Apuntando a la sien, el dedo anular de la mano derecha de Stan Wawrinka rebajó las pulsaciones del corazón del suizo después de un partido épico, gobernado con valentía, atrevimiento y mucho acierto. Para llegar a su cuarta final de Grand Slam, la segunda que jugará en Roland Garros (2014), el número tres del mundo necesitó remontar 6-7, 6-3, 5-7, 7-6 y 6-1 a Andy Murray uno de los mejores cruces de la temporada (4h34m) y se citó el próximo domingo con Rafael Nadal, vencedor 6-3, 6-4 y 6-0 de Dominic Thiem. [Narración y estadísticas]
Wawrinka defendió su suerte en el partido a estacazos, como no podía ser de otra manera. De la mano de su versión más agresiva, el suizo llegó a sacar por la primera manga (con 5-3), tuvo bola de set en el tie-break (6-5) y no aprovechó ninguna de esas dos oportunidades. Murray, que se defendió como pudo de la ofensiva que se le vino encima, jugó con los nervios de su rival hasta que encontró lo que buscaba: que de tanto arriesgar el suizo descarrilase y le dejase el camino libre.
El británico, en cualquier caso, demostró su mejoría con respecto al inicio de la gira de tierra batida europea en Montecarlo, por donde pasó como un jugador irreconocible, blandito y sin alma. En la semifinal de Roland Garros, meses después de sufrir en Barcelona, Madrid y Roma, Wawrinka le exigió moverse bien y Murray lo hizo, le obligó a protegerse de sus golpetazos y el británico lo consiguió, le pidió algo especial y el número uno le respondió recuperando su derecha paralela, el tiro que históricamente más se le ha atragantado. En consecuencia, fue el mejor Murray en mucho tiempo, y ni eso le valió para tener bajo control a su contrario, quizás uno de los pocos jugadores que pueden llegar a ser imparables si las cosas le van de cara.
Tras perder el primer set, el suizo jugó desatado. De línea en línea, haciendo de la pista una mesa de ping pong, Wawrinka desarboló a Murray, que lógicamente cedió la segunda manga y se encontró dejándose la vida en una tercera que debería haber sido fundamental para aspirar al triunfo final. Dos veces se colocó por delante el número tres del mundo (2-0 y 4-2) y dos veces apareció Murray para decirle que no, que iba a necesitar mucho más que fuego de mortero en su camino hacia el partido decisivo, que para quitarle de en medio sería necesario hacer algo extraordinario, único y deslumbrante.
Durante varios minutos, el británico alcanzó bolas inalcanzables, inimaginables e imposibles. Wawrinka pegó, pegó y pegó, pero siempre se vio obligado a ganarle el punto una vez más a su contrario y acabó muchas veces cometiendo un error, la consecuencia de competir en el filo de la navaja. Murray se alimentó de eso y le añadió un complemente interesante: defensas antológicas y contraataques fulminantes. La combinación quedó reducida a la nada cuando el suizo creció hasta alcanzar su mejor versión, superlativa y destructiva.
Bordeando las cuatro horas de partido, con el aire empezando a ser un tesoro para los pulmones de los semifinalistas, el desempate de la cuarta manga devolvió a Wawrinka a su estado de trance. Durante ese tie-break, que al final le dio la clasificación para pelear por la copa el domingo, el suizo podría haber chocado con un tren de alta velocidad y habría salido perdiendo la máquina seguro. Eso fue exactamente lo que sintió Murray, desfondando y mentalmente hundido en un pozo.
Así, la quinta manga no sirvió de nada. Wawrinka llegó de un bocado hasta el 5-0 y en un santiamén celebró su pase a la final. Su estadística en en esos partidos no es ninguna broma: el suizo ha ganado los tres que ha jugado hasta ahora. Le espera Nadal, que no conoce lo que es perder un título en Roland Garros (9-0) y que busca una décima copa de récord.
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