A Carlos Moyà se le escapan muy pocas cosas. El ex número uno del mundo, desde la pasada pretemporada uno de los entrenadores de Rafael Nadal, sabe por ejemplo que el campeón de 15 grandes ha conseguido mantener en los primeros seis meses del año el objetivo de no bajar de 150 kilómetros por hora la velocidad con el segundo saque. Conoce, por supuesto, que el número uno del mundo es el jugador con más victorias del año (49) y es capaz de recitar de memoria todos los escenarios que necesita para mantenerse en el trono del circuito cuando acabe el Abierto de los Estados Unidos, que arranca en Nueva York el próximo 28 de agosto. En cualquier caso, la diferencia entre el Moyà que jugaba y el que hoy entrena es poca: su forma de trabajar sigue siendo la misma.
“Normalmente, la imagen que la gente tenía de Carlos es que jugaba mucho de talento, que no era muy trabajador”, explica Nadal a este periódico tras participar en el tradicional Kids’ Day, vestido con la ropa que llevará desde el próximo martes cuando debute en el torneo contra Dusan Lajovic. “Esa es una imagen completamente infundada y muy diferente a la realidad. Carlos es un gran trabajador y una persona que ama el tenis. Por ejemplo, le encantan las estadísticas y las sigue mucho. Es una persona que está implicada con lo que hace, en este caso como entrenador. Siempre está pendiente de los resultados, de las estadísticas, de cosas a las que otros no prestamos atención, yo el primero”, sigue el español, que en los dos minutos que dura la conversación tiene que detenerse a saludar a tres personas distintas en el pasillo de la pista Arthur Ashe. “Y en su etapa como jugador era mucho más así de lo que todo el mundo cree”, se despide el tenista.
“Carlos siempre ha sido un 10 como persona, y porque no se le puede dar más puntuación a nadie”, asegura Benito Pérez-Barbadillo, jefe de prensa de Nadal y uno de los que más relación tuvo con el mallorquín en el circuito, cuando trabajaba en el departamento de comunicación de la ATP. “Es complicado que dentro del mundo del tenis haya alguien que sea más querido y respetado que Moyà porque no hay otro igual. Rafa también, pero Carlos sentó un precedente en su generación y tiene una personalidad distinta a la de Nadal”, prosigue el jerezano. “Es una persona muy estadista, mira mucho los números. Carlos estudia hasta la saciedad. Todo lo que ha hecho en la vida lo ha estudiado meticulosamente. Lee bastante, y eso no es algo habitual en el mundo del deporte. Por ejemplo, para comprarse un ordenador lo mira todo al detalle. Y son los detalles los que terminan marcando la diferencia, provocando un cambio”.
Seis meses después, la llegada de Moyà al banquillo de Nadal ha provocado ese cambio del que habla Pérez-Barbadillo. Dentro de una cadena de factores, en la que el campeón de un grande tiene su parte de culpa, el manacorense ha recuperado el tono competitivo, ha encontrado su mejor versión, ha devuelto su aura de contrario invencible al interior del vestuario y ha vuelto a celebrar un Grand Slam (Roland Garros) y a reconquistar la cima de la clasificación. Casi nada.
“Hay algo muy importante: Rafa y Carlos han tenido mucha de suerte de reencontrarse en esta nueva etapa tras hacerse muy amigos en el circuito”, apunta Joan Bosch, uno de los técnicos que pilotó la carrera de Moyà como jugador, hoy al frente del equipo técnico de la academia de Nadal en Manacor. “Carlos tiene algo vital. Es un agradecido a la vida y ese carácter optimista ayuda a Rafa. Es complicado hacer algo bien si no estás feliz y contento. Y para estar feliz es necesario que las otras 22 horas del día que no estas en la pista te encuentres bien”, reitera. “Carlos es una persona que siempre está bien, muy positiva y sin altibajos emocionales. A un jugador como Nadal, que tiene el nivel de sobra, lo que más marca la diferencia es el detalle, y esos detalles con clave”, cierra el preparador, que en Nueva York acompañó al chileno Garín durante la fase previa.
“He aprendido cosas de todos mis entrenadores”, dice luego Moyà, que durante su carrera ganó 20 títulos, alcanzó el número uno del mundo y logró otras muchas conquistas importantes. “Siempre dudas un poco de cómo es la transición de jugador a técnico, pero las influencias que he tenido me han convertido en el entrenador que soy ahora”, subraya el balear. “Intento fijarme en los detalles, en los números, en toda la información que pueda tener para usarla a favor o en contra. Me gusta mirar estas cosas y también tener una imagen más amplia del jugador, del entreno o de la situación del partido. Creo que el trabajo del técnico va más allá de las dos horas que pasas en pista, va mucho más allá”, sigue el mallorquín. “Estar involucrado emocionalmente es algo obligatorio. El tenista no es una máquina. Tiene sentimientos, días buenos, días malos… todo es influye. Yo soy una persona muy positiva que busca transmitirle confianza a su jugador. Es fundamental que él vea que yo estoy convencido de algo para poder convencerle luego de hacerlo”.
De momento, es algo que ha conseguido: a los 31 años, Nadal ha vuelto a ser el mejor jugador del mundo cuando hace 12 meses no se le pasaba ni por la cabeza. A Moyà, claro, le sucedía todo lo contrario.
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