Arte

De Leningrado a San Petersburgo

El arte de la memoria

16 mayo, 1999 02:00

Estuve dos o tres veces en Leningrado, gracias a la hospitalidad de un buen amigo que trabajaba en la Secretaría de España en Moscú, en el delicioso barrio de las embajadas, palacetes de fin de siglo con exquisitos detalles de artesanía modernista, en callejuelas de nieve helada, hasta que, cada 1º de mayo, los vecinos la pican como mineros y descubren el enlosado practicable... hasta la próxima nevada. El río Moskva grande y poderoso, tras lamer los muros del Kremlin, sigue serpenteando por la gleba, con sus entradas y salidas en el círculo perfecto de la capital, cuyo centro es la Plaza Roja, entre el Kremlin y San Basilio. Como guía cultural (acaudillando a las damas de una institución madrileña) volví dos veces más a Moscú y, en cada viaje, jamás dejé de acercarme a la ciudad de Pedro el Grande, que había perdido su nombre fundacional de Petrogrado en aras del "zar" moderno, Lenin, y pasó a nombrarse Leningrado. Pero llegó la guerra y las nomenclaturas se mudaron, y la ciudad recuperó su nombre, el que le dio su fundador, añadiendo el respetuoso título de los venerables, el "San", y el internacional de las ciudades europeas, "Burgo", con lo que el nombre de Pedro (humilde pescador de Galilea) quedó engarzado entre su título de Santo y la denominación de la ciudad con vocación occidental, "Burgo"; y volvió a atender a las llamadas a San Petersburgo, dejando en el olvido incluso las estatuas de Lenin. Y aunque Moscú sigue siendo la capital (pese a Pedro el Grande) San Petersburgo es la ciudad culta y fina, con sus palacios suntuosos del barroco y del neoclásico, fachadas de columnas colosales, reflejándose en la espesa red de "canaletos", que desembocan en el grande y tortuoso Neva, que rodea la ciudad, nacida capital, y le agrega unas cuantas islas de buen tamaño. Allá surge el asa del pequeño Neva, que lleva hacia el Mar del Norte, regresando a su cauce principal, o abriéndose al puerto marítimo de pasajeros, que nos recuerda que, entre el islote de Pedro y el Elaguin, dando por tierra firme un ajedrezado de calles y canales, estamos en Europa y, como el fundador Pedro, a un salto de Inglaterra. ¡Estamos en Europa! afirmación discutible si la aplicamos a Moscú.
La ciudad tiene un centro, la Fortaleza de Pedro y Pablo, en una isla en el lugar más ancho del Neva, separada de la orilla izquierda por el Estrecho de Kronverk. Su nombre deriva de la iglesia o catedral de San Pedro y San Pablo (Petropavlovski), panteón de los zares que ocupan con sus altas tumbas el centro de la gran nave: un rebaño de treinta sepulcros de mármol blanco, del que se separa la tumba del fundador, Pedro I, junto al altar mayor, protegido por un soberbio iconostasio de 43 iconos, que relucen a expensas de las arañas (de fines del siglo XVIII) de bronce dorado, cristal limpio o teñido de colores vivos. La torre es, como el resto del edificio, del italiano Trezzini (comienzos de ese siglo), y se alza sobre la ciudad con sus 122 metros de altura. En la Rusia tradicional, el lujo es necesidad. Frente a la catedral se yergue la Casa de la Moneda, construída en 1721, y que, hasta nuestros días, sigue fabricando monedas fraccionarias, medallas y hasta emblemas de los cohetes que los rusos enviaron como muestra de su presencia en la Luna, Marte y Venus.
Hay otros edificios menos vistosos que han sido prisiones del Estado, en donde se han alojado, a la fuerza, algunos personajes históricos. La isla, amurallada, tiene dos puertas a sendos puentes, con los nombres de los zares fundadores; la de la derecha hacia la Avenida Kirov, con un gran puente levadizo que conduce a la Casa de Pedro, de aspecto casi popular, desde donde Pedro el Grande vigilaba las construcciones de la isla. Un poco más lejos se abre la confluencia del Pequeño Neva con el Neva mayor, lugar donde sigue anclado el crucero "Aurora", tan conocido a través del cine. Otro puente, en la opuesta esquina de la isla, comunica con el barrio de Petrogrado, del que se pasa a otras islas-urbanas que nos va acercando al "no man’s land" de la orilla del Océano, con playas desiertas ante las que se extiende el Mar del Norte.
Si torcemos a la izquierda, cruzando dos puentes sobre el pequeño y el gran Neva, pasamos por la isla Vasilievski, con el imponente edificio de la Bolsa, entre las dos columnas rostrales, cuyos capiteles se encienden en las noches de fiesta. Otro puente nos deja en el Malecón de Palacio. A nuestra derecha, el enorme edificio del Almirantazgo, doble cuadrángulo, en cuyo centro se levanta, sobre el arco triunfal de la entrada, la cuadrada torre, cuya alta flecha dorada responde a la ya citada de "Petropavlovski", a la otra orilla del Neva. Siguiendo el curso del río viene la Plaza de los Decembristas, y, casi a la orilla, el famoso monumento a Pedro el Grande, con el caballo erguido sobre sus patas traseras, bronce de Falconet (y su nuera) sobre un bloque de granito donde se lee: "Petro primo Catharina secunda, MDCCLXXXII". Y tierra adentro, la enorme catedral de San Isaac, erigida entre 1818 y 1858, planta cuadrada con cuatro pórticos entre enormes columnas. En su centro se alza la torre, suerte de columnata redonda coronada por cúpula en cuyo interior cuelga el famoso "Péndulo de Faucault", que marca la rotación de la Tierra. Los arquitectos extranjeros pudieron realizar los enormes edificios que soñaban desde sus países natales, Francia en el caso de Montferrand. Tras esa mole, se alza el monumento a Nicolás I, mucho mayor que el de Pedro y muy impopular, como lo fue ese soberano, cuya viuda lo mandó erigir (por Montferrand y Clodt) a mediados del XIX. Por detrás pasa el río Moika con el "Puente Azul" que da acceso al Palacio Marinski.

Contracorriente del Neva se suceden los palacios imperiales: el Palacio de Invierno, obra de Rastrelli en 1754, incendiado y reconstruído por Stasov y Briulov, con una fachada al Neva y la opuesta, principal, a la plaza semicircular, con el pórtico de triple arcada y que luce la columna llamada "de Alejandro", cuyo ángel protege a San Petersburgo desde la altura de 25 metros, recuerdo de la resistencia contra la invasión napoleónica de 1812. Sigue el Palacio de la emperatriz Catalina, para sus propias colecciones. Un tercer palacio se distingue por el colosal pórtico sostenido por esclavos gigantescos y monolíticos. El cuarto, es el Cuerpo de Guardia antiguo, que se corta con el campo de Marte y el Jardín de Verano, delicioso lugar en una capital de largos inviernos.
Por todas partes surgen palacios y palacetes, canales y puentes, iglesias y teatros, partiendo de ese abanico de tres avenidas: Mayorov, Dzerzinsky y Nevski. Esta última es la más importante arteria de la capital y que recibe su nombre del Monasterio que señala su fin, con la iglesia donde descansan las cenizas del fundador de la capital, San Alejandro Nevski, rodeada de un jardín funerario de las glorias de las artes rusas. Allá veremos tumbas de literatos, artistas, músicos: desde Gogol hasta Chaikovski. El urbanista del barrio fue el italiano Carlo Rossi, autor del palacio del príncipe Miguel (hoy Museo Nacional Ruso) y de su propia casa, en la calle Rossi de 220 metros de larga, 22 de altura de sus casas y 22 de ancha. La Perfección de la geometría.