South Series Festival: a la búsqueda de un festival de series de referencia
El nuevo festival de series de Cádiz ha dado para mucho y, lo más importante, puede dar para muchísimo más.
Programar un festival de series no es fácil. En primer lugar, porque las dinámicas televisivas nada tienen que ver con las cinematográficas y, ni existe un circuito de distribución para festivales, ni la ley de la oferta y la demanda se rige por el mismo código. En un festival de series se programa casi siempre lo que se puede y casi nunca lo que se quiere, puesto que uno se pone a disposición de los canales y plataformas para que, en función de las fechas elegidas, estas le cedan los proyectos que, de acuerdo con sus estrategias de lanzamiento, mejor les encajen.
Los riesgos que se coligen del propio funcionamiento del sistema son evidentes, por eso quizá se antoje razonable buscar un hueco en el calendario alejado de otros eventos que, bien por su propia idiosincrasia, bien por su capacidad de atracción, puedan no solo acaparar producciones de interés, sino también desviar los focos de la atención mediática.
A tenor de su músculo económico, se puede afirmar sin temor a incurrir en equivocación alguna que el South Series International Festival, cuya primera edición se celebró en Cádiz entre el 6 y el 12 de octubre, nace con la clara intención de postularse como un festival de referencia en España dentro de su ámbito. Según los datos facilitados por la organización hablamos de 2,9 millones de euros de presupuesto, el más elevado del país en lo que al marco televisivo se refiere, situándose, a su vez, por encima de la mayoría de certámenes cinematográficos de nuestro territorio (por no abandonar Andalucía, el Festival de Málaga cuenta con un presupuesto que ronda los 2 millones de euros).
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Ahora bien, para consolidar esa apuesta, y siempre atendiendo al manual de las reglas del juego, sería razonable desplazar la cita a las primeras semanas de noviembre para evitar, por un lado, su coincidencia con Iberseries Platino, el gran foro de la industria catódica que tuvo lugar en Madrid entre el 3 y el 6, lo que complica la visita de figuras relevantes que ya han adquirido compromisos con una cita mucho más asentada.
Por otro lado, conviene separarse del festival de Sitges (del 5 al 15 de octubre) que condensa la mayor parte de la atención mediática y que, además, ya incorpora contenidos a los que el South Series podría aspirar – nos referimos a títulos como Romancero (Fernando Navarro, 2023), El otro lado (Berto Romero, 2023) o 30 monedas (Álex de la Iglesia, 2023), por mencionar tres de las teleficciones que han pasado por el festival de cine fantástico catalán.
Viendo la disposición del calendario y la proximidad con Iberseries y Sitges, pero también la cercanía de San Sebastián que lleva años programando ficcion seriada con regularidad, quizá fuera un movimiento estratégico retrasar el festival hasta noviembre y tener la posibilidad de optar a producciones más relevantes. Porque lo que sí que ha conseguido la muestra -y cabe más hablar de muestra que de festival, pues no hay secciones competitivas- que dirige Joan Álvarez es, pese a contar con el auspicio de Mediaset, atraer proyectos procedentes de la mayoría de operadores nacionales, desde Atresmedia (Beguinas, La red púrpura) a Movistar Plus + (Galgos, Macarena), pasando por RTVE (La ley del mar, Malaya: operación secreta) e incluso Canal Sur (Bretón: la mirada del diablo).
Ese tipo de ajustes también deberían afectar a lo programático y a lo técnico. Si bien es cierto que la centralización de las diferentes (y numerosas) actividades en el Palacio de Congresos de la ciudad facilitan el acceso y evitan cualquier tipo de dispersión -la concentración siempre es beneficiosa, más para una edición inaugural- no lo es menos que la instalaciones están muy bien acondicionadas para acoger clases magistrales (y las hubo de mucho nivel: el showrunner Javier Olivares, el guionista y director Armando Bo, o el compositor Cristóbal Tapia de Veer), conferencias o encuentros, pero no tanto para proyecciones.
Cuando no se cuenta con una sala de cine los problemas suelen aparecer más pronto que tarde y cuando todas las sesiones se acumulan en dos salas bien dimensionadas pero discutiblemente equipadas, los inconvenientes se manifiestan en forma de diálogos ininteligibles que llevan a pensar en errores técnicos durante el rodaje y la postproducción hasta que se tornan comunes a todas las series proyectadas (por otra parte, este es un mal habitual en las sesiones inaugurales de muchos festivales que se celebran en teatros, auditorios o espacios multidisciplinares que no reúnen las condiciones óptimas para el visionado de cualquiera que sea el producto audiovisual que se presente).
Tampoco es recomendable que los actos de público e industria se solapen, más aún cuando el festival hace gala de una clara vocación popular (en ese sentido, se mira claramente en Málaga). El encabalgamiento de actividades resta presencia y el mismo argumento que sirve para defender las bondades de la concentración espacial vale para este caso: si se trata de consolidar una apuesta -y más una de este calibre- es preferible transformar cada acto en un pequeño evento y concentrar, también, al público en lugar de disgregarlo (seguramente, aquellos que asistieron a la charla de Javier Olivares formaban parte de audiencia potencial del documental The Murdochs, pero todo se programó a la misma hora).
Estos desequilibrios también se observaron en una programación en la que la selección de series internacionales presentadas en las dos secciones oficiales no competitivas (ficción y no ficción) fueron sensiblemente superiores al producto nacional (hay aquí una cuestión de amplitud geográfica que no conviene pasar por alto, hablamos de poner a competir a un país contra el mundo, pero como hubo hasta 12 títulos españoles de un total de 21, la comparación no se antoja injusta: podría haber habido menos producto nacional).
En el apartado de ficción, Nolly (2023), el último trabajo de Russell T. Davies y la noruega Power Play (2023), sobresalieron por encima del resto. En Nolly, el creador de Years & Years (2019) se concentra en un momento crucial de la vida de la actriz Noele Gordon, quien encarnó durante casi dos décadas a Meg Mortimer, protagonista del popular drama de la cadena ITV Crossroads. Davies se detiene en el instante en que, de buenas a primeras, Gordon es despedida sin previo aviso justo cuando la serie se encuentra en su máximo esplendor.
Con una Helena Bonham Carter superlativa y presidida por un ritmo vibrante como un rasgueo de guitarra de Andy Gill, Nolly se aleja del revival para proponer una reflexión sobre la importancia de controlar los relatos pero, sobre todo, sobre la relación que los amos de la escena mantienen con sus personajes, más aún si han vivido con ellos durante mucho tiempo. Aquí, vida y televisión se confunden, Nolly no quiere dejar de ser Meg o, en cualquier caso, quiere una despedida que no implique la muerte de un rol al que le ha dado más de media vida.
El problema de ver solo episodios piloto es que algunas series de cocción lenta necesitan más minutos para alcanzar todo su potencial. Uno intuye que detrás de D’argent et de sang (Xavier Giannoli, 2023) se está construyendo un gran retablo sobre un sonado caso de fraude orquestado por una pequeña banda de criminales de Belleville asociados con el hijo de una familia bien.
A partir del libro homónimo de Fabrice Arfi en el que se describían con todo lujo de detalles los mecanismos para defraudar el IVA que gravaba las cuotas de carbono (el fraude consistía en comprar cuotas de carbono en cualquier país miembro de la Unión Europea y venderlas en Francia cobrando el IVA, solo que en lugar de declararlo a la hacienda francesa, los delincuentes se quedaban con el dinero), Xavier Giannoli, que no por casualidad viene de adaptar a Balzac en la estupenda Las ilusiones perdidas (2021) se toma su tiempo para describir no solo a la banda - con un Ramzy Bedia un tanto cargante -, sino los inicios de su asociación con Jérôme Attias (Niels Schneider) y la creación de unidad especial antifraude encabezada por Simon Weynachter (Vincent Lindon).
El tipo de dramaturgia a la que se entregan con afán Giannoli y su equipo de guionistas exige haber visto toda la temporada para emitir una valoración más rigurosa, pues se van intercalando tiempos y superponiendo estratos dramáticos que deberían ganar en densidad a medida que los episodios avancen. En este caso, el piloto resulta insuficiente para lanzarnos a enjuiciarla. Eso sí, ganas de seguir viéndola no faltan.
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El resto de la sección estuvo marcado por teleficciones nacionales pensadas para el abierto y que reúnen todos los tics que ustedes puedan suponer (La ley del mar o Serrines pero también la italiana Anima gemella), propuestas que se extravían dentro del género - Beguinas (Rómulo Aguillaume, Claudia Pinto, Irene Rodríguez, Esther Morales y Silvia Arribas, 2023) es un period drama ambientado en la Segovia del siglo XVI que incorpora un alegato feminista y una pátina de misterio en una serie en la que todo parece impostado (ambientaciones, acting, discurso) – o que se autosabotean desde un planteamiento que pretende imitar éxitos foráneos – Galgos (Félix Viscarret, Nely Reguera, Clara Roquet, Pablo Remón, Lucía Carballal y Francisco Kosterlitz, 2023) fotocopiando la epidermis de Succession (looks, juego con el desenfoque, herencias y desagravios familiares) pero mostrándose incapaz de replicar el ritmo de los guiones de Jesse Armstrong y compañía precisamente porque tiende a la sobreexplicación y a la repetición (¿cuántas veces se le explica al personaje de Adriana Ozores lo que pasa -y ella reacciona idénticamente- o cuántas veces repite Guzmán -un notable Marcel Borràs- que se tiene que ir a Bruselas?).
Para dar carpetazo a la sección terminemos con la alargada Carthago (Reshef Levi, 2023), comedia dramática israelí sobre un cómico judío ingresado contra su voluntad en un campo de prisioneros situado en mitad de África, construido por el ejército inglés (cuyo estado tutelaba el territorio de Israel en 1942 ) y habitado por judíos disidentes (terroristas en su mayor parte), fascistas italianos y nazis alemanes.
El interés de la propuesta se encuentra en su tono, apartado de cualquier gravedad, y en mostrar una realidad por muchos desconocida, lástima que en su primer episodio se tienda a la repetición de situaciones y de conflictos (la escenas de tortura y brutalidad). Con todo, la obligación de formar alianzas insospechadas para sobrevivir y la tensa y oculta relación entre el protagonista y la esposa del comandante británico que dirige el campo, encienden suficientes focos de interés como para querer seguir adelante.
Una serie sobre el caso Malaya destaca en el campo de la no ficción
La mejor de las producciones españolas vistas en el South Series fue Malaya: operación secreta (Mónica Palomero, 2023), una docuserie sobre el sonado caso de corrupción que asoló la ciudad de Marbella y que tienen en la figura de Juan Antonio Roca a su figura más representativa. Si creen que saben algo sobre el caso es muy probable que estén equivocados: aquí hay más sorpresas que una temporada de Perdidos.
Si el documental va como un tiro es, en primer lugar, porque Mónica Palomero y la guionista Cristina Jiménez (amén del periodista Ricardo Sanz) han sabido darle una clara dirección a la ingente cantidad de material con el que contaban, han sabido diseñar una dramaturgia que no traiciona la verdad de los hechos -todos documentados – y han sabido ver quienes eran los protagonistas (los agentes de la ley), quienes los villanos y quienes los personajes secundarios.
A partir de ahí, han levantado una narración que unas veces recuerda a The Wire, otras a un tebeo de Mortadelo y Filemón y, otras muchas, a cualquiera de los oscuros retratos de nuestro país firmados por Rafael Azcona (el premio gordo se los lleva ese señor de Murcia que compraba fincas para Roca y que describe a la perfección un carácter que seguro reconocerán en un buen puñado de personas que les son cercanas, una conducta que, entre risas, queda descrita por una frase que suena más o menos así: “(Roca) me llevaba con su helicóptero de noche, que está prohibido, pero nosotros lo hacíamos igual”.
Este retrato riguroso y espeluznante de cómo funciona la corrupción en nuestro país, de lo poco que cuesta tejer una red de influencias que se infiltra en las instituciones, la judicatura, la policía y los medios, y lo difícil que es erradicarla, estuvo muy por encima de un par de reportajes que pretenden hacerse pasar por true crimes y que en sus débiles reconstrucciones llevan su pecado (Bretón: la mirada del diablo, Los galindos) o de la simpática Macarena (Alejandro Marzoa, David López Canales, 2023), un documental de entrevistas que, por lo menos, va más allá de lo anecdótico y quiere evaluar de dónde procede y hasta donde llega el éxito de la popular canción de Los del Río.
También recurre a tropos del periodismo de investigación la aproximación que Valeria Vegas ha hecho sobre la figura de Nadiuska (El enigma Nadiuska) que pese al uso de fórmulas archisabidas, conseguirá despertar un mínimo interés en aquellos que hayan seguido la carrera de la que fue un icono de los años 70, posteriormente caída en desgracia (Vegas intenta, al menos en el primer episodio, poner de manifiesto las conexiones entre la desaparición de Nadiuska de la primera línea del estrellato y el veto a la que fue sometida por personas influyentes dentro de la industria y de la política).
En el apartado internacional no faltaron las historias escabrosas como The Chevaline Killings (Brendan Kemmet & Imen Ghouali, 2023), que reconstruye con más medios (y también con más ideas) que las propuestas españolas vistas de este subgénero el tiroteo que le costó la vida a cuatro personas a los pies de los Alpes franceses el 5 de septiembre de 2012 y que sigue sin resolver. Capítulos breves (30 minutos), reconstrucciones que huyen de la literalidad para buscar la sugerencia (aquí no hay nada seguro, por tanto se huye de la afirmación categórica) y un muy buen trabajo de investigación que aporta novedades (lo que no pasa ni con Bretón ni con Los galindos) y que busca llegar allí donde no fueron capaces ni la policía ni los fiscales.
Otro episodio criminal, pero este mucho más cachondo y contado en un tono muy distinto, es el del hombre que robó El grito de Munch en 1994, Pal Enger. Él mismo se erige en protagonista absoluto de The Man Who Stole the Scream (Sunshine Jackson & Nigel Levy, 2023) y, aunque el primer episodio adolece de caídas de ritmo, lo hilarante del golpe (intentó robarlo en el 92 y se equivocó de cuadro) y la extrañísima personalidad de Enger lo hacen muy llevadero.
Dejemos para el final la versión real de Succession, una docuserie sobre Rupert Murdoch que arranca cuando este sufre un accidente en su yate y empiezan a despertarse los rumores sobre su posible sucesión al frente de su imperio de las comunicaciones. El retrato que ofrece The Murdoch: Empire of Influence (Neha Shastry, 2023) estudia a fondo la biografía del magnate australiano y evalúa su capacidad para cambiar los designios de un país (y por extensión de occidente).
Convencional en sus formas, pero tremendamente didáctico y bien armado tanto en lo testimonial como en lo técnico (su montaje alegre hace que se vea con facilidad), esta producción de la CNN no pierde comba a la hora de demostrarnos que, cuando alguna gente nos dice que saltemos, saltamos sin darnos cuenta.
Como ven, el nuevo festival de series de Cádiz – por otra parte, por clima y por condiciones, una ciudad ideal para acoger una cita de este tipo- ha dado para mucho y, lo más importante, puede dar para muchísimo más.