Orlando Ortega siempre saluda. Llega al CAR (Centro de Alto Rendimiento), da los buenos días, pregunta por la familia (o por las novias o por lo que sea) y se pone a entrenar. Mallas, zapatillas y a saltar. Una y otra vez. Sin parar. Él es así: simpático, agradable y sonriente. Lo ha pasado mal por muchos motivos: su deserción de la selección cubana -en 2013 decidió no volver y quedarse en España-, la nacionalización, sus tres años sin poder abrazar una bandera… Pero este miércoles, en Río de Janeiro, le llegó su momento, el que llevaba esperando desde pequeñito. Saltó a la pista, clavó los tacos y respiró hondo. Un obstáculo, dos, tres… Y la gloria. Llegó a la meta segundo (13.17), celebró la plata olímpica y buscó la bandera de España para secarse las lágrimas. “Le doy gracias a Dios y se lo dedico a mi abuela, que está en el cielo”. Y siguió corriendo…
Orlando Ortega (Artemisa, Cuba, 1991), en realidad, se ha pasado la vida yendo deprisa. Desde bien pequeñito, cuando heredó el gusto por hacer deporte de su abuela Christina (velocista y campeona de los Juegos Panamericanos en 1967) y de su abuelo, jugador de fútbol. Ellos dos le enseñaron a amar cualquier disciplina, y su padre Orlando, vallista en 400 metros, hizo el resto. Y, como ocurre en muchas familias, aquel niño quiso seguir los pasos de su progenitor. Intentó ser buen estudiante -y lo fue, según sus propias palabras-, hizo taekwondo y boxeo, pero lo dejó todo a los 12 años por el atletismo buscando seguir la estela de la gran escuela cubana formada por Casañas, Emilio Valles, Anier Gracia y Dayron Robles.
El chico, decían, era un prodigio. Y así era. Pero desertó. Quedó sexto en los Juegos de Londres en 2012 y acudió al Mundial de Moscú en 2013, pero ahí terminó la relación con su país. Guardó la bandera en la maleta y jamás regresó a su casa. Orlando se quedó en España, donde había mantenido concentraciones con la selección cubana. Sin pensarlo demasiado. Un día se levantó de la cama y decidió cambiar de aires. La versión oficial que ha esgrimido desde entonces es que no estaba a gusto con su Federación, pero hay mucho más, aunque nunca haya querido hablar sobre los motivos.
Tomada la decisión, Orlando Ortega vivió uno de los momentos más complicados de su vida. “Sólo la gente que me quiere sabe por lo que he pasado”, reconoció tras conseguir la plata. Y así fue. A su llegada a España, cuando todavía no tenía residencia, sólo le acogió el CAVA, un club de Ontinyent que le hizo una oferta cuando todavía no tenía ni residencia. Y allí estuvo entrenando con Kevin Antúnez, que cedió el testigo a Orlando padre, su entrenador en Madrid desde marzo de 2015.
No obstante, su nacionalización en septiembre de 2015 no le sentó bien a todos los atletas españoles. Javier López, por ejemplo, se quejó. Pero él habló con ellos y les explicó sus motivos. Su objetivo no era quitarle la plaza a nadie, sino competir al máximo nivel, como reconoció en más de una entrevista concedida en aquellos días. Sin embargo, ésa no fue su única dificultad. Hasta el último momento no supo si podría competir en Río de Janeiro y, finalmente, la IAAF (Federación Internacional de Atletismo por sus siglas en inglés) le reconoció su derecho en julio estimando que se cumplían tres años desde su cambio de país.
Reggaetón y madridismo
Ese periplo, el más complicado de su vida, lo ha vivido siempre agarrado a los colores del Real Madrid -”soy madridista 100 por 100”, reconoció en El País. En esos malos momentos, cuando no sabía si podría competir, siempre recurría a los goles en las frías noches de invierno, a las canciones de Marc Anthony o al reggaetón, sus tres pasiones más allá del atletismo. Y lo hacía en contraposición a su padre Orlando, su entrenador, pero también fan confeso del Barcelona, con el que discute y disfruta a partes iguales.
Vicios que comparte con su disciplina, con esos 110 metros vallas que le han dado la gloria en Río de Janeiro. Una plata que es la primera medalla del atletismo español desde Atenas 2004, cuando ‘Paquillo’ Fernández -plata en 20 kilómetros marcha-, Joan Lino -bronce en salto de longitud- y Manolo Martínez -bronce en lanzamiento de peso por el positivo del oro de Yuri Bilonog- dieron las últimas alegrías a España en esta disciplina.
Él lo ha hecho posible. Ha recuperado un metal para España en atletismo y ahora no se pone límites. Sabe que el futuro sólo le puede traer algo mejor. Así lo dejó entrever tras conquistar la gloria olímpica, arropado por la bandera de España, acordándose de su familia en Cuba y de su abuela, llorando, secándose las lágrimas con la bandera y avisando: “Esto no ha acabado aquí”. Ojalá.
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