Brutalidad y justicia
Existen esos cineastas capaces de fabricar maravillosas películas visionarias que desafían las leyes de la narrativa y la cinematografía, personajes como Tarantino, Lars Von Trier, Almodóvar o David Lynch que son capaces de maravillarnos con su cine rupturista que busca la vanguardia. Existe también ese otro cine que hunde sus raíces en la literatura del siglo XIX que tuvo en David Lean a su cineasta más dotado, ese cine grandioso, épico, romántico e incluso sentimental en el que las convulsiones históricas corren parejas a las pasiones volcánicas.
Un asunto real, película danesa dirigida por Nikolaj Arcel que acaba de llegar a nuestras pantallas con notable éxito de público, es un ejemplo perfecto de ese cine decimonónico, por otra tan difícil de hacer bien. La película cuenta un pedazo fundamental de la historia de Dinamarca, a finales del siglo XVIII, el país se debate, como toda Europa, entre el absolutismo y los nuevos aires ilustrados. Cristian, un rey frívolo, infantil pero con buen fondo se casa con Catalina, una princesa inglesa que lo desprecia. La figura fundamental termina siendo Struensse, un revolucionario que logra infiltrarse en la corte y cambiar el sistema desde dentro.
Todo funciona en esta espléndida película. Los tres personajes principales, perfectamente interpretados y dibujados (a Struensse lo interpreta el conocido Mads Mikkelsen), trenzan un drama shakespeariano sobre las luchas de poder en una nueva reinterpretación del eterno conflicto entre el bien (la ilustración) y el mal (el absolutismo). Arcel recrea la época con un grado de realidad asombroso que no elude el preciosismo que emana del brutal lujo en el que vivía la monarquía de la época. Al final, la película acaba planteando el clásico dilema entre la razón personal y la razón de Estado, como en toda tragedia que se precie, el corazón colisiona con los grandes intereses de una época que nadie alcanza a comprender y superar cuando la vive.
Un asunto real es una extraordinaria película que te deja hecho polvo. La figura de Struensse, ese hombre en el que el arribismo y el idealismo corren parejos, es lo más fascinante del filme. El revolucionario, como un precursor del pacifismo, pretende cambiar el sistema sin sangre, siendo su nobleza y su ingenuidad la propia causa de su caída. Lo que duele de Un asunto real es la imagen tan nítida y clarividente que ofrece de la injusticia en todo su esplendor, ese hombre masacrado por los mismos que honestamente trató de defender. La lección es que cada época tiene sus mártires y que para los contemporáneos siempre resulta muy complicado distinguir a los buenos de los malos. Me pregunto a cuántos ensalzamos hoy y a cuantos ninguneamos y cuál será el veredicto que ofrezcan de esta época los artistas del futuro.