El genio suda muchísimo, grita como un animal herido y tiene la mirada perdida. Cuando la medianoche llega a Nueva York, Roger Federer está metido en un lío del que no sabe cómo salir. El resumen de la pesadilla es el siguiente: el suizo gana 6-3, 5-4 y 40-15 a John Millman en los octavos de final del Abierto de los Estados Unidos, un partido plácido y totalmente controlado, pero a la una de la madrugada está eliminado del torneo tras dejarse remontar por el australiano (3-6, 7-5, 7-6 y 7-6) en una dolorosa derrota de consecuencias desconocidas. Federer, que se fabrica dos puntos de set en el segundo parcial (5-4 y 40-15), otro en el tercero (6-5 en el tie-break) y una interesante ventaja en el cuarto (4-2) para soñar con sobrevivir, dilapida todas sus opciones con una montaña de imprecisiones: afectado por las condiciones (30 grados y 89% de humedad), el campeón de 20 grandes se marcha a casa desdibujado por los 77 errores no forzados que comete.
Una jugada radiografía el estado de Federer y avisa a su equipo del irremediable desenlace. El suizo se adelanta 4-2 en el cuarto set y cierra el puño tímidamente. Tras mucho tiempo sin oler los saques de Millman, con el pulso ya enredado, ese es un gran paso para empatar de nuevo el partido forzando el quinto parcial. La brecha está abierta, solo hay que mantenerla, pero ni eso es capaz de lograr Federer, que manda una derecha al limbo y estampa a continuación un remate a dos palmos de la red. Ni Ivan Ljubicic ni Severin Lutih, sus dos entrenadores, mueven un músculo de la cara porque saben lo que significa. Un minuto después, el australiano ha recuperado el break y equilibrado de nuevo el marcador (4-4). Media hora más tarde, Millman está en el vestuario celebrando la victoria más importante de su vida.
Al principio, Federer contribuye al show. Esta es la sesión nocturna del torneo, un escaparate deportivo incomparable, y el suizo pone su tenis al servicio del espectáculo, exhibiendo lo más destacado de su repertorio. En un suspiro, Millman está contra las cuerdas porque su contrario le ha ganado la primera manga y saca para hacerse también con la segunda. Eso quiere decir que está todo el pescado vendido, que en menos de una hora el encuentro se ha quedado sin la poca emoción con la que nace, que Federer está pisando la alfombra roja camino de los cuartos en los que le espera Novak Djokovic.
Los aficionados que deciden quedarse un poco más, sin embargo, asisten a un descarrilamiento imprevisible que no se ve venir en ningún momento.
De la nada, el suizo se atrapa al ceder un break sacando por esa segunda manga. Es 5-5, un poco de aire para Millman, la recompensa de estar esperando una oportunidad que llevarse a la boca. El australiano, que jamás ha derrotado a un top-10 (0-10), aterriza en el tramo final del segundo set buscando un poco de diversión y cuando lo gana e iguala el cruce comienza a creer en la victoria que acaba logrando.
Al otro lado de la red, Millman no ve al genio suizo. El Federer que padece el 89% de humedad de la noche, que juega con la camiseta pegada al cuerpo por el sudor y que pide un ventilador para enfriarse en los descansos, no es el tenista alegre y resolutivo de tantas tardes. El australiano le pone arrojo (47 ganadores) y consistencia (28 errores no forzados), pero es el suizo quien cava el agujero en el que termina enterrado.
A partir del segundo parcial, el suizo pierde el control del encuentro y nunca más lo recupera. De error en error, asfixiado por el calor e incapaz de encontrar la solución para un contrario en trayectoria ascendente, Federer colapsa, se apaga y despide. A los 37 años, el campeón deja Nueva York tocado y hundido.
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