Roto. Así terminó Usain Bolt, el mejor velocista de la historia, su última carrera, en una imagen que ya forma parte de la historia del deporte. Es el final más amargo jamás imaginado para un extraterrestre que en sus días de ocaso demostró que en realidad era humano. Bolt, que ganaba sonriendo, dejándose ir los últimos metros y con registros de otra galaxia, fue en Londres una sombra de su aura invencible. No sólo le derrotaron en los 100 metros, sino que se lesionó cuando apenas le quedaban 60m para retirarse.
En la final del relevo 4x100 todo son aplausos y gritos, la gente ovaciona con fuerza a Jamaica, aunque no ruge tanto como cuando se presenta a la selección de Gran Bretaña, más cuando Usain Bolt levanta los brazos, gesticula y devuelve las toneladas de cariño. Al ocho veces campeón olímpico no se le ve para nada nervioso; está relajado, preparado para disfrutar el último hectómetro de su vida. Pero no sabe que a los pocos metros de arrancar, el músculo isquiotibial se le va a partir.
Bolt, por la calle cinco, recibe el testigo de su compañero Yohan Blake, reservado en las eliminatorias de la mañana, en tercera posición. El británico Mitchell-Blake y el joven estadounidense de 21 años Coleman, el único atleta que derrota al rey de la velocidad dos veces en el mismo día, tienen un par de metros de ventaja. Jamaica cambia mal y a Bolt le obligan a remontar. En su mejor versión, hubiera devorado esa distancia propulsado por su potente zancada, pero este Bolt, de 30 años, es mucho más lento y humano.
Apenas cuando lleva 20 metros de aceleración, el silencio inunda el Estadio Olímpico. El rayo de Trelawny se frena, empieza a cojear de su pierna izquierda y tira el testigo al suelo antes de derrumbarse dando una voltereta. El cuarteto británico se impone con un tiempo de 37.74s por delante del estadounidense (37.52s), con el ya menos abucheado Justin Gatlin, y Japón vuelve a ganar una medalla en una carrera de relevos de un gran campeonato. Pero todos los ojos miran a Bolt, abatido sobre el tartán donde antes flotaba.
Como un héroe que muere en una batalla, como un soldado que se desploma atravesado por una bala, el atleta que revolucionó el atletismo, que proyectó el show tras años de penuria, agoniza con la mano agarrándose la fuente del dolor, la parte posterior de la pierna izquierda. Mientras todos los fotógrafos corren desarbolados para captar la instantánea de la leyenda herida, sus compañeros de relevo, McLeod, el campeón de 110 vallas, Blake y Forte, más los sanitarios y hasta una silla de ruedas, se apresuran a socorrer a Bolt, le ayudan a levantarse.
Mordiendo su cadena de oro, cojeando ostensiblemente, derrotado y dolorido, más por perder que por el tirón, y con unas muecas nunca vistas en la cara del Usain carismático, el once veces campeón mundial abandona la pista de una forma que ni en sus peores pesadillas se hubiera imaginado. Lesionarse fue un acto de infortunio, tal vez le pasó factura el esfuerzo de las series matutinas, pero lo cierto es que el velocista jamaicano no entrenó lo suficiente en 2017, no llegaba en un buen estado de forma.
Pese a que en el Mundial de Londres, el de las sorpresas, la despedidas son tristes y amargas, como la de Farah o la de Beitia, la leyenda de Usain Bolt perdurará sin tener en cuenta los tropiezos sufridos en la capital británica. El extraterrestre demuestra ser humano en cuerpo, pero sus registros —9.58s en los 100m y 19.19s en los 200m— pertenecen al futuro.
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