Image: España: presencias y reflexiones

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Arte

España: presencias y reflexiones

50 Bienal de Venecia

26 junio, 2003 02:00

Entrada del Pabellón con el nombre de España cubierto

Que hablen de mí, aunque sea bien, solía decir Salvador Dalí. Y, desde luego, no cabe duda de que la propuesta del Pabellón de España en la Bienal de Venecia ha dado lugar al mayor número de comentarios y reacciones que una presentación oficial de nuestro arte haya alcanzado en las últimas décadas. No han abundado, sin embargo, los análisis específicos de la obra de Santiago Sierra que, en mi opinión, es una de las propuestas más rotundas e inteligentes de esta Bienal tan fallida. Naturalmente, es preciso argumentar esa opinión.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que el arte de nuestro tiempo no se rige ya por criterios de perfección formal u ornamental. En el universo global de la imagen en el que hoy vivimos, los artistas realizan una tarea de apropiación y cuestionamiento que permite desvelar los tópicos y las injusticias, situando al arte ante sus responsabilidades analíticas y morales. Por ahí discurre el sentido de la acción de Santiago Sierra. En una de las plataformas más proclives al vaciamiento del arte en el mero espectáculo, Sierra, en coherencia con toda su trayectoria, renuncia a una propuesta esteticista para llevarnos a una obra que tiene como eje el núcleo estético de las artes plásticas: cuáles son las condiciones de la visión.

El plástico negro que, toscamente, recubre el nombre España en el frontón del pabellón, es una metáfora visual que sugiere la necesidad de borrar toda idea de nacionalismo excluyente. Pero esa metáfora se refuerza y se prolonga en su contraste dialéctico con la imposibilidad de acceder al interior del pabellón si no es portando un documento oficial de identidad española. De este modo, la propuesta incide en uno de los aspectos más acuciantes del mundo de hoy: el carácter excluyente de las fronteras. De toda frontera. No es ya sólo que no podamos ver: porque, además, no hay otra cosa que ver sino el espacio vacío, el recinto de la exclusión. Sino que, además, tampoco podemos entrar.

Lo interesante es que las propias pautas de la obra, con los policías exigiendo formalmente la presentación de la documentación, desvelan las líneas de actuación del poder: nadie escapa a su filtro. O se acepta el control policial, o se intenta burlar (los más despiertos lo consiguieron utilizando el documento de otros), o se reacciona con una fuerza superior (como demuestra el caso de nuestro embajador, entrando con sus escoltas y rechazando airadamente identificarse). La obra de Santiago Sierra conmueve y da que pensar. Nos hace patente el carácter inhumano de toda forma de exclusión del otro. Nos hace ver que el muro realmente infranqueable es el que se alza en la cabeza y en el corazón de las mentalidades egoístas y cerradas. Dibuja ante nosotros, en fin, el trazado ideal de una humanidad sin muros ni fronteras.

Además del pabellón, hay también otra exposición oficial española: la muestra Bad Boys, que se presenta dentro del edificio veneciano de correos, muy próximo al Puente de Rialto. Es una propuesta en principio muy interesante, pero que decepciona en su realización. Agustín Pérez Rubio, el comisario de la misma, ha seleccionado obras de vídeo, muy recientes o de nueva elaboración, de siete jóvenes artistas: Manu Arregui, Carles Congost, Jon Mikel Euba, Joan Morey, Sergio Prego, Pepo Salazar y Fernando Sánchez Castillo. Pérez Rubio indica que lo que da unidad a la muestra no es el soporte utilizado, sino el concepto de la misma, que gira en torno a cuestiones como: ¿Qué les interesa a los chicos de hoy?, ¿existe un cuestionamiento de la masculinidad?, o ¿qué les lleva a tener esta "mala leche"?

En mi opinión, ese sustrato no se articula adecuadamente en las obras elegidas. Uno tiene la sensación de que Pérez Rubio ha otorgado algo así como una prima de representación a una estética gay muy concreta, no suficientemente elaborada desde un punto de vista artístico, que deja como descolocadas o fuera de lugar las obras, excelentes, de Euba, Prego, Salazar o Sánchez Castillo. En casi todas las demás falta humor, así como construcción y distanciamiento plásticos, y sobra en cambio solemnidad.