Series
Tengo que confesar que en estos tiempos de confinamiento me han pasado dos cosas que no sé si considerar importantes: una, me siento muy bien recluido en mi casa, y dos, me ha ganado una pereza absoluta
El novelista colombiano Rafael-Humberto Moreno Durán, a quien sus amigos llamábamos RH positivo, por su sentido del humor y su ingenio mordaz, contaba a veces en sus conferencias un episodio que él decía haberle sucedido cuando era un niño en el colegio. Un día, durante una clase en ese colegio, el profesor les explicó a sus alumnos los elementos necesarios para escribir una novela. "Religión, nobleza, sexo y enigma", dijo. Después, les pidió a esos mismos alumnos que, dentro de una semana, trajeran su "novela", sus trabajos escritos con esos cuatro elementos fundamentales de la novela. Pasado ese tiempo, pidió a sus alumnos que le leyeran sus trabajos. Sólo uno de ellos se atrevió a hacerlo. " -¡Ay, Dios mío! -dijo la señora marquesa-, estoy embarazada y no sé de quién", leyó el muchacho ante la sorpresa del profesor y la carcajada de sus compañeros. Y luego justificó su texto novelesco, según los elementos fundamentales de la novela. "¡Ay, Dios mío!, religión; dijo la señora marquesa, nobleza; estoy embarazada, sexo, y no sé de quién, enigma". El éxito del cuento ha corrido con mucha fortuna en estos años y ya está corriendo también, con el mismo triunfo, por las redes sociales, atribuido a este o al otro escritor, según convenga a quien lo cuente.
Tengo que confesar ahora, aunque no interese a casi nadie, que en estos tiempos de confinamiento me han pasado dos cosas que no sé si considerar importantes: una, me siento muy bien recluido en mi casa, como si mi casa fuera el mundo en el que vivir la vida que me queda y reflexionar sobre la vida pasada; y dos, me ha ganado en este tiempo una pereza absoluta. Leo poco, escribo poquísimo (casi ni puedo), duermo y reflexiono mucho. Me da pereza hasta encender con el mando la televisión que, dicho sea de paso, veo muy poco: un telediario (al día) y películas, muchas películas y, sobre todo, series. Series de televisión: la moda de hace tiempo. No tendría que sorprenderme mucho, pero a veces lo hago, y por eso me he acordado del cuento de Rafael-Humberto Moreno Durán en estos días: porque estas series que inundan el mercado y el tiempo de los canales de televisión son todas como el relato del colombiano. Están hechas siempre en torno a cuatro elementos y, tal vez, esos elementos contienen uno más: la violencia hasta la muerte. Me había dicho algunos amigos escritores que las series son adictivas, que están fabricadas para crear esclavos que no se mueven del sillón con los ojos fijos en la pantalla encendida mientras los episodios van pasando uno tras otro, se repiten, inventan truculencias y caminan hacia un final en el que toda la historia suele desinflarse poco a poco hasta agotarse.
Recuerdo que, en los años buenos, el novelista venezolano Salvador Garmendia contaba cómo había pasado de escribir buenos cuentos y novelas literarias, convincentes y rigurosas desde todos los puntos de vista, a escribir para las telenovelas entonces en boga. Contaba la angustia que pasaba día a día inventando episodios y diálogos que por sí mismos eran absurdos, y a veces también en su contexto, pero que "convenían" a la "serie", al capítulo tal o cual de la telenovela. La angustias venía porque el tiempo era corto para entregar el trabajo y la gula de la televisión era absoluta e irreversible: cuando parecía que el escritor podía dedicarse a descansar unas horas, la llamada telefónica le recordaba que en la televisión estaban esperando sus textos recién escritos para rodarlos y darlos a devorar a un público mayoritario. ¡El horror, el horror!
En estos meses, en efecto, me ha ganado la pereza, el dolce far niente, per niente, niente, niente: nada en absoluto. Y lo extraño del caso es que no me canso. Tampoco de pensar, mientras fumo embebido viendo estas series de televisión y tratando de descubrir por anticipado el enigma que encierra el suspense de los capítulos y califico el talento de los guionistas. Alimentar al monstruo de la televisión con horas y horas de cansancio me parece un trabajo asombroso, hercúleo, al que no me hubiera dedicado nunca. La escritura literaria requiere tiempos, descansos, reposos, tedios, repeticiones, volver a escribir una y otra vez el mismo texto, corregir, corregir, corregir. Las urgencias en la literatura suelen ser malas compañeras y escribir deprisa y publicar lo escrito antes de tiempo es uno de los errores más grandes que cometemos los escritores. Es leyenda que Hemingway escribió más de treinta veces el final de su novela Adiós a las armas, pero si no es verdad está bien trovado y trabajado. Otro escritor, de serie B, falso aventurero y fantasma mayor de novelas comerciales, escribía tres finales de cada una de sus numerosas novelas publicadas para que "los comerciales" eligieran en efecto la más vendible. De modo que eran los "vendedores de libros" los que elegían el final de la novela. En fin, lamentable. Pero así somos, algunos más que otros, viendo series o sin verlas, jugando mientras escribimos con enigmas, sexos, violencia (mi añadido), nobleza y religión... Como en las series tan de moda en televisión.