En el caserío de dos grandes maestros
El 8 de mayo se inaugura la Fundación Oteiza, obra póstuma de Sáenz de Oíza
8 mayo, 2003 02:00Interior de la Fundación Oteiza
La Basílica de Nuestra Señora de Aránzazu (1950-1954) en Oñate, Guipúzcoa, fue la primera obra de gran repercusión construida por el maestro navarro Sáenz de Oíza (contaba entonces con 32 años) y provocó en su día una ardiente polémica, pasando por no pocas difi- cultades hasta su finalización. Dificultades por las que ha pasado también este proyecto que tiene su origen en febrero de 1992 con la donación al pueblo de Navarra de la obra del escultor recientemente fallecido y que, por su expreso deseo, se encarga a su colaborador y amigo arquitecto durante tantos años.Oíza estuvo rodeado entonces por un grupo de artistas colaboradores de la talla de Luis Laorga, Pascual de Lara, Lucio Muñoz, Eduardo Chillida, Néstor de Basterrechea, y Jorge Oteiza que realizó el friso de 14 apóstoles de la fachada principal. Aránzazu es una gran nave vacía iluminada tenuemente por una serie lineal de lucernarios situados en la parte alta de los laterales de la nave, creando un espacio de sombra.
Ahora se abre la Fundación Oteiza (1992-2003), en Alzuza, Navarra, obra póstuma de Sáenz de Oíza, finalizada por dos de sus hijos arquitectos, Marisa y Vicente Sáenz Guerra. Estas dos obras, la Basílica y la Fundación, están separadas por 50 años entre sí y, sin embargo, se encuentran en el mismo punto de un círculo que, finalmente, se cierra.
Cierra una trayectoria llena de intensidad y esfuerzo, llena de inteligencia, que quiere volver al inicio, pues en este proyecto Oíza evoca el túnel en el que Oteiza trabajó durante la construcción de Aránzazu, y así se lo hace saber al escultor en una de sus primeras cartas. Cierra un espacio en torno a la casa y estudio del escultor con un gran cajón de hormigón -cuánto le gustaban a Oíza los cajones, donde todo es posible, donde no se sabe qué hay dentro- y una serie de plataformas que van resolviendo el contacto con el terreno de pronunciada pendiente.
La Fundación "es como una piedra que se apoya sobre el paisaje, en ella entra la luz, y desde ella se divisa Pamplona" -dice Oíza-, una piedra que se vacía. El espacio que ocupa el vacío es lo realmente importante en la obra de Oteiza, de ahí la voluntad de hacer que la arquitectura casi desaparezca, que sea nada, un espacio vacío, en penumbra y silencioso, que albergue el vacío con el que Oteiza construyó su pensamiento y su obra. Un espacio sencillo pero complejo en las relaciones que se establecen con la luz, la materia y la escala, que sólo en su recorrido se logrará entender con plenitud.
Para Oíza la Arquitectura es una secuencia de relaciones espaciales en el tiempo, fruto de una experiencia de espacios anteriores y una promesa de espacios por ver. La Fundación Oteiza es una verdadera promenade architectural corbuseriana: a través de rampas o pasarelas, espacios comprimidos, verticales, relacionados con el exterior, volcados en sí mismos, umbrales, espacios de luz y color, vacíos de sombra, huecos por donde mirar y por donde te miran, desde arriba, desde abajo... todo es posible en un cajón.
El espacio principal, un vacío de 33 x 6,6 x 7,20 metros, de suelo y techo negros, de muros rojos de hormigón, está rodeado por diferentes salas que toman la luz por imponentes y esculturales lucernarios orientados todos al sur pero que, gracias a su posición -uno regular y lineal en el lado norte, adosado al lateral de un muro, y los otros tres, irregulares y aislados en el lado sur-, provocan unos efectos de luz directa o reflejada muy interesantes en el vacío principal que rodean, vacío que, además, es atravesado en sus extremos por sendas pasarelas que comunican entre sí las salas laterales adyacentes.
La luz que atraviesa los vanos que se abren en los muros, en un orden aparentemente aleatorio que quiere recordar la imagen de los huecos de diferentes proporciones y espesores tan comunes en los caseríos vasco-navarros, hacen de este espacio central un lugar de sombra difusa y tamizada, desde el que se puede contemplar, gracias a una abertura pegada al suelo en uno de sus extremos menores, el paisaje del Valle de Egöés. El círculo que se cierra, abre sus puertas.