El resumen fue sencillo. Rafael Nadal jugará el domingo la final en el Masters 1000 de Roma, aunque Novak Djokovic está mucho más cerca de lo que nadie podría haberse imaginado antes del partido que le midió al español. La victoria del campeón de 16 grandes sobre uno de los mayores oponentes de su carrera (7-6 y 6-3) le clasificó para pelear por un octavo título de récord en el Foro Itálico (ante el ganador del Alexander Zverev-Marin Cilic) y le dejó un aviso para Roland Garros (a partir del próximo 27 de mayo en París). Nadal es el principal candidato a la Copa de los Mosqueteros, y eso está claro, pero a Nole le vuelven a arder los ojos y eso quiere decir peligro. [Narración y estadísticas]
“Yo he pasado por momentos mejores y peores, igual que Djokovic”, recordó Nadal, que si el domingo se hace con el trofeo recuperará el número uno del mundo. “En cualquier caso, los dos hemos tenido suerte de tener una carrera muy positiva. Es verdad que Novak ha perdido algunos partidos que quizás no debería, pero lo único que necesita es un poquito de tiempo e ilusión para estar donde tiene que estar porque su nivel así lo manda”, añadió el mallorquín. “Cada semana está mejor y en Roma ha jugado a un nivel muy alto. Seguramente eso es lo que se llevará de aquí. Si yo estuviera en su lugar me iría muy satisfecho, sabiendo que he dado un paso adelante”.
Más de un año después de enfrentarse por última vez (semifinales de Madrid), el reencuentro de la pareja de contrarios se presentó teóricamente desequilibrado, marcado por la diferencia en el estado de forma de ambos. Prácticamente inmejorable uno (Nadal) y en pleno proceso de reconstrucción el otro (Djokovic), el cruce sirvió para comprobar la diferencia real que existe a día de hoy entre dos de los mejores jugadores de todos los tiempos, los que han protagonizado la rivalidad más extensa de la historia (51 partidos con el de Roma), los que se han repartido los títulos importantes del circuito durante más de una década y los que por momentos han conseguido quitarle brillo a Roger Federer, protagonista junto a Nadal de la otra gran batalla del tenis moderno.
Antes de salir a la pista central del Foro Itálico, el aplastante favoritismo del español. Como no podía ser de otra manera, la lógica de los resultados recientes, las dinámicas diametralmente opuestas y el factor clave de la superficie (tierra batida) anticiparon un partido cómodo para Nadal. La reflexión de los expertos fue simple: si en el pasado Djokovic necesitó de una versión superlativa para vencer al balear en arcilla, algo que logró en sus años dorados, ¿cómo podría hacerle daño ahora, atravesando la mayor crisis de su carrera?
La respuesta también se escribió con una facilidad apabullante. Los mejores jugadores de siempre, los que son realmente especiales, están listos para volver en cualquier instante, aunque los síntomas previos apunten en una dirección contraria. Djokovic, desdibujado en el 90% de sus encuentros de este curso, apareció ante Nadal, compitió con inteligencia e incluso algunos minutos jugueteó con los límites de su rival.
Dentro de la evidente situación de desventaja, algo muy cierto: al serbio le habría venido más grande el partido con Nadal en los meses anteriores. Desde su reaparición en el pasado Abierto de Australia, tras más de seis meses alejado de las pistas por una lesión en su codo derecho, Djokovic ha ido de decepción en decepción, sin alcanzar hasta esta semana los cuartos en ninguno de los seis torneos que había jugado, pero ese puñado de derrotas no le han quitado las ganas de seguir intentándolo hasta ver algo de luz, dando pasitos hacia el lugar en el que por talento y condiciones merece estar.
Al inicio, fueron los nervios de Nadal contra Djokovic. Una salida agitada del balear le puso en peligro nada más comenzar, con un 15-40 en el primer juego de la semifinal que salvó apretando el puño. Ese gesto, tan habitual en el español cuando las cosas se pone complicadas, bastó para que todo el mundo comprendiese la importancia del encuentro. Por mucho que el Nole de 2018 no sea el Nole de los 12 títulos del Grand Slam, por mucho que la amenaza que el serbio representó en el pasado sea una caricatura en el presente, Nadal afrontó con el máximo respeto el desafío, y lo que sucedió en la pista confirmó que hacía muy bien en tomárselo así.
Nadal se marchó en el marcador (5-2), pero con la sensación de no tener el control total de un partido en el que Djokovic dijo mucho más de lo que cualquiera podía imaginar. El serbio, que en los torneos previos había mostrado mil fragilidades, construyó su mejor actuación de la temporada precisamente el día de mayor exigencia. Así, y de sopetón, siendo más agresivo que el número dos, el serbio encadenó tres juegos (de 2-5 a 5-5), llevó luego al balear hasta el tie-break de la primera manga y peleó esa muerte súbita con todo lo que tuvo, aunque aún no sea suficiente para llevarse por delante a un contrario como Nadal.
Perder ese primer set tuvo un efecto inmediato y buenísimo en Djokovic. Sin poder contenerse, el serbio le gritó al aire con la mirada encendida, echando humo. Recuperar esa mala baba y aparcar las caras amables es algo que el vestuario venía identificando como una de las prioridades en la recuperación del número 18, que en el segundo parcial cedió un break pronto y vio cómo Nadal lo protegía con uñas y dientes para abrochar el triunfo.
El mallorquín, de vuelta a la final de Roma por primera vez desde 2014 con el tenis de las grandes ocasiones, sigue a mucha distancia de Nole. Al menos por ahora.
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