Image: Los mil tonos de azul de Yves Klein

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Exposiciones

Los mil tonos de azul de Yves Klein

3 febrero, 2005 01:00

Antropometría, Sin título (ANT 101), 1960

Museo Guggenheim Bilbao. Comisario: Olivier Berggruen. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 2 de mayo

"Larga vida a lo inmaterial". Así terminaba Yves Klein su conferencia en el hotel Chelsea, de Nueva York, en 1961, en la que repasaba sus logros artísticos: la pintura sin pincel, la pintura inmaterial, la arquitectura del aire, esculpir el fuego y el agua. Toda una revisión de las concepciones tradicionales de la actividad artística realizada en tan sólo siete años, en una vida que se vio truncada, prematuramente, a los 34 años de edad por un ataque de corazón.

La obra de Klein es una cuestión de límites y de su superación. Pero tanto de los límites superiores como de los umbrales de la obra de arte. En el manifiesto del Chelsea imagina al artista del futuro como el "autor de una obra que carecería de toda noción de dimensión". Una obra que sería constantemente recreada en la memoria de los visitantes de las galerías y los museos. Su concepción de la pintura y la escultura va más allá del concepto de especificidad de Clement Greenberg. Sus monocromos aspiran incluso a hacernos olvidar la idea de "planeidad" inherente al cuadro para quedarse en la pura esencia del color. Una esencia de la que cada una de sus obras no sería sino una réplica material, tan imprescindible para la percepción como imperfecta por su materialidad misma.

Nacido en la Costa Azul francesa, Klein tuvo como primera actividad profesional el judo, deporte cuya práctica le llevó, tras el fracasado intento de convertirse en presidente de la Federación francesa, a trasladarse a España para dar clases de esa disciplina, de la que extrae, en parte, las raíces de su pensamiento artístico. Su primera exposición se produjo en 1955, con la presentación de su Expresión del universo de color naranja plomo, en el Salon de Réalités Nouvelles, rechazado porque "un único color no era suficiente para construir una pintura". En sus obras, Klein elimina todo rastro de la mano del pintor y esto, incluso para el expresionismo abstracto, era demasiado pedir.

La variedad cromática de naranjas, dorados rojos, verdes y azules fue reduciéndose hacia este último color, que patentó en 1956. Un profundo azul ultramar, con una longitud de onda de 458,96 nanómetros, al que bautizó como IKB (International Klein Blue) y que se convertiría en materia prima y, a la vez, distintivo de su obra. La exposición recoge algunas de sus primeras pinturas monocromas y una increíble selección de sus relieves y esculturas de esponja, que demuestran no sólo la fuerza de ese color, que materialmente vibra por la acción de la luz, sino la vida de los soportes elegidos. Una misma mesa de exhibición alberga una amplia variedad de tonos del IKB original, resultado, inesperado, de la historia de cada una de las piezas.

En el segundo espacio destinado a la muestra se reúnen las antropometrías y las pinturas de fuego. Piezas cuidadosamente desarrolladas en lo conceptual, que parten de la eliminación de la traza, la acción directa del pintor sobre el lienzo, sustituyéndola por lo que Klein denominó "pinceles vivientes". Modelos que, con su cuerpo embadurnado en pintura y siguiendo las instrucciones del artista y la inspiración de su música monotonal, marcaban la superficie del lienzo con la impresión de sus cuerpos. Con ello une en una sola obra los dos principios de la pintura: la reproducción y la marca. Sus lienzos son el resultado de un proceso, como en la pintura gestual del expresionismo abstracto, pero un proceso en el que el pintor se mantiene a distancia.

Del mismo modo, las pinturas de fuego son el resultado de una interacción, la que se produce entre los materiales y la acción imprevisible del fuego. Algunos críticos han considerado estas pinturas como una vuelta a un tachisme convencional por métodos poco convencionales, al igual que sus cosmogonías, también presentes en la exposición, en las que la obra se somete a la acción no controlable de un elemento externo.

Desde luego, el valor de Klein reside en esa falta de convencionalismo. Y en la teatralidad aplicada a la presentación y la realización en público de sus obras. Los happenings en los que las modelos iban produciendo sus cuadros, o las transacciones de los espacios inmateriales de sensibilidad, en las que los coleccionistas recibían un certificado a cambio de oro. Certificado que debía ser destruido como compleción de la obra. Larga vida a lo inmaterial.