El poeta Blas de Otero pidió la paz y la palabra para un pueblo que lo olvidó con la Transición

El poeta Blas de Otero pidió la paz y la palabra para un pueblo que lo olvidó con la Transición

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Blas de Otero, el poeta antifranquista que murió con el régimen

Hace cien años nació el eterno autor social. Pidió la paz y la palabra para todos y el pueblo lo olvidó mientras jaleaba la democracia.

12 marzo, 2016 01:36

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Blas de Otero (1916-1979) escribió en la espina dorsal del franquismo. El régimen edificó su pensamiento y marcó los tiempos de su obra, su resonancia y su olvido. Imposible Otero sin caudillo. Imposible sin golpear al aire con su palabra, sin escribir para su pueblo analfabeto, sin aguantarle la mirada a la censura. El niño bilbaíno ya montaba rebeliones para no ir al colegio -"Yo no tengo la culpa / de que el recuerdo sea tétrico"-, ya era callado, sensible y subversivo. "Como decían esos versos de Tirso de Molina que tanto le gustaban, 'vizcaíno es el hierro que os encargo / corto en palabras / pero en obras largo", sonríe el poeta vasco y miembro de su fundación José Fernández de la Sota. 

Otero llevaba el arte en algún lugar del tórax, pero su obra se ajustó a su vida -igual que a su momento histórico- y vomitó la poética más tarde de lo que le hubiera gustado: la muerte de su padre lo convirtió en el responsable de su familia y la de su hermano le obligó a seguir su estela, a "sustituirlo" comenzando Derecho, la carrera que él había dejado a medias. Aquí la esquizofrenia entre el poeta que es y el abogado que le obligan a ser, aquí el germen de la tristeza que le paseó de sanatorio en sanatorio.

Cuando la religión no pudo satisfacer su necesidad de fe, trasladó su fe a la política, a la ideología. Su relación con el comunismo era de corte religioso

Para aflojar la cuerda que llevaba en el cuello, le dio por pedirle respuestas a un dios sordo: "Él era un hombre profundamente religioso, pero se frustra al interpelar a un dios ausente", explica Jordi Doce, editor de las Obras completas de Otero para Galaxia Gutemberg. "La religión no pudo satisfacer su necesidad de fe y trasladó sea fe a la política, a la ideología. La relación que tuvo con el comunismo era de corte religioso".

Cuando consiguió insonorizarse por fin de la cultura del sacrificio -familiar, profesional, religioso- pudo parir Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951). No se deja achantar por su entorno burgués. Se prefiere inadaptado pero libre.

La inmensa mayoría

Otero deja de quejarse a las paredes y abre las ventanas. Ve un mundo, una condición política en la que incrustarse y hacer palanca. Al toparse con este nuevo credo -al pasar del yo al nosotros- su obra encuentra un sentido inédito. Le habla a la inmensa mayoría con intención de democratizar -al menos- la poesía e intentar que empapase a la clase trabajadora. "Soy sólo poeta: levanto mi voz / en ellos, con ellos. / Aunque no me lean".

Amaba los pueblos de España, su costumbrismo, sus palabras -"Mi gente dice cosas formidables / que hacen temblar a la gramática"- y vivía en un romance enfermo con la patria: "Madre y madrastra mía / España miserable / y hermosa. Si repaso / con los ojos tu ayer, salta la sangre / fratricida y el desdén / idiota ante la ciencia...".

Intentó que la poesía empapase a la clase trabajadora. "Soy sólo poeta: levanto mi voz / en ellos, con ellos. / Aunque no me lean"

El poeta no pierde las formas. Repudia al régimen, sí, pero solemne, lúcido, sin escupir baba. "Él siempre está en contacto con algo atemporal: la justicia y la dignidad del ser humano sobre la tierra", subraya Jordi Doce. Y no deja de ser valiente que Otero pidiese la paz y la palabra -con vigor universal- para aquel pueblo dormido de oposición silenciosa. "Vuestro odio me inyecta nueva vida / vuestro miedo afianza mi sendero", dedicaba al bando del general. Probablemente sí, pero el dictador murió en la cama.

Poemas censurados

La censura le limó los versos, le tijereteó las palabras. "No. No dejan ver lo que escribo / porque escribo lo que veo". Es curioso leer las correcciones de sus censores previas a la edición: aquel mar de tachaduras, aquella protesta capada. Adiós a "martillo", a "hoz", a "se prohíbe", a "dictadura", a "diecinueve cegadores años". Adiós, fuera. Su poema Ergo sum, cómo no, fue vetado entero:

"A los 52 años sigo pensando lo mismo que Carlos Marx

(...)

A los 52 años, escribo

y no escarmiento y me dedico exclusivamente a pasear, a leer, a trasladar

maletas de un país a otro, y a conspirar

(esto lo digo para confundir a la policía).

Y escribo como un autómata, corrijo como un robot, y publico lo que pienso

(es un decir).

Y sigo pidiendo la paz, y de momento me la conceden en parte; y la palabra,

y me mutilan la lengua".

Con las mismas, "dios" se transformaba en "sol" o "falanges" en "ángeles". Su obra se impregna también de viajes a París, a Cuba -donde tuvo una relación-, a Rusia, a China. "Volvió desencantado", opina Jordi Doce. "Todos esos años fuera contribuyeron a que su perfil aquí se desdibujase. Él fue testigo de la represión en ciertos países... se frustró, sí, pero cuando volvió aquí no quiso dar con eso armas al franquismo. Fue prudente. Seguía creyendo que había que acabar con el régimen, pero su ideal comunista se había suavizado".

Bailó con las más feas: el parto creativo ("Doloroso es vivir / como escribir), el tumor ("la maldita insulina"), el divorcio de su cubana ("aquella muchacha que se casó conmigo / un poco mulata y muy sentimental"). Y por fin la posibilidad de una vida más templada y feliz con Sabina de la Cruz, la novia del Bilbao natal, la profesora, la editora, la eterna amiga.

La obra casi secreta

Los últimos años de su vida los dedicó a una obra más fresca, compleja, vanguardista y secreta que no cristalizó hasta 30 años después de su muerte en Hojas de Madrid con galerna. "Que nadie ponga el dedo en esta llaga", como escribió ahí, porque su poesía brillante llegó a destiempo y eso lo catapultó para siempre como el pétreo poeta social que ya no quería ser. "Cuando murió, en plena Transición... su poesía había pasado de moda. La poesía española de los 70 ya preludia ese olvido del franquismo de los jóvenes poetas de los 80. Hay ahí cierta frivolización. El compromiso había quedado desprestigiado", sostiene Jordi.

Cuando murió, en plena Transición... su poesía había pasado de moda. Hay ahí cierta frivolización. El compromiso había quedado desprestigiado

"A Otero hay que leerle de atrás hacia delante para apreciarle como merece", sonríe el escritor Ernesto Suárez. "Se le ha etiquetado como el poeta social, el poeta antifranquista y eso no interesa ya. Fíjate que en narrativa el franquismo sigue teniendo vigor... en poesía no. Otero está sumergido para el lector actual en los tópicos de la época, y son esos tópicos políticos los que nos impiden llegar a sus poemas".

Suárez cree que los últimos años de Otero -y su ideología híbrida- lo convirtieron en un personaje "casi que incómodo para los dos bandos" que sobrevivieron a la guerra civil: "Tanto para la izquierda antifranquista del modelo del PCE como, por supuesto, para los hijos del franquismo. Otero ha quedado para siempre en una rendija extraña, en tierra de nadie". Esto es España, mucho gusto y hasta luego: el poeta habló en los tiempos duros por un pueblo que lo olvidó mientras jaleaba la democracia.