Raphael De Mussa interpreta al capitán español Benito Cereno y James Jorsling al esclavo Babu en la obra teatral 'Benito Cereno' (2011), adaptación de Woodie King Jr. sobre la obra original de Robert Lowell, inspirada en la novela homónima de Herman Melville. Foto: Stephanie Berge

Raphael De Mussa interpreta al capitán español Benito Cereno y James Jorsling al esclavo Babu en la obra teatral 'Benito Cereno' (2011), adaptación de Woodie King Jr. sobre la obra original de Robert Lowell, inspirada en la novela homónima de Herman Melville. Foto: Stephanie Berge

Entreclásicos

'Benito Cereno' o la obstinada búsqueda de la libertad

Publicada cinco años después de 'Moby Dick', la novela de Melville fue un fracaso colosal en su tiempo, pese a ser la piedra fundacional de una nueva forma de narrar.

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Moby Dick no es una alegoría, sino una constelación de símbolos. Aparentemente, narra la obsesiva persecución de una ballena blanca por parte del capitán Ahab, capitán del Pequod. Se trata de una cacería insensata y blasfema, pues no obedece a propósitos comerciales, sino al anhelo de venganza. Ahab, trágicamente grande y mil veces maldito, como Prometeo y Satanás, perdió una pierna al enfrentarse con el Leviatán y solo vive para reparar ese agravio. El argumento de Moby Dick se compadece con la tensión de una novela de aventuras, pero en realidad la trama no apunta a la mera expectación, sino al carácter turbio e inextricable de la vida, siempre sumida en conflictos y perplejidades.

Moby Dick no es la encarnación de algo concreto, como Dios o el Mal, sino una sima donde pululan infinidad de significados, máscaras intercambiables que cambian de aspecto con el paso del tiempo. Moby Dick es sucesivamente Dios, el Mal, el Destino, el Azar, el Límite, lo Incierto. Es decir, el Universo, con toda su complejidad.

Las alegorías contemplan una única lectura. Su horizonte se cierra después de descifrar el sentido oculto concebido por el autor. En cambio, los símbolos siempre permanecen abiertos, admitiendo interpretaciones diversas, que pueden ser antagónicas, complementarias o paradójicas. Un símbolo nunca se agota. Es un interrogante abierto que desafía a cada lector. Incita a un diálogo interminable. Moby Dick es un clásico porque es un archipiélago de símbolos y no un simple arcano con un sentido unívoco. Puede decirse lo mismo de Benito Cereno, una novela breve publicada en 1855, cinco años después de Moby Dick, un fracaso colosal en su tiempo, pese a ser la piedra fundacional de una nueva forma de narrar, más introspectiva y onírica.

Benito Cereno se inspira en un hecho real. En 1804, se produjo un motín en el Tyral, un barco español que se dirigía a Lima con un cargamento de esclavos. Mientras cruzaban las aguas del Pacífico, los africanos comprados en el delta del Níger se sublevaron y mataron a parte de la tripulación. Solo respetaron la vida de unos pocos marineros para que invirtieran el rumbo y los devolvieran a su tierra natal. Benito Cerreño, el capitán del Tyral, entorpeció la navegación con órdenes confusas. Su intención era demorar lo más posible el viaje, con la esperanza de toparse con un buque capaz de restablecer el dominio de los blancos.

Cerca de la isla deshabitada de Santa María, situada frente a las costas de Chile, se encontraron con el barco estadounidense Perseverance, cuya tripulación cazaba focas bajo el mando del capitán Amaso Delano. Delano, que advirtió algo extraño en el Tyral, subió a bordo para ofrecer su ayuda, pero Cerreño se mostró huraño y desconfiando, contestando a sus preguntas con evasivas. Bado, un esclavo de confianza, no se separaba de su lado, fingiendo amabilidad y sumisión. La docilidad de los negros contrastaba con la conducta taciturna del capitán español y sus marineros.

Todo se aclaró cuando Cerreño aprovechó la partida de Delano para lanzarse al agua y revelar lo sucedido. Los tripulantes del Perseverance, con armas de fuego y bien alimentados, se enfrentaron a los sublevados, hambrientos y provistos tan solo de hachas y cuchillos. Reducidos tras una breve escaramuza, los esclavos supervivientes fueron encadenados, torturados con los cuchillos de desollar focas y juzgados en la ciudad de Concepción, aún bajo dominio español. Los cabecillas fueron ahorcados, sus restos ardieron en una hoguera y sus cabezas se exhibieron en picas como escarmiento.

Herman Melville conoció la historia mediante las memorias de Delano, publicadas en 1817. Solo faltaban cinco años para que comenzara la Guerra de Secesión y el tema de la esclavitud era una de las controversias más enconadas. Melville se oponía a la doctrina del Destino Manifiesto y a las grandes desigualdades sociales, pero no era un hombre beligerante en el terreno de la política. De hecho, no se pronunció sobre el enfrentamiento entre el Norte y el Sur.

Melville conoció la historia poco antes de la Guerra de Secesión, cuando la esclavitud era una de las controversias más enconadas

Benito Cereno se ha interpretado en ocasiones como una novela racista, pues los esclavos sublevados son descritos como criaturas violentas y taimadas. No pretendo impugnar esta lectura, pero se me ocurre otra posibilidad. Quizás Melville quiso denunciar el espanto de la esclavitud con la historia de una tripulación de blancos humillados por unos negros rebeldes. Una imagen invertida puede ser más elocuente y clarificadora que el orden habitual de las cosas.

Melville nos muestra el estado de postración del capitán Cereno. A pesar de su abatimiento, se nota que ha sido un joven altivo y orgulloso. En otro tiempo, surcó los mares con la insolencia de un corsario. Jamás pensó que comerciar con esclavos constituyera una infamia. La rebelión de los africanos que viajaban en las bodegas para ser vendidos en Lima le ha enseñado lo que significa vivir con miedo y sin dignidad. A sus veintinueve años, su mirada parece la de un anciano que se ha resignado a una muerte inminente.

Delano experimenta compasión al descubrir su deterioro físico y mental. Sin embargo, no siente nada similar ante el espectáculo de un grupo de hombres y mujeres destinados a ser vendidos como ganado en un mercado público. Al igual que la mayoría de los blancos, su concepto de humanidad excluye a las razas supuestamente inferiores. Melville no idealiza a los negros. Babo es astuto y cruel. Afeita a Cereno en presencia de Delano. Su navaja se desliza lentamente por el cuello del capitán español, disfrutando del temor que inspira. La esclavitud degrada indistintamente al señor y al siervo.

Los sublevados matan a don Alejandro, el negrero que los había comprado y pretendía venderlos a buen precio, atan su cadáver a un mástil y dejan que se pudra al sol hasta convertirse en un esqueleto. Las mujeres, africanas arrancadas de sus hogares, cantan con solemnidad mientras se perpetra el crimen. La violencia ejercida por el ser humano sobre sus semejantes siempre dibuja una espiral de deshumanización. No se reconoce ningún derecho al otro, al que se cosifica para facilitar su explotación. La dialéctica amo-esclavo es como una cuchilla de dos filos. Destruye los dos extremos.

La violencia ejercida por el ser humano sobre sus semejantes siempre dibuja una espiral de deshumanización

En el prólogo que escribió Juan Benet para Benito Cereno, leemos: "El último objetivo de la literatura no es interpretar la realidad, sino envolverla". Por eso, Benet se abstiene de interpretaciones. Prefiere destacar la maestría de Melville para crear atmósferas. Ciertamente, su prosa nos envuelve desde la primera página, creando un clima inquietante: "Las grises bandadas de aves inquietas, afines a las brumas errantes con que se confundían, pasaban rozando sobre las aguas con rasero y caprichoso vuelo, igual que golondrinas sobre el prado antes de la tormenta".

El presagio de algo terrible flota sobre el texto desde su umbral. Aunque el capitán Delano cree en la bondad del corazón humano, la sombra del Mal se extiende por todo el relato. El mundo parece escrutado por un ojo infernal que incendia las almas, suscitando pasiones dañinas. Todo parece malvado e irreal. El océano, con su aparente serenidad, no puede borrar la iniquidad que contamina la Tierra. El optimismo de Delano no logra neutralizar esa impresión, pero sí sugiere que el Bien no es una quimera, sino una posibilidad real. Cuando Cereno se queja amargamente de su peripecia, Delano contesta: "Olvídelo. Vea usted: este sol radiante lo ha olvidado todo, como el mar y el cielo azul".

¿Es posible olvidar? En el momento en que escribo estas líneas, mueren de frío los niños de Gaza por culpa de la política de exterminio de Netanyahu. ¿Verdaderamente olvidan el mar, el sol y el cielo los gritos de desesperación de los que tiemblan de miedo bajo las bombas israelíes? Tal vez la peripecia del Santo Domingo, el barco esclavista de Benito Cereno, es una parábola sobre el desamparo del ser humano ante la Naturaleza y la Historia, dos fuerzas ciegas y crueles.

Todos somos esclavos que viajamos hacia lo incierto. Al igual que Shakespeare, Melville era ferozmente pesimista. Su literatura mantiene un estrecho parentesco con los pasajes más sombríos del Antiguo Testamento. Aunque hay notas luminosas que celebran la belleza del mar, prevalece el lamento fúnebre: "El Océano, de color plomizo, parecía lastrado y postrado, extinguida su vida, ausente el alma, difunto ya".

Paradójicamente, la esperanza despunta por donde menos se espera. La sangrienta rebelión de los esclavos es un acontecimiento dramático, pero pone de manifiesto que la condición humana jamás se resignará a vivir encadenada. El fracaso de la revuelta no puede borrar el valor de un gesto desesperado. Podemos concluir que Benito Cereno es una parábola sobre la importancia de la libertad. Sin moralismos ni alegatos. Su desnudez argumentativa, que deja en manos del lector la tarea de reflexionar, es quizás su mayor mérito artístico.