'Reacher': hostias como panes
Jack Reacher se dedica a aniquilar sicarios venezolanos y a batirse en duelo con villanos de opereta
Como suele suceder con esos personajes literarios bendecidos por la memoria colectiva con el don de la posteridad, su traslación a la pantalla queda ligada no tanto al nombre de los artífices que hicieron posible el paso de la letra a las imágenes como al de los actores que los encarnaron. Así, tenemos el Drácula de Bela Lugosi o el de Christopher Lee, el Sherlock Holmes de Basil Rathbone o el de Jeremy Brett, el James Bond de Sean Connery o el de Daniel Craig. En la Tercera División de la Liga de los mitos literarios, la misma en la que está Jack Ryan (¿el de Alec Baldwin, el de Harrison Ford, el de Ben Affleck, el de Chris Pine o el de John Krasinski?), figura Jack Reacher, excomandante de la Policía Militar reconvertido en una versión errabunda de The Equalizer (Michael Sloan & Richard Lindhelm, 1985-1989) por el escritor británico Lee Child, alguien con un estilo poco dado a la concreción, con tendencia a excesos descriptivos propios de inventario de grandes almacenes (véase el arranque de Un disparo: “Alcanzó la base del muro y se extendió en el suelo, presionando con fuerza contra el hormigón. A continuación, se incorporó hasta adoptar la posición de sentado. Luego se puso de rodillas. Dobló la pierna derecha contra el suelo...”).
Child dibuja al protagonista de sus novelas tal que así: “Reacher se miró en el viejo espejo manchado. Un metro noventa, ciento veinticinco kilos, las manos tan grandes como pavos congelados, peludo, sin afeitar, los puños de la camisa arremangados rotos en los antebrazos como el monstruo de Frankenstein”. La legión de fans de la saga puso el grito en el cielo cuando Tom Cruise y sus escasos 1,70 salieron a anunciar que interpretarían a un tipo que no desentonaría en un equipo de la NFL. Sin entrar a valorar la adaptación que Christopher McQuarrie hizo de la novena entrega de la serie, la ya citada Un disparo -bastante mejor escrita que el original, dicho sea de paso- ni la segunda incursión de Cruise en el papel -Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás (Edward Zwick, 2016) -, la elección de Alan Ritchson -1,88 de altura, 106 kilos, aumentó 13 para hacer el papel, y un cuerpo moldeado en talleres Bernini- para incorporar al personaje en la versión seriada que Prime Video estrenó el pasado 4 de febrero se antojaba más lógica atendiendo a las características físicas que el autor le asignó a ese híbrido entre el John Matrix (Arnold Schwarzenegger) de Comando (Mark L. Lester, 1985) y el ya mentado Sherlock Holmes. Así pues, entre el Reacher de Cruise y el de Ritchson, el segundo gana por, al menos, un cuerpo de ventaja.
La teleficción producida por Skydance, que tendrá segunda temporada, adapta la primera novela de la colección, Zona peligrosa (1997), con la firme intención de proporcionar el mismo grado de entretenimiento que el texto original (Child ha entretenido a mucha gente a lo largo de los últimos 25 años, de ahí su longevidad literaria, por más que quien esto firma no se encuentre entre sus admiradores). El argumento, enrevesado como una anaconda con gastroenteritis, arranca con una premisa sencilla: Reacher, un tipo que recorre Estados Unidos con un cepillo de dientes, un par de cientos de dólares y el pasaporte como único equipaje, llega al pequeño pueblo de Margrave, Georgia, arrastrado por su pasión por el bluesman Blind Blake, fallecido en esa localidad de apenas 1.700 habitantes. Cuando su culo apenas ha calentado la silla del dinner en el que pretende desayunar, es detenido por la policía y acusado de asesinato.
Al final de 'Bienvenido a Margrave' (1.01) se revelará que el cadáver que, supuestamente, ha fabricado nuestro desafortunado héroe no es otro que el de su propio hermano Joe, agente de la División de Falsificación del Departamento del Tesoro. La investigación, que Reacher inicia obligado por el comisario Oscar Finlay (Malcolm Goodwin), deviene un cruce entre historia de venganza, relato de la corrupción institucional de perfil bajo y crónica del funcionamiento de una paraindustria que se dedica a la fabricación de moneda falsa a gran escala. No se trata aquí de cartografiar el mapa de tramas de la serie creada por Nick Santora, si bien, llegado el momento, señalaremos algunas de las debilidades de un guion en el que la acumulación de sucesos disimula sus inconsistencias (sí, habrá spoilers, y gordos). Pero antes de sacar el bisturí, empapemos la herida futura con el alcohol de la indulgencia y convengamos que la teleserie funciona y lo hace por varios motivos.
1) La mezcla entre el laconismo y la locuacidad deductiva de Reacher, alguien que se pasa minutos sin hablar y que, cuando tiene algo que decir, es para poner en evidencia a su interlocutor, a veces de modo ofensivo, otras para llevárselo al huerto. Ejemplos: habla por primera vez durante el interrogatorio al que lo somete el comisario Finlay y solo abre la boca para, a partir de un puñado de detalles, describir cómo se produjo el asesinato del que se le acusa. Apenas un par de secuencias después, al más puro estilo holmesiano, le dirá al jefe de policía quién es, de donde viene y cuáles son sus problemas, partiendo de la simple observación de sus ademanes y su atuendo. El uso del método deductivo, que parte de la asimetría informativa (el personaje sabe más que los espectadores), casi siempre pone a reptar al gusanillo de nuestra de atención: cuando, en ‘Papel’ (1.06), Reacher entra a una comisaría y busca al policía idóneo para que custodie a una testigo que corre el riesgo de convertirse en abono para cipreses, la realización nos muestra distintos planos detalle de los agentes que pululan por las oficinas. Posteriormente, el mazado protagonista (nos) explicará el porqué de su elección, como si sus palabras fueran la línea que une esos puntitos con forma de inserto que vimos al inicio del bloque secuencial. La impertérrita interpretación de Ritchson, con esa modulación de autómata de última generación incorporada al chasis de la última versión de Terminator, ayuda.
2) Las secuencias de acción. Cuando las palabras no surten efecto, está bien tener unos bíceps del tamaño de un balón medicinal. Y de gusto ver a Ritcshon repartir hostias como un párroco al que se le han acumulado las comuniones por la pandemia. A la imponencia física del actor de Dakota del Norte (si abre los brazos puede abrazar Dakota del Sur) hay que sumar la explicitud de la violencia – es como asistir a la pesadilla de un traumatólogo – y un montaje sincopado que, no obstante, permite ver la evolución de los intérpretes y seguir la acción, sin llegar a los alardes coreográficos de películas como John Wick (Chad Stahelski & David Leitch, 2014) pero sin bombardearnos las retinas con planos de un milisegundo como Michael Bay. Por recuperar uno de los motivos típicos del cine de acción de los 80 -con el que Reacher tiene bastantes similitudes- me quedo con la larga secuencia en el interior de la casa de Paul Hubble (Marc Bendavid), en la que el exmilitar, al que lo de ex le ensucia el nombre porque podría irse mañana mismo a capturar él solo a los líderes del ISIS con un trozo de hilo dental y un palillo mondadientes, se pule a un pelotón de sicarios bien adiestrados, pero mal prevenidos (¿se acuerdan del final de Comando? Pues eso).
3) Los diálogos. Las pullas, entre irónicas y sarcásticas, entre Reacher y Finlay son continuas: a propósito de sus opuestos gustos musicales, de las diferencias físicas entre ambos (todas las bromas habidas y por haber sobre el torso de Ritchson están contenidas en la propia serie), del modo de encarar el trabajo policial,… Un toma y daca continuo y divertido, un bálsamo que ayuda a rebajar tanta tensión y que encuentra su mejor expresión en frases lapidarias del tipo “the only thing up my ass right now is you. So if you think you can perform the inspection without getting seriously injured, go for it”.
3) La química entre los actores. Las bromas entre Reacher y Finlay surten efecto porque existe entendimiento entre los actores, entregados a dos roles que dan fuste a una subtrama propia de una buddy movie. Esa armonía se extiende a todos los ayudantes que acompañan al exsoldado en su primera aventura. Willa Fitzgerald está magnífica en la piel de la agente Roscoe Conklin, por su talento para medir las réplicas y para mostrar la paulatina fascinación que siente por ese hombretón inteligente y despiadado, noble y adusto; también por no quedar oscurecida bajo la sombra de la evidente diferencia física entre ambos.
5) Dejo para el final a la antigua compañera de unidad militar de Reacher, Neagley (Maria Sten). Los dos mantienen una relación de iguales, siempre modulada a partir de esos diálogos irónicos que ambos intercambian en una suerte de civilizado boxeo retórico, algo que a una serie con sobredosis de testosterona como esta le siente la mar de bien. Roscoe y Neagley equilibran la balanza hormonal y lo mejor es que lo hacen desde la normalidad más absoluta, sin necesidad de enarbolar bandera alguna ni de lanzar ningún discurso. La secuencia en la que Reacher y Neagley se ven obligados a buscar ropa nueva entre los contendores de la basura y, en un descampado penumbroso, se desvisten y se visten ante nuestros ojos (en plano general) viene a ilustrar que ella es igual (de buena, de inteligente, de hábil) que él.
Y ahora, el bisturí. El guion fía buena parte de su efectividad a los puntos de giro, con un cliffhanger al final de cada episodio. ¿Nos mantienen encendido el piloto de la curiosidad? Sí. ¿Son coherentes? Pues no siempre. Para empezar, obviemos que todo el argumento se sustenta en una casualidad del tamaño del monte Rushmore -Reacher va a parar, precisamente, al pueblo en el que han liquidado a su hermano, al que hacía años que no veía-, hecho fortuito que nos tragamos como un trozo de tarta de melocotón porque, como dicen los gurús de la escritura, las casualidades son como el dry martini, al principio entran mejor. Nos desplazamos hasta el desenlace de la historia a fin de localizar el ejemplo que mejor nos ayuda a defender nuestra tesis (recuerden: acumulación de sucesos para camuflar las inconsistencias de la trama, que pasen muchas cosas para que no nos dé tiempo a asimilarlas). El penúltimo episodio termina con Picard (Martin Roach), el agente del FBI al que Finlay ha confiado el cuidado de la esposa e hijas de Hubble, contable de la organización de falsificadores para más señas, revelándose como miembro activo de la trama mafiosa. ¡Chorprecha! (más o menos).
Todo lo que sucede a continuación resulta difícil de comprender (y de justificar) a poco que nos hagamos unas cuantas preguntas. ¿Qué necesidad tienen ‘los malos’ de localizar a Hubble? Está escondido, no va a hablar con la policía porque tienen a su familia retenida y es consciente de que, si da testimonio, tendrá tres tumbas a las que ir a poner flores (si no, podría haberse puesto a cantar los grandes éxitos de Garth Brooks nada más escapar de las garras de sus jefes). En cualquier caso, la búsqueda y captura del tesorero no es urgente, por lo que utilizar a Reacher como rastreador es, quizá, la decisión más absurda de la historia dentro del ranking de decisiones más absurdas de la historia encabezado por la batalla de Karansebes y el fichaje de Faubert. Pero vamos a ver, si no tienes prisa por encontrar a Hubble -porque no la tienes, que el pobre tiene más miedo que Gizmo en Aqualandia- ¿cómo demonios le pides a tu peor enemigo, al tipo que se cepilla a los miembros de tu banda como si bajara fichas del Quién es quién, que lo busque? La lógica criminal dicta que, ahora que lo tienes desarmado y rodeado en el interior de una habitación, le desinfles los músculos a balazos y te quites de encima tu mayor problema. En lugar de eso, le pones a buscar a un tipo que no pasa de la categoría de riesgo mínimo y amortizable.
Pero esto no es todo. Durante las tareas de rastreo, Reacher se desembaraza de Picard descerrajándole un tiro al más puro estilo Lucky Luck y, en lugar de asegurarse de que le ha señalado bien el camino al criadero de malvas, lo da por muerto. ¿En serio? ¿Un tipo tan meticuloso como un modisto con TOC no se asegura de que Picard, quien, como se nos ha especificado, solo necesita una llamada para ejecutar la sentencia de muerte de la familia Hubble, está muerto? Lo mejor de todo llega cuando, en pleno clímax, el corrupto agente del FBI aparece, herido en un hombro, para sumarse al tiroteo. Si lo dejaron tirado en la cuneta en la que BB King perdió la púa de su guitarra, ¿cómo ha llegado hasta la nave industrial y cuánto ha tardado? ¿Es Usain Bolt con diarrea? ¿Por qué no ha avisado a sus superiores de lo que ha pasado? ¿Su línea móvil era de una compañía low-cost y no tenía cobertura? ¿Se le rompió el teléfono? ¿No pudo llamar desde una cabina o desde un restaurante? ¿Siri le jugó una mala pasada? Como dice Reacher, los detalles importan (otro más: justo en el momento en el que va a recoger el coche al taller, uno de los mecánicos está limpiando la mancha de un capó con arena para gatos. Justo-en-ese-momento, no antes, ni después de que el improvisado detective vaya a por su Bentley, justo-ahí-para-que-él-(nos)-descubra-qué-es-la-diatomita-y-para-qué-sirve).
Hay más cosas.
1) Los flashbacks. No son necesarios. El personaje queda definido perfectamente desde el presente (su carácter, su conducta, su temperamento) sin necesidad de viajar al pasado para ¿sumar minutos? El último, con la madre moribunda explicándonos la naturaleza de sus hijos -como si no nos hubiésemos dado cuenta-, es especialmente sangrante.
2) Demasiadas explicaciones. En las novelas policíacas uno traga con las escenas modelo Hércules Poirot, en las que un señor (o señora) muy inteligente nos explica a nosotros y a los sospechosos cómo ha llegado a determinadas conclusiones. En un relato audiovisual la cosa cambia, sobre todo si se repite con frecuencia. En Reacher es habitual toparnos con este tipo de secuencias-parlamento, algunas de las cuales podrían suprimirse fácilmente o sintetizarse mediante el uso de otros recursos. Volvamos a la arena para gatos. En la secuencia 1: Reacher ve al mecánico limpiar la mancha del capó, se acerca al saco y examina los componentes del producto. Secuencia 2: vemos a Reacher desteñir un billete con la misma arena, o con el pienso animal que emplean los falsificadores para borrar los billetes de un dólar y reimprimirlos como si fueran de cien (antes lo hemos visto en uno de esos drugstores que tanto frecuenta comprobando los componentes de la arena y del pienso). No es la mejor corrección, lo sé, pero cualquier solución visual antes que una disertación científica sobre el uso de la diatomita. Y un poco de fe en nuestra capacidad como espectadores para jugar a las inferencias.
3) Reacher es entretenimiento inocuo (está un escalón por debajo de Jack Ryan y sus esquemáticos flirteos con la geopolítica). Negar lo primero sería un tanto absurdo, al menos a tenor del buen funcionamiento que ha tenido la serie según la propia Amazon se ha apresurado a anunciar (estos datos, como siempre, tómenlos con cautela, como si fueran a abrazar a un puercoespín). Ahora bien, desmentir lo segundo también sería un error. Al contrario que propuestas como Bosch (Eric Overmeyer, 2014-2021), la teleserie de Nick Santora y las novelas de Child no husmean en el patio trasero de los Estados Unidos, ni abordan temas candentes o que, al menos, tengan un impacto en la sociedad contemporánea (¿cuántos informativos han visto ustedes que abran con una noticia sobre la creciente preocupación del gobierno por la falsificación de moneda?). Mientras el Harry Bosch de Michael Connelly pone al descubierto los problemas y las vergüenzas de la Norteamérica actual y de algunas de sus instituciones, Jack Reacher se dedica a aniquilar sicarios venezolanos y a batirse en duelo con villanos de opereta. Eso sí, da gusto verle repartir estopa.