
Combate de boxeo en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. EFE
Es osado y ofensivo decir que fue por feo. Y esto no lo digo yo, sólo reproduzco lo que dicen de él. No delante de él, claro. Pero son dos impresiones que van unidas, la de su fealdad por un lado y la de su agilidad lingüística por el otro. Como al que le falta un sentido y desarrolla los otros para seguir en equilibrio. Él se hizo maestro en oratoria, entrenándola como un arma, porque a su alrededor percibía el resultado de su poca belleza. Dicen que era más feo antes, cuando aún no podía defenderse con las palabras. Que descubrió bien pronto el efecto de su físico y que a medida que afinaba la resolución de sus vocablos era claro que le admitían más, que era más tolerado, que no se apartaban de él al contar una anécdota, o no se callaban bruscamente cuando le veían cerca.
Supo que cada libro que leía, cada palabra que aprendía, y, sobre todo, cada expresión que usaba o idea que defendía le hacía un poco más aceptable. Aunque también pronto descubrió su tope, que daba igual cuánta destreza tuviese, qué originales y nuevas ideas usase. La deformidad de su rostro, una deformidad que se transmitía y sólo se explicaba como inexplicablemente extraña, nunca acabaría de irse del todo. Tendría que caminar con esa deformidad hasta el final.
Ese día se convirtió en El Sparring.
El nombre se lo dio él mismo. Acertó con el anglicismo, sin duda.
Se especializó en política, claro. Su salida inequívoca, casi predestinado a ello.
Yo le vi ayer en el mitin, en cuarto o quinto plano, casi de perfil, pasando de un lado a otro, huidizo. Antes de saber que era él, lo sentí. La náusea vino desde el ombligo. El Sparring trabajaba para el nuevo candidato. Cuidado, era un arma muy poderosa la que se había pertrecho.
Actúa de esta manera. Le anticipan un tema, un debate, una controversia. Le explican la contradicción que representa. El Sparring se lo trabaja, y al poco rato ya puede enlazar varias buenas ideas sobre ello, unas fintas para evitar los ataques del otro también, tres o cuatro buenos titulares, y sobre todo la frase definitiva, el final, el postre, una palabra, mejor que dos, que lo expresa todo. El KO. La frase con la que titularán los periódicos al día siguiente. No es fortuito lo que se lee entrecomillado. Es tan efectivo que El Sparring se ha comprado una casa en Lanzarote, apartado de todo, para no dejarse ver mucho. Por tranquilidad y quizá por fealdad.
No dicen su nombre por ahí. No quieren dejarse ver mucho con él.
Ocurre en una sala cerrada. Se confinan él y El Candidato. El Candidato es guapo.
Tiene amigos a los que atrae, las miradas le siguen, pero ha elegido una profesión en la que necesita pegada. Dar duro. Dar definitivamente. Por eso El Sparring está con El Candidato. Los dos solos, en una habitación, varias horas. Días antes del debate, probablemente. Se prevé con tiempo.
Comienza El Candidato, mis ideas en este tema son...
Mal. Nada de ingenuidades. Hay que expresar las ideas del otro, revelar su hipocresía.
Vuelve el Candidato, las ideas generales de mi contrincante sobre este tema son…
Bien. Él otro se revolverá y atacará a tus ideas generales, así que atacas con un caso particular, algo que sea doloroso, lacerante para el espectador, que contradiga lo que el otro piensa. El punto débil de algo general es un tema único, particular.
Y así siguen, uno suelta un puño, el otro se cubre. Contraataque. Si quieren abalanzarse sobre mi ideología, les respondo con un directo sobre algo puntual. Si me atacan con algo puntual, respondo avergonzado su ideología.
También hay que mantener el resuello, mirar directamente, no sudar, no tocarse la cara, no morderse las uñas. Baja el mentón, sube el hombro, apunta, golpea.
El Sparring le da frases a usar. Adjetivos en desuso que llaman la atención. Figuras retóricas. Respuestas irónicas. Reducciones al absurdo. Ataques personales. Le da casos históricos para que se vea que sabe. El Sparring cansa al Candidato, pero no le grita, le habla suave, en bajo casi, porque así se transmiten las ideas más importantes.
El KO no se puede esquivar. Es la conclusión inevitable, es como un teorema matemático, no puede no ser. Cuando ocurra, el espectador sólo asiente y piensa que desde el principio se sabía, que ganó el buen juicio. Que el candidato tiene razón. Que es evidente. Que qué bien habla. Que él ha de pensar igual. Que le va a votar.