Arte

Arte tribal antiguo

12 diciembre, 1999 01:00

Galería Arte y Ritual. Valenzuela, 7. Madrid. Hasta el 28 de enero. De 60.000 a 3.000.000 pesetas

Podemos aprender algo de esta muestra: un arte hecho a medida del hombre, humilde o grandioso, pero capaz de expresar lo invisible e inefable

Hay dos miradas, al menos, con las que contemplar esta exposición. Una es la historiográfica, con la que vemos estas piezas como un testimonio de la importancia que ha tenido para el arte moderno el arte primitivo. Sabemos que fueron Derain y Vlaminck los primeros artistas que, en la primera década de este siglo, se sintieron fascinados por una máscara fang procedente de Gabón y poco tiempo después les pasaría lo mismo a Picasso y Matisse con una estatuilla vili congoleña que les mostró un trapero parisino. Las instituciones artísticas pagan ahora esta deuda con exposiciones tan ambiciosas como la celebrada en 1984 en el MOMA neoyorkino: Primitivism in XX Century Art o en nuestro país con las aún recientes del arte de Nigeria, en la Caixa, o de las Cicladas, en el Reina Sofía. El arte "primitivo" parece estar desplazando al arte de los "primitivos" -como se denomina a los artistas europeos anteriores al Renacimiento- en el papel de antecedente inmediato del arte actual que, en efecto, puede parecernos hijo del africano y sólo pariente lejano del gótico europeo. Que estas exposiciones se celebren en espacios como los indicados y no en museos antropológicos o etnográficos sirve, creo yo, para subrayar que es a través del arte moderno como mejor se aprecia la belleza de estas piezas. Indudablemente, además de estar guiadas por una intención "genealógica", este tipo de exposiciones son también un efecto colateral de las teorías posmodernas, que han roto el canon eurocéntrico de belleza y han mostrado disposición a apreciar otros más remotos y extravagantes.

Un planteamiento de este tipo, que relaciona el arte primitivo con el moderno, es el que parece se quiere propugnar en esta exposición. En ella podemos ver obras verdaderamente notables, por su belleza y su pedigrí: una proa de canoa ceremonial procedente de las Molucas, traída a Europa a principios de siglo o un tótem de casi tres metros de altura originario de Papúa. Por no hablar de las cortezas pintadas también pepuásicas, que, según parece, inspiraron ciertas obras de Miró; o de un cuenco espectacular, utilizado como dote matrimonial en las Islas Almirantazgo. Entre las piezas africanas destacan las figuras de terracota de la cultura Nok, estraídas de excavaciones nigerianas que datan del siglo III AC. En fin, no es posible enumerar las estatuillas, tambores, máscaras y bastones, y en todo caso, la belleza no es cuantificable. Decía al principio que cabía también otra perspectiva para enfrentarnos a estas obras, una perspectiva antitética a la expuesta. Porque no deja de resultar algo así como desintoxicante visitar esta galería tras haber recorrido unas cuantas exposiciones de arte. Nos sirve al menos para comprobar lo que se ha ganado y lo que se ha perdido desde que el arte ha dejado de ser útil, los artistas son genios individuales y la máxima aspiración es la originalidad. Sin duda se han ganado algunas cosas. Entre las que se han perdido está la posibilidad de vivir en un medio armónico, la confianza de cualquier individuo en su capacidad para crear belleza y la vigencia de un lenguaje plástico común y significativo.

Creo que a estas alturas de siglo, simétricamente al descubrimiento de la pureza formal que atrajo a los artistas de las primeras vanguardias, podemos nosotros aprender algo de su esencia: un arte hecho a medida del hombre y para su propia satisfacción, humilde o grandioso, pero capaz de expresar a través suyo lo invisible y lo inefable. Que además, a individuos de culturas tan distintas como somos nosotros estos artefactos nos parezcan hermosos, debe hacernos reflexionar acerca de lo mucho que tenemos en común o acerca de lo acertado de su representación de lo desconocido.