en avanzado estado de descomposición. Estaba boca abajo, entre unos arbustos, y parecía haberse desplomado. Presentaba aspecto de muerte natural.
A finales de mayo dieron con los restos de Pilar. Estaba a nueve kilómetros del lugar de los hechos. Yacía en una pequeña acequia, junto al río Magro, en el término municipal de Turís. Tenía la cara desfigurada, por lo que sus familiares no pudieron reconocerla. Había sido cuarteada y le faltaban un par de extremidades.
Las investigaciones se incrementaron ante lo que parecía un crimen múltiple. El chaval guardaba en el bolsillo el billete de autobús para llegar hasta Catadau. Terminaron su mortal viaje 30 kilómetros más adelante, en Macastre. La tienda de campaña estaba sin montar, ni siquiera sacada de su funda. Con el frío y el temporal debieron preferir resguardarse en una cabaña.
Existían huellas de una cuarta persona en la caseta y alrededores. Alguien que probablemente los condujo hasta allí. Y que, por supuesto, conocía esa sierra escarpada y traicionera.
Las autopsias no fueron concluyentes y las pesquisas incompletas, por falta de medios de aquella época, lo que condujo a conclusiones dispares. Entre las hipótesis que circularon se habló de que la muerte de Rosario pudo ser por inmersión en agua dulce. Un líquido sanguinolento en sus orificios nasales así parecía señalarlo.
La Policía se inclinaba más por una intoxicación de algún veneno poco conocido que no dejara rastro alguno en el cuerpo. Quizá beleño, lo que provocó una intoxicación mortal de la pareja de novios. La otra chica huyó despavorida ante tales visiones angustiosas.
Circuló otra teoría según la cual Rosario y Francisco habrían sufrido una muerte lenta en la que se les habría obligado a tomar drogas, mientras que Pilar habría sido descuartizada posteriormente.
El cuerpo mutilado de ésta fue lo que creó mayores dudas. Aunque había quienes achacaban tal carnicería a animales carroñeros, el Instituto Nacional de Toxicología confirmó los resultados del primer informe realizado en la clínica forense de Valencia: la pierna de la chica fue cercenada con una sierra mecánica. El cadáver había sido desmembrado, seccionándole un pie y una mano.
Jornadas después de tan extrañas muertes apareció una mano, al parecer de mujer, sobre un banco situado junto a una marquesina de una parada de autobuses en Valencia. Al día siguiente una señora encontró un pie amputado, supuestamente de Pilar, en el interior de un contenedor de basuras en la calle Alcàsser, también en la capital valenciana. Había sido cortado unos seis centímetros por encima del tobillo.
Hubo una llamada a Protección Civil comunicando que habían visto arrojar un bulto grande en donde apareció dicho resto humano. El anónimo denunciante facilitó incluso el nombre del sospechoso, que fue detenido e interrogado por la Guardia Civil. Negó cualquier relación con las extrañas muertes y quedó en libertad por falta de pruebas.
El hecho de que las víctimas fueran hijos de familias humildes y desestructuradas contribuyó a que el caso no tuviera el eco periodístico necesario y se fue diluyendo en el olvido con el paso del tiempo. Los padres no pudieron conseguir que se realizaran después nuevas autopsias y análisis de ADN. Resultaba más fácil echarle la culpa al consumo de plantas alucinógenas, pese a que los médicos no detectaron rastros de estupefacientes en sus organismos. Faltó presión social y mediática para darle una vuelta de tuerca a la investigación.
CRÓNICA NEGRA DE UN PUEBLO
Unos meses antes de que el caso prescribiera en 2009, Macastre volvió a ser escenario de otro tétrico hallazgo. En un paraje agreste próximo a un área residencial, a unos 10 kilómetros del casco urbano, una alimaña extrajo una pierna. Era el cuerpo desnudo de una joven asesinada a golpes, a la que le habían aplastado la cabeza. La inaccesibilidad del terrero hizo pensar que, quien la sepultó, conocía perfectamente el emplazamiento. Un trozo de sujetador condujo a la identificación de la víctima. Se trataba de Leidy V. M., una colombiana de 17 años, que había desaparecido de una población próxima.
Algo similar había ocurrido a principios de 2001 cuando un trabajador revisaba los contadores de luz en unas viviendas de dicha localidad. De pronto halló una bolsa de plástico en cuyo interior había un cráneo y varios huesos más. El estudio forense determinó que habían sido cortados con una sierra u otra herramienta de parecidas características. Otra muerte sin aclarar.
Empezó a hablarse de un descuartizador. Incluso de un asesino en serie, dados los crímenes ocurridos por allí. Todo un puzle sangriento.
El nombre de esta localidad valenciana está escrito con letras mayúsculas en la historia negra de España. Un pequeño municipio de unos 800 habitantes en la época que sucedieron dichos sucesos. El alcalde de entonces, Vicente Romero, que rigió su destino durante 20 años, se lamenta de la situación: “El pueblo se encuentra molesto porque nos sacan en la tele cuando pasa algo malo. Lógicamente tienen que acordarse de estos hechos que no están cerrados. Ya nos gustaría que alguien explicase lo que ocurrió aquí. Y que todo el mundo se quedara tranquilo”.
El balance de los años 1988 y 1989 fue aterrador. Además de las tres víctimas citadas, en la Comunidad Valenciana desaparecieron otras chicas de edad similar y de las que no se ha vuelto a saber nada.
ESPANTO EN EL PSIQUIÁTRICO
Ocurrió 15 días antes del suceso de Alcàsser. Gloria Martínez Ruiz se esfumó en plena noche de una clínica situada en un paraje solitario y oscuro, a cinco kilómetros de Alfaz del Pi (Alicante). Los responsables del centro siempre han sostenido que la joven huyó, saltando la tapia que lo rodeaba. Sin embargo, testimonios de varias personas, que tuvieron relación laboral con dicho establecimiento, coinciden en afirmar que algo extraño ocurrió. Sospechan que no salió de allí con vida.
Era una chica normal, de 17 años de edad, que vivía con su familia. No padecía ninguna patología, tan sólo algún pequeño problema alimenticio y de sueño. Sus padres, temerosos de que pudiera derivar en depresión o bulimia, la llevaron a la consulta de una psiquiatra, María Victoria Soler.
Después de un año de tratamiento, en el que la muchacha experimentó una notable mejoría, la doctora insistió en que debía realizar terapia de grupo, pero ella se negó. Al tiempo sus progenitores volvieron a llevarla a la facultativa, quien impuso, para proseguir atendiéndola, que fuera internada unos días en una clínica de la que era directora adjunta.
Aunque inicialmente se resistieron al ingreso, pues no veían tan mal a su hija y, encima, el coste era de 45.000 pesetas diarias, acabaron cediendo ante la insistencia de la especialista.
“Lo único que sabemos es que dejamos una hija y ya no la hemos vuelto a ver. Esto es algo terrorífico”. Es la síntesis que nos hizo Álvaro Martínez. El testimonio desgarrador de un hombre, con sentimiento de culpa, y que no descansará hasta que alguien le explique qué paso con su hija.
La clínica Torres de San Luis carecía de licencia administrativa para funcionar como centro de ingreso psiquiátrico. Era una residencia para combatir el estrés, creada en un principio con la intención de que acogiera a famosos y acaudalados en busca de relax. La finca, que con anterioridad había sido un centro nudista, estaba rodeada de una valla que, por la desigualdad del terreno, alcanzaba de dos a cuatro metros de altura.
Gloria ingresó la mañana del 29 de octubre de 1992. Su estancia no pudo ser más corta. Las dos enfermeras que estaban de guardia cuando desapareció, Cristina Arguiano y Amparo Císcar, observaron al mediodía que se mostraba muy nerviosa y la ataron a la cama, boca abajo. Después le inyectaron Haloperidol, Lagarctil y Sinogán (sedantes y ansiolíticos), siguiendo instrucciones de la doctora Soler. Ante la Guardia Civil declararon, con algunas contradicciones entre ambas, que alrededor de la una y cuarto de la madrugada la chica se despertó muy nerviosa y pidió ir al baño. Circunstancia que aprovechó para forcejear con una de ellas, a la que dio un empujón, escapando por una ventana del bungalow. A la carrera saltó el elevado muro que bordeaba la clínica.
Aquella noche en la casa de reposo solo estaban las dos sanitarias y los caseros, un matrimonio búlgaro. No se avisó a la familia ni a la Policía hasta las ocho de la mañana.
En la supuesta huida tuvo que salvar varios muretes de 50 centímetros, atravesar los jardines –algunos de ellos con cactus– y finalmente superar una tapia bastante alta. Todo ello de noche cerrada y oscura como boca de lobo. Y, lo que es más incomprensible, sin gafas o lentillas, pese a que tenía una miopía de ocho dioptrías en cada ojo. Sin ellas tan solo veía, a media distancia, colores borrosos y sombras.
La inspección ocular técnico-policial resultó totalmente infructuosa. Tras un exhaustivo rastreo de la zona no se halló ninguna evidencia que constatara la fuga de la interna. El césped del jardín estaba intacto: ni una sola pisada, ni rama alguna quebrada, no existían manchas de tierra en la pared... Para trepar por el muro se necesitaba una silla o algo similar; un tablón, que estaba arrinconado, no tenía ninguna señal de haber sido utilizado. Los médicos reconocieron que, bajo los efectos de los tres fármacos que le administraron, resulta casi imposible mover un dedo y, mucho menos, superar un vallado, sobre todo para alguien que no es adicto a este tipo de medicamentos.
Los encargados del mantenimiento de la casa se despertaron pasada la media noche a consecuencia de unos gritos: ¡Gloria...! ¡Gloria...! El marido y su esposa saltaron de la cama y se ofrecieron a participar en la búsqueda de la joven, pero recibieron la orden de que se callaran y volvieran a acostarse. Les razonaron que, al carecer de permiso de residencia, era mejor que no tuvieran nada que ver con la Policía, para no arriesgarse a ser expulsados de España.
“Del bungalow de Gloria saqué algunos papeles escritos por ella –recuerda la mujer, Estela Vasileva– y se los entregué a Jesús Baños, el camarero, para que se los diese a los padres de la niña. Al día siguiente vino una auxiliar a preguntarme por ellos. Le dije que los había tirado a la basura. Poco después observé desde mi ventana cómo los doctores Rivas -primo del gerente del negocio- y Soler buscaban con nerviosismo en el contenedor de la basura”.
La creencia de que ocurrió algo siniestro era general. Varios antiguos empleados piensan que la medicación fue letal, al inyectarle más dosis de la aconsejada en tales casos, y que se deshicieron del cadáver, justificando su ausencia con una fuga.
LEY DEL SILENCIO
El centro se había puesto en marcha por la iniciativa de cuatro socios que solicitaron un crédito hipotecario de 80 millones de pesetas, avalando con sus propios bienes. La marcha deficitaria del mismo –la noche de autos Gloria era la única paciente ingresada– y la negativa de una subvención de la Generalitat hizo que el déficit se fuera elevando hasta los 170 millones.
Un escándalo podría ser el remate final: cierre del centro, comparecencias ante la justicia, fuerte indemnización... La ruina. De ahí que impusieran la omertá.
La cocinera, Reyes Martínez, y su compañero Jesús fueron despedidos al día siguiente de la desaparición y la pareja inmigrante a los 20 días. El resto siguió sus pasos o prefirió renunciar al puesto de trabajo. Las dos enfermeras al poco pusieron tierra por medio. La empresa se quitaba de encima gente molesta para sus intereses.
El complejo terminó por cerrar, a causa de la falta de clientela. El banco que había concedido la hipoteca embargó la finca. Reseña de una quiebra anunciada.
La familia de Gloria inundó de carteles toda la zona con su imagen y la oferta de un millón de pesetas a quien aportara algún detalle sobre su paradero. No hubo suerte. El caso acabó en los tribunales.
La psiquiatra Soler y Zopito SAL, propietario del centro médico, fueron condenados a pagar una indemnización de 104.251’63 euros a los progenitores en concepto de daños morales. Se les achacaba un comportamiento de omisión en el deber de custodia de un paciente ingresado. “La desaparición ha supuesto para la familia una tragedia que podría entenderse equivalente a la muerte de la menor, pero que en realidad es de mayor sufrimiento que la propia muerte por lo prolongado de la incertidumbre”, decía la sentencia. La justicia cerró el caso sin que la chica fuera declarada fallecida de modo legal.
Los padres de Gloria conocían perfectamente a su hija. Saben que, en el supuesto de que hubiera abandonado la clínica, habría regresado con ellos, su hermana menor, sus amigos y las clases en el conservatorio. Era muy metódica y formal.
¿Dónde está?, entonces. ¿Qué pasó en el interior de la clínica maldita? Cuando un ser querido no aparece, siempre hay espacio para la esperanza. Pero en el caso de esta sufrida familia existe la certeza absoluta de que murió. Tan solo quiere saber qué ocurrió y dónde se encuentran los restos de la chica.
CIEN CRÍMENES SIN RESOLVER
Un centenar de casos continúan abiertos en la Comunidad Valenciana. Crímenes cometidos en las últimas tres décadas. Unos cuantos de ellos con jóvenes como protagonistas. No tan mediáticos, como los casos anteriores, pero que han llevado la desgracia a muchas familias. Que la muerte de un ser querido permanezca impune en un tormento de por vida.
Paqui Rodríguez, de 12 años, fue a la piscina municipal de Ontinyent un 23 de julio de 1987. Allí se la vio por última vez bañándose con otras amigas del colegio. Alrededor de las seis de la tarde preguntó al conserje por el autobús que debía coger para regresar a su hogar. No llegó a casa.
Dos días después su cadáver apareció en un pozo junto a una casa abandonada. La pequeña había sido golpeada en la cabeza con un objeto contundente.
La familia intentó en vano que se procesase a un sospechoso. Un amigo de la familia con antecedentes por haber abusado sexualmente de una sobrina adolescente en aquella época. Las investigaciones policiales no dieron el fruto esperado. “Lo peor de todo es que ahora las leyes nos dicen que tu asesinato ya ha prescrito, y que la justicia ya no te alcanzará en esta Tierra", dice su madre, Paquita Beneyto, en el primer párrafo de un libro dedicado a esta desaparición.
En otras ocasiones, en vez de muertes violentas han sido casos inquietantes de desaparición. La lista es amplia, como en el resto de nuestra geografía, y puede que unos cuantos no lo hayan hecho por voluntad propia.
¿Para qué los secuestran? Las respuestas pueden ser múltiples: pederastia, explotación sexual, mendicidad, tráfico de órganos, bebedores de sangre humana, ceremonias satánicas... A cual más terrible. Auténtica crónica negra de una región pródiga en sucesos.
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