Santiago Sierra, de la forma a la utopía
Santiago Sierra
A más de uno le puede resultar paradójico, pero en mi opinión existe un nexo entre la abstracción geométrica, que caracteriza de modo tan central las propuestas constructivistas y minimalistas del arte de nuestro tiempo, y la trayectoria rebelde e iconoclasta de Santiago Sierra (Madrid, 1966). Tras terminar en 1989 sus estudios de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid, Sierra comienza a desarrollar una serie de propuestas que tienen a la vez el carácter de piezas escultóricas y de intervenciones espaciales. Cuadrados, rectángulos o cilindros, formas básicas en la abstracción geométrica, son los elementos recurrentes de unas obras que no se sitúan, sin embargo, en un universo inmaterial, sino en el ámbito de la construcción industrial y de la albañilería, en el terreno de la producción material del espacio, donde vive y se desplaza la gente. Las figuras geométricas adquieren un registro subversivo al anclarse en la materialidad cotidiana: contenedores de uso industrial, muros y suelos cortados, trozos de calle arrancada, o incluso la mancha de pintura negra sobre un lugar urbano residual que, según palabras del propio Sierra, "extremaba la fealdad del lugar y su carácter inhospitalario".Después de instalarse en México, a partir de 1995, su obra adquiere una radicalidad en sus acciones que lleva a que algunos le consideren un agitador. Piezas que impiden o dificultan el desplazamiento en lugares públicos, o acciones del signo más diverso que suelen tener como hilo de continuidad pagar a personas para que se dejen tatuar o realicen tareas que el plano sentido común considera absurdas. Líneas trazadas en las espaldas de prostitutas heroinómanas, bloques de hormigón desplazados de un lado para otro, personas encerradas en cajas de cartón o en la bodega de un barco, otras que impiden el acceso a un museo, diez hombres masturbándose... La dureza y visceralidad de las obras de Sierra, que a la vez ponen continuamente de manifiesto la falsa consciencia de todo aquel que pretende ignorar la dureza e inhumanidad de las condiciones de vida y trabajo de tantos seres humanos en el mundo de hoy, se hace evidente.
La verdad, no está mal que el arte asuma una tarea de agitación en estas sociedades durmientes y cínicas de nuestros días. Pero, además de ese aspecto, de esa dimensión moral, la obra de Sierra busca siempre una dimensión constructiva y analítica que enriquece su fuerza expresiva, que la dota de densidad artística. Aun en las acciones o intervenciones espaciales más viscerales, en los cuerpos humanos o en el tejido desgarrado de la ciudad, Santiago Sierra mantiene una presencia nostálgica de la buena forma, fundamentalmente de la forma geométrica, que vuelve a nosotros distorsionada, escindida, mostrando la insuperable distancia que media entre la realidad y el deseo. Estamos ante una poética de las huellas y los restos materiales, que sitúa ante nuestros ojos el destello inicial de la utopía. Un destello que tiene siempre su comienzo en la oscuridad del ahora, en la dureza inmediata del presente.