La escena parece sacada de Minority Report. Nacho Muñoz, uno de los médicos de la federación española, abre una nevera portátil y saca un chaleco blanco compuesto por bloques de hielo que Rafael Nadal se coloca encima de la camiseta, pegada al cuerpo por el sudor. El tenista podría pasar por un soldado que busca protegerse de las balas en mitad de la guerra, pero el objetivo es otro: probar un remedio fabricado por Nike contra el asfixiante calor que ha regresado a Nueva York y que el lunes deja picos de 35 grados acompañados de un 80% humedad, anticipando un martes todavía peor. El número uno, que se mide a Dominic Thiem en el último turno de la sesión nocturna, se abrocha ese chaleco en los descansos del entrenamiento previo al cruce contra el austríaco e inmediatamente nota cómo baja la temperatura de su cuerpo. Para ganar a Thiem, sin embargo, Nadal sabe que necesita algo más que un invento futurista.
“Como siempre ocurre en este tipo de partidos, ganará el que juegue mejor”, reconoció el campeón de 17 grandes, que domina por 7-3 el cara a cara con su rival, al que nunca se ha medido fuera de una pista de tierra. “Thiem es más especialista en arcilla, igual que yo. No es algo que sea favorable para mí”, continuó el balear. “Es un partido difícil en una superficie en la que no nos hemos enfrentado, pero nos conocemos bien y sabemos cómo jugamos. El que tenga la intensidad más alta y aguante mejor los momentos difíciles será quien tenga más opciones de ganar”, cerró el mallorquín.
“Me gusta la idea de enfrentarnos por primera vez en pista rápida”, aseguró el austríaco, que para llegar al pulso con Nadal necesitó dejar por el camino a Kevin Anderson, finalista de 2017. “Espero sentirme más cómodo en cemento, pero no estoy muy seguro. Para competir contra él necesito tener un buen día, jugar muy bien”, añadió el número nueve del mundo. “Mis victorias frente a Nadal las he conseguido jugando muy rápido y siendo agresivo, pero sin cometer errores. Lo he hecho alguna vez y ha salido bien, pero también puede ocurrir que empiece a cometer muchos fallos y todo se vuelva negro”, adelantó Thiem. “Al final, tiene tanto éxito porque no hay ningún juego rival que encaje con el suyo”.
El lunes por la mañana, Carlos Moyà le pide a Marc López que haga un círculo con conos de plástico en la zona de su revés. A continuación, el ex número uno del mundo se coloca al lado de Nadal y va soltando a toda velocidad una ráfaga de pelotas que el balear golpea con su derecha cruzada hacia el lugar de la pista en el que están las marcas. Es la forma que tiene el tenista de intentar mejorar el drive de apertura hacia el revés del contrario, un tiro que no le ha funcionado en ninguno de los cuatro partidos en el torneo y que necesitará contra Thiem.
Al español, en cualquier caso, le faltan más cosas. Necesita aumentar la velocidad de crucero; ese ritmo infernal con el que ahoga a sus contrarios, perfeccionar la bola intermedia; esa que no es ni ataque ni defensa, el paso previo a soltar un zarpazo, y no ceder a la tentación de ser defensivo y entrar en su zona de confort; eligiendo hacer daño en lugar de cruzarse de brazos a esperar el fallo del contrario.
Por eso, el resumen es sencillo. Nadal tiene dos opciones: dar un salto de nivel y soñar con las semifinales o quedarse igual y acercarse a una eliminación segura.
Noticias relacionadas
- Carla asalta la noche de Sharapova
- Nadal lidera a España ante Francia en la Davis
- Nadal, de susto en susto
- Nadal, líder en resiliencia
- Nadal, a octavos con garra y la rodilla vendada
- Sin buscarlo, Kyrgios también provoca un incendio
- Verdasco y Murray, enfrentados por las reglas
- Muchova agranda la crisis de Muguruza
- Nadal avanza en la noche más salvaje
- Arde Nueva York, sigue el tenis